Dimitris Lyacos |
Z213: SALIDA
Unas pocas horas
todavía, estación, vacía, calle de polvo hacia el centro de la ciudad, fango, fango, afuera
mantas, ruinosas casas de chapa, un poco más atrás
el pilar torcido, ningún coche, basura, dos chicos que incendian un montón,otras dos tres luces al
horizonte, casas, más agrio el olor, el asfalto a pedazos, casas a bloques de
cemento, poca gente,puertas entreabiertas, penumbra, el colchón como si fuera
mojado,aquella leche, el vuelco en el estómago y mareo, cuando me desperté,me
levanté para conseguir antes que anocheciera, un poco al azar yde lo que me
acordaba, pregunté, desde el otro lado, detrás del puente, el fragor del agua,
los árboles que ennegrecían pero aún veía, estaba en frente de mí
casi en cuanto entré.Qué haces por aquí,
me siento a tu lado un poco, si también entonces hubieras podido, si alguien se hubiera
acurrucado, si te hubiera escuchado como aún eras escuchado, tus ojos que
brillaban los ojos que se ofuscaban, el dolor que obcecaba, con quién
más te llevaron aquí, la campana, silencio mientras te llevaban
abajo, canción ahogada y pausa, el fragor del agua. Tengo frio, me voy entre
los otros nombres, fotografías que te miran sin poder, el sol que ahora
desvanece otra vez. En la calle hacia atrás, en la llanuraun débil, como último
suspiro, y un brillo, el río que se aleja, la ciudad muda como antes, con un
poco de vino en una mesa en el rincón, la biblia que se apaga,
en ella las palabras de un extranjero, en todo esto
escribo donde encuentro una zona muerta.
CON LOS
HOMBRES DESDE EL PUENTE
[…..]
Luego oía pasos otra vez y
también como si alguien masticara. Cada día
lo mismo. Este dolor es como el reloj que se
oye
cada vez que lo miras. Rómpelo y tíralo.
El
sol opaco. Más cerca de un ojo que del otro.
Los
oyes desde arriba. Se fueron otra vez. Silencio.
Luego
otra vez lluvia, no consigue secarse
la
manta. Luego salí porque tenía hambre y fui a buscar algo que comer.
Cuando
volví habían vuelto a poner los ladrillos y habían cerrado otra vez.
Se
para, contiúa
golpea
más fuerte y quita los ladrillos. Cuando entres
ponlos
otra vez en su lugar. Pon también
la
manta encima. Deja un agujero
para
que entre un poco de sol.
Me
senté a tu lado
sabía
que estabas allí. Pasó una hora.
Como
si te viera. La boca entreabierta
los
ojos como entonces, al final
Pasó
una hora.
Salí
otra vez y llevé un poco de agua. Un trago. Me hace bien
al
estómago, me conforta
y
puedo acostarme un poco.
En
el sueño otra vez, tu voz muy fuerte. No podía. Me levanté
y
golpeaba desde arriba la cobertura hasta que se rompiera.
La
quité. La arrastré y la puse en posición supina.
La
levanté. Cayó de nuevo. Otra vez. Pasó una hora.
Al
final la llevé afuera. La dejé en el suelo
y
fui a buscar la manta por si acaso la había arrastrada
el
viento. Volví y me acosté a su lado. Estaba cansado.
Bastante
luz. Un largo gusano blanco. Un dedo
que
cavaba solo.
Deja
algo para mi. Al final algo quedará.
Un
diente de su boca,
algo
para mi
un
diente
roto.
[…]
LA PRIMERA MUERTE
III
Muertas
mandíbulas que apretan torrentes
dientes
quebrados donde desenterró sus raíces
el
frémito de la víctima antes de someterse al gancho,
alrededor
las impresiones del frenesí y la desolación
en
el medio de los viejos ramos del hecatombe
se
abren como red hacia un anémico cielo
que
como un temblante beso pende de tus labios;
armadas
de muertos que susurran incesantemente
en
un infinito cementerio, dentro de ti
y
tú más no puedes hablar, ahogas
y
el dolor a ti habitual va a tientas
buscando
salidas en el cuerpo impenetrable
ahora
más no puedes andar –
te
arrastras allí donde la tiniebla está más
tupida
más tierna, osamenta
de
un animal destripado
un
pequeño montón de huesos que saben de guarida tú abrazas
y
te duermes.
(Traducción, Alessandro
Lo Coco)
Dimitris Lyacos
(Atenas, Grecia, 1966) Ha publicado la trilogía Poena Damni, que ha sido traducida a varias lenguas.