Parece simple trabajar sin música
Cuesta
mirar cuanto te acompaña
un
incendio.
Cuando
los discos viejos inundan la casa.
Cuando
las paredes se vuelven gigantes
y estás
parado en medio
y
de pronto
las medias se te mojan
sin
razón, y sin razón también la luz se acaba.
y un
barro antiguo se asoma bajo las señales.
Cuesta no
cerrar los ojos
en la
necesidad de detener algo.
Los techos de Calamina vibran al
compás de la lluvia
Lo mejor
que puede suceder es el agua
corriendo
en la cañerías
pero
pocas veces suceden cosas buenas
en mi
casa. Con la palabra amor se acaban
muchas
palabras. las canciones y los bailes
de moda.
hendiduras imperceptibles en los dientes
como
colinas como elefantes blancos;
porque ya
es costumbre acarrear tangos
en los
baldes de agua. El frío
que se
filtra por las grietas me amuebla la casa.
Y aunque
es un desierto lleno de espinos y tequila
las musas
bailan en mi pecho
al son
del carro basurero y se ríen de mi falta de agallas,
de mi
inestimable pesimismo al prender los cigarrillos.
Every time we say goodbye revolotea por la casa.
Con el
tiempo también aprenderé a reírme.
Pavlov
tenía algo de razón en ello.
Esto es un Cover
― ¿Qué tiene de arte
jugar con un pezón?
―
Es una nueva forma de arte.
Philiph
Roth, El Teatro de Sabbath
Esto es
lo que suena cuando un dedo se posa en una herida.
Trampas
en la luz.
Los
manifiestos recientes dan por sentado
que dos
personas podían compartir sus posibles espacios.
Naranja
partida por la mitad sin detenerse en las minucias del placer cotidiano.
En mis
cortos cinco sentidos clavados en las tiendas de juguetes,
ella
crece para mis adentros.
Entiendes
si te digo te quiero? No entiendes tampoco si te digo que te odio.
Que te
deseo.
Pintarrajea
los quioscos saturados de periódicos atrasados
con transeúntes
sombras entre la nieve que deseamos nunca termine de licuar.
Crece
como un vómito tierno.
Comparo
la vida con éstas palabras.
Trampas
en las sombras
Trampas
de la luz para ser más exactos.
En las
cortes en cambio se sabía que los esposos no podrían.
Que lo
esencial está en la súplica;
en el
lugar, más, oscuro de la palabra.
Entre las
páginas de hermosos libros que nunca entiendo
donde una
cortina de centauros ebrios cae delante del sol.
Ella,
cuyo nombre desconozco.
Tú me
quieres de verdad Pues claro, claro que
te quiero
Yo
también te quiero Pero,
pensé
Pero, no
vayas tan de prisa Asentí.
No me
atosigues, yo tengo mi propio ritmo para hacer las cosas
Asentí.
Podrás
esperar Asentí.
Me lo
prometes Te lo prometo
Éramos
una gallina a la que le habían quemado el pico y un gato
al que le
habían arrancado las garras.
El ritmo
de una gallina no varía en lo más mínimo.
Un gato,
en cambio.
Balada para el Amenazado con
Epifora y Aforismo chamusqueado
Pájaros
de eucalipto arden dentro de sus paredes.
Paredes
de carne y de sal. En la primera epístola a los tibetanos el apóstol habla
sobre el
sonido en la inmersión del agua y del fuego.
Bolas de
fuego cayendo sobre la muchedumbre intrigada.
Bolas de
fuego que no les queman; habla
de cómo
el agua le teme al fuego, aunque no debería,
de cómo
el fuego le teme a la arena, la arena al viento
que la
amontona y la separa.
Lo
compara con la armonía de las flores y de los insectos repudiando el apetito de
la carne.
Abre en
su narración un paréntesis: habla de un viejo romano
que antes
de cierta batalla, olvidada ya por el tiempo,
tomó
agua. Si voy a tener sed, ya la tengo, dijo. Y mató a unos cuantos antes de
seguir la
senda de Arquíloco.
En esta
historia aves de eucalipto se postran dentro de su pelo
y todas
las verdes criaturas de la tierra y del agua.
Si me
quedé a almorzar al borde de la laguna,
si me
quedé a ver a un caimán apareándose bajo un lejano trueno,
si me
quedé fue casualidad. Y ataraxia.
Y pocas
monedas para tomar el tren —¡tan literarios siempre los trenes! —
adecuado
para llegar a casa.
En esta
historia rondan otra vez la soledad y el frío que es su apariencia.
Luna
herida en mi talón a la manera de una metáfora, de un artilugio accesorio,
innecesario.
Adorna
así la verdad con mentiras y lo llama belleza,
porque
sabe que la gente cree disfrutar
de la
sorpresa al encontrar un león en mitad del camino.
A los
ocho años, en la clase de gramática, su padre de un sopapo le enseñó
el orden
cierto de las cosas
que
conocía por sus ancestros.
Cosas
importantes para un hombre de bien, no para mí, respondió.
Si el
sonido de la refrigeradora vacía me acompaña con su canción
de cuna,
¿para qué gasté el tiempo al lado de musarañas?, se preguntaría luego.
Resumamos
la cuestión: es delicioso y tentador no hacer nada. Gastar mal el tiempo.
En clases
de gramática el filósofo pone nombre al juego de equilibrio
entre
conciencia y armonía. Síntesis.
La
belleza para el gramático es planear el juego. En cambio el apóstol entró en
él:
pone un
pie sobre la cuerda
y luego
otro
y otro.
El
gramático recomienda: no mires abajo está el cielo.
Hay un
nuevo intermedio donde las vacas se juntan
tratando
de hacer casar sus manchas. Es su ingenuidad, heroica.
La verdad
se parece a una cuerda tendida sobre el camino puesta ahí más para
hacer
tropezar que para guiar a alguien.
Y tentado
por las formas sensuales de la vanguardia, quien habla
reconoce
no saber consolar a nadie. Se agarra a golpes
con su
soledad: mascota olvidada en el aeropuerto, muerta de inanición y pena.
Al año
siguiente se escapó de casa. Fue un viaje corto, por cierto.
Pronto
olvidó las reglas para escribir cartas.
Su padre
debía tener razón al notar algo raro en su hijo:
le es
imposible aceptar a las nubes blancas y decide ver azul,
amarillo,
bermellón y gris nieve. Falta de sentido común, repetiría el padre.
Luminosos
manuales y tratados sobre el orden cierto de las cosas
vendió
para regresar a casa. No volveré
no
volveré otra vez
no
volveré en ratas alimentadas por mis ojos bajo las uñas de mi soledad.
El caimán
será devorado no por su pasión, sino por el resplandor del trueno.
El
apóstol finaliza su epístola recomendando viajar y no mantener una casa;
incendiar
todos los libros
y las
paredes en la cabecera de las autopistas. Acostados al costado de las vías
por
nuestra cabeza salía el sol, mientras los números del calendario se teñían de
rojo.
Encontraron
el cuerpo del apóstol detrás de muros tapiados
huyendo
de las extraordinarias máquinas del amor.
No
encontró defensas que le sean útiles.
No
hubiese podido encontrarlas.
Martín Zúñiga Chávez (Cusco, Perú, 1983).
Ha publicado los poemarios Gavia (Ediciones Fecit, España, 2009), Pequeño
estudio sobre la muerte (Ediciones Copé, Perú, 2010) y Cover (Ediciones
Difacit, España, 2011), además de la antología de poesía joven de Arequipa
Rastros/Rostros (CRPP, Perú, 2011). Su obra ha recibido varios premios como el
Premio Internacional de Poesía Ángel Martínez Baigorri y el Premio
Internacional de Poesía Joven Martín García Ramos, ambos en España; y el Premio Nacional Juvenil de Poesía Javier
Heraud y el Premio Internacional de Poesía Copé de Plata en Perú. Dirige la
asociación cultural Centro de Recursos para la Poesía www.centroderecursosparalapoesia.org, plataforma de gestión
de proyectos culturales que organiza el Festival Internacional de Poesía Ari
Quepay, entre otras actividades. Realiza el proyecto LAE LEA Perú http://urbanotopia.blogspot.com.
De niño quería un dinosaurio de mascota.