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sábado, 29 de diciembre de 2012
Verso & Jazz.
A “Dizzy” Gillespie
El
ángulo de su trompeta te delata,
el
corazón hacia lo alto, la sonrisa,
el
sonido quebrado, el juego de vivir,
los
ojos negros, la tristeza,
el
aire de tu boca, los ruidos del alma.
Imagen
de lo distinto, de nuevo la sonrisa,
el
paso cambiado y el ritmo de los bolsillos,
el
instante, la mueca y el oro sobre el
pecho,
gorra
de colores sobre el sueño,
cosas
sin definir: la libertad.
Javier Domínguez (Málaga, España,
1953).
El cantante mudo
Despedidas,
despedidas Berini
Chet
Baker cayendo como un ángel sin alas
y
sin dientes –hermoso- intentando
recordar
la letra antes de que termine la canción.
Camarón
pidiendo un pitillo con duende
Machado
una tumba al sol de los hombres sencillos
Lester
y Billie desdiciendo sus apellidos
excepto
cuando el jazz los absuelve del tiempo
Y
aquel viejo escultor de calaveras y ataúdes
llamado
James “Son” Thomas
que
soplaba su harmónica contra el viento idiota
y
el conformismo blanco y canalla.
Fernando Garcín (Valencia, España,
1959).
Don Cherry, el Gato, Paquito…
En
escenarios iluminados -ellos ofrecen
el
eco aislado de una nota musical
/lo
descomponen
hablándole
al vibrante metal de sus instrumentos
en
soplos
el susurrado aullido de sus
preguntas
preguntas
que no requieren respuestas inmediatas
quizás
tan sólo -nuevas preguntas/ así ellos
frasean
su respuesta -en el armónico plisado
de unos
sonidos
Esteban Moore |
Esteban Moore (Buenos Aires,
Argentina 1952).
Jazz de verano
Escucho
jazz a medianoche,
entre
el calor y el deseo
mi
vecina va desnuda a la nevera.
Jesús Zomeño |
Jesús Zomeño (Alcaraz, Albacete,
España, 1964).
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Argentina,
España,
Poesía,
Veros y Jazz
Luis Fernando Chueca: Salamandra.
Luis Fernando Chueca |
Por
años fui confundida con los santos
“bestia
maravillosa de raza divina, me decían,
capaz
de atravesar el fuego sin arder.”
Cierto
es,
combinaciones
genéticas caprichosas han querido
que
sea flama incombustible,
encendida
humedad sobre el ardor eterno de las piedras.
Sylio, stellion, salamandra,
pequeño lagarto o ave multicolor,
habitante del fuego con el que lucen
todas las estrellas.
Admirada
por los hombres
he
bebido de grandes privilegios:
los
infames no atinaban a fijarse
en
mi pelambre impura,
en
mis ojos saltones
o
en las inscripciones de mis huellas.
Pero
soy
metáfora
sutil de los infiernos,
castigo
de los dioses,
espejo
impronunciable
y
escondido,
lujuria
de Magdala.
Y
me impiden regresar a mi forma original:
mujer maravillosa
piel de seda
y hermosas redondeces.
Fui
destinada a servir a las piedras calcinantes
ya que un día desdichado
los
hombres quisieron atraparme
junto
al fuego.
Desde
entonces ven en mí
un
mensaje majestuoso de la luz
pureza
de los incandescentes eternos
la
magia, la fe o la verdad
de
los señores del eterno paraíso.
Luis Fernando Chueca (Lima, Perú, 1965)
Poeta, ensayista y docente universitario. Ha publicado, entre otros títulos: Rincones-anatomía del tormento –(1991) y
Animales de la casa (1996).
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Poesía
viernes, 21 de diciembre de 2012
Alfonso Reyes: Yerbas del Tarahumara.
Tarahumaras |
Han
bajado los indios tarahumaras,
que
es señal de mal año
y
de cosecha pobre en la montaña.
Desnudos
y curtidos,
duros
en la lustrosa piel manchada,
denegridos
de viento y sol, animan
las
calles de Chihuahua,
lentos
y recelosos,
con
todos los resortes del miedo contraídos,
como panteras mansas.
Desnudos
y curtidos,
bravos
habitadores de la nieve
—como
hablan de tú—,
contestan siempre así la pregunta obligada:
—“Y
tú ¿no tienes frío en la cara?”
Mal
año en la montaña,
cuando
el grave deshielo de las cumbres
escurre
hasta los pueblos la manada
de
animales humanos con el hato a la espalda.
La
gente al verlos, gusta
aquella
desazón tan generosa
de
otra belleza que la acostumbrada.
Los
hicieron católicos
los
misioneros de la Nueva España
—esos
corderos de corazón de león—
Y,
sin pan y sin vino,
ellos
celebran la función cristiana
con
su cerveza-chicha y su pinole,
que
es un polvo de todos los sabores.
Beben
resgüino de maíz y peyote,
yerba
de los portentos,
sinfonía
lograda
que convierte los ruidos en colores;
ylarga
borrachera metafísica
los
compensa de andar sobre la tierra,
que
es, al fin y a la postre,
la
dolencia c omún de las razas de hombres.
Campeones
del Maratón del Mundo,
nutridos
de la carne ácida del venado,
llegarán
los primeros con el triunfo
el
día que saltemos la murallas
de
los cinco sentidos.
A
veces, traen oro de sus ocultas minas,
y
todo el día rompen los terrones,
sentados
en la calle,
entre
la envidia culta de los blancos.
Hoy
sólo traen yerbas en el hato,
las
yerbas de salud que cambian por centavos:
yerbaniz,
limoncillo, simonillo,
que
alivian las difíciles entrañas,
junto
con la orejuela de ratón
para
el mal que la gente llama “bilis”;
la
yerba del venado, el chuchupaste
y
la yerba de indio, que restauran la sangre;
el
pasto de ocotillo de los golpes contusos,
contrayerba
para las fiebres pantanosas,
la
yerba de la víbora que cura los resfríos;
collares
de semilla de ojo de venado,
tan
eficaces para el sortilegio;
y
la sangre de grado, que aprieta las encías
y
agarra en la raíz los dientes flojos.
(Nuestro
Francisco Hernández
—el
Plinio Mexicano de los Mil y Quinientos—
logró
hasta mil doscientas plantas mágicas
de
la farmacopea de los indios.
Sin
ser un gran botánico
don
Felipe Segundo
supo
gastar setenta mil ducados,
¡para
que luego aquel herbario único
se
perdiera en la incuria y en el polvo!
Porque
el padre Moxó nos asegura
que
no fue culpa del incendio
que
en el siglo décimo séptimo
aconteció
en el Escorial.)
Con
la paciencia muda de la hormiga,
los
indios van juntando en el suelo
la
yerbecita en haces
—perfectos
en su ciencia natura.
Pliego
Suelto,
Buenos Aires, Imprenta Colombo, 1934.
Alfonso Reyes (1889-1959) Ensayista,
poeta, y crítico. “Los astros
fueron generosos con Reyes. En la República Argentina hemos pasado del francés
al inglés y del inglés a la incomunicada ignorancia; a Reyes le tocó una zona
sensible a la gravitación del inglés y una época que no había perdido aún la
costumbre de las letras francesas. Años de España lo acercaron al ayer de su
sangre y una noble curiosidad lo hizo ahondar en el ayer latino y helénico.
Sabiamente usó las tres armas que se
permitió Stephen Dedalus: silencio, destierro y destreza.”
Jorge
Luis Borges .
Sur,
Buenos Aires, Nº 264, 1960.
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Alfonso Reyes,
México,
Poesía
miércoles, 19 de diciembre de 2012
Edward Hirsch: Simone Weil: El año de trabajo en la fábrica (1934-1935).
Edward Hirsch |
Una copa de vino tinto que no ha sido tocada tiembla sobre
la mesa y la luz de
las lámparas cae cubriendo sus hombros.
Ella dirige su mirada al repollo en su plato,
observa el pan resquebrajado. Proposición:
la irreductible esclavitud de los obreros. “Trabajar
para poder alimentarse, alimentarse para poder trabajar.”
Ella piensa en el reloj para marcar tarjeta en su pecho, de
la noche que se profundiza en la correhuela y la gramilla,
en los vapores y átomos en la fábrica donde
una morsa de acero le
aprieta las sienes
diez horas por día. Ella no come.
Ella no duerme. Casi no piensa
ahora que ha rozado el amoratado
brazo del olvido y probado la sangre, ahora
que el horno ha rotulado su piel y ha
tatuado su frente como la de un esclavo romano.
Seguramente Dios viene a los torpes e ineficientes,
a soldadores con antiparras oscuras y obreros
no calificados que pasan los días que se les han asignado
retirando bobinas de metal al rojo vivo de las llamas.
Seguramente Dios se les aparece a los quebrados y
anónimos, a los humillados y a los afligidos
cuyas piernas se han desposado con el movimiento perpetuo
siendo sus manos
demasiado pequeñas para sus cuerpos.
Proposición: “A través del trabajo el hombre se transforma
en materia, como Cristo lo hace a través de la Eucaristía.
El trabajo es como una muerte. Debemos pasar
a través de la muerte. A nosotros nos tienen que matar.”
Debemos despertar para trabajar, para producir
y contar, para fracasar repetidamente, para entregarnos
al ritmo furioso de las máquinas, para sufrir
el pandemónium y habitar las repeticiones,
para transformarnos en la bestia sacrificial; el tiempo
penetrando el cuerpo, el cuerpo adentrándose en el tiempo.
Ella presiona la mesa con su frente: “Trabajar
para poder alimentarse, alimentarse para…
Afuera, las polillas brillantes se dirigen hacia las
estrellas y
las estrellas se tensan a través del cielo como las cuentas de un
collar.
Adentro, una copa de vino tinto tiembla
al lado del repollo frío y el pan resquebrajado.
Noche exhausta, ella es el líquido que se desborda
y la comida sin tocar. Desciende sobre ella.
(Versión Esteban Moore)
Edward Hirsch
(Chicago, EEUU, 1950) Poeta, ensayista y crítico. Ha publicado ocho volúmenes
de poesía, entre ellos, The Living Fire:
New and Selected Poems (2010). En ensayo, entre otros títulos, dio a
conocer en 1999 How to Read a Poem and Fall in Love with Poetry que ha convertido a través de los años en
un auténtico bestseller.
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Poesía
sábado, 15 de diciembre de 2012
David Ferry: Dos Poemas Breves.
David Ferry |
Un Hechizo
Tengo un mellizo que porta mi nombre,
avergonzado lo lleva con él a todo
sitio;
él sigue un camino que yo no seguiría;
tiene conocimiento de cosas que desconozco;
cuando yo fui valiente él tembló de miedo;
él dijo la verdad, yo mentí;
lo que es dulce para mí a él le sabe amargo;
mis amigos, mis amigos, él no los
ama;
yo camino a la luz del día en su sueño:
él respira el aire de mis pesadillas.
En el Edén
Estás
recostada en nuestra cama como si un huerto,
/frutales en flor nos
cubriera.
Vos sos lo
que ha caído de esas ramas fatales.
¿Adónde
iremos cuando nos envíen lejos de aquí?
David
Ferry (Orange, Nueva Jersey, 1924) Poeta, traductor y ensayista. Ha
publicado: On the Way to
the Island (1960), Strangers:
A Book of Poems (1983), Gilgamesh: A New Rendering in English Verse
(1992), Dwelling Places: Poems and Translations (1993), The Odes of
Horace: A Translation (1998), The Eclogues of Virgil (1999), Of No
Country I Know: New and Selected Poems and Translations (1999), The
Georgics of Virgil (2005), Bewilderment: New Poems and Translations
(2012). Es miembro de la American Academy of Arts and
Sciences y de la Academy
of American Poets. Su obra ha sido reconocida, entre otras distinciones, con el
National Book Award (2012).
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David Ferry,
EEUU,
Poesía
jueves, 6 de diciembre de 2012
Horacio Preler: Poemas.
Horacio Preler |
Símbolos
Un extranjero recorre las calles
de una ciudad desconocida.
El misterio se encierra
en los extraños laberintos.
Los hombres pasan unos junto a otros,
sólo los viejos conocidos se saludan
con las ceremonias de costumbre.
Nos entendemos pobremente,
apenas delineamos los contornos del gesto
articulando símbolos heroicos
para superar el desamparo.
La Pared
Todas las mañanas un hombre
levanta las paredes de su casa.
Sube a los andamios; el sol brilla en su piel.
Abajo, sus hijos juegan en la arena.
Está solo.
Quizá piensa en la mujer que tuvo
o en la época en la que fue feliz.
Cuando termina su trabajo,
recoge sus herramientas
y regresa por el mismo camino que llegó.
Baratijas
El fuego arde y la materia es un axioma.
La energía engendra las cosas más extrañas,
las telarañas, los papeles,
el ojo denigrando la figura,
las puertas sin cerrojo,
la contextura ósea.
Hay personas mirando el horizonte
en una visión hueca,
puerto que recibe barcos cargados de riquezas
para rendir países,
monarcas que gobiernan un pueblo de fantasmas.
Los sueños ofrecen la ventaja de las cosas sencillas:
humildes baratijas
para vender en el mercado.
Casa Vacía
Alguien alguna vez hará el inventario de las cosas,
levantará papeles, abrirá los cajones de un escritorio
antiguo, revisará bibliotecas, estanterías,
muebles, aparatos usados, buscando explicación
a tanta fantasía.
Nada perdurará para dar testimonio.
Uno se lleva todo. Sus historias,
la clave de sus miedos, la lóbrega codicia,
la indiferencia, el odio,
los almanaques viejos.
Entonces encontrarán escobas en todos los rincones,
trapos de piso, humedad,
los restos de comida que han quedado en el plato.
Orden
Es bueno lavar los cuchillos en primer lugar,
todos juntos,
luego limpiar los tenedores,
todos ellos,
y, finalmente,
pasar a las cucharas,
para que la tarea sea más prolija,
para que sea más fácil
poner en orden el universo.
Horacio Preler (LaPlata, Buenos Aires, 1929). Poeta. Ha publicado: Institución
de la tristeza (1966); Lo abstracto y lo concreto (1973); La
razón migratoria (1977); El ojo y la piedra (1981); Lo
real nuestra casa (1991); Oscura memoria (1992); Zona
de entendimiento (1999); Silencio de hierba (2001); Casa
vacía (2003); Aquello que uno ama (2006) y La vida se interroga (2012).
Su obra ha sido reconocida con
diversas distinciones, entre ellas, el premio de poesía que otorga la Academia Argentina
de Letras.
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Horacio Preler,
Poesía
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