Mario Morquencho León |
Cine
los nombres pasan desapercibidos,
la música de cierre termina extraviándose
en el sonido de los asientos
que se tornan vacíos,
y el oscuro de la pantalla
desdeñándose tanto,
despintándose por las luces que vuelven a encenderse:
como la vida que despierta
y la otra vida que se duerme
junto a la ventana cerrada
a la fantasía efímera y soñadora,
en un largometraje enfrascada
Asesinato en la calle
Omicrón
Lo he matado. Me he vengado de los meses de invisibilidad. De ser como
cualquiera. De ir a trabajar un día como hoy, de estar afeitado y tener el
cabello recortado, con el rostro impecable, el piqué y el pantalón de color
azul pulcros y planchados, los zapatos negros brillantes como un charco que la
lluvia ha creado… y nunca olvidarme del fotocheck con mis 26 años encima y la
cara de loco olvidado en la maquinaria cotidiana de las horas de ser un
empleado con el sueldo mínimo.
Me he vengado de abrir la puerta y bajar las escaleras a las 7 y 30 de
la mañana, de lunes a viernes, bajar las escaleras de fierro y en espiral todos
los días. Me he vengado de subir al bus de la rutina, del diario matutino, del
noticiero de las 6 de la mañana, del gallo que sobrevive como un reloj en la
azotea, del café con leche y la carretilla de la esquina.
Lo he matado con el cuchillo con que corto el pan y lo unto con
mantequilla.
¡En mis manos sangra cotidiano!
La epilepsia, la agonía, la sangre por la boca, los ojos que se alejan
de ser ojos, el rostro que se aleja de ser rostro.
¡Lo he matado, estoy seguro!
Me he cansado de ver su rostro, de ver los restos inmóviles, la
incertidumbre de la muerte y el crimen. He optado por envolverlo con los
periódicos pasados, envolver los restos, al cadáver cotidiano envolverlo con
las noticias de la semana pasada, con el suicidio de ayer en un hostal perdido
en la bruma de la madrugada en Lima, envolver sus extremidades con el abuso
policial y la corrupción de los ministerios y el puto sistema capitalista,
envolver su dorso con las estadísticas económicas y las encuestas políticas,
volverlo a envolver con la injusticia social, con los jubilados que mueren
haciendo cola, con los enfermos y los niños que lo único que tienen en la vida
es una enfermedad extraña que se llama olvido, con los jueces que se hacen
ricos y los clérigos prostituyendo el
paraíso. Los buenos son pocos y contaditos.
Después de envolver al cuerpo como una estatua de papel periódico, como
una obra de arte de lo que lees antes de ir al trabajo o lo que ves en las
noches antes de dormir, bien envuelto todo, cada uno de los cabellos, las uñas,
los bellos sombríos, envuelto el reloj y la alarma, el tatuaje en el hombro, la
cicatriz de la rodilla, los pies, los caminos, la lagartija que le sale del
sueño. Y todo desaparecerlo dentro de una gran bolsa de plástico negra,
canjearlo por una nube, por un día sólo conmigo mismo…
Lo he matado, sí
¡Lo he matado!
¡Lo he matado!
El cuchillo en la mesa viste bermejo
y baila tango,
baila tango el muy pendejo.
Laberinto
Tengo un saco prestado, uno nada más, que no hay
cuando lo devuelva. Una corbata escondida en el bolsillo de algún pantalón que
difícilmente uso. Un par de zapatos viejos con tantas cicatrices, tantos
órganos extirpados y litros de sangre en el camino.
No tengo sombrilla ni paraguas, porque no tengo
nada en contra del sol o de la lluvia. Tengo un roperito que tose cuando abro
uno de los seis cajones que tiene. Una TV que se enciende cuando sueño, una TV
que quiso ser máquina de escribir y no pudo, porque el mundo no va hacia atrás
como un cangrejo.
Tengo una agenda que mi padre me regalo hace
poco, precisamente no la utilizo como tal, violo su naturaleza, su razón de
existencia, esta debe soportar la punta de los distintos lápices y lapiceros
señalándola, estados de ánimo encima de cenizas rebeldes, pedazos de galleta
mal comida, nubes, aves y etcéteras azules o grises por doquier.
También tengo una cama con un abismo, una gotera
incierta, una puerta secreta, un espiral, un sub-mundo, una alternativa
insólita, una opción que los demás no tienen, algo que elijo porque no tengo de
otra, porque vivo en Lima y mi familia está lejos, porque alquilo una
habitación con una sola ventana y una sola puerta, porque más allá de la
ventana y de la puerta hay más ventanas y más puertas, más allá: hay millones
de sombras y espejos de otras ventanas, de otras puertas que esperan: Sentadas
las ventanas, de pie las puertas… y tendré que ir: abrir y cerrar, cerrar y
abrir, otra vez: abrir, cerrar, cerrar, abrir, cerrar y abrir, abrir y cerrar;
hasta que me quiten el saco prestado o decida, de una vez por todas,
devolverlo.
(De Ciudadelirio)
2
Ve... pobre muchacho
carajo
después de ganar bien en esa petrolera
ahora anda así
fregao
después de andar bien vestido
acompañado de alguna muchacha bonita
ahora ve cómo anda
sin zapatos
todo sucio y flacuchento como perro zarrapastroso
atormentado de hecatombes y delirios
como la braveza del mar anda de aquí p’allá
pidiendo monedas o robando en las esquinas
anda con las rodillas el pobre muchacho
y no le queda otra que refregar
su desgastado pecho por las calles del pueblo
dejando s a r n a s a n g r e p u l g a s
perdiéndose en un charco de toxinas
y ladridos que le tuercen los nervios
pobre muchacho el humo lo
tiene así
ya ves hijo mío la poesía es una maldita droga
es la fulana que se te pega como garrapata al cuerpo
te chupa la verga la
billetera luego el alma
pero tú quieres andar
en tu propia porción de libertad amurallada
taciturno como una palmera jorobada
que mira el suelo y se pierde en la sombra
hijo... ten cuidado de no torcerte mucho y caer
ay muchacho
pobre muchacho carajo
10
¡No es posible que me haya quedado sin ellas!
si andan como el aire
en todas partes
¡Es imposible que no diga nada!
si mi boca comulga con ellas a cada instante
es una bajeza ir por el mundo
teniendo nudos en la garganta
tragando caos tras caos
dejando a la belleza vestida de esqueleto
bajo el enorme monolito de silencio
junto a los gusanos que un día hemos de montar
con toda el ansia de vivir y estar muertos
es imposible dejar amarrada nuestra lengua
a un palote de muelle
flotando en un inmenso mar de contradicciones
es imposible no navegar no naufragar
ahogarse es posible
ahogarse y dejar de ser anfibio
treparse de la orilla
de alguna orilla erguirse
y caminar y caminar hasta encorvarse
porque es imposible impedir ser un cadáver
es más posible que florezca de aquello
un inmenso jardín de arte
¡Es imposible haberme quedado sin ellas!
y si un día me cortan la lengua
me resta el seso
mi mano lapicero
mi mano lápiz
mi dedo pluma
mi dedo carbón
mi dedo humano
mi dedo hueso
mi dedo nube
(De Un Mar
Alcoholizado)
Mario
Morquencho León (Piura, 1982) Vivió toda su
niñez y adolescencia cerca al mar, en su distrito natal. Al terminar la
educación secundaria, se trasladó a la ciudad de Trujillo donde estudió la
carrera técnica de Contabilidad. Empezó a escribir y publicar poemas en
distintas webs de poesía. Radica en Lima desde el 2006. Formó parte del
colectivo Heridita (Lima) y participó en el Grupo Literario Signos
(Lambayeque). Ha participado en distintas ferias y recitales de poesía. Poemas
suyos figuran en Me Usa. Brevísima
Antología Arbitraria Perú-Uruguay (2012) y en Poesía Que Gira (2014). Tiene publicados los poemarios Ciudadelirio (2010) y Un Mar Alcoholizado (2013).
Sobre la poesía de Mario Morquencho León:
En su poesía confluye una multiplicidad de temas que,
por lo general, se enmarcan en un escenario citadino, a veces marginal. En no
pocas composiciones Morquencho plantea un confesionalismo duro y revelador, una
reflexión en torno a la existencia diaria con lo bueno y malo que esta
conlleva, elaborando poemas que por momentos adquieren un talante casi de
escena cinematográfica. El coloquialismo y la narración son recursos frecuentes
en su poesía; soliendo apostar, a menudo, por la libertad que le ofrece el
hacer uso de un lenguaje popular, el que le permite una mayor cercanía y
sintonía con el lector.
Mario Pera: Mirando sobre el heno. Muestra de poesía peruana reciente
Pesa. Pesa bastante y suele abrumar a no pocos el
saber que, de algún modo, eres heredero de las palabras de algunas de las más
grandes figuras de la poesía en lengua hispana. Tener entre esos “ascendientes
poéticos” a escritores de la talla de Eguren, Westphalen, Adán, Moro, Churata,
Eielson, Varela, Hinostroza, Cisneros o Watanabe, quienes conforman un
concierto bien afinado de voces, es una piedra muy pesada en el bagaje de
cualquier poeta. Y no hablo aquí de Vallejo por un olvido involuntario, sino
porque, por el altísimo nivel de su poesía, considero que este ha pasado a
formar parte de la tradición poética mundial, y no sólo de la peruana. Todos
estos poetas mencionados, y varios más, han elevado una valla tan inexpugnable
como espléndida para quienes apuestan en estos días por escribir poesía en el
Perú y publicarla. Siempre con la intención de estar a la altura de una de las
tradiciones líricas más sólidas e importantes en el siglo XX, como lo es la
peruana.
Sin embargo, llegados al nuevo siglo
y luego de un par de décadas en las que hubo un ensimismamiento de la poesía
peruana contemporánea (creo producto del conflicto social interno y de la
política represiva que gobernó el país en esos años), han saltado a la arena
nuevos autores quienes se encuentran en la ardua tarea de redefinir y
configurar un norte para la poesía escrita en un país que, valgan verdades,
poco o nada valora y aprecia la trascendental función que para su cultura,
identidad y desarrollo ostenta la poesía. Estos noveles poetas, quienes
iniciaron su obra en los primeros años de la década del 2000, y otros a partir
de la década del 2010, continúan en un caso condensando su propuesta y, en
otro, en plena indagación y estructuración de un proyecto poético personal.
Es en este panorama, quizá no tan
alentador, que han surgido las voces de poetas los que no tienen nada en común
pero que, de tenerlo, ese único punto es, a mi juicio, la responsabilidad y
voluntad férrea con la que abordan su labor creativa para acercarse (o
alejarse) del hecho poético y transitar por el centro y los límites, nunca bien
definidos, de la poesía.
En Mirando sobre el heno. Muestra
de poesía peruana reciente, mi intención es el
ofrecer una mirada a la poesía de autores peruanos nuevos, cuyo trabajo me
parece atendible y serio. Poetas a los que de manera arbitraria califico como
“jóvenes”, pese a que para muchos, sea por edad o por los méritos logrados por
su obra, ya no lo son. Como bien sabemos el criterio de juventud siempre tendrá
sus reparos, más aún en la poesía que es un terreno en el que aquel es un
concepto aleatorio, siendo que esta vez me decidí por fijar el límite de
selección para poetas que a la fecha (diciembre de 2014) han cumplido, máximo,
los 35 años de edad.
Se trata de poetas que han iniciado
su camino con la venida del nuevo siglo y quienes han nacido en distintas zonas
geográficas del país, por lo que proceden de entornos sociales y culturales
disímiles entre sí. Doce poetas peruanos, ocho de la capital y cuatro de
provincia, repitiendo estos mismos números en cuanto a género. Lo que espero
proporcione una visión general, jamás total, de lo que los poetas recientes
vienen creando por este lado del mundo.
Por supuesto, la presente muestra en
ningún momento pretende ser restrictiva o excluyente, y menos aún del tipo
canónico, pues ello sería un completo absurdo y, más, una necedad. Mi propósito
se centra aquí en dar a conocer parte de la obra lírica de jóvenes poetas nacidos
en Perú que, en mi criterio, merecen ser leídos con atención.