Diego Alonso Sánchez |
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En
el templo de La luna y la sombra
Hoy es el quinto día del Quinto Mes[1].
He remojado pétalos de lirio para
limpiar mis pies cansados[2]
mientras observo a unos niños zarandear un
muñeco vestido de senshi[3].
El río Hirose no está lejos, y aunque hoy –más
que nunca– las carpas deben estar nadando contra la
corriente, yo me
consumo en pensar si ya es tiempo de emprender viaje
en busca de Li Po.
Mi hermano Yoshitada diría, sin duda:
Una carpa de papel
más valerosa
en río bravo.
En su honor decido abandonar Sendai y Matsushima, para
redescubrir mi
espíritu en alguna ciudad olvidada por la memoria.
Como despedida, al iniciar el viaje, cuelgo estos
versos en uno de los
pilares de mi casa[4]:
Hoy Kodomo no hi.
Pétalos de lirios
desatan mis pies.
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La
fatiga
Seis días que mi camino no me da tregua y apenas he
podido descansar
escasas horas en esas cabañas que se construyen al
lado de los senderos
para los viajeros. La provincia del arroz ha quedado
atrás y mis sandalias
están hechas jirones. Debo apresurarme porque la
naturaleza no espera.
La noche me sorprende en medio de un campo solitario;
las nubes en el
cielo se han disuelto bajo la luz de la luna;
entonces, me echo sobre la
hierba para reposar.
“Li Po debe estar esperándome en su mausoleo al pie de
‘La colina del
caracol’[5],
mientras yo me quejo de cansancio”.
Cierro los ojos y siento el peso del silencio sobre mi
pecho. De pronto un
poema me turba entre pensamientos:
Los hombres de hoy
no contemplan la luna de antaño,
pero la luna reciente
sí alumbra a los hombres del pasado.[6]
Abro los ojos, y de cara al cielo, me siento
acompañado.
(De Por el pequeño sendero interior de Matsuo Basho)
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Han transcurrido pocos días desde el Año Nuevo. Por
las mañanas es una risa fresca, unos pasos ligeros, un silbido el que palpita
sobre la grama y los arbustos, sobre todas las estancias de la casa. Una de
aquellas tardes, el aprendiz se anima a responder al mensaje de su maestro; con
mano firme traza estas palabras:
Cuando
el pez está en el océano,
el
océano es infinito.
Cuando
el ave está en el cielo,
el
cielo es infinito.
Cada
paso es una empresa arriesgada.
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Los días de lluvia han cesado. El maestro ha decidido
retirarse a las colinas. Una vez ahí, pasa el tiempo reflexionando sobre las
distancias entre el hombre y lo que ama. Solo, sumergido en ese enmarañado
paisaje, reconoce sus debilidades y es invadido por la melancolía. Más tarde,
compone unos versos imitando a los maestros chinos:
No
hace mucho que nos hemos separado
y
en mi puerta ya crecen hierbas silvestres.
En
la espesura, seres imposibles se agitan
y
sin descanso escucho sus desdichas.
El
viento desvanece a las luciérnagas
y
el frío escarcha el campo solitario.
Mis
mangas de seda se humedecen
con
mis lágrimas incontenibles
¡y
ni el paso del tiempo detiene el río de mi pena!
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El calor ha aumentado en los últimos días, lo que ha
entusiasmado el corazón del aprendiz. Un día, muy temprano, busca a su mentor e
interrumpe atrevidamente sus oraciones:
Mientras
las cenizas se elevan al cielo
y
el fuego devora con ansia animal
todo
el espectro de color de esta primavera,
desde
lo alto, veo cómo se consume el mundo
como
si fuera una hoja de papel.
Y
el viento solo puede susurrarme
una
canción fantasmal,
tan
indiscutible ante el desastre:
«Las
moradas de los hombres
son
devastadas con insignificancia
y
con ellas su inútil intento de perdurar
en
este universo solitario».
En
el firmamento carmesí,
todavía
reverberan los rescoldos
iluminados
por mi mirada.
(De Se inicia un camino sin saberlo)
Diego
Alonso Sánchez (Lima, 1981) Bachiller en literatura peruana e hispanoamericana por la Universidad Nacional
Mayor de San Marcos. Fue cofundador del Grupo de Creación y Publicación
Literaria Sociedad Elefante y, bajo el sello editorial del mismo nombre
(Sociedad Elefante Editores) publicó Mitsuya
Nicolás y otros poemas (2002). En el año 2009 publicó Por el pequeño sendero interior de Matsuo Basho y, en el 2013,
obtuvo el primer premio en el VIII Concurso Nacional de Poesía de la Asociación Peruano
Japonesa Premio José Watanabe Varas por el libro Se inicia un camino sin saberlo. Actualmente ejerce la docencia en
el colegio Los Reyes Rojos.
Sobre la poesía de Diego Alonso Sánchez:
Su poesía se centra, desde sus inicios, en el
desarrollo del estilo oriental esencialmente japonés, aunque también con no
pocas referencias chinas. Debo mencionar que este estilo ha tenido un escaso
desarrollo en la tradición poética peruana, siendo Sánchez quizá el único poeta
que, en la lírica peruana reciente, lo practica con oficio y mérito. Su pluma
plasma la sabiduría oriental en una búsqueda por alcanzar un lenguaje propio,
en el que la reflexión y la observación de la naturaleza son elementos clave
para una alcanzar poesía plena de imágenes dirigidas al aprendizaje. Como en la
mejor poesía oriental, la poesía de Sánchez hace de la contemplación de lo que
sucede en nuestro entorno el punto de ignición para su creatividad, la que está
siempre rodeada por una gran espiritualidad y misticismo.
Mario Pera: Mirando sobre el heno. Muestra de poesía peruana reciente
Pesa. Pesa bastante y suele abrumar a no pocos el
saber que, de algún modo, eres heredero de las palabras de algunas de las más
grandes figuras de la poesía en lengua hispana. Tener entre esos “ascendientes
poéticos” a escritores de la talla de Eguren, Westphalen, Adán, Moro, Churata,
Eielson, Varela, Hinostroza, Cisneros o Watanabe, quienes conforman un concierto
bien afinado de voces, es una piedra muy pesada en el bagaje de cualquier
poeta. Y no hablo aquí de Vallejo por un olvido involuntario, sino porque, por
el altísimo nivel de su poesía, considero que este ha pasado a formar parte de
la tradición poética mundial, y no sólo de la peruana. Todos estos poetas
mencionados, y varios más, han elevado una valla tan inexpugnable como
espléndida para quienes apuestan en estos días por escribir poesía en el Perú y
publicarla. Siempre con la intención de estar a la altura de una de las
tradiciones líricas más sólidas e importantes en el siglo XX, como lo es la
peruana.
Sin embargo, llegados al nuevo siglo
y luego de un par de décadas en las que hubo un ensimismamiento de la poesía
peruana contemporánea (creo producto del conflicto social interno y de la
política represiva que gobernó el país en esos años), han saltado a la arena
nuevos autores quienes se encuentran en la ardua tarea de redefinir y
configurar un norte para la poesía escrita en un país que, valgan verdades,
poco o nada valora y aprecia la trascendental función que para su cultura,
identidad y desarrollo ostenta la poesía. Estos noveles poetas, quienes
iniciaron su obra en los primeros años de la década del 2000, y otros a partir
de la década del 2010, continúan en un caso condensando su propuesta y, en
otro, en plena indagación y estructuración de un proyecto poético personal.
Es en este panorama, quizá no tan
alentador, que han surgido las voces de poetas los que no tienen nada en común
pero que, de tenerlo, ese único punto es, a mi juicio, la responsabilidad y
voluntad férrea con la que abordan su labor creativa para acercarse (o
alejarse) del hecho poético y transitar por el centro y los límites, nunca bien
definidos, de la poesía.
En Mirando sobre el heno. Muestra
de poesía peruana reciente, mi intención es el
ofrecer una mirada a la poesía de autores peruanos nuevos, cuyo trabajo me
parece atendible y serio. Poetas a los que de manera arbitraria califico como
“jóvenes”, pese a que para muchos, sea por edad o por los méritos logrados por
su obra, ya no lo son. Como bien sabemos el criterio de juventud siempre tendrá
sus reparos, más aún en la poesía que es un terreno en el que aquel es un
concepto aleatorio, siendo que esta vez me decidí por fijar el límite de
selección para poetas que a la fecha (diciembre de 2014) han cumplido, máximo,
los 35 años de edad.
Se trata de poetas que han iniciado
su camino con la venida del nuevo siglo y quienes han nacido en distintas zonas
geográficas del país, por lo que proceden de entornos sociales y culturales
disímiles entre sí. Doce poetas peruanos, ocho de la capital y cuatro de
provincia, repitiendo estos mismos números en cuanto a género. Lo que espero
proporcione una visión general, jamás total, de lo que los poetas recientes
vienen creando por este lado del mundo.
Por supuesto, la presente muestra en
ningún momento pretende ser restrictiva o excluyente, y menos aún del tipo
canónico, pues ello sería un completo absurdo y, más, una necedad. Mi propósito
se centra aquí en dar a conocer parte de la obra lírica de jóvenes poetas
nacidos en Perú que, en mi criterio, merecen ser leídos con atención.
[1] El
día cinco del Quinto Mes se celebra la Fiesta de los niños (varones), el Kodomo no hi.
Esta festividad está relacionada con la pureza y la fuerza.
[2] Para
purificar el cuerpo se acostumbraba lavar los pies con pétalos de flores.
[3]
Guerrero o soldado en idioma japonés. A lo largo del libro mantendremos algunas
palabras en japonés original para no atentar en contra del estilo y el
significado simbólico.
[4] Era
costumbre de los viajeros colgar la primera estrofa (hokku) de un haikai no
renga (ocho o más estrofas que funcionan como poemas) al iniciar un viaje. Esta
es la fragmentación que da origen al haiku, como se le conoce actualmente.
[5] Esta
colina, que yace frente al río Changjiang, está a siete kilómetros al sudoeste
de Dangtu, y consiguió su nombre debido a su forma de caracol. En esta colina
hay una torre que fue dedicada a la memoria de Li Po. Aquí, se dice, están
escondidos los restos del poeta.
[6] Poema
de Li Po.