La Heredad
Aquí estaba la selva, la que emboscó a la infancia.
Queda su dulce huella de gacela miedosa
que un canto enajenaba, que hechizaba una rosa.
Queriéndolos, se ungía de salvaje fragancia.
La selva. Mis jornadas de sombra. La constancia
De unos días labrados en fuerza silenciosa.
Lejos. Como las fuentes, la fabula dichosa
De una voz en alivio de sombras y distancia.
¡Y aquí mi heredad, mía! ¡Mi selva como un huerto!
Y aquí el ave sagrada y aquí la flor madura.
Y aquí la huella trémula sobre el camino cierto.
Pero a mis pies antiguos, junto a la dulce huella,
también las setas lívidas, la adelfa prematura.
Quiero aguardar sonriendo. ¡Y aún mi heredad es bella!
La Piedra
La piedra que trabajan
las estaciones de la tierra,
la que la historia, el hombre, las corrige,
la que se domestica a pesar de su tiempo,
la salvaje enjaulada
como un león soberbio
en el confín,
triste ya para siempre
y agresiva
como los ojos de la gata,
es topacio que me mira de lejos
¿es un dios o la Biblia?
Profundamente lúcida,
igual a las edades,
corregida en mi anillo.
Eres capaz de todo
de mi suicidio o de mi encantamiento
y me rodeas
con el color del sol.
¿Pero eres amarilla
como la luz de las sacerdotisas?
Tal vez me engañas como las doncellas.
¿Nunca te pones triste
con tu color a solas?
Amarilla, amarilla
Color de prostituta,
no te violaron los rubíes
ni las eternas músicas.
Perfecta estás como la arquitectura,
sin rebelarte, inmóvil,
perfecta, luz de tierra,
de mares y de fuegos,
perfecta hasta mi sangre.
Amarilla lo mismo que el otoño herrumbrado,
amarilla, amarilla, lo mismo que mi muerte,
lo mismo que la vida,
amarilla, topacio de mi pecho.
Alfredo Martínez Howard (Paraná, Entre Ríos, 1910 - La Serranita, Córdoba, 1968) Poeta, periodista y traductor.