Horacio Verzi. Nació en Montevideo en 1946 y desde hace algunos años reparte su vida entre Roma y La Barra de Maldonado. Licenciado en Lengua y Literatura Hispánicas, fue editor de noticias y corresponsal en Nicaragua durante la revolución del Frente Sandinista, docente e investigador literario en Casa de las Américas, fundador y director de la revista cultural Graffiti. Publicó dos libros de cuentos y siete novelas.
En 2013 recibió el Premio Nacional de Literatura, otorgado por el Ministerio de Educación y Cultura de Uruguay, por su novela El infinito es solo una forma de hablar.También recibió el Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar (Casa de las Américas, 2004 )por Reliquia familiar; y la Mención Ministerio Educación y Cultura en 1999 por su novela Toda la muerte y el Primer Premio de Narrativa del Certamen Anual Latinoamericano. EDUCA ,Costa Rica, (1983) por la novela El mismo invisible pecho del cielo.
Fragmento:
…Vagamente recuerda que fue considerado como el ave que entregó el conocimiento al hombre, y que por lo tanto es portador de ingenio, inteligencia y sabiduría, salvo que el conocimiento necesariamente conlleve en su esencia el mal augurio. Y entiende lógico recordar que es el primer pájaro nombrado en la Biblia, el que suelta Noé para saber si las aguas han bajado, y también que los cuervos llevaron carne y pan a Elías el profeta mientras estuvo escondido al este del Jordán, y que Jesús los puso como ejemplo “porque el alma vale más que el alimento, y el cuerpo que la ropa”, y les dijo a gentes cubiertas de polvo y tierra y encallecidas que se fijaran en los cuervos, “que ni siembran ni siegan, y no tienen bodega ni granero, y sin embargo Dios los alimenta”. Y si aparecen en la Biblia y si Jesús entendió que el cotejo con el cuervo advierte el peso y el paso del secreto destino, Jesús también le habló a ella, le habló entonces y le sigue hablando aunque las voces se le pierdan, aunque la palabra se hunda como un pez en las fuentes del mar interior, y no sabe cómo ni cuándo, pero le seguirá hablando en el trazo impreciso de una letra, en un verso, en una estatua sin cabeza o en la invisible red que hila el cuervo en el vuelo.
Pero ¿qué recriminación les puede caber a los cuervos? Este, en suma, ¿no es acaso el mundo concebido por un creador? ¿No fue Averroes el que dijo que al artesano se le conoce por su obra? Con estas mismas palabras se lo preguntó hace años. Galaxias reventándose contra otras galaxias, planetas calcinados por soles que les dieron luz por un tiempo, caos a velocidades inimaginables, y la ferocidad, la de la carne y la ferocidad del todo, porque el todo fue en esta tierra concebido devorador (salvo en aquel sueño de una tierra virginal y prístina, donde los leones no matan, los lobos no se llevan a los corderos y los cerdos no saben que los granos son para comer, dijo una vez a la sombra de un ligustro), porque no hay sustancia ni figura que para su sobrevivencia no se vea obligada a destruir y devorar: animales comiendo animales (la mayoría de las veces antes de que mueran), animales comiendo plantas, plantas también devorándose entre sí, hombres devorando hombres (siempre antes de que mueran), absolutamente todo lo animado tiene que romper para existir, deshacer para volver a ser, aunque esa lógica sea indescifrable para los humanos, una lógica intrínseca del enigma y la química loca; así, más o menos así lo expresó en un pasado no muy lejano, que ninguno de los dos puede olvidar. Y todo ello sin considerar que también entra en la lógica de la sobrevivencia azotar o ser azotado, le oyeron decir, elevando la vista hacia el fondo del palmeral, donde se vislumbraba un viejo zaino colorado:
─No es más que un caballo, y los caballos nos los ha dado Dios para azotarlos. Y observen ─añadió, para estupor del hombre que hoy duerme con ella─ que del otro lado no está el mar, ni miden sus pasos las grandes olas inflexibles.