jueves, 18 de agosto de 2022

Rogelio Ramos Signes: Poemas

 

Rogelio Ramos Signes 













De nuevo en la carretera

52 años tarde me enteré de la muerte de Alan Wilson.
Él venía cantándome desde antes en un viejo disco
que siempre imaginé diferente y nuevo.
Dicen que nunca es tarde para enterarse de las buenas noticias.
¿Y de las malas? pregunto.

Ahora mi discurso tiene que cambiar, debo hablar en pretérito
aunque deseo seguir escuchándolo en estricto presente
con su voz de eterno muchachito que amaba la naturaleza,
que sufría pensando en la desaparición de los bosques de secuoyas,
en los desastres costeros y en la contaminación de la luna.
Era muy inocente, creía que el hombre ya había empezado
a pisotearla y a tirar envases de plástico en cualquier parte,
tal vez porque vivía en el cañón de Topanga
(California)
a 256 kilómetros del desierto de Mojave
(California también),
escenario del alunizaje televisado,
muchachito conservacionista de Massachusetts
46 horas de carretera a velocidad constante,
pero ¡quién no se detiene en una gasolinera
a cargar combustible, tomar un café, ir al baño!

¡Qué malas eran las comunicaciones décadas atrás!
Lo seres bienqueridos se morían y ni siquiera te enterabas.

Y ahora, creo que es inevitable preguntarme
qué hace un búho ciego con una lata de calor envasado.
¡Cómo que es una pregunta poco usual!
¡Desde cuándo la poesía necesitó ser coherente
para retratar la angustia de alguien que ingresa en la tristeza
52 años tarde.


Simulacro de destierro

Creía que pasar una noche fuera de su casa
sería como fundarse nuevamente, como ser distinta.
Una simple noche de hotel, otras sábanas, otro baño,
otro ruido en las calles, las sirenas ululando diferente
mucho más cerca entre tanto edificio, ningún ladrido.

Sólo fue diferente el ángulo del sol entrando por la ventana
a la mañana siguiente, sobre esas otras sábanas,
sobre sus propias pertenencias compradas en oferta,
de muchacha desnuda, sola, en una habitación impersonal
necesitada de llorar sin freno, sin bozal, sin espejo
como en un desolado cuadro de Hopper, igual que antes.

Y volver a su casa de todos los días, donde el sol
también entra por la ventana, pero a la tarde;
las sirenas también aúllan, pero a lo lejos,
y mirar a todos como diciendo “yo sé lo que es estar en el exilio”
aunque allá no ladraban los perros todo el tiempo
ni había olor a pan tostado ni una madre esperándola en la cocina.


Otros modos, otras lecturas

Cuando los viejos decían que cambiaría el viento
sí  /  cambiaba el viento.
Después del Zonda viene el Sur
repetían como un mantra
que sólo practicaban cuando el tiempo y el paisaje
quedaban detenidos en el espacio,
cuando el calor parecía no tener límite
y los poros dejaban de respirar.
Esta noche, seguro, cambia el viento
y el viento, por supuesto, cambiaba.
Todos pensábamos ¡Qué lindo!
¿Cómo saben cuándo termina el Zonda y se viene el Sur?
¿En qué momento empezaré a ser viejo como ellos
o en qué momento empezaré a saber?
que es lo mismo en definitiva.
Por eso ellos sabían que el Zonda
era el único fuego sin color
pero con arena y a veces un remolino
(una bruja, decían ellos, no un remolino)
y el viento Zonda no era un viento
sino un estado imprudente del alma sin sosiego
y más allá, en su origen, en el Oeste, la cordillera
con la nieve tan blanca y por siempre fría.
¿Y el Sur, entonces, qué era el Sur?
No tuve tiempo de preguntarles.
Se me murieron antes.


Tiempo de replanteos

Cierta vez, año 90 más o menos,
en una vieja chatarrería en Banda del Río Salí
vi dos chanchos comiendo la puerta de un auto,
seguramente era por el óxido.
Años después lo recordé en una conversación
y mis amigos de entonces se rieron suspicaces;
tal vez creyeron que esa historia era una andaluzada
propia de mis ancestros malagueños.
Esa noche no logré dormir
y no porque hubiese luna llena, que es lo usual en mí,
sino porque a mi relato
le había faltado la segunda parte
la que no pude contar por la risa de ellos;
la parte que refrenda; la que da identidad.
Es que en “Gato negro, gato blanco”,
una película de Kusturica del año 98
aparece un cerdo comiendo la puerta de un auto;
seguramente lo hacía por el óxido también.

Conclusión: en lo curioso de la vida
al igual que en las cátedras universitarias
de nada valen tus conclusiones
sin una bibliografía que las acredite.


La palabra placer es pequeña con relación a su significado

Dice la borra del café que la vida que me espera es pelirroja.
La valija que cruza la cordillera en la bodega es pelirroja.
La que colecciona miradas, como si fuesen almanaques.
La muerte no deseada, que nos aguarda en la esquina.
La que habla con Jehová cuando Jehová está en silencio
es pelirroja, y es pelirroja la llave que lleva a la cocina.
Es pelirroja la centinela que ya no me pide documentos.
La mamífera siempre atenta y solidaria es pelirroja.
La que dice buenos días y es parte invisible del bosque.
La que cuenta sus canas pero no las arranca
porque dicen que dicen que en su lugar crecen siete más.
La noche que cierra un día agitado es pelirroja.
La blusa que se llevó el agua del río es pelirroja.
Es pelirroja la cuchara de madera que bate la crema
y la papa que cruje en la sartén, y una tecla del piano
y la Gioconda que llora y la letra R que mira hacia el Oeste.
Es pelirroja la última palabra de la última página
del último libro que habré de leer, o de escribir.
Es pelirroja la campana que anuncia la medianoche
y la puerta que te tiene en clausura también es pelirroja.


La “guerra necesaria” de la que hablaba José Martí

Igual que León Felipe
yo tampoco tuve un abuelo
que ganara una batalla.
Mi abuelo la perdió en 1895
en heroica tierra cubana,
y la realeza española
le regaló su propio rifle
para que recordara su derrota,
y le asignó una pensión
de no sé cuántas pesetas
que nunca llegó a cobrar
y su esposa tampoco
y mucho menos sus hijos.

La vida es así,
como el revés de un cuadro
que nadie se atreve a descolgar
por temor a las arañas.



Rogelio Ramos Signes nació en La Rioja a fines de 1949, pasó su infancia en San Juan, su adolescencia en Rosario, y reside en Tucumán desde 1972.
Es poeta, narrador, ensayista, periodista y difusor cultural.
Ha publicado 15 libros (5 novelas, 5 de poesía, 3 de ensayos, uno de cuentos y uno de microrrelatos); los dos últimos son “La sobrina de Úrsula” (novela) y “Hotel Carballido” (poesía).
Dirige desde 1982 la revista “A y C” (Arquitectura y Construcción). Ha sido traducido parcialmente a varios idiomas y colabora con publicaciones de distintos países. Figura en un centenar de antologías de diferentes géneros literarios.
Coordina un taller de escritura sólo par amigos.