Alberto Hernández |
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¿Cuánto áspero yo
en este naufragio?
Albergo entonces la amenaza,
guardo la espada
del soldado etrusco,
el que cortó
en tiras la piel de mi mujer.
Este idioma
que no hablo,
idioma de arena
idioma de vientos
este que no hablo
y me suena a interior de caracol.
¡Áspero yo en medio del naufragio¡
A orillas
del Adriático,
como quien viene de Grecia,
aturdido, muerto de miedo
en 1972.
Despierto húmedo, mojado de sueño.
No ha pasado nada.
En cubierta todo es posible:
Los atenienses invaden la locura
de quien se ha quedado
dormido
bajo el sol mediterráneo,
bajo el sol de Jasón.
Despierto convertido en una ruina de Smirna.
En la
Venus de Milo aún en el fondo coralino.
La costa italiana
se mueve con sus barcos
y ciudades.
Los marinos corren en mi auxilio.
Nada. El mundo es un espejismo.
La sangre del sueño
no ha salido del sueño.
Retorno a mi idioma,
a otro ahogo.
Arles
-a Carlos Vitale-
Aquí comienza Roma.
Un antiguo circo
Mojado por el Ródano
Salpica de sangre
Calles y rostros aún asombrados
Por la luna infrecuente.
Aquí termina Roma
En su intacto comienzo:
Las ruinas de un imperio
Que todavía pregunta por sus huellas.
El silencio de los muros
La mano con que tocan
La mirada
Y las horas colgadas
Del límite de un nuevo comienzo.
Aquí termina Roma.
Aquí se asoma.
Ella y
Roma
-a Vincenzo di Caro, mi tío-
Ella abre la ventana y borra el mundo.
Esa mujer duende
-la perdida-,
la que me sueña y luego me expulsa
con todo mi horizonte.
Roma,
tan lejos y tan cerca, tan pronta geografía,
sin horas para su eternidad.
Ellas –entonces-,
la mujer de la ventana
y la ciudad,
mis dos traidoras.
Rosa rosse per te
-a Nicolás
Soto-
Así seré en estos amarillos de Italia:
Solo, estoy en esta canción,
En esta floración de voces.
Mássimo Ranieri envejece en el disco,
En la ranura de una galaxia.
¿Cómo encajo en el verano romano,
Insignificante y mosca sobre un rosa roja
En plena Vía Apia?
Dejaré en este viento anónimo
El jardín, el río y un rostro que siempre
olvido.
Italia,
Sentada en los escombros de mi memoria.
Oh, regina
viarum,
Amore mío.
Ungaretti
El ojo del universo
Se oculta en el poema.
Ungaretti,
el dolor
Un grito.
Tras el universo, un grito.
El poema
Sepulta la ira de los astros
Y revienta en plena Alejandría.
Stravaganza
1.-
Toqué la muerte.
Toqué las arrugas del tiempo.
La pared del dolor,
Los huesos de tanta carne desnudada.
2.-
Entré por el ojo de la muerte.
En el centro de aquellas horas,
Los leones,
Las bestias y las estrellas:
La muerte, alfabeto del terror:
Mi sombra olvidada.
3.-
Un esqueleto
Dirige el tiempo del Coliseo.
La ciudad lo observa,
Lo borra a diario con el humo de los motores.
El ruido alcanza el grito de un hombre
desgarrado.
Nocturno
de Novara
Cierro los ojos en la sombra.
Quien me sigue sabe de mi osadía.
Frente a Las
dos amigas de Boccioni
Me susurra el miedo su larga soledad.
Entonces sigo mis propios pasos:
Tomo un café con un ciego
y retorno al siglo XX,
Al muerto siglo XX,
El que aún se estira en estas calles.
Poema
en Vivaldi
-a Luis Morales Bance-
En los
ijares del verano
cabalga una centella
y el
cielo
el invierno en un charco
el color del otoño
dibuja la silueta
de una mula agreste
sangra un árbol
en plena primavera
tibia de dolor
corretea por un río a punto de apagarse
el cielo
se recoge en su única estación
(Concierto
para flauta y cuerdas en re mayor,
Op. 10
Nº 3, P. 155)
Maestro de violino
-a Eduardo
Casanova-
No tengo nada a mano para espantar la muerte:
la ruina
conserva en buen lugar
el olvido de los míos,
el rechazo de Venecia, sus malos augurios.
Advierto en mis huérfanas,
en la sinfonía del dolor,
la perfidia de quienes hacían de mí fuerza de
odio.
Ah, tanto silencio a pesar de obtener el grado
del Pio Ospedale della Pietá.
Ah, tanto olvido,
tanto resentimiento en estas densas noches de
amargura.
En su hora,
la orquesta femenina,
las bondades de los Ottoboni, de los Spinola
Borghese, de Luis XV
y del Emperador austriaco Carlos IV.
Me acompañan los compases, los tiempos y los
abismos
de Il
cimento dell´armonia e dell´inventione, Op. 8,
mis 4
estaciones,
hechas una en
medio del hambre y el frío.
Vengo de las sombras,
me amigo con ellas en estos siglos de
ausencia. Y vuelvo a morir,
pese a Bach,
pese a aquel 1945,
pese a las
moscas que rondan los cadáveres de Europa.
Verdi
Io sono
un paesano.
El campesino se paseó por los años
de un pájaro que lo llevó a Milán.
Los sabios lo empujaron a un lado
y el Conservatorio le cerró las puertas.
Entonces,
Vincenzo Lavigna le enseñó los laberintos de
las particellas,
la lectura, el ritmo del corazón.
El drama lo encontró una tarde en primera
fila,
bajo la sombra de una plaza,
en la
soledumbre de sus agonías.
¿En qué momento Rigoletto, Aída,
La Traviata o Il trovatore hicieron del
remordimiento de su adolescencia
un salto para evadir el reloj detenido que
tantas veces encontró en una esquina?
Para burlarse de la vida
le escribió a la muerte aquel Falstaff bufo y animoso.
A paso lento, como quien es un río detenido,
la
Misa de Réquiem,
su Dies
irae,
asunto de meditar para ausentarse,
irse en reclamo de la voz pura de la ópera
trágica,
la antigua tragedia griega:
Torniamo
all´antico e sará progresso.
Bari
El Adriático
Se repite en estas costas:
Muere y resucita,
Calca su nombre con todas las mareas.
Allá
abajo
El imaginado jardín de Catulo,
Donde no es igual el mundo
Y distintos son los sueños.
Una mujer se desnuda
En el poema de D`Annunzio:
Bellos
floridos senos de áspera punta,
Y así el otoño, convertido en arbusto.
Allá abajo,
Ella
Recoge el grano de unas horas.
Se vuelve hacia la tarde,
Allá abajo.
Guerra
púnica
Aníbal
ad portas, escribe Cicerón.
El miedo de la segunda guerra
Venida de los
Alpes
Sigue en el latín de los primeros partisanos.
Escipión llevó la muerte a África.
En Zama,
Aníbal la sintió en medio de las moscas
De todos los cadáveres.
Una daga
Cortó su vida.
Spartacus
Algún esclavo lavó sus manos
En una fuente prohibida.
Si hubo una vez primera,
Él fue el responsable
(Kirk
Douglas
Alivió su derrota
En la
pantalla)
Colpo
Bari se afirma en el tacón
Calabria en la punta.
¿Qué sentirá
Messina en el costado?
San
Francisco de Asís
Llegado para siempre, Giovanni di Bernardone
Cubrió su cuerpo con la lepra ajena:
Para salvar la casa de su Señor,
Vendió caballo y mercerías y recibió de su
padre y de la calle
Castigo con piedras y barro del diario pasar
de bestias
Y beatas, decanos de la fiebre,
Borrachos del pecado, dueños de lustrosas
ofrendas a la vergüenza.
Detrás de las rejas,
Mientras el amanecer se acuesta sobre la
noche,
Perugia y Asís resuelven sus odios,
Sus toscos negocios terrenales.
Francesco conoce el idioma del bosque,
El siseo de los reptiles, el canto innumerable
de los pájaros,
La lengua áspera de los lobos, la fuerza aérea
de los insectos,
La múltiple y a la vez dulce generación de los
ruidos de la noche.
Supo del sol y de la luna y se hermanó con las
mareas ocultas de los océanos siderales.
Humillado
Desnudó su cuerpo y caminó hacia la soledad
del mundo
Donde señaló la marca de sus llagas,
La muestra eficaz de que el cielo limpia de
nubes la muerte y la hace liviana.
Salva mi
casa, Francesco, que está en ruinas,
Le dijo una voz altísima
Y entonces ocurrió lo narrado: la ofensa y la
lapidación,
El sucio del corazón y los arrebatos de sus
vecinos,
De los amargados que no pudieron traspasar el
jardín de Asís.
Un manto ajeno cubrió sus genitales:
Giovanni di Bernardone cambió de nombre,
cambió de cuerpo.
De aquella belleza juvenil, pasó a ser el
llagado de Cristo,
El estigmatizado de la cruz,
La muerte eterna en la voz del hijo que nunca
dejó de cantar.
No
lleven monedero, ni bolsón, ni sandalias,
Ni se
detengan a visitar conocidos, y siguió la voz y la
reveló en el dolor de sus heridas.
Vemos su muerte en Giotto
Y a Santa Clara llorosa, iluminada:
El rostro de Francesco, el “francesito”, quedó
para siempre bajo la sombra del único árbol.
Una legión de hormigas, abejas y animales de
las flores
Estuvo en las oraciones de Bernardo de
Quintavalle, Pedro Catani, Morico Bárbaro, Sabatino,
Bernardo Vigilante, Juan de San Constanzo,
Angelo Tancredo,
Felipe y Giovanni de la Capella,
Y así llegó el comienzo, porque el fin no
existe.
Mientras el mundo se desplaza
Bajo la mirada tensa de los astros, se oye el
Sermón de las Aves en pleno corazón de Italia,
El poema a las afables bestias,
A los lobos convertidos en hombres.
Módena
Yo la vi en mi total ausencia,
Díscola en su Piazza Grande, en la Fontana dei due Fiumi.
Cinturón de la Península,
Una llanura cruza la Emilia-Romaña
Y se estaciona en el soplo sagrado de la Ghirlandina.
¿Cuánto silencio quedó de mi muerte
Ese día, esa hora imprecisa,
en la antigua
Mutina que aún viaja conmigo?
Po
La Pianura Padana es un
valle ancho y acucioso
Por donde andan y desandan la lentitud del
tiempo y el miedo a las inundaciones.
El río
Amarra la cintura de la Península y une los
Alpes al Adriático,
En un diálogo que no deja dudas de su cruda
frecuencia
Hace posible la Isola Serafini, colmada de aves
que van al sur y al norte,
En respuesta eficaz al delta que engulle el
salitre y la sequía.
Corre lento el río, corre sabio y anciano.
Lame sus orillas y extiende el dolor de la
sangre y los cuerpos llevados a su destino último.
De aquella memoria, una corriente que carga
con el mundo.
Bologna
Hay una sombra agreste
En Porta Nuova.
Mi adolescencia duele,
La soledad del niño que aún era
Me alcanza con el rojo sagrado de estos
techos.
Milán
Un viejo mapa me llevó a Lombardía.
Sólo supe de Santa María de Gracia,
Mientras el mundo destrozaba
La calle que perdí entre las manos.
Venecia
-a Enrico Terrentin-
Nunca estuve en Venecia.
Pero supe de uno venido de esas aguas.
A diario,
Como quien sale de las sombras, el italiano
traía panes,
Mortadela y un tarro de negro café.
Otro día, una espaguetada
Para compartirla con los hombres de la
construcción. Y era fiesta
Y nostalgia entre palabrotas y la lengua
enredada de Paolo.
La muerte duró poco en su miserable cuarto.
Lo sacaron los mismos obreros.
Por una de las paredes de la habitación
Entré a los canales de Venecia:
La foto conservaba la fecha: 1965.
Dante
Sobre la mesa reposan los papeles,
el cuerpo frío,
inocentemente florentino.
La muerte había pasado con sus dientes, sus
pies descalzos y la vara de medir el silencio.
El perfil del cadáver, cada vez más lejano,
deja ver una ventana por donde entran el cielo y sus relámpagos.
Alighieri se acerca con el cuerpo vencido.
A pocos pasos, La
Comedia, la que será Divina,
remeda la máscara de Dante: duro, amargo, narigudo, muerto.
Florencia lo trajo a los tormentos, a la
tenacidad de todos los odios.
Ahora, después de tanta intensidad, después de
tanta Beatrice Portinari,
el alma flota
sobre la mesa
sucia.
Giotto lo imaginó de cerca.
La máscara mortuoria lo paseó por el infierno,
el purgatorio y el paraíso.
Virgilio aún lo mira entre los círculos de las
almas amadas. Lo nombra hijo.
Lo encuentra con Homero, Ovidio y Lucano
Y
toman el vino de la eternidad.
Giotto
Cimabue lo descubrió pastor de ovejas.
Una escapó del rebaño y se hizo piedra en la
perfección del trazo.
Otra vez,
El viejo maestro espantó con la mano
La mosca
Que el chiquillo
Había plasmado en la nariz de un retrato.
Afuera, donde existe Florencia,
Las campanas despachan la tranquilidad del
universo.
Masaccio
1.-
Miré a San Pedro a través de sus ojos.
San Juan se aproxima a Jesús.
Allá, donde duele el dolor,
Dejé a un lado el lugar del César.
El día, cubierto por el polvo del lago,
descubre a Cristo:
Ordena al pescador el pago de los tributos,
Las obligaciones del miedo.
Dad al
César lo que es del César…
2.-
Nada dejó Vasari en el olvido.
El Renacimiento se hizo
En las paredes de Brancacci:
Allí pernoctaban Rafael de Urbino y Leonardo
da Vinci, embelesados.
Dios súbito y trueno
Relevó a Masaccio del mundo a sólo 28 años de
distancia.
Salí a tiempo del tiempo:
En un rincón de la iglesia, un muchacho
revuelve los colores de un incendio.
Cicerón
Un alfiler de plata atraviesa la lengua muerta
del orador.
La venganza
–de mano de una dama de aquellos días amargos-
se
encargó de extraer de la boca el instrumento artístico de Marcelo Tulio
Cicerón.
Su cabeza, cortada de tajo por un soldado
cerca del puerto de Bríndisi,
argumenta el poder de César Augusto,
el miedo a quien desdeñara el Imperio y soñara con la República.
Cazado como conejo,
Cicerón dejó el resto de su cuerpo tirado en
una cuneta. Un perro negro le lame la mano izquierda. La derecha también viajó
a Roma.
Entonces, el Foro, la inscripción de su honra,
la verba hinchada frente a la dureza del César.
El ahogo de la sangre, la herida en el cuello,
la espada afilada y la sonrisa de quienes halaron sus cabellos para meter la
testa en una bolsa.
Los ojos muertos mientras la tarde se hunde en
el Adriático, en el talón de Italia.
Todo fue parte de la función:
el Imperio y sus
columnas truncadas,
la fuerza estatuaria de Donatello, las
múltiples heridas contra César, los iddus
de marzo, la traición, la retórica en pleno mercado, la muerte.
¡Ay, Catilina, Ay, Antonio¡
Pompeyo y su derrota. Los lamentos de César,
la íntima amistad. Muerto César,
Su hijo Octaviano, alejó la República de los deseos
del orador.
El odio germinó en Roma. Camino a Grecia por la
Vía Apia, el mar picado retardó la huida.
Los soldados cumplieron su trabajo.
La muerte se instaló cómoda en la lengua de
Cicerón.
Iddus de marzo
La
suerte está echada.
Y la sangre corrió por las escaleras e invadió
la plaza, el Foro de Roma,
las calles del mundo.
Hasta ahora no hemos logrado detenerla.
Cayo
Julio César
La herida más dolorosa no fue la del corazón.
“Hace siglos que la muerte me reclama aquel
grito,
Como si no supiese que tiene casa propia”.
-Tú
también, hijo mío-, le dijo en griego.
Brutus sintió el peso de aquel 15 de marzo. Alguien aún conserva el puñal
de la traición.
La estatua de Pompeyo fue testigo del cadáver
cubierto con un manto.
Corría el año 44 y un viento cálido envolvía
la plaza del Senado.
(Stravaganza
fue publicado por Stella Verde/ Edizioni Eva, Milano,
Italia, 2012)
ALBERTO HERNÁNDEZ. Poeta, narrador y
periodista. Egresado del Pedagógico de Maracay. Estudios de postgrado en la
Universidad Simón Bolívar en Literatura Latinoamericana. Fundador de la revista
literaria Umbra, es colaborador de revistas y periódicos nacionales y
extranjeros. Su obra literaria ha sido reconocida en importantes concursos
nacionales. En el año 2000 recibió el Premio “Juan Beroes” por toda su obra
literaria, otorgado por el Círculo de Escritores de Venezuela. Ha representado
a su país en diferentes eventos literarios: Universidad de San Diego,
California, Estados Unidos, y Universidad de Pamplona, Colombia. Encuentro para
la presentación de una antología de su poesía, publicada en México, Cancún, por
la Editorial Presagios. Miembro del consejo editorial de la revista Poesía de
la Universidad de Carabobo. Ha publicado ensayos y textos poéticos en las
revistas Turia de España (Aragón), números 81-82; en Il foglio volante de
Italia, Nº 4, abril 2007; Piedra de molino, Arcos de la Frontera, España,
primavera de 2007, entre otras. En Venezuela, en la Revista Nacional de
Cultura, Imagen, Solar, Poda, et al.
Parte de su obra ha sido traducida al inglés, al italiano, al portugués y al árabe. En 2012 recibió de manos de las autoridades rectorales la máxima condecoración de la Universidad de Carabobo, la Orden “Alejo Zuloaga”, en el marco del X Encuentro Internacional de Poesía de la UC.
Parte de su obra ha sido traducida al inglés, al italiano, al portugués y al árabe. En 2012 recibió de manos de las autoridades rectorales la máxima condecoración de la Universidad de Carabobo, la Orden “Alejo Zuloaga”, en el marco del X Encuentro Internacional de Poesía de la UC.