jueves, 25 de agosto de 2022

Esteban Moore: Gregory Corso -El ángel de las musas-

 


Gregory Corso (1930-20019



Gregory Corso nació el 26 de marzo de 1930, en el Hospital San Vicente en Greenwich Village, en la ciudad de Nueva York.  Fue bautizado  Nunzio, posteriormente en su confirmación adoptaría el Gregory definitivo. Su madre,  Michelina Colonna, antes que cumpliera el año, lo abandonó en un orfanato católico. Su padre, Fortunato ‘Sam’ Corso, quien no  quiso hacerse cargo de él, autorizó que lo entregaran en custodia  a un hogar sustituto. 
Los próximos once años viviría en varios hogares distintos. En ellos, muchas veces sería severamente castigado, al respecto recuerda “si volcaba el dulce, mis padres sustitutos me daban una paliza, y si esto coincidía con una de las ocasionales visitas de mi padre, él también me daba un paliza, cobraba doble.”   

Las escuelas católicas a las que asistió, donde se destacaría como un excelente alumno y la iglesia parroquial, en la que fue un atento y solícito monaguillo, dejarían marcas indelebles en su personalidad.  En este período desarrollaría su afecto y admiración por santos y religiosos,  a los que se referiría como: “Mis únicos héroes.” 

Luego  de que la aviación del imperio del sol naciente bombardeara  Pearl Harbor (1941), los Estados Unidos le declaran la guerra a las fuerzas del Eje. El padre de Corso, para evitar ser reclutado, se declara único  sostén de su hijo y  lo lleva a vivir con él. Sin embargo, su ardid fracasa y es enviado al frente de combate.  Gregory, abandonado nuevamente, no tiene donde vivir, se decide entonces a hacerlo en las calles de la Pequeña Italia Little Italy, el barrio italiano en Nueva York.

Durante el invierno dormía en las estaciones del subterráneo y en el verano lo hacía sobre las terrazas  y techos de los edificios. Continuó asistiendo a la escuela parroquial, ocultando el hecho de que estaba viviendo en las calles. Su supervivencia  dependió de la generosidad de los empleados de la panadería Vesubio, los que según Corso le permitían hurtar pan y facturas para su desayuno y de los comerciantes y los encargados de los distintos puestos de comida del barrio, quienes le pagaban los mandados que le encomendaban con alimentos. Cierta vez le pidieron  que llevara una tostadora a un vecino, en el camino se la vendió a un transeúnte. Fue arrestado y condenado a cuatro meses de detención en The Tombs, entonces la cárcel más violenta de la ciudad, allí recibió tantas golpizas que desesperado atravesó con sus manos los cristales de una ventana para que lo enviaran al hospital, donde estuvo bajo observación  varios meses en el pabellón psiquiátrico.

En 1946, participó de un robo a una dependencia de una  institución de crédito, su parte del botín  fue de U$S 7.000, para la época una pequeña fortuna. Al ser denunciado por uno de sus cómplices es arrestado, juzgado y condenado a tres años de encierro en la Prisión Estatal, en Dannemora, Nueva york, aún era menor de edad, sólo tenía 16 años. En la cárcel habría de compartir sus días con peligrosos delincuentes, asesinos y violadores, sin embargo su buena estrella no habría de abandonarlo, pues debido a su ascendencia italiana recibiría la protección de varios integrantes de las familias mafiosas de Nueva York que cumplían condena en ese penal, entre ellos el temible  Richard ‘Richie’  Biello. Por ser Corso el preso más joven de la población carcelaria lo adoptaron como su mascota, mandadero  y bufón.  Allí comenzó su educación literaria. Guiado por un preso que colaboraba en la biblioteca leyó palabra a palabra un viejo diccionario, luego vinieron Los Hermanos Karamazov, Los miserables, los volúmenes del historiador Will Durant; Christopher Marlowe, Thomas Chattterton   y fundamentalmente la obra de los integrantes de la segunda generación de románticos ingleses, Byron, Shelley y Keats, entre quienes Shelley sería su favorito. 

Habiendo cumplido su condena se instala en Greenwich Village, trabaja para un confeccionista de vestimenta y por las noches asiste regularmente al Pony Stable, un bar de lesbianas. Su carácter, humor y payasadas lo convierten rápidamente en el personaje del lugar. Las parroquianas que se divertían con sus ocurrencias lo dejaban ocupar, noche tras noche, una mesa donde escribía febrilmente sus poemas. Una noche visitó el bar Allen Ginsberg quien al verlo allí sentado, se sintió atraído por su buena presencia y el  magnetismo  y energía que emanaba de su cuerpo. Ginsberg quizás se acerco a él con intenciones sexuales, sin embargo, Corso, un manifiesto heterosexual, supo sacar beneficio de la situación y le hizo pagar las cervezas. Y, no dejó  de aprovechar la circunstancia para leerle algunos de sus poemas que impresionaron a Ginsberg profundamente. 

Allen Ginsberg posteriormente le presentará a otros escritores que unos años más tarde constituirían el núcleo central de los Beats: Jack kerouac y William S. Burroughs. Ellos vieron en él a un poeta educado en las calles que tenía el potencial necesario para expresar su pensamiento poético, que si bien estaba anclado en la tradición clásica, proponía una mirada diferenciada de aquella de la generación que los antecedió. El encuentro de estos escritores no sólo es  un punto de inflexión en sus propias vidas, sino también en la literatura norteamericana. 

La necesidad de profundizar sus conocimientos lo inducen a trasladarse  en 1954 a Cambridge, Massachusetts, donde los poetas Edward Marshall y John Wieners de la llamada Escuela de Boston, estaban experimentando con las poéticas de la voz.  Allí concentra sus actividades en la biblioteca de la universidad de Harvard donde pasa sus días leyendo; y asistiendo furtivamente a clases dedicadas a los clásicos griegos y latinos. En Harvard rápidamente hizo amigos, entre ellos, Peter Sourian, Bobby Sedwick y Paul Grand, quienes lo dejaban dormir  sobre el piso en sus habitaciones y le prestaban ropa elegante para que pasara desapercibido en el comedor universitario. Todo parecía marchar sobre ruedas, hasta que los integrantes de una de las  hermandades universitarias, The Porcellian Club,  quizás la más elitista de todas, descubrieron su presencia y le solicitaron al rector que expulsara al intruso. Pero, ante la sorpresa de los denunciantes el rector, el poeta Archibald MacLeish, entrevistó a Corso, leyó sus poemas y  decidió darle la autorización para asistir a clase como alumno oyente, otorgándole el status  de poeta residente.   

Ese año publicó sus primeros poemas en el Harvard Advocate,  la revista literaria de la universidad y el reconocido teatro de los poetas estrenó su obra This Hung-Up Age simultáneamente  con Asesinato en la catedral de T.S. Eliot. Sus amigos de Harvard  al año siguiente reunieron el dinero para imprimir su primer libro: The Vestal Lady on Brattle, and Other Poems (1955).

Ginsberg y Kerouac se habían trasladado a  San Francisco. Corso  que se hallaba temporariamente  en Los Ángeles decide seguir sus  pasos. Llega allí el día después de la histórica lectura  de poesía en la Six Gallery (7 de octubre 1955) en la que participaron Michael McClure, Gary Snyder, Philip Whalen, Philip Lamantia y Allen Ginsberg quien leyó  Aullido, produciendo conmoción en los medios poéticos de la ciudad.  A partir de esta lectura, Ginsberg y Corso realizaron varias lecturas en San Francisco, luego partieron hacia Big Sur a visitar a Henry Miller y a Los Ángeles invitados por Anaïs Nin y Lawrence Lipton. Antes de regresar a Nueva York  visitaron a Jack Kerouac  en ciudad de México. 

En 1957, viaja Europa, instalándose en una pensión en París. Desde allí se trasladaría a otras ciudades donde residiría durante extensos períodos, estudiando idiomas e interiorizándose en las diversas poéticas contemporáneas europeas. Allí recibiría la visita de Ginsberg y Burroughs. Cuando sus finanzas se lo permitían regresaba a los Estados Unidos, donde publicaría Gasoline (1958, prologado por Allen Ginsberg y dedicado a “los ángeles de la prisión quienes a mis diecisiete años me entregaron desde las celdas que rodeaban la mía, libros que me iluminaron.”) 

Sus  estadías en París fueron  provechosas, allí terminó The Happy Birthday of Death (1960), al que le siguieron Minutes to Go (1960, poesía visual en colaboración con William S. Burroughs, Sinclair Beiles y  Brion Gysin), The American Express (1961, su única novela) y  Long Live Man (1962). 

A comienzos de los 60 ingresa en el departamento de inglés de la Universidad de Nueva York en Buffalo,  será despedido en 1965,  pues se niega a firmar una declaración jurada estableciendo (aunque no estaba afiliado) que no era miembro del partido comunista.  En los años siguientes enseñó en distintas universidades, siempre por poco tiempo, pues invariablemente entraba en conflicto con las autoridades, debido en la mayoría de los casos a  las quejas elevadas por los sectores académicos de las mismas. 

 Junto a Allen Ginsberg y Peter Orlovsky recorrerá su país y Europa leyendo su trabajo y residirá  varios años en Italia y Grecia. En una visita a su país declara que su destino es la poesía y ésta su única salvación y da a conocer en 1970 Elegiac Feelings American  al que le seguirán:   The Night Last Night was at its Nightest (1972) Earth Egg (1974) Herald of the Autochthonic Spirit (1981), Mind Field (1989),  Mindfield: New and Selected Poems (1989, poetry).  Sin embargo, ya a partir de mediados de los 70 su producción poética disminuirá, debido a su alcoholismo y el abuso de heroína que en muchas oportunidades financiará con  la venta de sus libretas de notas, apuntes y poemas, muchos aún inéditos, a las bibliotecas de universidades norteamericanas. 

Gregory Corso fue un auténtico bohemio, sobrevivió realizando tareas diversas, dependiente en una florería, vendedor de biblias,  dando ocasionales cursos de escritura creativa, recitando sus poemas, sus derechos de autor y  fundamentalmente la generosidad de sus amigos, entre ellos Francis Ford Coppola que le pidió que hiciera un cameo en el Padrino III.  En  “Llegando al poema” declara: “He vivido por la benevolencia de judíos y muchachas/ no tengo posesiones /y nada me ha de  faltar…” (por judíos léase Allen Ginsberg).

En la última etapa de su vida le irritaba sobremanera aparecer en público, ya sea en una lectura de poesía o una entrevista, en la mayoría de los casos las rechazaba. Pero, más que nada le molestaba su fama como una celebridad del movimiento beat. Nunca autorizó que se escribiera sobre su vida, sólo póstumamente habría de aparecer una selección de sus cartas titulada artificiosamente  Una biografía accidental.

No obstante, en los 90 a instancias de Allen Ginsberg se reunió con el director cinematográfico Gustave Reininger con quien tuvo largas conversaciones,   en las que lo sometió a un extenso cuestionario que incluyó preguntas sobre el poema de Gilgamesh, Heráclito y San Clemente de Alejandría.  Sólo después de que el cineasta aprobara el exámen, acordaron realizar un documental sobre su vida: Corso: el último de los beats; en el que participaron, entre otros,  Ethan Hawke, Bob Dylan, Patti Smith, Lawrence Ferlinghetti, William Burroughs, Deborah Harry y Allen Ginsberg. El plan consistía en realizar un viaje con el poeta por  Francia, Italia y Grecia para reconstruir los inicios del movimiento beat. En Venecia frente a la cámara habría de lamentarse por no haber tenido una madre y haber vivido una dolorosa infancia. 

Se propuso entonces averiguar en qué cementerio estaría enterrada Michelina Colonna, ya que su padre le había dicho que luego de abandonarlo ella había regresado  a Italia. Discretamente Reininger inició la búsqueda y sorprendentemente ella apareció viva y no en Italia, sino en Trenton, Nueva Jersey. Corso rápidamente desarrolló entonces una estrecha relación con ella y en varias ocasiones vacacionaron en Atlantic City para jugar al blackjack en los casinos de esta ciudad, donde él regularmente perdía, hecho que  lo  obligaba a  aceptar que su madre siempre compartiera con él sus ganancias.  

El reencuentro sostuvo Corso, cicatrizó viejas heridas espirituales y le devolvió la energía  para retomar la escritura,  convenciéndolo además que su vida había dado un giro completo.  Pero, como él dijo en distintas oportunidades, la musa  como “la vida nos brinda sorpresas inesperadas”, intensos dolores lo obligan a ir a un hospital, donde se le diagnostica un cáncer de próstata que debido a su descuido ya se había ramificado. Fallece el 17 de enero de 2001 en la casa de una de sus  hijas Sheri, en la ciudad de Robbinsdale, Minnesota. Además de Sheri, Gregory Corso en sus tres matrimonios fue padre de otras dos hijas, dos hijos, quienes le dieron siete nietos y un biznieto.   

Un grupo de sus amigos, en los Estados Unidos, entre ellos, Robert Richards y su abogado Roger Yarra decidieron cumplir con su último deseo: “Ser enterrado en Roma en el mismo lugar donde fueron sepultados  "mis amados Percy Shelley y John Keats.”  

La tarea no sería fácil, pues las autoridades romanas,  sólo en ocasiones fuera de lo ordinario, otorgaban  la autorización necesaria para realizar entierros en el cementerio para no católicos, “Cimitero Acattolico”, conocido también como el de “los ingleses”, patrimonio histórico de la ciudad, donde descansaban los restos de sus admirados poetas. No obstante, Hannelore Messner, quién residía en Roma luego de varias negociaciones y agotadores trámites obtuvo el permiso pertinente.  Entonces su hija Sheri acompañada por una docena de amigos de su padre trasladó  desde los Estados Unidos las cenizas de Corso a Roma. 

Unas doscientas personas  se reunieron el domingo 5 de mayo de 2001 en el “Cimetero Acattolico” para  brindarle la despedida final, entre ellos, Massimo De Feo y Corine Young. La urna conteniendo sus cenizas fue colocada en un foso frente a la tumba de Shelley y no muy lejos de la de Keats.  Roger Yarra y Penny Arcade leyeron algunos de sus poemas con música de fondo de Mozart, luego   los asistentes  lanzaron una lluvia de pétalos de rosa sobre la urna, flor que el poeta amaba. Cuando llegó el momento de cubrirla con tierra un clarinete rompió el silencio tocando viejas canciones revolucionarias españolas.


Post Mortem

 El tardío estreno oficial de Corso: el último de los beats en 2009, obtuvo para su director distinciones y premios en los festivales internacionales  en los que compitió, no solamente por ser un significativo ejemplo del cinema verité, sino en buena medida por el sujeto de la narración.  A pesar de su relativo éxito de público, tuvo un interesante impacto en ciertos medios especializados, los que despertaron un nuevo interés por la obra de Corso. Sin embargo, de mayor relevancia que aquello que se denominó el ‘redescubrimiento’  o ‘nueva puesta en escena’ del poeta, son las preguntas  que a partir de este documental quedan flotando en el aire.  

Si a Gregory Corso se lo consideraba ‘un poeta para poetas’ (Ginsberg, Kerouac, Burroughs), ‘que poseía una  voz propia’ (Creeley), ‘uno que en términos lingüísticos transfiere toda la potencia de la sintaxis y la retórica a su verso sosteniendo una actitud antiacadémica’(Carruth), cuyos poemas despiertan nuevas posibilidades para la palabra escrita (Bob Dylan); y, que además, a partir de Gasolina (1958) tuvo en los 60 y 70  una amplia audiencia que lo valoraba como uno de los renovadores de la poesía norteamericana contemporánea: ¿Cuáles serían entonces los motivos que relegan, al poseedor de una de las voces centrales  del movimiento beat, a un segundo plano? 

Los poetas y lectores que no rechazaron su trabajo, aquellos fieles que lo acompañaron a través de su marcha por el desierto, no tienen ninguna duda al respecto,  su marginación se debió en gran parte a su personalidad. Corso era un bromista irreverente, no tenía pelos en la  lengua y  nunca se privó de burlarse de las instituciones. En no pocas ocasiones la universidad, los académicos y los poetas inclinados hacia procedimientos formales habrían de sufrir, muchas veces en carne propia, sus desplantes y, en alguna medida, su desprecio. La respuesta de aquellos que controlaban entonces el panorama poético norteamericano varió entre el silencio, la negación o el repudio de su obra, encarnado, entre otros críticos, por Diana Trilling, Norman Podhoretz y John Hollander. 

 En 1960, Robert Lowell, entonces integrante de la tribu del metro y la rima, dividió la poesía norteamericana en  ‘cocida y cruda’ (cooked & raw),  las nuevas tendencias, entre ellas las divergentes poéticas de los Beats que tanta influencia tuvieron con la transformación de la poesía norteamericana en el siglo XX, pertenecían según él,  a la segunda categoría. Años más tarde, cuando parecía que el fenómeno del movimiento Beat se apagaba, Lowell en una carta a Elisabeth Bishop  escribió convencido: ‘una vez que los Beats desaparezcan será el tiempo de los profesionales’. Lo que definitivamente no comprendió es que la rebeldía poética de los Beats no estaba dirigida hacia él o hacia aquellos que él denominaba ‘los  profesionales’, sino hacia la medida. Enfrentamiento definido por Annie Finch  como: “la provechosa disputa con el metro, especialmente el pentámetro yámbico”; anteriormente  T.S. Eliot se había referido a este procedimiento en la poesía moderna perceptible ya  en las primeras décadas del siglo, considerándolo un “ataque contra el pentámetro yámbico”. Los Beats lo entendieron tempranamente, eran conscientes de que para expresarse,  el vehículo de dicha operación  -el verso,  en sus palabras, ‘the line’- , debía consolidar formas abiertas y que para ello debían revisarse  las convenciones prosódicas.   

 Las ácidas opiniones de Corso sobre el medio poético, su incorrección política y su exacerbado autodidactismo, la obsesión de leerlo todo -producto de un escritor que no tuvo una educación formal- y su rotundo antiacademicismo, fueron en gran parte los motivos  por los cuales los profesores poetas que administran la industria de los programas de escritura en las universidades norteamericanas, excluyeran su obra de la currícula. Esto no sólo le restaría lectores sino que dificultó la reedición de su obra  y lo que es más importante indujo a los antólogos a prescindir de su nombre y  a los jurados de los distintos premios literarios,  a convertirlo como sostuvo Allen Ginsberg, en el  poeta “menos premiado de nuestro tiempo”. 

No obstante, esto no pareció incomodarlo. Su consuelo, pasar largas temporadas en Europa,  aguardando la visita de las hijas de Zeus, particularmente las de  Erato y Calíope, a las que se refería, dependiendo de la ocasión,  invariablemente en singular —su constante alusión a la Musa también perturbó  a ciertos  poetas profesores, quienes sostuvieron  que Corso la utilizaba como un escudo pues era un poeta sin mayor relevancia quien sólo había tenido en su escritura escasos y contados momentos de lucidez—   y releyendo vorazmente a su amigo Henri Michaux, los mitos griegos y egipcios, el Libro de los muertos y a distintos poetas, entre ellos, Mayakovsky, Artaud, Lorca, Shelley, Rimbaud, Crane y  O’Hara.   

A pesar de la oposición a su trabajo a partir de 1989 varios autores se interesan por su poética y comienzan un lento proceso de reivindicación  de su nombre entre los autores que protagonizaron la renovación de la poesía en habla inglesa: Gregory Stephenson publica Exiled Angel, al que le seguirán entre otros trabajos sobre su obra y persona:  A Clown in the Grave, Michael Skau (1999); Gregory Corso: Doubting Thomist , Kirby Olson (2002);  Against Oblivion, Ian Hamilton (2002); Accidental Biography, (2003, prólogado por Patti Smith); Beat Poetry, Larry Beckett (2012); Three Radical Poets: Allen Ginsberg, Gregory Corso, Adrienne Rich, Eliot Katz (2013).  La noción de que Corso, muy difundida en el medio literario, era un poeta desprolijo (sloppy), que no contaba con los instrumentos para definir su propia poética, comienza a diluirse.

 Allen Ginsberg en la primavera de 1994, lo invita a participar en un seminario en la Universidad de Nueva York e incluye su obra entre los autores de lectura obligatoria .  Le dedica una jornada,  una clase dedicada exclusivamente a Corso, evaluó su poética destacando su complejidad; una que en sus palabras traslada las abstracciones  al lenguaje del hombre de la calle, transformándolas en lengua viviente.  Un poeta que recurre a su conocimiento de la calle, la sabiduría popular que es balanceada cuidadosamente con su lectura de los clásicos. Corso, destaca posee una habilidad extrema para destilar la esencia de conceptos arquetípicos, reciclándolos con humor, renovándolos. Asimismo, examina, contrasta y transmuta con agudeza e ingenio distintos  aspectos de la cultura popular y es un crítico severo de las convenciones. 

Gregory Corso solía repetir: “Nunca moriré, porque cuando esté muerto no lo sabré.”   Aunque no lo sepa no ha muerto pues nos ha dejado su obra cuya lectura nos lo devuelve tan vivo como siempre. 

En la actualidad ya nadie pone en duda que ha sido una de las figuras más influyentes del movimiento Beat en el imaginario poético de su país y que su voz, como dijo William Burroughs: “resuena a través de un futuro precario.”