Un libro que
siempre he tenido de cabecera, Un bárbaro
en Asia, de Henri Michaux, en la impecable traducción castellana de Jorge Luis Borges, comienza
así: “En la India
nada para ver, todo que interpretar”.
La India, uno de los territorios más
poblados del globo, es un país de
misterios y de símbolos, donde la religión es una arte poética del espíritu.
Una poética impresionante donde confluyen
las creencias, las artes, su antigua
arquitectura que parece moldeaba con palabras, y las costumbres de millones de
indios que fluyen por sus calles como un río, como el Ganges que los baña. Para
el latinoamericano es una suerte de hechizo entrar en esa fábula milenaria, en
su música interior, en su magia que gravita en el aire que llega desde el
incienso de los templos, desde sus intrincadas calles donde Gandhi camina todo
el día, donde vacas y elefantes
confluyen entre automóviles por las grandes avenidas hacia todas partes, quizá hacia
la mañana invisible donde aguardar la señal divina. Más antigua que su historia, la India es un paraíso
interior, sagrado, que marcha desde las orillas hacia la búsqueda de la esencia
y deja de lado la contaminación del mundo exterior, que le es accesorio como un
adorno. Por eso es el país espiritual. Sólo el espíritu puede reclamar la
belleza del mundo, lo demás incomoda.
Laboriosos espíritus como el de Kipling o el de Tagoré, ambos premiados con el
Nobel de Literatura, dan testimonio de
la vasta universalidad de un lenguaje poderoso, y acaso único en sus
dimensiones, ambos provenientes de la
tierra como una semilla, del núcleo de
sus raíces, amparados en el color de la naturaleza, esperando su dictado, la
tinta de sus paisajes, embriagados de la fe ancestral de su sangre primitiva.
Flor de Loto Historias desde Asia, de
Juan Alfredo Pinto Saavedra, que aparece ahora en su versión inglesa (Stories of the Lotus), editado por
Sahitya Acakademi, la academia de letras de la India, en una impecable traducción de Minni
Sawhney (una linda intelectual de las lenguas, quien fue mi guía y leía con
dicción indi mis poemas en inglés mientras buscábamos la sombra de Kipling en
los callejones de Calcuta), es un fresco
narrativo que conjuga con pasión y lucidez la azarosa epopeya de un
sueño latinoamericano en el continente asiático. Al igual que Michaux narrando
su bárbaro, su poético, su místico
peregrinaje, Pinto traza con sutileza las costumbres y los credos de una región
sobrecogedoramente extraña, plasma con delicado pulso las circunstancias de
unos personajes que sufren el desarraigo social en ese continente ajeno, y se
ven involuntariamente sometidos a las situaciones más diversas, algunas
enfáticamente bellas como también dramáticas. A través una prosa franca y
directa, como nos enseñara Hemingway, y
de una insospechada belleza de imágenes, el lector se adentra en un portentoso crisol de aventuras digno de
la mejor tradición india, donde somos
llevados subrepticiamente por los rincones más espeluznantes, también por otros
de despiadado exotismo, acechado por el asombro de ese universo variopinto que
a unas veces parece un sueño y otra veces no. Hay personajes inolvidables como
Fiorella, tan hermosa como la
inolvidable Remedios de Gabriel García Márquez;
o Susana, la musa central de “Majira”, capaz de enfermar de belleza ante
un color. “Majira”, el primer relato que
leí del libro, abunda en prodigios desde
las primeras líneas: “Había superado todas las enfermedades desde la infancia,
excepto una, la adicción al color azul”. Susana, la ebria de esplendor, la que busca su destino
entre los colores, cuando entra al bazar
de Samarcanda, uno de los mercados más
fabulosos del mundo, no parece que fuera a comprar algo sino que se internara
entre los vendedores y las colmenas en busca de la sombra de Tamerlán el Grande para pintarlo, para
hacerlo suyo como todo lo que observa de manera fundamental; inmediatamente me
veo obligado a recordar el amoroso verso de Borges: ·”Yo, el rojo Tamerlán,
tuve en mi abrazo a la blanca Zenrócate de Egipto, casta como la nieve de las
cumbres”.
Una cadenciosa noche nos pusimos de
acuerdo con Juan Alfredo Pinto para ir a
cenar a un bonito restaurante del Park Way de Bogotá. Esa misma noche abrió la
carpeta anillada con su libro, que ya estaba en imprenta, y me dijo que leyera
“Majira”, el relato por el cual tenía preferencia. Lo leí con mucho entusiasmo
ignorando el bullicio de las mesas, y luego entendí por qué
me lo hizo leer ahí mismo. La heroína del texto, Susana, una amiga suya
que venía de Pamplona y estudió artes en la Universidad Jorge
Tadeo Lozano de Bogotá, tenía una percepción de la pintura, del color y su
naturaleza fantasmagórica muy parecida a la que yo tengo cuando escribo mis
poemas. Me sentía bastante intimidado
mientras me sumergía en los renglones de aquella prosa que fluía entre
pinceles, sueños y dolores. Entonces supe que tenía el deber de ir a la India, el país donde los colores encuentran su fundamento, donde
palpitan la sombra y la luz de la historia del arte con un rigor casi
metafísico. (Aquí me detengo, en esta línea, y miro al cielo, casi en la margen
de la página como si estuviera en la orilla del rio sagrado, el Ganges).
Octavio
Paz, poeta y ensayista mejicano que había encontrado su estética en el
surrealismo, escribió un libro de ensayos,
enigmático y agudo, Vislumbres de la India, también como
resultado de su estadía en el país asiático. Cabe ahora citar una línea suya,
un verso: “Un mundo nace cuando dos se besan “. Los dos que se besan pueden ser
dos continentes, y esta es quizá la eclosión súbita que invadió poderosamente
la sensibilidad del narrador de Flor de
loto; movido por la intuición,
poseído por su inquietante acerbo
literario, Juan Alfredo intenta de
manera ensoñadora que dos continentes se
cortejen a través de la palabra, que el genio creativo logre que puedan
fundirse. Al igual que Octavio Paz, Juan Alfredo también ejerce las labores
diplomáticas de su país como embajador de la India, y
en ratos de soledad y ocio deja correr la tinta y describe el pavoroso asombro
que ha ido embriagando su espíritu, lo perturba la belleza y sus cambios de
ritmo y ha encontrado en la prosa un refugio encantador más allá de las
escuelas literarias y de la academia. Inquieto,
merodea por las páginas de su libro como por una tienda de antigüedades, compra
sueños en bruto, los pule y se los vende al que vive en una acera de la fábula,
además les encima tesoros escondidos en el lenguaje, mitos esotéricos sobre el
sexo y la música, y también cadenciosas imágenes escondidas en su mitología
personal. Sus personajes de alguna
manera me recuerdan a los de Marcel
Schwob, quien también vivió poderosamente envenenado de Oriente, de sus magias, su cultura lo
envenenó, lo condeno a crear esas atmósferas espeluznantes y bellas, a
reinventar la memoria de unos seres y a darles un verdadero destino para la
literatura, seres que habitan los más intrincados laberintos del relato, devotos de una pasión o de una soledad que los empuja a ser
testigos de su época bajo un trasfondo de hechizo, más allá de las palabras que
los envuelven.
Estos relatos asiáticos que respiran el
aroma de la flor que nace del barro y crece con la memoria de toda una
civilización, son las “vidas imaginarias” de un presente histórico que envuelve
la trasegada biografía del autor, es la versión del lector que escudriña en los
pasos de una geografía que le ha sido otorgada, de un amanuense de los caminos,
arrancada de diversos paisajes de Asia y que pertenecen a las reliquias de su
memoria fatigada por los viajes. Pienso que
Kipling sería su lector más afortunado; o quizá a Jorge Luis Borges le
hubiera arrancado una sonrisa antigua.
Fernando Denis (Ciénaga, Magdalena, Colombia 1968). Ha escrito La
criatura invisible en los crepúsculos de William Turner (1.997),
considerado uno de los mejores libros publicados en Colombia durante
el siglo XX, Ven a estas arenas amarillas (2004) y El vino rojo
de las sílabas (2007). Su poesía ha comenzado a despertar interés dentro y
fuera de su país, y su libro, La geometría del agua, publicado por Grupo Editorial Norma, presentado en la Feria del Libro de Buenos
Aires, y en Maguncia, Museo de papel, grabado y estampa de Argentina, se está
traduciendo al inglés, al francés, al alemán, al ruso y al bengalí.
Contemporáneos como William Ospina (Premio Rómulo Gallegos 2008),
Juan Gustavo Cobo-Borda y José Ramón Ripoll coinciden en señalar que
Fernando Denis es una de las voces actuales más originales en la poesía de
América Latina. Se preocupa también por el paisaje exterior, como el que
contienen las tonalidades de la naturaleza. Algunos de sus poemas se inspiran
en las pinturas crepúsculares de William
Turner. La cadencia y la sonoridad de sus poemas recrean imágenes, músicas
y conceptos decimonónicos como el prerrafaelismo,
corriente artística de la era
victoriana que lo ha impresionado; en algunos poemas como los
monólogos de sus personajes femeninos, las voces tienen mucha fuerza íntima. La
embajada de Colombia en Delhi y la academia de letras de la India, Sahitia Akademy,
editaron sus poemas en inglés y lo condecoraron como el poeta más
representativo de su país y una voz literaria
sobresaliente de las letras contemporáneas.