En agosto de 1945 la fuerza aérea norteamericana lanza bombas atómicas sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, devastándolas por completo. Este ataque pone fin a la resistencia del Imperio del Japón y concluye con la Segunda Guerra Mundial, la que involucró a países de Europa, de la Américas, Asia, África y Oceanía. Sin duda alguna este hecho puede considerarse como el principal punto de inflexión en la historia del siglo XX. Las celebraciones que siguieron a la derrota del nazi-fascismo pasarían rápidamente a un segundo plano. La imaginada nueva aurora de los tiempos, deseos de paz y entendimiento entre los hombres, derivó en su contrario. El mundo en la inmediata posguerra se compartimentaría en dos poderosos bloques liderados por los Estados Unidos de América y la Unión de Repúblicas Socialistas, que emergieron como las dos superpotencias que llevarían las tensiones políticas y culturales a todos los rincones de la tierra en la denominada “Guerra Fría” —ciertamente un eufemismo pues incluyó episodios de altísima temperatura—. Comienza entonces el período histórico que Amiri Baraka (Leroi Jones) define como los “tiempos oscuros”, que se caracterizó por el temor a una conflagración nuclear, fantasma que se prolongará hasta nuestros días.
En el panorama poético estadounidense se afirma la tendencia desarrollada por la Nueva Crítica, a partir de un ensayo de John Crowe Ramson publicado en 1941, que destaca la configuración de una corriente de pensamiento, compartida por varios críticos, entre ellos Allen Tate, Robert Penn Warren, Yvor Winters y Cleanth Brooks, que coloniza con energía conquistadora los departamentos de literatura de las universidades, consolidando una actitud conservadora. Estos críticos, desde un cierto formalismo, concentraban su análisis, su evaluación estética, a partir de la exclusiva lectura del texto poético y del funcionamiento de las relaciones internas de las expresiones figurativas. Ellos preferían a W.B. Yeats sobre William Carlos Williams, lo mítico a lo personal, lo racional a lo irracional, lo histórico a lo contemporáneo, la erudición a la espontaneidad y lo elitista a lo popular. Su predilección por la tradición se fundaba en un exagerado respeto por las letras inglesas, su tono frente al propio, coloquial, del hablante norteamericano: “nuestra lengua vernácula”, como la definió Allen Ginsberg. Confiados en sus conceptos y juicios excluyentes, defendidos desde la cátedra universitaria, no supieron leer las transformaciones que se estaban gestando en los usos de la lengua, nacidas estas en el trabajo de una nueva generación de poetas que releyeron su incipiente tradición poética —Whitman, Pound, Williams— que con desesperación buscaban su propia voz y la de su tierra, rechazando aquella corriente cultural autoexpresiva, narcisista y sentimental de la vida en la escritura.
En la ciudad de San Francisco se desarrollaba una intensa y diversa actividad cultural. Fue la ciudad en la que se desarrolló lo que posteriormente se denominó como el Renacimiento Poético de San Francisco, cuyos protagonistas abrieron nuevas perspectivas a la creación poética que incorporaría definitivamente el ritmo y la dicción del habla coloquial, que ya nunca se ausentarían del discurso poético: “…la propia voz de la vida como la escuchó/ Walt Whitman…”
En octubre de 1955 Allen Ginsberg organiza una lectura de poesía en la Galería de Arte Six en San Francisco, sin prever las consecuencias que esta habría de tener en el futuro cercano. Según Gary Snyder, en esa ocasión se produjo “un punto de inflexión en la poesía norteamericana” . La noche del 7 leyeron allí sus textos Michael McClure, Gary Snyder, Philip Whalen, Philip Lamantia y Allen Ginsberg, mientras que Kenneth Rexroth se ocupó de coordinar la mesa y actuar como maestro de ceremonias. Entre el público estaban Lawrence Ferlinghetti y Jack Kerouac. Gregory Corso, que estaba invitado a participar, llegó días más tarde a la ciudad.
En esa ocasión Ginsberg leyó Aullido, cantó sus versos, los gimió, y en el final de la lectura parecía estar al borde del llanto; su performance causó una emotiva reacción de los presentes. Con Aullido no sólo comienza un momento en la literatura norteamericana, sino también un nuevo estilo de composición. Ginsberg declara que él sigue el modelo Kerouac —el Kerouac poeta —y que su objetivo es calcar en la página los pensamientos de la mente y sus sonidos. Esta actitud según él debe ser entendida como la “escritura de la mente”.
En agosto de 1956, Lawrence Ferlinghetti, propietario de City Lights, una pequeña librería y editorial, publica Aullido. El libro recibió algunas críticas favorables, pero la mayoría de los grandes medios y las publicaciones académicas reaccionaron negativamente con sarcasmo y mezquindad. Kenneth Rexroth, que se guiaba por la consigna “Frente a la ruina del mundo, tenemos una sola defensa: el acto creativo”, en un ensayo publicado en 1957 , caracteriza la actitud de los beats como lo opuesto a una rebelión; consideró que ellos encarnaban una decisiva renuncia o retirada de la sociedad y de lo establecido, y de la línea académica que regía entonces la creación y la crítica literaria, cuyas ideas se alimentaban en ciertos prejuicios y en el aserto de que el tiempo de la experimentación había finalizado. Herb Caen, columnista del diario San Francisco Chronicle los denominó en 1958 “beatniks — contracción de beat y Sputnik, el satélite soviético —, furiosos y delincuentes juveniles”.
En la Convención Nacional del Partido Republicano (1960), el director del FBI J. Edgar Hoover declaró que los males que amenazaban a su país y a la cultura occidental eran: “Los comunistas, los beatniks y los intelectuales”.
En 1960, Donald Allen publica su antología La nueva poesía norteamericana (The New American Poetry: 1945-1960), en la que incluyó a representantes de tres corrientes poéticas: el Renacimiento poético de San Francisco, los poetas de Black Mountain y los de la escuela de Nueva York. Entre los seleccionados se contaban Allen Ginsberg, Jack Kerouac, Gregory Corso, Gary Snyder y Lawrence Ferlinghetti. Esto les brindó cierta notoriedad y visibilidad a sus poéticas. Sin embargo, las corporaciones periodísticas y cierta crítica (John Ciardi, Benjamin Demott, James Dickey, Herbert Gold, John Hollander, Norman Podhoretz y John Updike), destacaron que el nuevo estilo de vida que preconizaban los beats amenazaba la cultura establecida en la era Eisenhower y decididamente atentaba contra los valores familiares.
Los poetas beat dejaron su marca y su influencia se proyecta hasta la literatura contemporánea; fueron los antecesores de cruzadas culturales como las del Flower Power y el Movimiento Hippie, que se extendieron por el mundo. Apoyaron decididamente a los que se opusieron a la guerra de Vietnam, acompañaron el Movimiento por los Derechos Civiles y colaboraron con las organizaciones defensoras del medio ambiente y de la libertad de expresión. Las minorías étnicas, sexuales y religiosas hallaron en ellos una voz solidaria.
En la década de los 60 formaron parte de lo que luego se denominaría la ‘revolución contracultural’: la no aceptación de los mandatos del poder establecido, que fue esencial en los cambios que se producirían en las relaciones interpersonales, la política y cultura hacia el futuro. Profetizaron —en palabras de Kerouac— “un nuevo estilo para la cultura de su país, un estilo completamente libre de influencias europeas.
En este proceso descubrieron e hicieron propia la cultura afroamericana —el jazz y el blues— y los mitos de los pueblos nativos norteamericanos. Se acercaron y estudiaron las culturas del oriente lejano, un universo poético casi desconocido en su país, y las distintas variantes del budismo, comprendiendo que con ello contribuirían a ensanchar la mente y los alcances del pensamiento occidental.
En cuanto a su mirada respecto del universo y las cosas, Lawrence Ferlinghetti advierte que “Si has estado leyendo acerca de la interpretación de las poéticas de los beats hallarás en ella que los términos ‘poético’ y ‘poéticamente’ son en realidad ‘malas palabras’, deben ser evitadas. Lo concreto es lo más poético. El detalle exacto, sin bordados adicionales. De esto trata, precisamente, la ética de los beats.”
Diane Di Prima en su poética confiesa: “He desertado de mi puesto, no me he podido sostener allí /pasé a la retaguardia/ para preservar el lenguaje -lucidez:/ dejá que el lenguaje se defienda a sí mismo”.