Alfredo Hlito |
Ciertas formas del arte contemporáneo se
presentan asociadas con más frecuencia a la arquitectura que a la poesía. Esta asociación ampliamente justificada por
el desarrollo de la arquitectura y del arte moderno, ha dado origen también a
la formación de un prejuicio antiliterario que proviene del hábito de
considerar los aspectos visuales de nuestra cultura desvinculados de los
procesos verbales del pensamiento y de la expresión estética.
Sin embargo, esta desvinculación entre el
arte y la actividad del poeta es reciente. Casi todos los movimientos
artísticos posteriores al cubismo —incluido este mismo— promovieron una forma
de poesía, además de la poética que informó sus realizaciones. También el neoplasticismo contó con poetas y,
a través del dadaísmo, la poesía se difundió por todos los canales de la
actividad creadora.
Pero, a pesar de estos antecedentes
inmediatos, resulta cada vez más difícil encontrar asociada a la poesía
—repito: me refiero al poema escrito, no a la poética que informa todo proceso
creador— con cualquiera de las
manifestaciones visuales: pintura, escultura o arquitectura. En proporción,
resulta mucho más frecuente encontrar asociados, por ejemplo, una escultura y
un cepillo de dientes. (Aclaro que no tengo nada que oponer a esta asociación,
salvo si se me exigiera adoptar una actitud contemplativa hacia el cepillo de
dientes).
Para los fines de la difusión, al menos,
cultura moderna es con frecuencia el equivalente de ciertos objetos que poseen
un denominador óptico común.
¿Hay que deducir de esto la existencia de
una incompatibilidad esencial entre la poesía y el arte abstracto o concreto?
Además de lo absurdo de una suposición semejante, existe el hecho de una poesía
contemporánea que ha experimentado
vicisitudes semejantes, en muchos aspectos, a los experimentados por las demás
formas expresivas, aunque no estoy
autorizado para señalar las correspondencias que pueden existir entre ellas.
¿O es que el arte abstracto o concreto
está animado por una vocación esencialmente arquitectónica? Cualquiera sea el
grado de afinidad que pueda señalarse entre el arte y la arquitectura actuales,
lo cierto es que ambos responden a
necesidades distintas. Por lo demás, las similitudes formales que tanto han
impresionado, comienzan a quedar circunscriptas a un momento determinado del
desarrollo de esas formas. En una palabra: la correspondencia entre arte y
arquitectura es un acto modificable, no una ley. Hoy, los más lúcidos tienden a
concebir los procesos creadores con independencia de ingenuos dictados
estilísticos, con lo cual la correspondencia entre arte y arquitectura no se
interrumpe, sino que se traslade a un plano más sutil que el representado por
las semejanzas puramente formales.
La aparente desvinculación del arte
y la poesía actuales debe atribuirse, a
mi juicio, a la significación emocional otorgada hasta ahora a la categoría
relativamente reciente de visión. En la
categoría de visión se ha condensado, en efecto, la suma de los valores de una
cultura emergente. Lo visual ha sido con frecuencia el único dominio en el cual
era posible proyectar libremente. Por otra parte, lo visual, debido a su
condición presentativa,
autoautenticante, parece desdeñar el testimonio de la experiencia.
Desvinculada sin embargo de los procesos reales, librada a sus propias
combinaciones, la categoría de visión ha originado una retórica de la
frivolidad.
Digamos solamente que lo visual comienza
a ser sometido hoy a un proceso de control y de verificación tendiente a
explorar sus correlatos en la conducta y
en la función simbolizadora del hombre. Se tiende a fijar de este modo, los
distintos niveles o umbrales de simbolización visual.
Ni el arte concreto, ni la arquitectura
ni, en general, ninguno de los fenómenos agrupados en la categoría de visuales
son, en el fondo, visualidad pura.
Permeable a las significaciones
encargadas de trascender la pura visualidad, modificable en la duración, lo
visual se identifica menos con los objetos que con los procesos de la cultura
que convierten a esos objetos en símbolos de las operaciones del espíritu.
(Revista : Poesía, Buenos Aires; número 26, primavera 1957)
Alfredo Hlito (Buenos
Aires, 1923-1993). Artista plástico. Miembro cofundador de la Asociación Arte
Concreto-Invención y firma el Manifiesto Invencionista en 1946, asimismo
participó en exposiciones, junto a otros integrantes de la Asociación Arte
Concreto-Invención, en París. Colaboró con Tomás Maldonado en la fundación de
la revista Nueva Visión. En 1954 recibe el Premio Adquisición en la II Bienal
de San Pablo y, al año siguiente, participa en la XXVIII Bienal Internacional
de Arte de Venecia.
En 1987 se lleva a cabo una muestra retrospectiva
de su obra, "Alfredo Hlito. Obra pictórica 1945/1985", en el Museo de
Nacional de Bellas Artes. Entre las principales exhibiciones colectivas en las
que participa se encuentran Vanguardias de la década de los 40, arte
Concreto-Invención. Perceptismo en el Museo Eduardo Sívori de Buenos Aires
(1980), Arte Concreto Invención 1945. Recibió dos veces el Premio Konex, en 1982
y 1992, ambos en la disciplina pintura no figurativa.