miércoles, 6 de julio de 2016

Gabriel Jiménes Emán: WILLIAM SHAKESPEARE / OCHO SONETOS







Gabriel Jiménez Emán







La vida amorosa de William Shakespeare es un enigma. Todo en ella resulta poco claro. Aparentemente, se prendó de una muchacha en su juventud y no fue correspondido por ésta; entonces se refugió en el afecto de una mujer ocho años mayor que él, Anne Hathaway, con quien se casó a los dieciocho años, más por despecho y compromiso (“para reparar un desliz juvenil”, según documentos de la época) que por verdadero amor. Con ésta tuvo tres hijos, Sussana y los mellizos  Judith y Hammet; éste último murió cuando apenas contaba once años de edad.
El tema amoroso tiene en Shakespeare, sin embargo, uno de sus motivos centrales tanto en  tragedias y comedias como Antonio y Cleopatra y Romeo  y Julieta  o Trabajos de amor perdidos como en sus Sonetos de amor, que comienza a escribir desde 1593 hasta 1599, llegando a la cifra de 154 sonetos, finalmente editados en 1609 por Thomas Thorpe. Antes, en 1592 publica los poemas Venus y Adonis y La violación de Lucrecia, dedicados ambos a Henry Wriothesly, conde de Southampton y barón de Tichfield. En la dedicatoria de este último poema dice: “Lo que he hecho os pertenece, y lo que haga también os pertenecerá, como porción de todo cuanto os he dedicado.”
En la dedicatoria de Venus y Adonis (1592) anota, al dedicar el poema al Conde de Southampton (su tema, sin embargo, según explica James Joyce, puede ser la seducción ejercida por Anne Hathaway sobre él): “Considero mi actitud valiosa si vuestro honor queda satisfecho, y esto me compromete a obtener el mayor beneficio posible de mis horas de ocio, hasta lograr homenajear a Vuestra señoría con un trabajo de mayor valía. Pero si el primogénito de mi invención resulta deforme, lamentaré el haber elegido tan notable padrino; y nunca volveré a cultivar tan árido terreno por temor a recoger una mala cosecha. A vuestro honorable juicio lo encomiendo y a vuestra gracia para deleite de su corazón, el cual espero responda siempre a vuestros deseos más íntimos y a las esperanzas  más llenas de expectación del mundo.”
Casi con toda seguridad, William se enamoró del barón Henry Wriothesly y –haya consumado con él o no una relación carnal o erótica—veía en él algo más que a un noble virtuoso o un amigo fiel, lo cual es algo totalmente posible. También se ha hablado de una famosa “Dama oscura” objeto de destinatario de estos Sonetos; pero el mismo Shakespeare se prestó a oscurecer el destinatario real invirtiendo las siglas (W.H) y sumiendo el asunto de nuevo en el misterio. Sea como fuere (si lo pensamos bien, puede ser las tres cosas), los poemas han permanecido como unos de los más hermosos de la literatura inglesa. Yo he intentado un tímido ejercicio personal de traducción al castellano conociendo del riesgo que esto implica, más por realizar un divertimento personal con el lenguaje, que por creer que mis humildes versiones puedan dar una idea de la música interna que poseen en el idioma inglés.




I

De las hadas deseamos aumentar la belleza
Para que la belleza de la rosa nunca pueda morir
Y si entonces el fruto más maduro debe por el tiempo perecer,
Su tierna espiga logre conservar.

Pero tú, unido siempre a tus propios ojos radiantes
Alimentas la llama de tu luz con la combustión de tu propia substancia,
Llevando la carencia allí donde está la abundancia
Enemigo de ti mismo, demasiado cruel con tu propia dulzura.

Tú que eres ahora el fresco ornamento del mundo
Y único anunciador de la brillante primavera
Dentro de ti mismo repudias el capullo de tu contento
Y, avaro inmaduro, despilfarras todo en tu mezquindad.

Ten piedad del mundo, o si no, glotón como eres,
Para comer lo que al mundo debes,  te unirás a la tumba.


II

Cuando cuarenta inviernos asedien tu frente,
Y caven profundas zanjas en la extensión de tu belleza
Tu ración orgullosa de juventud, tan admirada ahora,
Será un vestido hecho girones, tenido en poca monta:

Entonces le será preguntada qué se hizo toda su belleza,
En donde está el tesoro de sus lúbricos días,
Y nos dirá que ahí, dentro de sus mismos ojos hundidos
Está la vergüenza que todo lo devora, y la alabanza inútil.

Todo esto fue para ser nuevo otra vez,
Y encuentro que, cuando estés viejo,
Tu sangre estará aún caliente, aunque la sientas ya helada.


III

Mírate en ese espejo, y dile al rostro que contemplas
Que ahora es tiempo de que esa cara forme otra,
Que si ahora no renueva tu fresca compostura
Defraudarás al mundo, dejarás a una madre sin bendecir.

¿Dónde está ella que siendo tan hermosa y en cuyo seno virgen
Desdeña el cultivo de vida marital?
¿O es él un insensato que quiere ser la tumba
De su propio amor, para detener la posteridad?

Pero si vives para no ser recordado,
Muere soltero, y que tu imagen muera contigo.


IV

Derrochador de encantos, ¿porqué malgastas
En ti solo la belleza que te han dejado como herencia?
El legado de la naturaleza no es dar, si no prestar
Y sincera como es, presta siempre a aquellas que son libres.

Entonces, hermoso avaro, ¿por qué abusas
Del generoso regalo que se te ha dado para dar?
Usurero sin ganancias ¿porqué empleas
Tan gran suma de sumas, para no poder vivir?

Para tener comercio contigo mismo
A ti  y a tu propio ser seduces.
Y ahora, cuando la naturaleza te llama para que te marches,
¿Qué aceptable ajuste de cuentas puedes rendirle?

Tu no usada hermosura debe ser sepultada contigo,
Y ella, ya gastada, vive para ser tu ejecutora.


V

Esas horas, que con gentil trabajo forjaron
Ese hermoso semblante donde iban a habitar las miradas
Hicieron el papel de tiranas
Privando de hermosura aquel sublime encanto.

Así el incansable tiempo lleva al verano
Hacia un horrible invierno y allí lo confunde,
La savia se congela con el frío y las hojas lustrosas se pierden por completo,
La belleza se recubre de nieve y hay desnudez por todas partes.

Entonces no queda ninguna destilación del estío,
Un líquido cautivo en muros de cristal,
El efecto de la belleza neutralizado con belleza,
Que no dejaría recuerdo alguno de aquello que se ha ido.

Pero las flores destilaron, aunque halladas por el invierno,
Apenas perdieron su apariencia: su dulce esencia vive aún.


VI

Entonces no permitas que la áspera mano del invierno
Mutile en ti al verano, antes de ser destilado
Perfuma algún pomo, atesora algún sitio
Con el tesoro de la belleza, antes de destruirse a sí mismo.

Nos es práctica de usura prohibida
La que paga por voluntad un préstamo que nos hace felices;
Eso es para ti alimentar a otro como tú,
O diez veces más feliz, si procrearas diez por uno:

Diez veces tú mismo serías más feliz de lo que eres,
Si diez de esas diez veces fueses reproducido:
Luego ¿qué podría hacer la muerte si al partir tú
Te habrás sobrevivido en tu posteridad?

No te empecines contigo mismo, eres demasiado hermoso
Para ser conquista de la muerte y hacer de los gusanos tu heredad.


VII

¡Mira! En el oriente cuando la luz graciosa
Levanta su encendida cabellera, cada ojo
Rinde homenaje al espectáculo de su aparición,
Sirviendo de miradas su santa majestad;

Y ya escalada la abrupta cúspide hacia el cielo
Como un joven fuerte en la mitad de su vida,
Aún dorado en su belleza por los ojos mortales,
Esos que aún le acompañan en su dorada peregrinación;

Mas al llegar a la alta pendiente y estando el carro fatigado
Como una edad enfermiza, él abandona el día,
Los ojos, antes fieles ahora están convertidos
En lenta carrera, y miran en otra dirección.

Así tú, que vas por ti mismo hacia tu mediodía,
Morirás sin ver visto, a menos que decidas procrear un hijo.


VIII

Música para ms oídos ¿porque oyes tú la música tan tristemente?
La dulzura no tiene guerra con la dulzura. La alegría se deleita en la alegría
¿Por qué amas aquello que no recibes felizmente
O recibes con placer aquello que te enoja?

Si la concordia cierta de sonidos bien entonados
Casados por armonías ofenden tus oídos,
Estos no hacen sino reprenderte dulcemente, a ti, que confundes
La sencillez con las partes que debiste llevar.

Advierte cómo las cuerdas, y el dulce maridaje con otras
Percuten una a una en un orden recíproco,
Semejantes al Señor, al niño y a la madre feliz,
Y todos cantan en nota placentera:

Su canto sin palabras, que aún siendo muchos cantos parecen uno solo,
Entona esto para ti: “Tú solo de nada probarás”.


[Traducción y nota de Gabriel Jiménez Emán]


Gabriel Jiménez Emán (Caracas, Venezuela, 1950)Narrador, poeta, ensayista y traductor.