jueves, 11 de diciembre de 2014

Mario Pera: Poesía peruana reciente,Víctor Ruiz Velazco



Víctor Ruiz Velazco





















Acercamiento a un tema

A José Watanabe

Unas cuantas palabras bastan
para cubrir mi cuerpo
y esconderme de los grandes ojos
que buscan en mí algo
que aún no tengo.
José me ha dicho que de nada sirve
camuarse entre las hojas,
ni siquiera entre palabras que simulen
a una mantis muerta.
Un ojo siempre nos descubre, arma,
como si no quedara para mí otra cosa
que el silencio.
Entre las hojas, las palabras
y este cuerpo
un gran ojo espera complaciente:
El Ojo de la Muerte
que busca a su otro
en mí.


(De Aprendiendo a hablar con las sombras)


La Puerta de la Noche

A J. E. Eielson

Y de repente sea yo aquel que miraba tras esta ventana los días de mayo
la llegada del viento del norte y tu sonrisa o tu sonrisa
y la llegada del viento del norte en los días de mayo, para ser más exacto.

Y quizá sea yo el mismo hombre que
arrancado de las puertas de la trascendencia
edicó una casa al lado del río —junto a la luna—
para que un viejo pez lavara sus alas en mis entrañas
perturbado por una extraña visión y cierta frivolidad hacia las llaves
y las puertas cerradas
o hacia tu corazón que calla colgado como una araña
buscando imitar el silencio posterior a un largo discurso.
Cuando nada tiene sentido, solo el estar aquí o
en alguna otra parte.

Siendo sincero, quizá sea yo todos hombre.
El que miraba tras esta ventana.
El que fue arrancado de la trascendencia.
El que dejó la muerte de lado en una noche como esta, al descubrir
tu belleza —en medio de sombras y burlas— solo comparable a las alucinaciones
de los grandes patriarcas que vieron a Dios a los ojos y a cambio
perdieron unos cuantos años tan solo: Un poco de eternidad consagrada
a los portadores del don de la trasmutación de las almas, mi vida. Un poco de eternidad
consagrada al don del amor, mi amor.


Ozymandias

Ozymandias era pobre y malicioso. Nadie lo detuvo.
Y construyó un reino de la nada. Sobre el viento
(A orillas del Nilo, al sur de Assuán, en el alto Egipto).
Shelley era joven y arrogante. Buscaba la verdad
de las cosas. Amó profundamente el mar
y sabía poco de Historia.

Ozymandias entregó su vida al desierto.
Creó una ciudad imponente y divisó las ruinas
de su gloria, desde una leyenda tatuada en mármol.

Si Shelley hubiera conocido a Ozymandias,
no habría perdido la vida en el mar.
La habría perdido en medio de un sueño
—entre espejismos— abrazado por el sol
y las visiones de su futuro al lado de Byron.
O tal vez peleando con los hititas. Esperando
que su cuerpo fuera encontrado
por Johann Ludwig Burckhardt, en 1912.
Treinta metros bajo el Nilo.
Cerca,
muy cerca de la muerte.

Es verdad, Ozymandias supo de Shelley
antes que Mary descubriera su gran bestia interna.
Vio su cuerpo otando sobre el lago Násser
como una pregunta de la que no pudo escapar
hasta el n de sus días.

Ozymandyas era pobre y malicioso, ya lo dije.
Pero justo con la vida, la muerte y las grandes pasiones
que hacen libres a los hombres.


(De Délibáb, enemigo del viento)


Le coeur supplicié

De esta no te escapas, susurraba
entre las pocas sombras de Abisinia,
el ojo crepuscular
mientras un ave salida de un sueño
y delirios producidos por el calor
del desierto crecía en las manos
del condenado lista para devorar
con paciencia las larvas
de la pierna gangrenada del muerto.

Arthur contemplaba la escena
desde su silla mecedora,
deseando que llegara el momento
en que él también fuera tocado
por aquel ser misericordioso y de luz
y poder contrabandear sus dolores
y penas por una calma envolvente
que lo acompañara hasta su último aliento,
o por lo menos hasta su siguiente dosis.

Los días parecían interminables en la región de Moriah.

El tiempo detenido en espasmos de luz.
El cuchillo alzándose como azote de Dios.

Mientras tanto, una leve brisa
movía la silla mecedora
convenciéndolo en cada impulso
de que podía volar con solo dejarse caer.

Al tercer día de sueños y alucinaciones,
y sin previo aviso,
el hombre muerto empezó a andar
y se marchó para siempre
sin dejar más rastro que un cuerpo
parecido a Rimbaud que, en su lugar,

se devoraba a sí mismo
para mantenerse con vida


(De Liebe, La muerte en el otro)




Retrato de una dama

VI

ME DESANGRO,
me voy por una herida
y es este partir un encuentro también
con todo aquello que nos acerca,
incluso en este momento,
cuando las horas se agolpan en una sola
imagen que lo explica todo.
Sin dolor ni pasión
y sucientemente despierto
para sentir cómo desciendo
tibiamente hasta perder peso,
hasta perderme en la caída
que asemeja un vuelo eterno
y pensar, pensar siempre
es recostar mi cabeza sobre tu regazo
buscando tus manos, tu olor y tu estómago.
Para no sentir más dolor
cultivé las buenas costumbres
que toda mujer debe tener como cualidades
y máscaras, ané mi oído y contemplé,
muy gratamente,
cómo mi vida no fue sino un pequeño intento
sin consecuencia alguna,
salvo la consecuencia misma de sentir
que pudo haberse hecho algo mejor, desde siempre.
Pero quién llega hasta este punto ya no puede escapar.
Las mismas manos que profanaron mi cuerpo
ahora me cubren de ores y me acarician,
me tocan y me estremezco
me hago una con ellas y es así
como sé que también en el canto se oye el silencio.
Soñamos cuanto vivimos y es este sueño
el que nos contiene en un canto callado,
un recipiente vacío arrojado al mar
y nuestra esperanza de ser atendidos.
¿Es acaso este un dolor?
¿Son estas preguntas buenas o malas?
Pero quien habla en mí
está enfermo y habla.
Es de noche,
no hay nadie en las calles
ni dentro de las casas
y habla.
¡Ay de mí
si pudiera escucharlo!



(De Fantasmas esenciales)

Víctor Ruiz Velazco (Lima, 1982) Bachiller en Literatura por la Universidad Nacional Federico Villarreal, con estudios de maestría en Estudios Culturales por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Ha sido traducido al francés, italiano, portugués e inglés. Formó parte del Consejo de Redacción de la Revista Trimestral del Cuento Latinoamericano Mil Mamuts (Argentina). Dirige el sello Lustra Editores. Ha publicado en poesía: Aprendiendo a hablar con las sombras (2005), Délibáb, enemigo del viento (2007), Liebe, La muerte en el otro (2008), libros que junto a Euforión o la presa se reunieron Barlovento (2001-2011) (2012). En 2011 ganó el Premio Nacional José Watanabe Varas de Poesía, organizado por la APJ, por Fantasmas esenciales (2012). En 2013 publicó el libro de cuentos La felicidad es un arma caliente.

Sobre la poesía de Víctor Ruiz Velazco:

Es uno de los poetas más activos de la última década, quien ha vinculado a su obra una incansable labor como editor y, desde el año pasado, como narrador. Por lo general, su poesía ha tenido como eje central la reflexión sobre los mitos occidentales y de Oriente Medio, la familia, el amor y el desamor, especialmente, sin caer en un romanticismo pueril. El tono frecuente ha sido el épico (casi de un lied) con una marcada influencia de la poesía en lengua inglesa y alemana del siglo XX. Entre otros tópicos, en su obra suele figurar con insistencia la migración hacia otros cuerpos, otras edades o lugares geográficos en los que Ruiz, a menudo, parte de la reflexión personal para luego abrirse a la Historia y a los grandes temas de la literatura.

Mario Pera: Mirando sobre el heno. Muestra de poesía peruana reciente

Pesa. Pesa bastante y suele abrumar a no pocos el saber que, de algún modo, eres heredero de las palabras de algunas de las más grandes figuras de la poesía en lengua hispana. Tener entre esos “ascendientes poéticos” a escritores de la talla de Eguren, Westphalen, Adán, Moro, Churata, Eielson, Varela, Hinostroza, Cisneros o Watanabe, quienes conforman un concierto bien afinado de voces, es una piedra muy pesada en el bagaje de cualquier poeta. Y no hablo aquí de Vallejo por un olvido involuntario, sino porque, por el altísimo nivel de su poesía, considero que este ha pasado a formar parte de la tradición poética mundial, y no sólo de la peruana. Todos estos poetas mencionados, y varios más, han elevado una valla tan inexpugnable como espléndida para quienes apuestan en estos días por escribir poesía en el Perú y publicarla. Siempre con la intención de estar a la altura de una de las tradiciones líricas más sólidas e importantes en el siglo XX, como lo es la peruana.
Sin embargo, llegados al nuevo siglo y luego de un par de décadas en las que hubo un ensimismamiento de la poesía peruana contemporánea (creo producto del conflicto social interno y de la política represiva que gobernó el país en esos años), han saltado a la arena nuevos autores quienes se encuentran en la ardua tarea de redefinir y configurar un norte para la poesía escrita en un país que, valgan verdades, poco o nada valora y aprecia la trascendental función que para su cultura, identidad y desarrollo ostenta la poesía. Estos noveles poetas, quienes iniciaron su obra en los primeros años de la década del 2000, y otros a partir de la década del 2010, continúan en un caso condensando su propuesta y, en otro, en plena indagación y estructuración de un proyecto poético personal.
Es en este panorama, quizá no tan alentador, que han surgido las voces de poetas los que no tienen nada en común pero que, de tenerlo, ese único punto es, a mi juicio, la responsabilidad y voluntad férrea con la que abordan su labor creativa para acercarse (o alejarse) del hecho poético y transitar por el centro y los límites, nunca bien definidos, de la poesía.
En Mirando sobre el heno. Muestra de poesía peruana reciente, mi intención es el ofrecer una mirada a la poesía de autores peruanos nuevos, cuyo trabajo me parece atendible y serio. Poetas a los que de manera arbitraria califico como “jóvenes”, pese a que para muchos, sea por edad o por los méritos logrados por su obra, ya no lo son. Como bien sabemos el criterio de juventud siempre tendrá sus reparos, más aún en la poesía que es un terreno en el que aquel es un concepto aleatorio, siendo que esta vez me decidí por fijar el límite de selección para poetas que a la fecha (diciembre de 2014) han cumplido, máximo, los 35 años de edad.
Se trata de poetas que han iniciado su camino con la venida del nuevo siglo y quienes han nacido en distintas zonas geográficas del país, por lo que proceden de entornos sociales y culturales disímiles entre sí. Doce poetas peruanos, ocho de la capital y cuatro de provincia, repitiendo estos mismos números en cuanto a género. Lo que espero proporcione una visión general, jamás total, de lo que los poetas recientes vienen creando por este lado del mundo.
Por supuesto, la presente muestra en ningún momento pretende ser restrictiva o excluyente, y menos aún del tipo canónico, pues ello sería un completo absurdo y, más, una necedad. Mi propósito se centra aquí en dar a conocer parte de la obra lírica de jóvenes poetas nacidos en Perú que, en mi criterio, merecen ser leídos con atención.