Jorge Arbeleche |
Postales de Ansedonia
A Martha Canfield y David Antoniucci
Conjugación del agua
Así,
sin
prisa ni ansiedad
sin
muro vertical sin base
sin
límite de altura, sin vidrio
astillado
—alabastro, tal vez—,
donde
contorno y perfil se difuminan,
entonces,
percibo
entre el jardín de piedra y sombra
el
liquen asombrado y alegre ante mi paso
donde
paso revista a todo lo que fue
a
lo que pudo ser sin haber sido
al
vestigio aún ardoroso de la llama
—la
que fraguó al carbón
en
infinitos instantes de vértigo y asombro—
hasta
tornarlo canto, mano, diamante,
llaga
encendida por la ausencia
que
solo en el sueño se mitiga.
Porque
ardió la ceniza, el eco de la llama
aún
quema. Y la ausencia desborda
su
lava lacerante.
En
el vergel de herrumbre, así como el gusano
se
torna mariposa, una bahía nace. Respira. Serena como el aire.
Un
velero blanco —tan lejos como cerca—
surca
una mar perfecta. Para siempre.
Desterrados
los puntos cardinales.
Sin
más rumbo
que
el aliento de Dios sobre sus ondas.
Ansedonia,
18/08/2016
Conjugación del poniente
Es
el mismo y es otro.
Nunca
un milagro se asemeja al mismo.
Sabemos
que cada atardecer retorna
se
esconde y en sosegada espera
lo
aguardamos. Nos descifra la noche
a
los insomnes. Nos traduce la luz
y
nos descubre el pentagrama sonoro del coral.
Respeta
el contumaz encierro de la perla.
Todo
parece cerrarse bajo el agua.
En
tanto, abre la espuma
el
ritmo
único
y primero del canto
y
su silencio.
Conjugación del sueño
Enfermo
el mar, exhausto el aire,
el
viento trae aliento fétido de culpa,
sobre
la piel del agua se escucha
la
sigilosa cifra de la máscara.
Expande
sus alas la traición
bajo
cada perfil de sus disfraces.
En
un racimo de uvas húmedas
urdió
su trama la mentira.
La
gloria de luz de la manzana
oculta
el alerta silbido de la sierpe.
Su
agudo cascabel se enciende y apaga intermitente.
Cuando
la noche escale y suba al día
y
en su cumbre se unan
la
vertical escarpada del engaño
con
la serena horizontal de la piedad,
el
ángulo exacto del perdón
abolirá
sus llaves y serán uno
perdón
y perdonado.
Una
orden vendrá de la Armonía.
Podrá
volar el pez, nadar el ave,
nacer
la flor por tallos y raíces
guardiana
la corola será
de
semen y semilla.
(A
fuerza de soñar un sueño
tras
el otro, a fuerza de golpear
un
sueño contra otro, a veces,
los
sueños se vuelven realidad,
a
fuerza de soñarlos).
Conjugación
de la fe
De
tanto bien lo que no entiendo creo.
Garcilaso
de la Vega
La
copa del jardín más alta oculta
el
lacio palpitar de la bahía.
El
peso de su fruto anuncia
el
abono futuro del follaje
y
en paralelo fiel,
la
vocación de altura de la rama
enlazada
al enigma circular de su corola.
Velero
o pájaro, bajel o trino,
sin
ancla ni velamen sin ala
ni
la pluma, el río de la luz navega
el
aire, surca las fogatas, descubre
la
gruta de las algas,
se
oculta
detrás
del infranqueable muro de madréporas.
Entonces
se
cree en lo que se ignora.
Conjugación
de la sal
anoche
Martha preguntó
si
estaban demasiado salados
los
tomates
¿Cuándo
—si acaso lo sabemos—
estaremos
seguros del perfecto sabor
de
cada cosa? ellas están
en
el exacto ritmo del respiro
de
cada una en su sitio
desde
la cascada de luz de su esplendor.
A
veces son avaros los granos de la sal.
La
llaga abierta se consume pero no se cierra.
“En
un perfecto acuerdo de la balanza”
en
la nueva ensalada se compensan.
Anoche
los tomates colmaron
de
roja delicia la cena y el reposo.
En
un perfecto acuerdo de balanza
Juana
de Ibarbourou, Azor
Conjugación
sonora
El
bosque del coral entona a veces
su
turbia melodía, alguna vez es roja
como
relámpago de furia, crespo el aire,
otras,
semeja blanca como un hilo de nube
o
grave, como la sombra aleve de máscara
y
mentira o límpida, como clave o señal
de
manantial. Se entreveran se mezclan
se
confunden los acordes de una música
con
otra y el oído no distingue
los
compases oblicuos de agudo claroscuro.
Porque
es bifronte la Belleza y ciego
es
el ojo que la mira pero no la ve.
Conjugación del Mare Nostrum
Aquí
vieron su inicio el mar y los marinos.
Paralelos,
nadaron por vez primera y única
la
sirena y el pez. Aquí nació la luz.
El
reposo de la sombra equilibró con el sueño
la
vigilia. Los hombres de la orilla bautizaron
el
Agua. Descubrieron la llama detrás
de
las Fogatas. Supieron del diamante
en
la palpitante ceniza del carbón.
Cultivaron
la oliva, el vino, el trigo,
el
alevoso puñal de la traición la espada
criminal
y la conquista. La ruina
el
apogeo la historia y la memoria.
Galope
y vuelo. Centauro con paloma
en
nupcias de alta cumbre.
Gota
por gota modelaron sus ondas
la
perfección de Venus. Fundaron
la
Casa del Amor. El Templo.
Guardián
de las plegarias.
Mañana
tras mañana echa su red
al
mar un pescador. Se oficia
ese
ritual en gesto fiel
de
asombro y gratitud. Perpetuas.
Conjugación
del canto
Se
despereza temprano la mañana.
Sosiego
entre la niebla, detrás
el
monte, lejos el bosque, siempre
el
mar en empapado ecuador que los rodea.
Deshojada
la Rosa de los Vientos.
El
zafiro de Oriente se engarzó
en
el Oeste, el Norte respira
como
el Sur y el Sur respira
con
el Norte, los ríos retornan
a
ser dioses y los jóvenes vuelven
a
ser ríos. Estrenan la hermosura.
La
fundan. Vuelve a nacer el mar.
Abierta
queda la morada del canto.
Conjugación
de un hombre
Una
rosa.
La
aurora y el poniente.
Un
gesto de coraje
un
acto heroico.
Sin
pausa ni sosiego
la
aurora va al poniente
y
el poniente retorna hacia la aurora
en
el preciso ritmo que el círculo
dispone
en el orden exacto de las cosas.
Adentro
del círculo
galopa
el mediodía.
La
rosa exhala
la
plenitud circular de su fragancia.
Se
huele su perfume
se
presiente el húmedo temblor de cada pétalo.
Fuera
o dentro del círculo
la
cifra exacta de la Rosa
se
anuncia. Pero no se ve.
A
David Antoniucci, con gratitud y en préstamo
Conjugación del mirlo
el
mirlo canta
la
rama donde se posa, canta
—su
horizontal perfecta es eje del color y la forma—
a
veces
pasa
del agudo al grave
a
veces
pasa
del agudo al silbo
pájaro
canto
abajo
suena
sonido
de pisadas de ruedas o pezuñas
ni
canto ni pájaro lo escuchan
se
eleva con las alas, allí se posa
ya
dueño de la rama del follaje
del
árbol entero, sombra y fruto
el
canto se desprende de la rama
es
nube brisa murmullo de la sombra
pluma
más allá del ala
pistilo
y estambre en combustión
pezón
estremecido ovillo de la luz
juguetón
cachorro mañanero
estrenando
color de madrugada
Conjugación del trasluz
Alejado
del sueño, distante de las horas, miro la ausencia en acecho constante, estudio
y calculo cómo crece su sombra detrás de su carcaza, milímetro a milímetro en
progresión geométrica, arrastra el eco del barullo procaz de la rapiña, aturde
su zumbido incesante, acribilla los bordes de la noche descose el hilado de la
luz y se derrumba el día sobre las ruinas del tábano en el barro.
Cerca,
o atrás, tal vez a la derecha o a la izquierda fulgura cierta luz —a veces
alta— me sigue me persigue me envuelve me quema o ilumina me enciende el día me
conduce en lo oscuro alcanzo a ver las cosas al trasluz traduzco su derecho y
su revés me colma la sed o me ahoga de arena la garganta, desata la voz
encadenada, tartamuda, no conoce camino de salida, se atraganta escupe piedra,
no percibo si es latido o estertor lo que me tiembla. Escarpado el terreno y la
ruta. Sin señales. Oculta el punto de llegada.
El
Aire fluye. Por delante, alegre, triste por detrás.
Refresca
a veces. También a veces quema. Pero siempre salva.
Jorge
Arbeleche (Montevideo, Uruguay, en 1943) Poeta y
ensayista . En poesía ha publicado: Sangre de la luz (1968),Los instantes
(1970),Las Vísperas (1974),Los ángeles oscuros (1976),Alta noche (1979)La casa
de la piedra negra (1983),El aire sosegado (1989),Ejercicio de Amar
(1991),Ágape (1993), Alfa y Omega (1996), El guerrero (2005).En 1993, se edita
Ágape, una antología que, conmemorando 25 años de una incesante tarea
poética, restituye escritos de los ocho libros editados hasta ese momento. Es
miembro de número de la Academia Nacional de Letras del Uruguay y Premio
Nacional de Literatura (1999).