Nilton Santiago |
El
tiempo es una mentira de las estrellas
hay
algo mal en mí / además de la / melancolía
Charles Bukowski
Toda la noche hemos muerto lejos de casa,
durante toda la noche nos hemos suicidado —sin
conseguirlo—
mirándonos al espejo,
como una iglesia en llamas,
como una resplandeciente cicatriz en los árboles de
los aserraderos
o en las últimas páginas de los libros
que el tiempo ha olvidado en los hospicios y en los
sanatorios.
Mirándonos al espejo, olvidando el testimonio de la
luciérnaga
entre tus manos,
viendo cómo se afeitaba Armand con una herradura,
como si fuera un puñado de luz cicatrizando en las
aletas de un pescado
que acaba de morir,
por los que somos murciélagos, sin saberlo, para los
que agonizamos,
inquietantemente,
en la absurda máquina de arena en la que nos
convertimos cuando llueve,
o cuando atardece entre las manos de los suicidas
que cierran nuestras heridas con sus cuchillos de
terciopelo
(además de dar de comer al animal insomne de la
soledad
y a la mariposa de hielo de la soledad
que cada día brota de las tibias manos de los presos
políticos).
¿Sabes qué me da vergüenza Lêdo?
Que algunos dicen
que nacimos de los huevos olvidados en las peceras
públicas
o que antes respirábamos por las heridas del corazón,
muy desconfiados, este sueño interior de tus manos,
esta marea dispersa que hiere y hiere,
estas gotas de mar que encontraste camino al cielo de
Maceió
que tanto temo,
mientras que yo moría como un pájaro saliendo de su
plumaje.
Vaya lío. No obstante, siempre supimos que nos faltaba
dinero
y un poco de piel alrededor del corazón
o que nuestra sangre apenas se movía cuando hablábamos
de la infancia
o de las revoluciones,
pero de esto se trata, mi querido Lêdo, la soledad.
También
el corazón de Boris Vian era una rosa enferma
También el corazón de Boris Vian era una rosa enferma.
Venía cada noche a nuestras largas sobremesas,
porque nos conocía muy bien
como el cuchillo de eviscerar conoce el intersticio de
luz
en el vientre del pescado,
también Vian conocía la teología de los peces
y de los centauros y de las bicicletas, porque fue él
quien le dejó la moneda a Rimbaud cuando se le cayó su
primer diente de leche.
Es cierto, Boris, quién conoce su corazón está enfermo
pero también el que arroja su tristeza en la boca del
pescado,
como una moneda de hielo dentro de una valija de
fuego,
o los que tienen el oscuro oficio de sacrificar a los
caballos heridos.
Sí Boris, tuvimos amigos y heridas y amigos heridos,
quizás ahora pueblen los jardines que crecen en esos
mismos corazones
que se negaban a bombear la sangre de los que fuimos,
y sí también tuvimos padres
y un nombre que preferimos olvidar a cada instante.
Ahora que te conozco bien, ya no compartimos nada
y si nos encontramos algún día en el mercado o quizás
en la parada de bus,
es casi un milagro,
eso que compartimos ahora que estamos juntos
y que ya no necesitamos el uno del otro
porque después del segundo suicido o del tercero,
es mejor acostúmbranos al oficio de sacrificar
a los pobres caballos heridos, a las rosas enfermas.
Todos
los infinitos crepúsculos
Este no es un poema para impedir la salida del sol
ni otro ajuste de cuentas con los pájaros,
sino un largo minuto de silencio para reconocernos
tras la lluvia,
palabras como árboles remando a la deriva en un poema
de Mark Strand.
Sé que has dejado de fumar,
de culpar a la lavadora por nuestra falta de amor
por los electrodomésticos
pero vamos —soy cobarde— muy cobarde, como un fuego
que acaba
y no quiero hacer de este poema
un encuentro con los que ya hemos dejado de ser
otra evidencia de nuestra falta de solidaridad con los
peces.
Luego llegaban los lunes, pesados como una barriga a
punto de dar a luz.
En ese entonces,
antes de salir a trabajar, solías despedirte de mis huesos
alimentarte con lo que quedaba de mi cuerpo,
plateada e inclemente, abrías la garganta con sus
paredes de terciopelo
y me comías a cucharadas,
la lluvia te alumbraba —me decías—mientras encendías el televisor y desaparecías,
como un árbol acusado de soñar con una rosa
inexistente.
No, no sabías cocinar ni tenías los pechos de Jayne
Mansfield
tampoco tenías televisor, no leías a nadie,
no te gustaba Bach,
es más, gran parte de ti aún espera nacer dentro de tu
madre,
mientras tanto,
ella te confunde con una espiral de ceniza que nace de
su ombligo,
y que jamás cesa, como una primavera encubierta.
Respecto a mí, pues eso, a veces creo, más bien,
que soy ese animal que pasa la noche en ese refugio de
carne y hueso
cuya única llave no es otra que la soledad
o un disco en llamas de Dizzy Gillespie
ardiendo en todos y cada uno de nuestros infinitos
crepúsculos.
(De La oscuridad de los gatos era nuestra oscuridad)
las
redes de mi corazón ya no están para peces
Acabo de salir de la
estación con el billete de metro entre los dedos —como si fuese la radiografía
de una nena con mariposas de metal en el estómago— hace frío y los árboles
entran lentamente en los cajeros automáticos para protegerse del invierno.
Dicen que aquí no se empadronó ningún ángel ex
guerrillero, ninguna flor murió aquí a causa de una lluvia de abejas y
magnolias. Da igual, he decidido tomarme dos segundos de respiro, olvidar que
la realidad es un pájaro encerrado en un espejo, un goteo incesante de sus
plumas en el hemisferio azul del corazón. Esta mañana me he despertado con tu
nombre sobre los labios (aunque creo que el
no hablarnos es el lenguaje que mejor nos define), sonriendo como una carta
recién abierta. El alba, como un animal a medio hacer, nos ha reconocido como
pájaros. Es cierto, son ellos y no otros los que se esconden entre las costuras
de la lluvia al empezar el día. Son ellos y no otros los que descienden por las
monedas de los termómetros para traernos el recado de los hombres del tiempo.
Sí, es cierto, tengo un problema con las aves en general, las encuentro
inquietantes cuando llueve y creo que, si fuese por ellas, volarían sólo en
primera clase. Sé que escriben, en silencio, partituras de miel contra los
árboles y que las flores les dan angustia porque tienen el mismo pensamiento de
los astrofísicos cuando se enamoran. Nada de esto tiene que ver con el objeto
de este poema que era —vaya tontería— describir una jaula o, quizás, llorar
como un niño por la ejecución de una lágrima, atiborrarme de cafeína y
crisantemos solitarios. Ya lo sabes, los paraguas son los habitantes más
sinceros de esta ciudad en blanco y negro. Honradas sean las lágrimas de
recambio en las gasolineras de mi corazón. Honradas las estrellas que chillan
de noche cuando aún el cielo no ha fijado sus engranajes y se parece a una
ratonera para cometas y meteoritos. Ya lo sabes, no se habita una ciudad, sino
la soledad de sus gentes, ya lo sabes, un pájaro no es un pájaro, sino un
invento de la necesidad de volar sobre la jaula de tus labios. Como lo ves, estoy hecho polvo y las redes de mi
corazón ya no están para peces.
El
ángel esporádico
Yo no soy el que tiene la mirada o el pijama color
Luna
ni el que tiene un huevo lleno de mariposas de materia
melancolía
en lugar de un corazón.
No desayuno bollos de nitroglicerina, ni sollozo
resplandores,
tampoco soy el intersticio que separa tu sonrisa de la
sonrisa de una luciérnaga
y menos la nube donde tu madre dormía antes de nacer.
No tengo televisor, no amo a nadie, no me gusta Bach,
es más gran parte de mí aún espera nacer dentro de mi
madre,
mientras tanto,
ella me confunde con una espiral de ceniza que nace de
su ombligo
y que jamás cesa
como una helada llamarada o como un equinoccio en la
mirada de un pescado.
Para serte sincero, a veces creo más bien que mi
corazón es un lastre,
una fotografía pixelada
y sé que eso te conmueve a ti y a la lluvia
que nos arroja el pan de la verdad por las ventanas de
las rosas metafóricas.
Es cierto, las rosas no mienten, pero allí están,
reprimiendo las lágrimas de Orión
y repartiendo espinas gratuitas entre los recuerdos de
los pájaros.
Ahora soy yo el cerrajero que abre tu corazón con la
radiografía de mi corazón,
el taxista que escucha en la radio una conversación
entre el papa y su banquero
o entre un psiquiatra y los ángeles de silicio que
campan a sus anchas
en los establos de objetos perdidos.
Dejémonos de cosas, de medias naranjas,
de darnos la espalda cuando nos metemos a la cama
como dos secuaces que acaban de cometer un crimen de
lesa fragilidad.
Es cierto, ya no hay azúcar en las lágrimas de los
vendedores de seguros,
ya no hay infancia en los relojes de arena de la
nostalgia,
ya no hay ángeles en la miel de los enjambres de tu
mirada, pero qué más da.
Dicen que Dios hizo el mundo a puntadas y que se sacó
de las costillas
siete días de rebajas,
no obstante, nada de esto ahora tiene importancia
porque también él es un pobre ángel en paro, un ex poeta reportero de guerra
que únicamente es posible en la imaginación de los
caracoles.
He aquí la melancolía –me digo- he aquí el poema que
no tengo que escribir
sobre ese ángel de dientes rotos que cada día me pide
algo de calderilla,
el salario mínimo vital.
Pobre ángel mío, hace siglos que el cielo está cerrado por obras
y Anton Corbijn ha aprovechado el pánico para
fotografiarte el corazón escarlata.
(De El equipaje del
ángel)
Nilton Santiago (Lima, 1979) Licenciado en Derecho y Ciencias
Políticas. Poco después de la publicación de su primer poemario, El libro de los espejos, segundo
Premio Nacional de Poesía Premio Copé 2003 (2005), se marchó a vivir a Mallorca,
España. En el 2012 obtuvo el II Premio Internacional de Poesía Joven de la Fundación Centro
de Poesía José Hierro, que mereció la publicación en Madrid de La oscuridad de los gatos era nuestra
oscuridad, con el prólogo y varios grabados de Juan Carlos Mestre.
Finalmente, acaba de recibir el XXVII Premio TIFLOS de poesía por su
libro El equipaje del ángel (2014) y ha quedado finalista de la
última edición del Premio Adonáis de Poesía del 2014. En la actualidad vive y
trabaja en Barcelona.
Sobre la poesía de Nilton Santiago:
La poesía de Santiago ha sido para muchos, me incluyo,
una novedad en el panorama poético peruano, ello pues tras publicar su primer
poemario dejó el Perú y nada se supo de él. Su obra lírica cuenta con un gran
espíritu narrativo, en el que hace uso frecuente de referencias culturales a
figuras de la música, poesía, actuación, etc. para a partir de ellos elaborar
versos que, como galerías, nos ofrecen estampas de lo cotidiano, del mundo
contemporáneo en sus vicisitudes. En su obra se delinea, así, la geografía de
una miscelánea cultural a la que Santiago observa con sarcasmo y con coloquialidad, lo que le permite
trabajar una poesía que, incluso, aborda los aspectos más cotidianos y
sencillos de la vida actual sin perder por ello el tono lírico.
Mario Pera: Mirando sobre el heno. Muestra de poesía peruana reciente
Pesa. Pesa bastante y suele abrumar a no pocos el
saber que, de algún modo, eres heredero de las palabras de algunas de las más
grandes figuras de la poesía en lengua hispana. Tener entre esos “ascendientes
poéticos” a escritores de la talla de Eguren, Westphalen, Adán, Moro, Churata,
Eielson, Varela, Hinostroza, Cisneros o Watanabe, quienes conforman un
concierto bien afinado de voces, es una piedra muy pesada en el bagaje de
cualquier poeta. Y no hablo aquí de Vallejo por un olvido involuntario, sino
porque, por el altísimo nivel de su poesía, considero que este ha pasado a
formar parte de la tradición poética mundial, y no sólo de la peruana. Todos
estos poetas mencionados, y varios más, han elevado una valla tan inexpugnable
como espléndida para quienes apuestan en estos días por escribir poesía en el
Perú y publicarla. Siempre con la intención de estar a la altura de una de las
tradiciones líricas más sólidas e importantes en el siglo XX, como lo es la
peruana.
Sin embargo, llegados al nuevo siglo
y luego de un par de décadas en las que hubo un ensimismamiento de la poesía
peruana contemporánea (creo producto del conflicto social interno y de la
política represiva que gobernó el país en esos años), han saltado a la arena
nuevos autores quienes se encuentran en la ardua tarea de redefinir y
configurar un norte para la poesía escrita en un país que, valgan verdades,
poco o nada valora y aprecia la trascendental función que para su cultura,
identidad y desarrollo ostenta la poesía. Estos noveles poetas, quienes
iniciaron su obra en los primeros años de la década del 2000, y otros a partir
de la década del 2010, continúan en un caso condensando su propuesta y, en otro,
en plena indagación y estructuración de un proyecto poético personal.
Es en este panorama, quizá no tan
alentador, que han surgido las voces de poetas los que no tienen nada en común
pero que, de tenerlo, ese único punto es, a mi juicio, la responsabilidad y
voluntad férrea con la que abordan su labor creativa para acercarse (o
alejarse) del hecho poético y transitar por el centro y los límites, nunca bien
definidos, de la poesía.
En Mirando sobre el heno. Muestra
de poesía peruana reciente, mi intención es el
ofrecer una mirada a la poesía de autores peruanos nuevos, cuyo trabajo me
parece atendible y serio. Poetas a los que de manera arbitraria califico como
“jóvenes”, pese a que para muchos, sea por edad o por los méritos logrados por
su obra, ya no lo son. Como bien sabemos el criterio de juventud siempre tendrá
sus reparos, más aún en la poesía que es un terreno en el que aquel es un
concepto aleatorio, siendo que esta vez me decidí por fijar el límite de
selección para poetas que a la fecha (diciembre de 2014) han cumplido, máximo,
los 35 años de edad.
Se trata de poetas que han iniciado
su camino con la venida del nuevo siglo y quienes han nacido en distintas zonas
geográficas del país, por lo que proceden de entornos sociales y culturales
disímiles entre sí. Doce poetas peruanos, ocho de la capital y cuatro de
provincia, repitiendo estos mismos números en cuanto a género. Lo que espero
proporcione una visión general, jamás total, de lo que los poetas recientes
vienen creando por este lado del mundo.
Por supuesto, la presente muestra en
ningún momento pretende ser restrictiva o excluyente, y menos aún del tipo
canónico, pues ello sería un completo absurdo y, más, una necedad. Mi propósito
se centra aquí en dar a conocer parte de la obra lírica de jóvenes poetas
nacidos en Perú que, en mi criterio, merecen ser leídos con atención.