lunes, 9 de junio de 2025

Horacio Verzi: ¿Soy el que soy? Un comentario de lectura de Bajo la noche. Demian Paredes

 

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                 

Publicada por Irrupciones Grupo Editor, en su “Colección excéntricos”, Bajo la noche (2016), de Horacio Verzi, es una novela repleta de situaciones y escenas, de dilemas, encrucijadas, opciones y posibilidades a sopesar por parte de sus personajes –y especialmente, su protagonista–. Este, abogado de profesión, cultiva la vida social y amistosa también, entre muchos otros “intercambios”. La narración, dinámica y descriptiva, por momentos propensa al detalle, abundante en diálogos, avanza entre razonamientos y reflexiones, en diversos escenarios y actuaciones.

En el comienzo, se lee –y hasta escucha– una breve oda y fuga: “Me ha llegado la noche. La veo. La siento. Esta inmortal hija del caos y madre admirable del sueño y de la muerte. El mejor momento para ocultarse y auscultarse, para la emboscada o la huida”. Las noches de los viernes se cumple, inexorable, como respetado ritual, la reunión de amigos, donde se juega al póquer. Y nos enteramos sobre un concurrente, de apellido Irala: “El doble sobrenombre parecía gustarle: ‘el Bebe’ entre camaradas que lo conocen de tiempos de la escuela militar, ‘el Vasco’ entre familiares y amistades”. Ante una pregunta general pero directa de Irala: “¿En qué estabas pensando?”, el abogado hace silencio, mientras piensa y (se) explica: “La vida y el ejercicio de la profesión, también el miedo o el recelo, me enseñaron a no responder nunca de manera espontánea a una pregunta de ese tipo, a buscar primeramente una vuelta, indagar o en el extremo de los casos a mentir”. Representa a su amigo, citado –hasta el momento– solamente en calidad de testigo a los tribunales, vinculado al “traslado” de presos durante el período de la dictadura, potencial partícipe –en su calidad de joven militar subalterno, oficiando de chofer– de un viaje al crimen y a la muerte. (“La situación del Vasco podía tornarse espinosa ante la hipótesis de que en puridad había comprendido perfectamente el fundamento de aquella ‘misión’, es decir en qué consistía ‘la tarea’ –lo que había que hacer–, y del ‘propósito’ –para qué hacerlo y cómo hacerlo–, y por lo tanto fue un partícipe consciente. Era improbable, salvo que aquellos oficiales lo implicaran, y ello siempre y cuando recordaran nombre y grado y unidad de aquel bisoño alférez.”)

Allí, como en el resto del libro, se suceden diálogos entre los personajes, intercambios que llegan a discusiones y duelos verbales, que perfilan –y no necesariamente de una manera nítida o tajante– un estrato social y una “psicología” (su subjetividad). Elementos de modus vivendi y acciones de determinado sector –la “familia” o cofradía judicial–, en interacción con otros, aledaños (médicos, policías, periodistas). Estamos en pleno siglo XXI, con el mercado mundial bien instalado (como el de compra-venta de jugadores de fútbol), y los teléfonos celulares buscando-ubicando, comunicando y sonando ante cualquier público, mientras todo (en apariencia) funciona y se desarrolla como debe. Habrá, incluso, más de una muerte entre estas historias, y episodios de enigmas, con sus correspondientes transiciones. No faltan momentos con el filosofar algo mistongo, saudoso, de un protagonista que va para la setentena etaria, con sus ironías y humoradas, a disgusto de las rutinas y de la decadencia que apareja el inexorable paso del tiempo, entre amantes y “escapadas” (hay un viaje a la Ciudad de Buenos Aires), y pastillitas azules.

Más adelante, en una escena en un restaurante, el abogado discute por la defensa en otro caso –un atropello automovilístico a unos peatones–, donde también está metido un amigo, ahora de apellido Roca, que le dice: “Tu cliente soy yo, con el que tenés que hablarlo todo es conmigo. Sacar al Puma de esta situación lo hacés por mí. Te lo voy a poner bien claro: el Puma me importa un carajo, es un infeliz, siempre supe que era un tipo para tener problemas, pero tiene talento con la pelota, tiene el zarpazo en el área y me va a dar un millón de euros libre cuando lo coloque en Europa, lo que ya tengo concretado en un cincuenta por ciento, y no lo voy a perder por este boludo”. “Quedé sin palabras”, dice el protagonista, “por un minuto, mientras cortaba y masticaba unos trozos del entrecot”. Y este amigo arremete: “Puedo negociar con cualquiera: testigos, parientes, damnificados…, con cualquiera… –me buscó los ojos, con una expresión que interpreté como que también podía hacerlo con mis honorarios”.

A los conflictos judiciales patrocinando amigos –infringiendo un sabio consejo en contra de hacerlo, que anteriormente recibiera– se suman los familiares. Y tras relatarle el incidente con una de sus hijas a una de sus amantes, piensa de inmediato: “al instante me arrepentí de haberle confiado lo ocurrido. En determinadas circunstancias podría hacer uso de ese conocimiento en favor suyo y presionarme en algo, no podía imaginar en qué, pero en algo al fin. Había sido una debilidad, una caída, una expresión de invalidez e impotencia”. Y luego habrá, justamente un diálogo impotente, inválido, con su hija. Podría decirse que en estas vidas y relaciones no hay diálogo, en verdad: lo que hay es siempre cálculo, especulación, hipótesis, búsqueda de ocultas intenciones, deseos no revelados e inseguridades –en un contexto de cierto estatus y posición económica y social–. Así, prosigue, contemplando su daño autoinfligido: “Consideré que podía estar viéndome como un pobre tipo. Sentí que en ese momento algo de mi imagen y estatura se había fisurado. No había sabido conservar la magia del silencio y la discreción. Desde ese momento había perdido la magia de ser un enigma para ella, era un hombre corriente, con las miserias corrientes, quizá un flojo. Sentí que ella empezaba a tener una supremacía psicológica”.

Esto especula respecto a otra amante: “Llegué a preguntarme si esta mujer no estaría ‘psiquiátrica’, y que tanto Roca como yo lo ignorábamos porque ella se había preocupado de que no nos enteráramos. Hasta llegué a pensar que con una fácil pesquisa por encargo a un ayudante de fiscal conocido podía averiguar a qué mutualista estaba afiliada y si era o había sido atendida por algún psiquiatra”. Y entre discusiones, enfrentamientos y peleas, y su reflexión sobre el devenir del término “pelotudo” (recibido varias veces), como sustantivo y adjetivo, y la modificación de su sentido y significado con el paso de los años (de insultante hasta cariñoso), se encuentra con el planteo de otra amante: “Sos esa clase de tipos que queriendo hacer el bien hacen el mal, que para nada quieren lastimar a nadie, pero que a cada paso lo están haciendo o rompiendo cosas… o reventándose a sí mismo aunque siempre tienen la suerte de caer de pie…”.

El caso del potencial cómplice durante la dictadura llegará a una resolución, y luego, en una charla de living entre amigas esposas de los abogados, una exclamará: “¡Todo ese lío con los desaparecidos!”. Y otra: “Vivimos en una burbuja, una burbuja perfumada, flotamos no queriendo ver la realidad…”. El protagonista revela: “Sobre mi trabajo supe levantar un muro de silencio para la familia, dejando en todos la impresión de que me fastidia y cansa hablar de ello, y porque siempre he pensado que no comprenderían la naturaleza del mismo y porque intuyo que de hacerlo daría de mí un retrato que les extrañaría”. Y en un punto crítico de la historia, en una delicadísima pelea con el amigo Roca, exclamará: “¡Esa manía que tenemos en este país de sentirnos siempre culpables de algo!”. De este modo, se van develando, capa tras capa, los sentires y decires del personaje central, donde no faltan, además, ciertas referencias librescas y cultas –como cuando charla con la hija, haciendo referencia al pasar a Bob Dylan y a Conrad–.

A lo largo de los eventos y acontecimientos, campea el humor, pese a todo, lo que incluye una historia con un lupanar y un personaje en particular (el Vecchio, con su “último adiós” en el cementerio de Maldonado), muertes (como se mencionó anteriormente, con sus enigmas: ¿suicidio? ¿asesinato? ¿enfermedad?), entre innúmeras peleas y discusiones, tanteos y cálculos de abogados penalistas, con sus juicios y prejuicios ante el mundo y sus realidades. Toda una serie de discursos e interrogantes que muestra tanto como oculta, o cuando no –como mínimo– interpone, disfraza. Una suerte de exposición-exhibición de aquello conocido como mentalidad o subjetividad, donde la mismidad, el amor, la soledad, la pareja, la amistad, la vida toda, en suma, se dan cita en un continuo trasfondo de acción y pensamiento.

Obra de largo aliento, de rica densidad léxica, con elementos de thriller que no llegan al policial, el final de Bajo la noche contiene una larga parrafada con un racconto de muchos de los elementos más llamativos o distintivos aparecidos a lo largo de la novela. Y finalizando ese largo párrafo descriptivo-enumerativo, el personaje proclama, bíblicamente: “me acepto. Soy lo que soy, me digo, soy lo que soy.” Y, al mismo tiempo, confirmando las múltiples capas de ese “yo” (inestable, dudoso, por siempre inseguro) desplegado a lo largo del libro, en ese “aceptarse” admite, sin embargo, encontrarse bajo el cobijo de una “materia oscura”, que lo oculta “en la complicidad y en la culpa”.

Horacio Verzi. Nació en Montevideo en 1946 y desde hace algunos años reparte su vida entre Roma y La Barra de Maldonado. Licenciado en Lengua y Literatura Hispánicas, fue editor de noticias y corresponsal en Nicaragua durante la revolución del Frente Sandinista, docente e investigador literario en Casa de las Américas, fundador y director de la revista cultural Graffiti. Publicó dos libros de cuentos y siete novelas. 

En 2013 recibió el Premio Nacional de Literatura, otorgado por el Ministerio de Educación y Cultura de Uruguay, por su novela El infinito es solo una forma de hablar.También recibió el Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar (Casa de las Américas, 2004 )por Reliquia familiar; y la Mención Ministerio Educación y Cultura  en 1999 por su novela  Toda la muerte y el Primer Premio de Narrativa del Certamen Anual Latinoamericano. EDUCA ,Costa Rica, (1983) por la novela El mismo invisible pecho del cielo.

* Demian Paredes (1978). Periodista cultural, crítico, escritor, editor y traductor literario del portugués. Publicó, junto a Noé Jitrik, Siete miradas. Conversaciones sobre literatura (2018). Integra la Consejo científico de la Revista do Livro, de la Biblioteca Nacional de Brasil, y el Consejo literario de la revista Mangues & Letras, publicación de la Universidad Federal de Río Grande del Norte. Colabora regularmente en los suplementos “Radar” y “Radar Libros” del diario Página/12, y en otros medios como el Suplemento Cultura de Perfil, Otra Parte, y La Agenda Revista. También, en publicaciones como Hispamérica (Maryland) y Zama (ILH-UBA).

Tradujo autores clásicos de Brasil como Oswald de Andrade, y contemporáneos como Vilém Flusser, Marco Lucchesi y Ricardo Lísias. Compiló y prologó Canton lleno (2019) y Canton lleno dos (2022), antologías de crítica dedicadas a la obra del poeta Darío Canton. Antologó y prologó Al margen de la noche (2023), poesía de Esteban Moore. Editó Sólo lo fugitivo permanece (2022), volumen de cuentos de Margo Glantz.

En e-book se publicaron en 2024 Noticias de la literatura. Artículos y ensayos, y en traducción al portugués Notícias da literatura. Artigos e ensaios. Es autor de Léxico Laiseca. Comentarios bio-bibliográficos (y otros delirios), primer premio de Ensayo 2022 del Fondo Nacional de las Artes.