La Diosa Blanca
Porque sabe cuánto la quiero y como hablo de ella en su ausencia,
la nieve vino a despedirme.
Pintó de Brueghel los árboles.
Hizo dibujo de Hokusai el campo sombrío.
Imposible dar gusto a todos.
La nieve que para mí es la diosa, la diosa, la novia,
Astarté, Diana, la eterna muchacha,
Para otros es la enemiga, la bruja, la condenable a la hoguera.
Estorba sus labores y sus ganancias.
La odian por verla tanto y haber crecido con ella.
La relacionan con el sudario y la muerte.
A mis ojos en cambio es la joven vida, la Diosa Blanca
que abre los brazos y nos envuelve por un segundo y se marcha.
Le digo adiós, hasta luego, espero volver a verte algún día.
Adiós espuma del aire, isla que dura un instante.
Chapultepec: La Calzada de los Poetas En el bosque de Chapultepec y cerca del lago hay una calzada en que se levantan bustos de bronce a los poetas mexicanos.
Guía de la ciudad de México
Acaso más durable que sus versos el bronce
y nadie alza los ojos para mirarlos.
Aquí en el bosque sagrado,
cerca del lago y la fuente,
en medio de los árboles que se mueren de sed,
por fin se encuentran en paz.
La hojarasca de otoño les devuelve en la tarde
palabras que dejaron sin saber para quién ni cuándo.
Y perduran en bronce porque escribieron.
(No para estar en bronce escribieron.)
Extraña sensación esta vida inmóvil
que sólo se reanima cuando alguien los lee.
¿Qué leemos
cuando leemos?
¿Qué invocamos
al decirnos por dentro lo que esta escrito por ellos
en otro tiempo, incapaz
de imaginar el mundo como es ahora?
Algo muy diferente sin duda alguna.
Se gastan las palabras, cambia el sentido.
Aquí bajo el sol, la lluvia, el polvo, el esmog, la noche
yacen los prisioneros de las palabras.
Orquídeas
¡Qué hacen aquí
estas orquídeas demasiado sexuales?
Son lo salvaje, lo vivo,
lo perdurable por efímero.
todavía huelen a selva,
a liana, a gruta, a humedad.
Su blancura veteada de violeta
impugna
esta sala elegante que las condena a ser ornamento.
No saben lo que valen estas orquídeas bárbaras,
muriéndose
ante el televisor de pantalla inmensa,
la videocasetera de lujo,
el celular y los discos ópticos,
el Kitsch irredento
en las altivas fotos familiares
de quienes conquistaron este mundo
destruyendo con su ganado y su ganancia
la misma selva condenada a morir
que hizo posible las orquídeas.
El Ave Fénix
A Eliseo Diego
Arde en la hoquera de su propio vuelo.
Bajo el cuerpo de lumbre ella es el sol.
Su resplandor la atrae y la convierte en ceniza.
Viaja a su íntima noche, se asimila
Al leve polvo errante de los muertos.
Pero entre lo deshecho se rehace.
Toma fuerza del caos, se teje en luz
y amanece en la llama indestructible.
José Emilio Pacheco (Ciudad de México, 1939- Ciudad de México, 2014) Poeta, narrador, cuentista, novelista, traductor, crítico y periodista.