Washington Benavides |
Manzanas….
Allí estaban rebosando la
cesta
amarilla
sobre la mesa del comedor
con su mantel roído de
hule azul.
Estaban
como náyades esperando un
dios
lascivo
que llegara echando fuego
por sus ijares divinos
y deslumbrado por la cesta
de manzanas.
Que digo: por las náyades
de carnes
infrecuentes.
Allí estaba la cesta
amarilla y la selva
donde Nijinski aprendía
el mediodía del fauno y
los loqueros
preparaban sus lazos para internarlo.
Las manzanas rojas…
solamente
en casa ajena
descubrí ese alimento
expuesto en una cesta
y fuera del alcance de mis
manos
mugrosas
de jugar a las canicas y
perderlas
con los camaradas del
barrio.
Allí estaban
no las canicas perdidas. Aquella,
que movía satélites dentro
de su esfera
de cristal.
Aquella otra azul y con un
dragón
que vomitaba fuegos
del Walhalla.
Hablo de las manzanas –qué
diablos!-
Pero la mente se me
dispersa como ejércitos en derrota y por más que les reclamo que regresen, que
la batalla no está perdida
-todavía-.
¿Quién me robó
se me llevó
las manzanas?
Las que esperaban
al sátiro –no a Nijinski- como
las bellas huríes del “Baño turco”
que pintó el viejo Ingres
o la tormentosa Santa Rosa
de Lima
creada por Beardsley.
Las manzanas que estaban
en la cesta amarilla en
aquel comedor
oscuro y fresco del verano.
Comedor que no era de mi
casa,
y tampoco era como la Prima Águeda de López
Velarde.
Me conformaría
-vean que situación deficitaria
les presenta su Servidor-:
con las manzanitas
criollas, pequeñas
y apenas con unas pálidas mejillas
sonrosadas,
de la quinta paterna.
Tan expuesto reclamo
que sólo aspiraría –y ese
es el verbo exacto- de aquellas manzanas del Río Negro
que cubrían (tan
pudorosamente)
con papel-manteca azul, en
el mercado;
como las huríes de Ingres
, como las levantiscas Lisistratas,
parte de
su belleza.
Porque
la insinuación de lo bello pesa más que la belleza abiertamente nuda.
Reclamo las manzanas que me deben
desde la infancia hasta ahora
en que la “perniciosa vejez” –según Homero-
exige el tercer pie. Si es
posible de roble
repulido por los años y
con mango de plata
tallado por los sufridos
indios del Potosí.
Reclamo las manzanas, las huríes,
las canicas, la pelirrojeña
judía, la inmensidad
morena
de la moza de Bage,
las castañas del fuego,
las hespérides,
el cíngulo de los
atardeceres y el poncho
constelado de la noche.
DE LA CARRINDANGA DEL
S.XIX (20 kms por Hora) pasando por el Blue Bird de Sir Malcom Campbell
Hasta el automóvil -misil del 1997
traspasando la barrera del sonido,
Qué?
Sí, sabemos lo que le pasó
a Ícaro.
Leonardo anduvo jugando
con prototipos
de aviones ( y de paso
alguna Cena. O alguna dama sonriente, pero también armas
mortales). Antonio Machado
dijo
en un poema Las Moscas:
“perseguidas,
por amor de lo que vuela.”
El hombre sueña (y
despierta) con lo lejano,
y el traslado rápido. El
Cosmos
con Laika y Gagarin, la Luna hollada por las patas de
astronautas.
El Futurismo de Filipo
Tomasso Marinetti
(1876-1944), despertó de
una patada en el trasero
la siesta de una
civilización falsamente greco-latina, adhieren los pintores
Boccioni, Carrá, Russolo,
Severino, Balla;
escritores se suman:
Papini, Soffici,
las revistas con nombres
alusivos: Hélices, Proa, Telégrafo, Teléfono del alma, Aeropoema del golfo de
Nápoles.
Ni qué decir de los
“aviones-poemas y bombardeos” cuando Marinetti apoya la guerra mussoliniana.
Hoy nos admiramos de Usain
Bolt el hombre
más veloz del mundo.
Las centellas siguen
cruzando el firmamento. El hombre no duerme.
Está metido
entre planos y máquinas,
entre trilobites
de sus ensueños, y
realizadores de los mismos.
Pero quiere más. La Luna, ya… dejémosela
a los poetas…Pero el
Planeta Rojo,
ese sigue toreándonos
fuera de nuestros proyectos.
A él, a él…
Y las Galaxias. Y Las
Constelaciones, tan cargadas de mitos y nombres deslumbrantes:
Orión, Centauro,
Géminis…
Te revuelves en el lecho.
Prendes la luz. Algo se te ha ocurrido. El mundo cuántico
y los sofistas griegos tan
inquietantes…
Si modificas las
válvulas…si el cálculo no fue perfecto o no se ajustaba a…
¡Cómo volver a dormirte!
En un Hipódromo del Río de
la Plata se dio
como atracción
una carrera entre un pur-sang
sobresaliente y una
Bugatti de carrera…
(No averigüé el
resultado).
Pasa una uve de ánades en
el cielo
rotundo de azul.
La liebre y la tortuga
insisten en definir
la contienda personal de
velocidades…
Uno sale, con las botas
diarias, pisando la hojarasca que dejó el otoño, recibiendo los primeros
embates de la primavera
que a veces llega
semisalvaje.
Cruza en la noche
–incendiado-un cocuyo
verde.
Y andrajos de la noche,
los murciélagos salen a cazar sus mosquitos…
Y uno pisando con lentos y
pesados pasos
la tierra. “Blue Bird”
escribiendo en la página de las salinas una nueva marca, un lenguaje distinto.
Altamira.
Washington Benavides (Tacuarembó, Uruguay, 1930) Poeta, traductor y
músico. Ha publicado, entre otros títulos: Tata Vizcacha (1955); El poeta
(1959); Poesía (1963); Las milongas (1965); Los sueños de la razón (1967);
Poemas de la ciega (1968); Historias (1970); Hokusai (1975); Fontefrida (1979);
Murciélagos (1981); Finisterre (1985); Fotos (1986); Tía Cloniche (1990);
Lección de exorcista (1991); El molino y el agua (1993); La luna negra y el
profesor (1994); Los restos del mamut (1995); Moscas de provincia (cuentos,
1995); Canciones de Doña Venus (1998); El mirlo y la misa y Los pies clavados
(2000).
Entre los autores que ha traducido se cuentan:
Guimarães Rosa, Oswald de Andrade, Carlos Drummond de Andrade y Affonso Romano
de Sant’Anna.
Sus poemas y canciones han
sido musicalizados y grabadas por: Alfredo Zitarrosa, Daniel Viglietti, Eduardo
Darnauchans, Héctor Numa Moraes, Carlos Benavídez, Los Olimareños y Los Zucará.