lunes, 26 de octubre de 2020

Sebastián Jorgi: FRANCISCO MATOS PAOLI, poeta en Puerto Rico

 


El cerco de Dios, Poesía – Antología, Ediciones Mairena, 1995.

     Esta antología consta de 157 páginas y fue editada en Puerto Rico, en la colección que dirige Manuel de la Puebla, que también escribe un importante estudio preliminar y que nos deja una de las semblanzas más precisas sobre el gran poeta de Puerto Rico. “Para la antología presente de Ediciones Mairena” – aclara Manuel de la Puebla – “he preferido una distribución distinta a la cronológica, con el propósito de llegar un mejor conocimiento del poeta y a los aspectos fundamentales de su obra”. Tal enfoque es un logro, ya que el compilador ha elegido el camino más espinoso, al mismo tiempo el más certero para asomarse al mundo poético de una de las personalidades más grandes de la poesía en lo que va del siglo. Una personalidad y un quehacer original de la poesía poco conocido en el cono sur, un tanto por las politizaciones sacralizadoras con respecto a algunas figuras “comprometidas” y otro tanto por el desconocimiento, la ignorancia de una crítica engolada, híbrida, “profesional”, cuando no, tamizada en el prejuicio. Francisco Matos Paoli, candidato permanente al Premio Nobel de literatura por su país, Puerto Rico, presenta su obra recién publicada, El cerco de Dios, a los lectores argentinos y merced a esta humilde intermediación periodística de mi parte, en nuestra columna de LA CAPITAL, de Mar del Plata. 

     Pero… ¿cómo nos asomamos a la ductilidad creativa, a la verba in situ y al numen lírico de Francisco Matos Paoli? Podemos hacerlo despacito, tímidamente, como el niño que hace la travesura y enseguida se repliega. Porque nos sentiremos en falta ante el atrevimiento. Sí, nada más que asomarnos, atisbar, esa “abertura/del alma que se puebla/ de todas las fragancias de la tierra”. Escribe en Canto de la esperanza: “Yo me abrí en la montaña…/ Más tarde me tuvo el mar…/ Desperté, manumitido por la gracia”: tres instancias del poema que se resuelven en el íntimo derrotero trazado de “la huella que rutila en la esperanza” y en “el Dador del cielo”, línea esta resumidora de una entrega a la Palabra-Dios. 

     Otro poema, Destino, nos da el poeta en estado de encantamiento: “Apenas yo me toco. Soy la brisa/ disfrazada de cielo”, personificación que se continúa en el desafío “¿Quién dijo que mi cauce se vacía?” para llegar a la constatación física, existencial y de fe en sí mismo: “Aún vivo: soy: me creo”. Y me retrotraigo a las lecturas de Karl Naspers y su fé filosófica: “Para tal fe, nuestro ser en el tiempo es encuentro de existencia y trascendencia, de lo eterno que somos a título de ser coreados y de lo eterno en sí”. Claro que no es fácil la poesía de Francisco Matos Paoli y se la ha tildado de hermética – con alguna gratuidad -, pero tal hermetismo deviene del estado de imaginación dictadora y del misterio mismo de una poesía elevada, de un corpus-lenguaje caudaloso y plurisignificativo. Entonces, ¿cuál es la perspectiva posible del “crítico” para la interpretación, pretenciosa  vivisección? Ninguna, cuando se trata de la gran poesía, afortunadamente. Y echo mano a unas líneas de Hugo Friedrich, en su estudio sobre Mallarmé: “Se cimenta por vía ontológica, la moderna hegemonía de la palabra, pero también la de la fantasía ilimitada. La palabra, así entendida, es el hecho creador del espíritu puro” y la próxima parada será en el poema La identidad espiritual, el que Francisco Matos Paoli catapulta con una interrogación; “Soy yo quien doy los pasos/ hacia la arena móvil del poniente?” para después consustanciarse el poeta con las “dulces laderas” del monte  y definirse en función del prójimo, “soy los otros”. Así, entre lenguaje y naturaleza – “A veces me paseo/ como una gran palabra/ que pertenece a todos” o “al ver multiplicadas las palomas/ encuentra las pupilas tan primeras/ de todo amanecer”- el poeta se va abriendo camino y se autoconstata en un espasmo contra-nihilista: “Sobre la nada elevo/ las alas insepultas: yo respiro” leemos en el poema El Tiempo, porque “sobre la nada elevo/ el fijo resplandor”, imagen de antítesis, de oposición, imagen de trabajo en la noche espiritual, me refiero a la noche creadora de San Juan de la Cruz. Claro que en Francisco Matos Paoli se tratará de una noche americana, nacida en Lares y continuada en el martirio de la prisión La Princesa, en donde Don Marcos estuvo confinado. Y de aquel tiempo de sufrimiento, porque mucho le dolía Puerto Rico, puede decirse que el 4 de enero de 1955 marca una especie de subida al Monte Carmelo en Matos (al igual que San Juan), una suerte de entrada “en el vuelo azul” para convertirse y escribir un Arte Poética elíptica en Sin nombre: “Yo ya soy un cielo ido/ sólo un cielo de palabras” y si recalamos en ese poema antológico, El exilio espiritual, un tono de humilde autorretrato, una parada existencial, un requerimiento ético para decirnos: 

     Pero al mismo tiempo hay una poesía de combate, contra toda hipocresía, contra toda mediocridad, “Soy como soy/ uno que se rebela contra la uniformidad/ contra la multitud/ y ya estamos en el poema Soy un cobarde, donde el poeta tomará distancia porque “vive de soledades innombrables”. Y qué no decir del estado de emoción dialéctica con Dios, esa deliberada enajenación creadora – “Porque me olvido de mí/ acudo al invisible titilar de la rosa” – en el poema La Felicidad, ese estado de ensoñación, “yo no vivo casi/ porque los sueños florecen cada vez más altos”, ese transitar anhelante de Dios, esa levitación celeste y terrenal al mismo tiempo – porque Jesús fue Dios y también hombre verdadero – y porque ahí están Lares, el pueblo natal, Puerto Rico y su dolor y también está, siempre emergente, la figura inolvidable del patriota, don Pedro Albizu Campos, su compañero de infortunios en la cárcel La Princesa en los años cincuenta. Bien lo expresa en el estudio preliminar y las introducciones a cada sección del libro el profesor Manuel de la Puebla, con genuina posición, sin impostaciones intelectuales, de manera que nos acerca esa gran figura de las letras americanas – como diría nuestro poeta Rubén Vela, esa América “sin el Arco del Triunfo”, esa profunda América, “nuestra madre sobre las aguas”-. Y nos lo acerca don Manuel de la Puebla con fina sensibilidad de crítico, pero sobre todo porque él es esencialmente poeta.

    Pero voy a terminar esta nota – parte de lo que será mi humilde homenaje a Don Francisco Matos Paoli – recordando un párrafo del capítulo sexto de la Subida al Monte Carmelo de San Juan de la Cruz: “Habiendo, pues, de tratar de inducir las tres potencias del alma, entendimiento, memoria y voluntad, en esta noche espiritual, que es el medio de la divina unión, necesario es dar a entender en este capítulo las tres virtudes teologales: Fe, esperanza y caridad…la fe en el entendimiento, la esperanza en la memoria y la caridad en la voluntad”. Se me disculparán mis citas, pero todo no es más que un intento de acercamiento al gran poeta que acaba de cumplir 80 años, una recordación gozada de su poesía, ese fluir constante de él mismo encarnado en lenguaje – hasta se me ocurre una explosión rubendariana cien años después – para orgullo de nuestra América toda y de la tierra borincana, porque “sin la memoria/ el vaso de los soles se disipa/ en el desconocimiento”. 

Sebastían Jorgi (Lanús, Buenos Aires, 1942) Novelista, cuentista, dramaturgo, ensayista, poeta, letrista, investigador y docente. Ha ejercido el periodismo deportivo y cultural en los medios más importantes del país. En 2011 se publicaron sus cuentos completos: Por Todo el Camino. Su obra ha sido distinguida en varias oportunidades con los premios: Eduardo Mallea (Municipalidad de Buenos Aires), PEN Club (Argentina), Villajoyosa (Alicante, España), Iberoamericano  Javiera Carrera (Chile), entre otros reconocimientos.