Abel Robino |
Sobre el
estilo del emperador Lucio Séptimo Severo
Admiro el
estilo desprolijo y justo, Séptimo Severo,
con que
desmantelaste tu corte y construiste un corral de gallinas.
Soy ése al
que se le pega la envidia de tu ocurrencia
por bautizar
a tus plumíferas criaturas con el nombre de unos malos gobernantes.
Reverencio
esa técnica de traqueotomía a la retórica asmática
en semejante
suspiro de parodia.
Me pregunto
cómo hacer para copiarte esas largas
meditaciones
desengañadas, haciendo siesta sobre tus laureles.
Juro que he
intentado parodiar aquel discurso que te achacan cuando la invasión
de los
bárbaros era un hecho.
Si los
bárbaros admiran tanto nuestros automóviles, tanto desean a nuestras
mujeres
siliconadas y tanto babean por nuestro confort,
¿hasta dónde
puede decirse que sean bárbaros?
(Les hemos
inoculado la peste más exquisita: la civilización.)
Celebro tu
desvergüenza, Séptimo Severo,
cuando
calmaste a tu séquito chillón con un ademán hueco en el aire, ofreciendo
un banquete
en un puñado de maíz
y, sobre
todo, porque nunca negaste los orígenes:
un
recogimiento desencantado entre la lucidez y la vagancia.
Simulación de paisaje con flores
In memoriam Delfina Gil Soria
Hay momentos en
los cuales se debería contener la
respiración
para saber de qué
aguante valedero estamos hechos ante un sacrificio.
Supe de una mujer
que dominaba el acto visceral
de engullirse el
aire de su jardín y con esa atmósfera
enrarecida de
flores, lo soportaba todo, consumiendo gran parte
de sus reservas
sentimentales.
(También se
respira cuando no se respira, dice el deseo.)
Trababa el
diafragma y a fuerza de pura gimnasia inhaladora
se atascaba de
tallos, brotes y de los fofos verdines de las plantas.
Me enteré de su
muerte porque aquella mañana desperté
con el cuerpo
encorsetado de ronchas.
Desde una
gelatinosa imaginación de mal dormido
comprobé que las
almas suelen mugir a su manera
y, a falta de un
mayor emblema,
la mía acercaba
esta urticante y cómica ofrenda
para que ella no
dejase de reír desde la otra orilla
viendo algo
semejante a anémonas silvestres
sobre una carne casual.
Abel Robino nació en
Pergamino, Provincia de Buenos Aires, el 7 de octubre de 1952. Es poeta y
artista plástico. Estudió en la Facultad de Bellas Artes de La Plata. En esta
ciudad fundó en 1977 el Grupo Literario Latencia. Es Master en Artes Plásticas.
Desde 1982 reside en Francia. Publicó los siguientes libros de poesía: Obsesión
(1978); Las especies de la noche (l982); El estado de la quietud (1986); Hiel
por hiel (1997); Poemas (2004) y Burundanga (2013). Como artista plástico ha
expuesto en varios países de América, Europa y Asia, entre ellos: Argentina,
Brasil, Cuba, Francia, Bélgica, Alemania, Suecia y China (Beijing y Shangai).
Su poesía es reveladora de la más cruda realidad y se halla atravesada por el
doble exilio que implica estar en el mundo y vivir lejos de la propia tierra.
El desarraigo y la orfandad, derivados de esa situación, constituyen el
trasfondo de su creación más reciente. Robino mira el mundo y se mira a sí
mismo de manera irónica y descarnada, sin piedad ni autoconmiseración, pero
también sin reproches. Para Osvaldo Picardo, la suya es “una voz bestial que se
sabe traicionada por su propia sombra proyectada sobre la hoja de la poesía”.