viernes, 23 de julio de 2010

Elpidio Isla, Esas Mujeres de las que Hablo.




















¿Dónde andará mi padre sin su cuerpo?
Emily Dickinson


LA MUERTE HARRINGTON FUE TEMA DE CONVERSACIÓN DURANTE algún tiempo. Los desocupados, los peones y los comerciantes opinaron sobre la cuestión, porque la muerte del gringo Harrington se presumía desde varios meses atrás.
Un día alguien le dijo al gringo que Moreira lo iba a matar. El gringo le comentó una noche a un amigo que Moreira quería matarlo pero, por más que se rompía la cabeza, no recordaba tener ningún asunto pendiente con él.
—Pero por las dudas ando armado —dijo palpándose la cintura. El amigo le contó a su mujer que Moreira iba a matar a Harrington y la mujer se lo contó a la maestra. Pasaron algunos días: el 25 de mayo la maestra hizo en la escuela un discurso muy emotivo y dijo —Que no era posible alimentar el odio entre argentinos porque todos estamos protegidos por el sagrado manto celeste y blanco de nuestra bandera— Como Moreira era chileno quedó afuera de la intención pacifista de la docente. No obstante la Comisión de madres instó la intervención del Comisario que citó a Moreira y le dijo: —Vos querés matar al inglés, pero eso está en contra de la ley. Así que dejate de joder y todo va andar bien —Lo único que Moreira pensó en ese momento fue que esto le pasaba por culpa de Harrington. Cuando el Juez de Paz lo llamó, el resentimiento hacia el tipo que le causaba tantos problemas fue en aumento. El cura fue muy duro en su sermón. No nombró a Moreira pero a todos les quedó muy claro a quien se refería cuando habló del amor al prójimo y dijo, con mucho dramatismo ―No matarás―. La cosa siguió por algunas semanas hasta que Harrington se convenció que Moreira lo mataría y Moreira supo que mataría a Harrington.
Una tarde, el mismo día que el tren trajo un piano donado a la escuela por el Ministerio de Educación y Moore estaba plantando los cortavientos por el lado del río, Moreira y Harrington, se cruzaron. El gringo lo increpó: ―Así que vos vas a matarme, chilote concha de tu madre ―Moreira pensó por un momento que nunca se le había ocurrido tal cosa pero por puro instinto tironeó del cuchillo y mientras el otro manoteaba el revolver lo mató de varias puñaladas.
Moreira se entregó y fue condenado. Ocho años después enfermó de apendicitis, del depósito de encausados pasó al Hospital, cuando el médico le dijo que, en realidad no tenía nada grave y que todo se solucionaría con una pequeña operación Moreira le preguntó: ―¿Me van a cortar? ―El médico le dijo que sería un pequeño corte —A mi no me corta nadie —dijo― y se mantuvo callado. El médico intentó explicarle pero Moreira permaneció en silencio hasta que lo devolvieron a la sala.
La situación de Moreira empeoró, sentía muchos dolores y la pierna paralizada. Los médicos decidieron operarlo; cuando lo llevaban al quirófano saltó de la camilla y se tiró desde el quinto piso —¡A mi no me corta nadie!—dicen que gritó, antes de saltar hacia el vacío gris del patio.

HARRINGTON HABÍA DEJADO UNA VIUDA y dos hijas: Edda y Brenda. El tren continuó llegando y quince años después de su muerte, en una mañana, bajó de la locomotora un hombre joven: vestía pantalones de trabajo, gorra gris y un displicente par de clípper verdes, provistos por el ferrocarril a sus maquinistas, levemente torcidos sobre la nariz.
A partir de ese día Julián Maldonado llegó cada semana durante los siguientes dos años y esperó la madrugada siguiente para volver llevando la misma locomotora. Nadie le prestó demasiada atención, pero tiempo después visitaba la casa de la viuda de Harrington y especialmente a Edda la hija menor del muerto, con la que empezó una relación. Un maquinista no era un mal partido.
El muerto había dejado una casa bien arbolada y construida de chapas inglesas con pisos de largos tablones de pino bien estacionado. Tenía además, un sistema de agua que fluía por desnivel hacia la cocina dando la sensación de que la casa tenía agua corriente. El pequeño terreno de unas diez hectáreas de buena tierra: la casa con la ilusión del agua corriente, algunos frutales, las dos hijas, la mujer, la leyenda del suicidio de Moreira, que no había dejado nada, sólo el terror recubierto por la necia valentía de su segunda y definitiva muerte. Todo esto formaba parte del legado recibido por la viuda y sus hijas. La larga monotonía de los años de trabajo y la falta de cargas en el ferrocarril, hicieron que la llegada de Julián fuera un acontecimiento para la familia. Pasado un tiempo Julián ya no necesitó quedarse en la pieza de la estación y se instaló en la casa donde pasaba los fines de semana.
Las leyendas comenzaron a superponerse: la primera ocultaba otras, como las capas de una cebolla: el maquinista ya no era el novio de Edda sino también el amante de Brenda y más tarde de su madre. Otras habladurías afirmaban que Julián Maldonado era un hijo que Ciriaco Moreira había abandonado y ahora volvía por lo que el muerto había dejado.
La gente podía comprender que se rompiera un compromiso y luego de un tiempo se estableciera otro, pero lo que encendía la imaginación de los vecinos era que el maquinista pudiera mantener relaciones con las tres mujeres. El compromiso era una promesa admitida por la madre y en este caso por la hermana mayor que eran las tutoras naturales, desde la muerte del padre, pero ¿Quién admitiría el compromiso de la hija mayor? La madre no podía hacerlo, más cuando ella misma aparecía como la tercera mujer en el asunto.
El romance no tenía ningún antecedente y seguramente tampoco lo tendría en una ciudad importante. Esto le daba al pueblo un aire cosmopolita que encantaba a algunos y horrorizaba a la mayoría. Pudiera ser también que Edda no supiera la verdad de los hechos entre las dos mujeres y su prometido. Pero todas eran conjeturas. El nacimiento de Elisa puso un breve paréntesis. El apellido de la niña fue Harrington. Elisa tuvo una madre, que a su vez tenía una madre a la que llamaba mamá o sea que Elisa llamó, como todas las mujeres de la casa, mamá a la viuda, que era en realidad, su abuela y ella amó al mismo hombre ausente que todas las mujeres de la casa. Un hombre que, en el mejor de los casos, había aparecido fugazmente por allí. Esa fue la única imagen masculina que la niña conocería en todo esos años. Las cosas se mantuvieron así, hasta que en 1978, el ferrocarril anunció que cerraba el ramal.

LA CARA DEL MUCHACHO HABRÍA ENVEJECIDO durante todos estos años pero eso nadie podía certificarlo porque para el pueblo Julián Maldonado era un desconocido: un hombre que no tenía rostro ni nervios, ni sustancia; sólo un apellido: Maldonado, aquel que había recibido malos dones, era una imagen que una vez por semana recorría el camino hasta la casa, demasiado temprano, para que alguien se detuviera a observarlo, sosteniendo la valija de cartón y los clípper verdes cubriéndole los ojos.
Y aquí comienza la última leyenda: el ferrocarril dejó de funcionar, el jefe de la estación y algunos peones se marcharon, otros se convirtieron en desocupados o peones de campo. Las mujeres, no demostraron ninguna alteración en sus costumbres. Elisa Harrington siguió concurriendo a la escuela y ellas continuaron trabajando la tierra. Haciendo almácigos y podando los frutales, que ese año se cargaron como nunca. Durante el invierno la cocina volvió a llenarse de los olores de las frutas maceradas: dulces y jaleas; azúcar y ollas de cobre para cambiar por carne, sal, especias, harina y arroz. Telas y zapatos para Elisa. Todo lo que no produjera la casa vendría de afuera, como aquel hombre que había llegado a la casa hacía más de diez años y que no había permanecido allí, sino era para concebir a la niña, en alguna fugaz noche de la Patagonia.
Una vez al año los frutales recién florecidos, sorprendían a los vecinos con todas sus ramas y sus hojas encajadas en los troncos añosos de las varas traídas por Harrington de El Bolsón unos años antes. Los árboles lo habían sobrevivido y sobrevivirían a su mujer, a sus hijas. Tal vez a la niña y quizá a sus hijos.
Para algunos Julián decidió no volver a Comodoro esa semana y ya no lo hizo nunca. El lunes su renuncia llegó a la oficina por correo, pero el ferrocarril no la aceptó y lo despidió por haber abandonado un tren en medio de un recorrido, a partir de ese día, nadie volvió a verlo. Una de las leyendas contaba que las mujeres lo habían sometido de tal manera que el aceptaba sin poner reparos esa situación de esclavitud consentida. Si él mantenía relaciones con todas las mujeres de la casa es cosa que no podía saberse.
Otra versión decía que durante el invierno, poco antes del nacimiento de Elisa, Julián Maldonado había muerto. La muerte se adjudicó a una neumonía o a la caída en una acequia. Alguno deslizó que lo habían matado las mujeres, esto tampoco se supo.
Pero lo que no apareció nunca fue el cuerpo de Julián, ni vivo ni muerto. Sea cual fuere la causa de su desaparición las mujeres se encargaron de ocultarlo por muchos años.
Para otros el maquinista no había existido nunca. Sólo era parte de las habladurías del pueblo. Un novio de la pequeña Edda que había aparecido y de la misma forma se había esfumado, dejándole una niña que no había querido conocer. La realidad fue que el maquinista desapareció a los pocos meses de haber ingresado a la vida de las mujeres. La forma en que lo hizo quedó sellada en un pacto que las mujeres nunca rompieron y la niña siempre creyó que su padre había muerto, por una neumonía, el invierno antes de que ella naciera. Eso explicaba el apellido de Elisa. Nunca pudo ser reconocida pues su padre ni siquiera había llegado a verla.
Sin embargo muchas personas dijeron haber visto al maquinista ir de la estación a la casa con su gorra, sus pantalones grises y su clípper tapándole la cara. Esto antes que el ferrocarril levantara el ramal; en 1978 apareció otra leyenda: cuando las mujeres se enteraron que Edda estaba embarazada supusieron que Julián se haría cargo del problema, es decir que se casaría con Edda. Podría quedarse en la casa y trabajar con ellas. No verían bien que se mudaran con Edda a Comodoro y Brenda y su madre quedaran solas. Otra posibilidad era que el siguiera trabajando en el ferrocarril y vivieran en la casa esta forma no cambiaría para nada la vida de todos. El fin de semana siguiente Julián llegó y encontró un ambiente festivo que lo sorprendió. Las mujeres habían cocinado como para una fiesta y abrieron una botella de vino que Harrington había guardado para alguna ocasión especial que no iba a contarlo entre los celebrantes. Cuando se sentó a la mesa las mujeres le dijeron que Edda estaba embarazada y se entretuvieron detallando las alternativas que habían imaginado para la felicidad que les esperaba a todos.
Julián permaneció en silencio, la conversación fue bajando en entusiasmo hasta convertirse en un susurro molesto. Esa noche Julián no pudo dormir y las mujeres permanecieron atrincheradas en la habitación de la madre, planeando un futuro inimaginable esa misma tarde. En la mañana todo estaba tranquilo, ya nadie habló, la madre se mostró comprensiva —Todo se solucionará y por el momento no es necesario seguir hablando del tema—dijo.
Julián viajó esa madrugada y no volvió. Cuando lo hizo habían pasado dos meses y dijo a las mujeres que no volvería más Porque la empresa había decidido trasladarlo a otro destino y que el no haría nada por cambiar las cosas. Este era su último viaje. Esa noche durmió en la estación y en la madrugada del otro día, se fue en el mismo tren que había venido.

LAS MUJERES SE SENTARON TODA ESA TARDE en la habitación que daba hacia el este. Del otro lado golpeaba el persistente viento que ponía taciturnos a los hombres del galpón, contratados para remover la tierra y sembrar alfalfa, podar los árboles o recoger las primeras cerezas. Durante todo el día escribieron cartas. Pidieron entrevistas: con el gerente de personal del ferrocarril, con el Juez de Paz y con un abogado de Comodoro. El Juez de menores las recibió una tarde en la ciudad y ellas contaron su historia.
Habían recibido a Julián en su casa como novio de Edda, que ahora estaba embarazada. Al poco tiempo mantuvo relaciones con su hija Brenda y hasta con ella misma. Eran felices las tres y ellas suponían que él también lo era. Todas sabían lo que sucedía pero no les importaba. Nunca compartieron la cama, pues ellas eran mujeres decentes. La hija era de Julián y que era como si todas fuesen la madre y no les importaba quién llevara el embarazo. Venían a poner todo esto en conocimiento del juez de menores pues Maldonado las había dejado desamparadas, a ellas y al hijo por nacer, venían reclamar que el volviera y se hiciera cargo de las tres, porque ellas eran las madres de su hijo; no les importaría si él quisiera quedarse con alguna de ellas. Todas estarían de acuerdo, pero debería volver a la casa. El juez las escuchó con sus ojos que parecían los de una persona que ha regresado recientemente de un viaje, dijo que hablaría con Edda, después lo haría con la madre y la hermana mayor.
Edda sintió en las articulaciones un aleteo leve, como cuando se asomaba a un espacio vacío. El juez se entretuvo con unos papeles. Ella miró los lomos de los libros austeros, alineados como soldados, en los estantes y pensó que allí estaba encerrada toda la justicia de los hombres sería muy bueno que la injusticia también tuviera sus libros, aunque tal vez, fueran los mismos.
El hombre la miró y ella dijo: —No es verdad. —y se quedó callada.
—Todo lo que usted diga aquí es reservado, nadie se enterará nunca de lo que me diga. Será un compromiso entre usted y yo —la voz del juez la tranquilizó.
—No es verdad. Julián no se acostaba con ellas. —y volvió a callar. El juez le dijo: —continúe por favor —y ella contestó: —no tengo más nada que contar.
Tiempo después nació Elisa y ellas iniciaron un juicio por filiación: hubo audiencias y citaciones, pero allí quedó todo. Las mujeres continuaron con sus cartas y sus entrevistas, a espaldas de la niña que crecía. Pasaron más de diez años. Una tarde recibieron una notificación del juzgado: el juez había desechado definitivamente la pretensión de que Julián volviera con ellas, pero lo condenaba a hacerse cargo de los alimentos de la menor. Los que debería hacerse efectivo cuando, Julián Maldonado, pudiera ser hallado para poder hacer efectiva la condena. Nunca pudieron encontrarlo: despedido del ferrocarril había dejado la zona sin destino conocido.

PASARON OTROS DIEZ AÑOS. Ese verano los frutales estuvieron recargados y cuando se preparaban las ollas de cobre y el azúcar doraba el fondo de los recipientes, una mujer bajó del ómnibus que se detenía tres veces por semana en el hotel donde los trabajadores y los desocupados perdían el tiempo sentados alrededor de las mesas de material plástico oscuro. La mujer se instaló en el hotel y preguntó por la chacra de Harrington. Esa misma tarde tomó el único taxi del pueblo y recorrió el camino que alguna vez hiciera su padre.
Pidió hablar con Elisa, mientras el taxi esperaba, ambas tomaron por un camino de tierra, que bordeaba la casa por el oeste, debajo de una sólida hilera de álamos levemente inclinados. Era una mujer joven, que seguramente no conocería nada sobre el trabajo de la tierra, ni de frutas, ni de los inviernos, ni tendría los recuerdos de los días iguales puestos prolijamente uno tras otro como la hilera de árboles debajo de los cuales caminaban. Aunque vestía con sencillez sus zapatos y sus ropas se encendían contra los árboles, increíblemente verdes, en esa época del año. Permaneció en silencio, como si no encontrara las palabras adecuadas; pensaba que había hecho más de cuatrocientos kilómetros en ómnibus y que allí se respiraba un aire increíblemente limpio.
—Pero no es eso de lo que vine a hablar —dijo abruptamente —Yo vine para decirle que soy la hija de Julián Maldonado.
Elisa no comprendió. La imagen de Julián Maldonado no tenía para ella una correspondencia física concreta ¿Quién era en realidad Julián Maldonado? ¿Cuál era la forma que adquiría el nombre en su mente?
—No sé quién es ese hombre —dijo— y permaneció en silencio: la mujer le contó entonces que su padre, Julián Maldonado, había fallecido unos meses atrás. Entre sus papeles aparecieron unas viejas citaciones judiciales. Así se había enterado de que tenía una hermana. Su padre mantuvo la situación en secreto. Ella tenía otra familia. Quería saber lo que había pasado. Por eso estaba allí. Su madre había muerto cuando ellas eran muy pequeñas y tampoco sabían mucho de su padre, pues las había abandonado mucho antes de morir su madre.
¿Un padre? la vida para Elisa carecía de hombres. Los hombres sólo eran peones o comerciantes ajenos a su vida. Seres, en todo caso, que perdían su tiempo en el bar donde arribaban los colectivos. Nunca había tenido un padre, ni siquiera tenía el recuerdo de un padre hasta la aparición, de esta mujer, que venía a entregarle el recuerdo de un padre. No un padre concreto, simplemente imágenes que no eran propias y que venían a introducirse en su vida después de haber permanecido en lugares desconocidos. Pero en realidad ¿Qué era ella? Una persona que deliberadamente desechaba la idea de conocer algo sobre el que la había engendrado. Acaso estaba destinada a no amar ni siquiera un tenue recuerdo de aquel que había caminado ese mismo lugar, respirando ese mismo aire limpio que ahora hinchaba los pulmones de esta, que decía ser su hermana y que había andado más de cuatrocientos kilómetros para compartir con ella una noticia que causaría pesadumbre, en el alma de cualquiera, menos en la suya.
—Mi padre murió hace muchos años, en este mismo lugar— dijo para aventar los pensamientos que la acercaban a la forastera que decía ser su hermana. La mujer permaneció en silencio mientras volvían hacia la entrada donde esperaba el coche. Unos metros antes de llegar Elisa dijo: —Si usted tuviera razón ¿De que me serviría saberlo? ¿Qué agregaría a mi vida, por qué tendría yo que saber algo que la gente que amo ha intentado ocultarme durante toda mi vida? ¿No les causaría un dolor irreparable poniendo en la vida actual algo que ellas decidieron enterrar hace más de veinte años?
—Pero ¿Y usted? —dijo la mujer.
—He pasado la vida fingiendo que no comprendía. Ellas: mi abuela, mi tía y Edda han pasado sus vidas siendo mi madre. Un juego perverso si usted quiere. Pero ese hombre las condenó a ustedes a vivir solas, sin siquiera una madre. A mí, en cambio, me dejó tres madres porque yo no fui la hija de Edda Harrington. He sido la hija de las tres mujeres que me han dado todo lo que podían darme. Ellas han armado una historia haciéndome ver que no tenían ninguna intención de hacerlo. Cuando yo era niña me preguntaba ¿Y si les digo que yo se que sólo Edda es mi madre? ¿Y si supieran que he leído esos papeles que esconden y dicen que tengo un padre en alguna parte? Pero no lo hice, ni antes ni ahora. Este juego tiene reglas que todas cumplimos, incluso ese hombre que usted dice que fue mi padre. Si yo las hubiera quebrado siendo una niña, hubiera provocado otra historia. No sé si mejor o peor, pero distinta, para nosotras y para ustedes. A mi me resultaba divertido pensar que ellas también disfrutaban del juego y esto hace que hoy me sienta bien. Es una forma adulta de agradecimiento. Adulta y algo malévola. Pero es lo único que tengo para ofrecer. Su padre, o el mío, me destinó, en todo caso, a ser una sencilla campesina y es lo que soy y no quiero ser otra cosa. Soy una mujer criada en un pequeño pueblo. No importa cuanto de progreso pueda usted ver en nuestras calles. Ni la escuela secundaria, ni la ruta asfaltada cambian nada. Todavía crecemos hacia adentro, somos una comunidad cerrada. Somos elementales: ¿Cómo es tu casa? Dímelo y me dirás cuanto has trabajado. Las avutardas pasan y nos dicen, todavía, de la primavera y el otoño. Para los vecinos, cualquiera que esté fuera de la zona es un extraño. ¿Sabía que hasta no hace mucho tiempo en el hotel no le daban alojamiento a ningún desconocido que llegara después de las diez de la noche? Mi familia son mis madres, o mejor dicho mi madre son ellas. Me criaron y debo ser leal. Alguna vez decidieron guardar un secreto y no seré yo quien rompa las normas. La gente como nosotros odia los cambios porque tenemos la certeza que nos dañarán. Los cambios siempre vienen de afuera y producen dolor; yo puedo afirmar que es así. No se cómo seguirá la historia a partir de hoy. Alguien vino un día y cambió todas las reglas del juego que mi familia había jugado toda la vida. Pero veinte años después reaparece esa misma persona o su reencarnación y dice que viene a devolverme un padre que quebrantó las reglas, pero fue lo suficientemente cobarde como para morirse primero. Es decir, al morir volvió a huir por segunda vez. O sea, usted me ofrece, no un padre sino el recuerdo de un padre y no me interesan: ni el recuerdo de un padre cobarde, ni la realidad concreta de unas hermanas que no conozco. Perdóneme que no le agradezca. Pero mi madre estará inquieta, ellas se ponen nerviosas ante todo lo nuevo. En lo que a mi respecta, mi padre falleció, en este lugar, de una neumonía, antes de que yo naciera.
La mujer no dijo nada, abrió la puerta del taxi; miró como si buscara a alguien y se metió en el aire detenido de la tarde.


***

Enrique Hernández D'Jesús, poemas.









Enrique Hernández D'Jesús, 2010.




Venus aparece con su plato de frutas


Y así comienza la gran fiesta con Baco
La invitación es siempre la misma
debajo del puente
La belleza deja el lugar de la noche
y el sol complica el día
parezco siempre ausente
sin energía en la morada
Y si mi Baco no le ha dado uso práctico a la vida
es porque se ha equivocado. Pero muy útil serán
estos consejos, este juego de amor, estas modificaciones
del tiempo, estos rompimientos, este ejercicio mudo
Por el pudor no he podido derraparme aún más
He dado lugar a las palabras y las cosas
He asistido al recuerdo y al pensamiento
Me he rodeado de interrogaciones
Prendida de lo humano
Precipitada
Juguetona
Levantando ruido con mis zapatos
abriendo puertas cerradas y prohibidas
Así quedo con mi tela de juicio
Cuando salgo rescato los objetos abandonados
y sigo contestándome la eterna pregunta
de abandonar
y dejar solo a mi Baco en el patio
Me reúno con mis amigas
y lo llamo de nuevo
Le hago señas con mis ojos
Yo necesito la rienda suelta
y siento el plato de ensalada de frutas
como se confunde en nuestras pieles
La patilla comienza acariciándome los senos
el melón la espalda
el cambur se introduce en mi sexo
la mandarina me baña el cabello
Y yo le doy la manzana negada a Baco
para que se quede tranquilo


Lo puedo dejar en la poética

Unido a un extraño presagio, los límites
me llevan a la inconsciencia, y me apodero de un
rostro que aparece oculto
que es abominable, enfermo, despreciable
y se estremece en la memoria, arrebatándome la calma
Llego a confundir la belleza con el oficio y la costumbre
Mi naturaleza logra destruir lo que amo
Es un círculo
Me arrastra Me observa y Me delata
Presumo ser un ángel Me transformo
picoteo la inocencia
Retorcido señalado por la tempestad
Me persigo y no me abandono
Es la lujuria imposible
lo sórdido de la navegación
Una fatiga de combates
¡Tengo que recoger los trozos de la imagen!

Enrique Hernández D'Jesús, Esteban Moore; reencuentro en el XX Festival de Poesía de Medellín, 2010.











Enrique Hernández D’Jesús Mérida, Venezuela, 1947. Poeta, fotógrafo y editor. Desde 1978 ha realizado exposiciones en su país, Italia, España y Puerto Rico. Ha publicado: Muerto de risa, 1968; Mi abuelo primaveral y sudoroso, 1974; Así sea uno de aquí, 1976; Los últimos fabuladores, 1977; Mi sagrada familia, 1978; Mi abuelo volvió del fuego, 1980; El circo, 1986; Retrato en familia, 1988; Los poemas de Venus García, 1988; Recurso del huésped, 1988; Magicismos, 1989; La semejanza transfigurada (94 fotografías intervenidas por Vicente Gerbasi), 1996; y La tentación de la carne, 1997. Ha obtenido diversos premios de literatura y de fotografía.




Daniel J. Montoly, poemas.









Daniel Montoly




Atlántida dormida


To miss Eniva

Te cruzas a obscuras con mi boca
como sílaba
que se pronuncia
con la punta
de la lengua;
sin puntos y apartes
que entorpezcan
su lectura.

Mas mis torpes labios
no alcanzan
a adorar tu plenitud
de cuerpo,
porque te desbordas,
mar apetecida
bajo nocturnos visos
de lunas
que te cantan
boleros eróticos.

Y voy a tumbos
tocando cada contorno
que pronuncia
las ínsulas de tus caderas
como minero
que se expone al furor
de un derrumbe.

Te enciendes
como llamarada joven
que la brisa
del norte instiga
con melodías
reproducidas
con los roces del festejo.

Te entregas, Atlántida
dormida al saqueo
del paladar
que te conquista
con sus tambores de espumas
cuyos ecos de fuego
se canonizan
en tus sentidos.



la muchacha de Johannes Vermeer


(…) entre conjeturas que se vislumbran antagónicas
a su origen –incierto- la sombra apuntalada
por la luz
sobresale a un primer plano
absorbiendo colores contraproducentes
dentro del marco de su mirada

la ambigua genuflexión del cuello refleja
dentro del juego con la imagen
el joven ejercicio de un rostro, cuyo destino
oscila perpedincular al de un arete:
Habeas corpus” contra el tiempo


CANTO DEL LEVIATÁN
"Hoy se me ha perdido el mundo."
-Martha Kornblith-

I

Surges de mi oscuridad, refulgente monstruo
con los albores lascivos
te ensañas como un sátrapa
sobre su débil víctima.
Mis penas se suceden
como burlescos malabares
de grises trapecistas
por mi cuerpo anoréxico.
Siento escalofríos
apropiándose de mis preguntas.
Hoy reina el invierno en toda parte.
Entre viejas y dolorosas nomenclaturas
duermo este espíritu
sosegado, y sin escapatorias.

II
¡Bendita la noche que alberga tanto sueño!
- María Baranda-

Tu boca completa roza lo inocultable
disecando pedazos de cristales
de sordina en los extremos.
Tus ondulantes alas
inferiores
sellan mis huecos vacíos,
sacuden mis viejas ansias.
Siento que con la lejanía
tu voz se atraviesa en mi garganta,
forma bulliciosas olas
que como navajas placenteras
naufragan en mi piel indemne.
La maldita inquietud se desplaza
por mis frágiles huesos
barcaza arrastrada a orillas nocturnas.

III

"No habrá en ese atardecer
un color único que los cuerpos destelle."
-Gabriela Saccone-


Extiende tus labios para convertirte
en apetecible tormento.
Cansado ya del hedonismo platónico,
soledad, sueño que te ahogas
en aguas increpadas por mi boca.

Mas tu silueta permanece inmune
porque jamás logro quebrar
el péndulo que borrará en mí tus huellas.

Te rebelas contra mi voz. Pisa
por mis habitaciones húmedas
con bolsas de cenizas en tus ojos
con gritos de loba herida por resplandores.

Es el noveno día, y, aún el embrujado beso
pende del extremo sur del labio.
Tu halo me persigue como a una mosca.

IV


"Te damos gracias por la tiniebla
que nos recuerda
la luz."
-Gabriela Saccone-


Detrás de frases difíciles la realidad
pesca con un desbordarse del asombro.
Las diarias preocupaciones
se juntan a formar escenas
para rendirle culto al sin sentido.
Mi espíritu por atarse al silencio
encalla en un largo espejo
que sólo refleja sombras.
Afuera, el olor a metales
y el haz de luna cruzan la plaza.
El fulgor rabioso de la noche
cae sobre la inercia del reloj de sol.
El hombre y las cosas dialogan
uniendo sus identidades.
Exiliado en otra dimensión
el mago mezcla oscuras hierbas
buscando escapar a su infierno numinoso.

V

"Uno debe oírlos, pero no aliarse con sus huesos..."
-Julio Hubard-



Una vez beba de tus manos "La Cicuta"
bailaré un intenso tango
con melancólica incertidumbre.

Escucharé tus amargas pisadas
como fúnebres campanadas
despedazar mi entusiasmo.

El rigor del miedo apertrechado
en mis venas flácidas
construirá una estatua virgen
con despojos arrebatados al tiempo.

Seré un efímero desplazamiento
tu inaudible oscuridad
nombrando inexacto a un cuerpo
que la misoginia del otoño
se confundió de huellas
con el escarceo de las hojas.



REQUIÉM A LOS CEREZOS


A José Watanabe

Poeta, el cerezo florecido lágrimas
sobre la levedad de la tumba
te acoge como distinguido huésped.
Los bueyes llevan púrpuras guirnaldas
en sus menguantes cuernos
las garzas blanquean el lago
y en el fondo los peces
zurcen una estrella en tu destino
con el fulgor de sus escamas.
La brisa ruge detrás de los montes
como una leona enamorada
los pájaros escuchan sus rugidos
despiertan con sus vuelos
la apacibilidad del río de los rostros
donde millones de piedras encendidas
forman un bosque de arco iris.
Poeta, con tu muerte el cielo se cubre
con lentejuelas arrancadas
al vestido de lo incierto.
Las visibles huellas del invierno
se extienden a lo largo.
El guardián del hielo arrastra en soledad
sus pasos hacia el Monte Fuji.



Balada de los suburbios

Te escondes tras el makeup y el rimel,
triste, con la nostalgia retroactiva
en el útero marchito.
Masticas los malos días
con mecánica alegría de píldoras
y dejas hundir tus labios
en la parodia de la televisión.
El cartero no trajo hoy rosas para ti,
tampoco una notita
con la palabra: Te quiero.
Loretta, las flores del jardín
se llevaron su perfume
hasta confines foráneos.
Y tú, te aferras a su fotografía,
juras jamás volver
a pararte frente a la ventana
para no ver en el horizonte, a ese niño
de ojos vivaces y pelito negro,
ir en bicicleta a cazar relámpagos.


ILUSIÓN NOCTURNA

Los monjes de Egipto cavaban tumbas para verter lágrimas en ellas;
hoy cavaría yo la mía y no caerían mas que colillas.
-Cioran-


Partí mi corazón con un enigma
con la noche escondida
entre mis huellas
excavé, ebrio, en sus oscuros brazos
por una voz o un dedo
sobre los hombros
de mi angustia, mas sólo silencio
y sombra vi en el túnel.
Un rostro ahogado en hierbas
salió a mis pasos, a sellar mi boca
con sus besos de medusa.
Ya no siento miedo
todo bajo mis pies se rige por el cadalso.
Mi corazón es una flor
a intemperie de la niebla.


(V)
Los árboles mueren pero el sueño prosigue
-Ezra Pound-


A Karmen Blaquez


... La luna tiende
un sendero de peces
encontrados.
La palabra florece,
perdida,
olvidada,
donde habitaban las hojas,
sueño de un árbol
que desaparecía en la noche.

Ana Bolena

Ella durmió la muerte
entre sus brazos
cantándole nanas
de sirenas. Su vientre
se volvió
el juez inquisidor,
el negro zafiro de su tiara.
Sobre la renegrida torre
el primogénito
afila la guillotina,
la muchedumbre
celebra la salud del reino.



Daniel J. Montoly (República Dominicana, 1968) estudiante de la carrera de derecho en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). Fue finalista en el concurso de poesía Latin Poets for Humanity, ganador del concurso de poesía de la revista Niedenrgasse y del "Editor's Choice Award" de The Internacional Poets Society. Ha publicado en el Primer Volumen de Colección Sensibilidades (España, Alternativa Editorial), Maestros desconocidos de la poesía contemporánea hispanoamericana (USA, Ediciones El Salvaje Refinado), Antología de jóvenes poetas latinoamericanos (Uruguay, Abrace Editores) y en Jóvenes poetas cantan a la paz (Sydney, Australia, Casa Latinoamericana). El Verbo Decenrrejado (Apostrophes Ediciones, Santiago de Chile) Antología de Nueva Poesía Hispanoamericana (Editorial Lord Byron, Lima, Perú) y en la antología norteamericana: A Generation Defining Itself- In Our Onw Words (AMW Enterprises, North Carolina). Algunos de sus poemas han sido traducidos al portugués, inglés y alemán. Colabora activamente con diversas publicaciones literarias y dirige el blog The Wrong Side, dedicado a la difusión de la literatura hispanoamericana.

Gerardo Gambolini, sobre la traducción.




















LOS CORRECTORES DE ESTILO PENINSULARES

Vuestra herencia de la Mancha os da la potestad: con celo implacable, inquisidor, la tinta roja de vuestra pluma sentencia y endereza el extravío de estos mares. Ya no hablaré de inusual sino de infrecuente, ya no diré en contraste sino por el contrario, y espero además no coger frío. ¿Por qué no marcháis un poco a la puta madre que os pariera?

Gerardo Gambolini, poemas.
















Gerardo Gambolini






DIATRIBA

Nessim diría que moran en tí los enfermos,
los profetas, los solitarios,
todos los que fueron hondamente
heridos en su sexo.

Oh tierra estúpida,
ajena del mar,
tus jóvenes pasan con música muerta en el rostro

Oh, suelo de beatas y procesiones,
de actos cívicos y parlantes defectuosos,
tierra sin otra epopeya que los domingos

Que la anarquía te arrase
y te funde, acaso, nuevamente.

Santa Rosa de Calamuchita, 1998


ANALES

El crápula y las súcubas
una corte de lameculos
los Templarios
el leve interregno
y un grave defecto del Islam

El territorio que asciende
ufano
al infierno.


REGNAUT de BEZIERS

“Exquisita la joven, y dulce con todos
—vuestro gusto nunca ahorra—
En cuanto a lo otro,
veo con hábito, Sire,
que detrás de las palabras
no siempre anida un cerebro,
tal órgano magnífico y sutil.
Si puedo decirlo,
intuyo que muchas voces
son gobernadas por simples
bolas de mierda.”


PERFILES

Un grupo de jubilados sube en Embalse al micro semivacío.
Su manera viscosa de avanzar por el pasillo;
los bolsos, los alfajores,
las bromas de contingente.

Volvemos a la negrura de la ruta
apenas alterada cada tanto
por las luces de un auto.
Almas en tránsito

o mero pasaje de la carne.
Una especie de Brueghel;
el silencio del sueño nos concede
alguna dignidad.


COMISION

Id, cantos míos, contra el terror de provincias
el cincelado miserable de la rima
Id contra el sarcasmo de la urbe
contra la paridad del pensamiento hostil
(Un sujeto medio con más vocabulario cada año)
Id contra toda inmediatez
id contra el lenguaje inteligente
Id, por fin, contra la abundancia de la época.
Claváos como dardos en el silencio.




LITTLE HORSE

Ahora pienso que la actitud del consorcio
no era sólo benevolente con Johann, el portero,
que a veces recordaba las trincheras alemanas.
En los hechos, todos temían el celo
con que alimentaba la caldera.
El senor Pencel, un arquetipo de la mesura intrascendente,
y su hija, salida de un Degas, inmerecidamente etérea.
Luego los Fuchs, con un número indeterminado de hijos,
y los Bourbon, una trilogía de boxers
aparentemente próspera.
Los Ainsestein, y aquella madre con aspecto de Treblinka;
acaso la única familia del consorcio más escandalosa que la nuestra.
El Sr. Maniglia tenía un rito particular:
cuando se le escapaba un pájaro de alguna jaula,
ponía un cebo en la vereda de enfrente
y esperaba hasta que se acercase, las horas que fuera.
Entonces le pegaba un tiro.
Un edificio que nunca
termina de derrumbarse.


ARAÑAS

Mientras no se excedan de tamaño y de costumbres,
les permito habitar en las vigas del techo, la baulera del placard,
algunos rincones del baño, el espacio detrás de la heladera,
el área de las patas, debajo de la cama.

No me gustan particularmente, no me molestan.
Las uso para pensar en lo diverso y lo efímero.
A veces me cambia el humor y las mato
sin remordimiento. Mi espanto
no es de este mundo.



OUTREMER

Calcinémonos bajo este sol impiadoso,
huraños, malolientes;
marchemos agotados padeciendo el frío de la noche,
dejemos las heces a nuestro paso
y arrasemos las aldeas,
violemos a las mujeres pensando en nuestras esposas,
robemos el agua y la comida y el licor y la hacienda,
sepamos
que el tiempo hace gestas con estas inmundicias
y que hablarán de nosotros con la pompa de los claustros.


WALDEN



I.

Dejo el bosque definitivamente
para volver a las construcciones humanas.
El silencio también
engendra peste.

II.

La realidad se vuelve más sospechable y fragmentaria
cada invierno.
Ordeno palabras, pulcra, pasivamente.
La primera persona del plural
me parece por momentos un abuso.

III.

Cada vez más
aspiro únicamente
a las buenas imitaciones.

Los verbos empiezan
a conjugarse en pasado.

LOS VISITANTES DE LA NOCHE

Nunca volví a saber
de Alain Cuny, o del actor que hacía el diablo,
o de la voz de Michele Arnaud.
Hace años,
hubo para ellos una leve inmortalidad.

Dónde está la cámara
que nos filma a nosotros
antes de que entremos para siempre en el silencio
habiendo callado tantas cosas.


TRISTÁN

Injusto ni triste acaso
fue el término,
pues, ¿cómo sostener el alma arrebatada
entre la turbia gravedad del mundo,
sobre la tímida escala
de nuestros propios corazones?


todas las cartas de amor son ridículas —F. Pessoa
Tu barco sale el lunes.
No encuentro gran cosa que decir, en realidad.
Sólo impresiones,
los restos del viaje.
La intuición de otro puerto vacío.




UPPER WEST SIDE

a M. D.
Después de la ciudad está el museo.
Los dioses me hablaron: las máscaras,

las armaduras, las hojas de palma.
Las columnas y las ánforas me hablaron:

La cerámica, el granito, los bustos reconstruidos,
los ojos huecos

el tiempo curvado como una espiga.
La seda y la filigrana y las ceremonias me hablaron:

el roble que permanece,
la tarde y el cuerpo avanzando hacia la noche.

No la dejes ir –me decían– no la dejes ir.


DOMINGO DE PADRE

Estamos los cuatro mirando televisión.
Pompeya se mezcla con los restos del almuerzo
enfriándose en la mesa.
En una pausa, les hablo de los volcanes y les cuento que Arshes
veranea en Santorino, la Atlántida misma, dicen.
Nicolás abre los ojos. Ana cambia de canal. Lucía retira los platos
y pone agua para el café.
A lo largo de la tarde haré bromas, comentaré cosas por decir algo.
Después se irán.
Por suerte, lo ignoran. Cada domingo que vienen,
cada día que transcurre, fugaz e insuficiente,
sólo construyo una parte de sus recuerdos.


ESTACIONES

Bajo las escaleras.
Nada; las venas.
Ninguna idea en particular.
Y entonces las caras en el andén
ya no son dignas, adustas,
vulgares, inexpresivas.
Sólo son cuerpos
más cerca o más lejos que el mío
de su destino.


ARTE HOSCO

Has escrito al final de los surcos
donde el poeta del Liffey puso headland.
Has afrentado a la niña muerta
de Swansea.
Has escrito olmo-roble en la campiña
sin entender al pisano.
Has escrito presumir,
sin saber si era jactancia o conjetura.
Has rebajado el parlamento de Lorenzo
al habla de un capellán.
Has elegido nombres y verbos
sacrificando ecos.
¿Seguirás escuchando siempre
tus propias palabras?
¿Seguirás traduciendo mundos
por una causa insignificante?


LOS CORRECTORES DE ESTILO PENINSULARES

Vuestra herencia de la Mancha os da la potestad:
con celo implacable, inquisidor,
la tinta roja de vuestra pluma sentencia y endereza
el extravío de estos mares.
Ya no hablaré de inusual sino de infrecuente,
ya no diré en contraste sino por el contrario,
y espero además no coger frío.
¿Por qué no marcháis un poco
a la puta madre que os pariera?


MARINA

Desierto,
escorado entre el guano y las algas de la arena.
Un pájaro apostado en la cruz de la mesana.
El ajetreo, los puertos de ultramar grabados aún
en la madera reseca.
Una majestad que el agua dulce ignora.


CICLOS

Tendría seis o siete años
cuando subiste al Empire State
y volviste fascinado por aquella imponente
proximidad al cielo.

Recuerdo exactamente el color de la valija,
tu entrada por el vestíbulo de casa,
los regalos que trajiste de aquel viaje,
aunque me cuesta recomponer tu cara en mi memoria.

Nicolás entiende tu existencia de una manera simple,
como un dato; tiene ocho años ahora,
y hace unos meses subí yo al Empire State
fascinado por los puentes y la nostalgia.

No sé qué pensó durante mi ausencia.
Acaso pensó en mí,
pensando en él, y en Ana y en Lucía,
a través del Hudson,

soltando al Atlántico mi amor a ellos;
acaso vos también hayas sentido
que también nosotros éramos una especie de altura
donde el vapor del mundo se diluye

y el pasado y el presente parecen justificarse.
Y quizás también él ascienda un día a ese raro silencio
que al menos por una vez
da vuelta el alma como una media.

Supongo que son ciclos inexplicables,
códigos del tiempo y del azar.
Sé que vos y yo
finalmente bajamos.


LA POSESIÓN DEL JADE


Primero dejó de ser fácil,
después dejó de ser evidente.

Nuestras ciudades volvieron a separarse.
Mejor es pensar que hubo una pausa
en la fuga del tiempo.
Evitar la certeza,
caminar del brazo en el frío de la avenida,
grabar obstinadamente
el eco de una luz, la efímera
substancia de los gestos.

¿A qué lealtades
pertenece el daño?
Aún serás un norte impreciso
hasta que el hábito ceda.
Ahora sabrás el barro que empuño;
yo sé el minotauro que rige la noche.


HORAS SERENAS

I.

por qué ahora
el rostro cautivante
la voz ajena

que duerma tranquilo Urías
la pasión se ha vuelto casta
civil
un mero pensamiento
de oficina

II.

por qué ahora
que es tarde
el rostro cautivante
la voz ajena

que duerma tranquilo Urías
la pasión se ha vuelto casta
civil
un mero pensamiento
de oficina

de todos modos
que no confíe


MILENIO Y SEGUNDA VENIDA

Que no haya aparecido entre los fuegos de artificio
es un gesto de respeto a los millones de orientales
que lo ignoran.

Ahora,
es de esperar
que si un gran meteorito se incrusta en la faz de la tierra
los sobrevivientes no empiecen a adorarlo.


Paul Hoover, poemas.















Versiones, Esteban Moore.


La canción del conductor

Nunca llegaré a Danville, Ohio,
la lejana solitaria Danville.
Gato negro, luna pequeña,
en el asiento trasero, latas de cerveza.
No recuerdo las direcciones, rutas y caminos
nunca podré llegar a Danville Ohio
Sobre las planicies, a través de Indiana
allí conocí la soledad.
Gato negro, luna amarilla.
Desde una alta ventana mi padre
vigilante me observa.
Sí, que lejos estoy de California
sí y en un automóvil que es tan veloz-
invisible al alma
En la distancia veo a la muerte moviéndose lentamente
/sobre el camino.
Sé que podré acariciar sus velos
incluso mucho antes de que pueda llegar a Danville, Ohio.
Danville, tan distante y tan solitaria.


El mundo tal como es



“Todas las cosas que el creador me dijo en Alabama”
Sun Ra

Mariposa, ¡que palabra limpia!
Puede volar todo el día
y nunca se embarrará las alas.
Ella produce un sonido limpio cuando me atraviesa-
casi nada realmente.
El barro se desparrama sobre el suelo,
No puede hacer otra cosa
Quién podrá respetarlo?
Butterfly, mariposa
tan bella y quizás algo alocada
como Blanche Dubois de niña.
Incluso SCHMETTERLING
posee una cadencia verdadera a su ideal.
Palabras en mi boca
ellas se preparan para el verano
naciéndose a sí mismas
nuevamente.
No es ninguna ciencia
todo el mundo conoce sus nombres
enbankment y barranco
noises y ruidos-
Arrodillate y decí tus oraciones.
Pasa una bella mujer
y si insistís, un hombre.
Palabras de piel y hueso.
¿Donde esta mi refugio y mi trampa,
hacia dónde se dirigen cuando las pienso?
Todo el día las palabras me acechan
van, vienen, significando,
y en la tarde también.
Es el tráfico y comercio del mundo.
Pero en la noche, si sucede
es cuando me hundo en su cuerpo,
no existe palabra alguna, ni siquiera seda
para expresar mis pensamientos.
El sonido se derrama de mi boca,
Sin formas a nuestro alrededor.


No te mates

No te mates, Paul.
El mundo estará enojado sólo por un instante
y luego volverá a amarte.
Incluso su perfecta indiferencia
es amor y no amor en dosis iguales.
No contemples algún final
amarrado al capó de un automóvil
no te tragues demasiadas medialunas ni bolas de fraile.
Dejá de llorar como una avestruz
Dejá de acechar las cercas de los límites.
Dejá de golpearte las pestañas.
Todos lo saben te perdiste la gran oportunidad.
Olvidate de ello, mi niño
Todos han perdido su gran oportunidad.
¿Quien te crees que sos?
Tu vida podría ser una pintura,
El triunfo de la inercia,
las sombras fluyen en dirección equivocada,
pero el sol está en su firmamento.
No te mates con la pala
con la que te vamos a dar sepultura.
Ni siquiera mires esa arma.
Tus bebés todavía están creciendo.
No los defraudes
con el último cliché de tu vida.
Andá a jugar con la ropa puesta en las aguas del mar
si querés sin ropas, si ese es tu deseo.
Todavía existen suficientes secretos
que podemos compartir con perfectos extraños.
Vive bravíamente y muere agotado,
ambas manos en la maza.
Es cierto que recordamos poco
de aquello que dijiste o hiciste,
pero todo mejorará con el tiempo.
El vino añejo es el mejor.
La aguja hallará su hilo.


La historia de Lisboa

Estate quieto -una sombra está cantando.
Una sombra sobre una pared amarilla
canta acerca del tiempo,
y un hombre se apoya como el tiempo
sobre una pared azul.
Pero es una sombra la que canta
su corazón tendido en la distancia de la noche.
Más allá de esta habitación en el mundo,
los sonidos del mundo pasan.
Todas las vidas, todas la ciudades, plenas de sonidos.
Una mujer canta acerca de ellos.
El río y su canción
penetran el mundo.
Una sombra mueve su boca…
lírica de la distracción, una separación lírica
del mundo y el tiempo, pensamiento y mente.
Sombra sobre la pared -amarilla-
donde el hombre azul escucha.
La casa sobre la calle, oscura,
pequeña, angosta, oblicua, calle en la ciudad
pequeña como la pequeñez de las calles,
el sonido de pájaros en vuelo, el sonido del papel.
El sonido de cuchillos afilándose, veloces,
y perros que levantan sus patas, gruesas,
y la niña que deja caer su muñeca.
El hombre azul escucha al mundo haciéndose a sí mismo-
Un zapato creando distancia, click
y la nieve sobreviviendo apenas,
sobre el terreno que ha elegido, desapareciendo.
Un mundo como sombra pasa.
Pero en la habitación amarilla,
una mujer, buena moza, está cantando, finalizando,
la habitación y sus sonidos .....son oscuros.

Rodolfo Privitera, poemas.
















Las aventuras de un joven poeta

Detrás del conventillo, una tela negra
y gritos que se distinguían sobre otros.
El cielorraso de las dos piezas parecían ceder;
un chico corrió hacia la calle que moría en un riacho.
Lo atravesó chapoteando en el agua. Llevaba
un cuaderno y un pequeño libro.
Se sentó en el lado alto del Dock Sud. Desde allí,
se divisaban algunos barcos. Respiró y abrió al azar
la pequeña enciclopedia. Un hombre
agitaba unas alas enormes. Cerró los ojos un largo rato,
luego presenció lo que Leonardo 500 años antes:
pájaros revoloteando sobre su cabeza.
Hizo unos dibujos, se colgó de ellos
flotó entre las nubes, veía casas, ríos
y la extensión azul del mar;
de pronto torres y castillos, cascos y corazas,
mensajeros a caballo le entregaban una carta:
“esperáme a la salida de la escuela” Edith.
Recordó el poema de Raúl Gustavo Aguirre
que su maestro le había enseñado:
”Ella abre sus brazos al horizonte
pero el mar es tan grande
que solo una gaviota la atraviesa”
Volaron sobre puentes y edificios con
pinturas y leyendas en las paredes
desfilaban ciudades, pequeños pueblos,
gigantes recogiendo frutas,
guirnaldas que cubrían su pecho, helados de crema.
Hombres barbados, recelosos, mezclando líquidos de colores;
voy a caerme, ella lo sostenía
remontaba su cabeza una vez más hacia el infinito,
rozó su boca, después su cuerpo,
y en ese instante lo sacudió el aroma de un jardín extraño.

Entre juncos y ramas,
se escucharon voces, el ajetreo de un tren lejano,
un motor, la fuerte voz de su padre;
soltó su mano, se movió en la cama.

La gente que lo rodeaba, pedía cosas,
sábalo o merluza es lo mismo,
miró a la gorda y ese golpe de realidad
le cortó el dedo, le echo sal
revoleó el paquete de pescado
que cayó en los brazos de un mendigo;
sorprendido se arrodilló frente a una virgen
en la pared del mercado
y rezó como nunca por la gracia divina.

Su tiempo fue el silencio,
protegió esa isla por mucho tiempo.
Escribió cartas de amor y pequeñas historias
dando rienda suelta a sus fantasías.
Los poemas en aquellos años,
ya escapaban a lo predicho,
y merodeaban los extremos de la incertidumbre.




Verano

El cielo es un circulo que ignora nuestros desvaríos;
la lluvia es la armónica relación entre dos puntos
y acaricia el conjuro personal.
La cabeza, trompo desfalleciente, captura fantasías.
Manos y deseos
son un recipiente que se alarga
como la voluntad de los libertinos
y recoge gotas de estímulos imprecisos.

Coníferas en un mar azul se dilatan en las colinas
que rodean la casa. Sapos que ruedan en la tormenta.
Mis rodillas se hunden en la tierra transparente.
Todo se escurre con la velocidad del agua.
Todo flota en mis ojos;
el viento se acuesta sobre la belleza de las flores.

El verbo estar no alcanza para conocer
nuestro lugar en el mundo.


Los sueños de Hölderlin

Hölderlin acaparó la atención de un carpintero
con las leyendas de su pueblo.

En el aserrín era un pájaro que cavaba su nido
y se alimentaba con las papas
que llegaron de América del Sur.

Los títeres que inventó
movían las cortinas de su pequeño tinglado
sin saber que iban a persistir más allá de su agonía.
Los soldados de rojo, porque morían en el primer encuentro,
los capitanes de azul y estremecían las cortinas con sus órdenes,
los generales pintados de blanco como las nubes
discurrían sobre las conquistas.

Pero antes coloreaba el alma,
las sensaciones extremas del deseo
el frágil cuerpo del amor
el centro de la tierra que abraza
todo aquello que es humano.

Todas las mañanas contemplaba los árboles
y por la tarde la muerte del sol .

Entornaba los ojos por la noche y decía:
El tiempo da vuelta en el universo y retorna a mi
cargado de palabras, dioses y presagios.


De el libro “En el Límite”



Travesía

Caminar es mi signo.
de quienes piensan que es turismo mejor no hablar.
El barco sale a los ocho de Puerto Nuevo
para encontrarnos en Honolulu a las diez menos cuarto.
La incógnita nos moviliza hacia la rompiente.
Vuelan serpentinas desde los mástiles.
La proa choca con todos los faros que bordean las costas.
Se esquivan las viejas islas en donde flotan leyendas
en papelitos de colores. La espuma nos rodea,
las olas cantan su canción de cuna.
Las nubes saludan
mientras los pigmeos gritan suponiendo derrotas.

II

Centuriones fantásticos en su afán jubiloso
bailan en su mítica melancolía.
Se ponen en fila y ofrecen las suaves trenzas
que cuelgan de sus pechos. Me ayudaron a contemplar
las extrañas raíces de las rocas en Sicilia .
Las mezclas de Siculi y fenicios, de troyanos y árabes,
de ostrogodos y griegos; las razones de Homero
que pasó como una sombra en su eleática añoranza.

III

El tiempo tiembla entre las frutas tropicales,
es un elástico de seda suave que se ajusta al espacio de los sueños.
Lo sé
por que lo presagiaron en Samoa las nativas desnudas a mi lado.
Leían en el movimiento de las palmeras el destino del mundo:
Nada grave; sólo mierda de los buitres a enterrar.
En Vailima escuché a Stevenson que repetía :
el verdadero realismo, siempre y en todas partes, es el de los poetas:
averiguar dónde reside el gozo y darle voz audible


IV

Guinea disfruta el encantamiento de los pájaros que no se ven,
allí detienen las máquinas para que alarguemos el oído
hacia las altas copas de los árboles.
En el mar, en su agua espesa, cristal traslúcido, repiten:
olvida las efemérides, pon las alegorías en anaqueles especiales.
No dejes que crezcan como las manos de los que siembran odio.
Deletrea tu ciudad y habrá un juicio, es inevitable.

V

En Agadir hicimos tierra.
En el muelle saltaban las vísceras de todos los pescados.
Ofertas y gritos se mezclaban con el té de menta y las especias.
Preguntas …. hubo tantas.
Leían en las agallas de los peces los viejos proverbios:
el viento, decían, es la caricia de las estrellas cuando estamos en el mar .
Comí langostas entre esos viejos marineros ;
pero en el horizonte, la cadencia de camellos en dirección a Agadez
se reflejaban en la arena.
En el sepia de las casas los colores revivían la frase;
solo la voluntad ayuda a perseguir lo que se desconoce .
Tuareg llenos de sol, mimbre al caminar a nuestro encuentro,
extendieron sonrisas y su néctar de sobrevivencia:
una bota de agua.

VI

De Dakar traje las veintiuna mordidas de serpientes
que alientan la voluntad de los ancestros. Sus vivencias persisten repitiendo gestos, los mismos pasos y las formas de matar. Las flores grabadas en el cuerpo se exhiben los días de fiesta.
Mírate allí y limpia tu pelo con alcohol de ámbar, me dijeron.

VII

El barco volvió a Puerto Nuevo con una sola cabina . El recorrido fue nocturno, torcazas lugareñas hacían nido en la popa.
Los pasajeros se vistieron de gala,
creían bajar las escaleras del Waldorf,
proponían nombres en idiomas que aprendieron al pasar.
Después invadirían las calles de su ciudad con letreros en inglés,
vendían figuras repetidas.
Insinué otra idea;
pequeñas cartas sin fantasmas imaginarios.
Se aceleró el más humano de los recelos.
Como vegetales arroparon sus carnes con las secas ramas color tierra.

VIII

La dulzura, como siempre, apareció en los labios infantiles.
Me quedé allí,
frente a esa inocencia,
escuchando al jilguero en el mástil que anunciaba
con su canto la terrosa agua del Plata.

De el libro “Deriva”