Gabriel Jiménez Emán |
La vida amorosa de William Shakespeare es un
enigma. Todo en ella resulta poco claro. Aparentemente, se prendó de una
muchacha en su juventud y no fue correspondido por ésta; entonces se refugió en
el afecto de una mujer ocho años mayor que él, Anne Hathaway, con quien se casó
a los dieciocho años, más por despecho y compromiso (“para reparar un desliz
juvenil”, según documentos de la época) que por verdadero amor. Con ésta tuvo
tres hijos, Sussana y los mellizos Judith
y Hammet; éste último murió cuando apenas contaba once años de edad.
El tema amoroso tiene en Shakespeare, sin embargo,
uno de sus motivos centrales tanto en
tragedias y comedias como Antonio
y Cleopatra y Romeo y Julieta
o Trabajos de amor perdidos
como en sus Sonetos de amor, que
comienza a escribir desde 1593 hasta 1599, llegando a la cifra de 154 sonetos,
finalmente editados en 1609 por Thomas Thorpe. Antes, en 1592 publica los poemas
Venus y Adonis y La violación de Lucrecia, dedicados ambos a Henry Wriothesly, conde
de Southampton y barón de Tichfield. En la dedicatoria de este último poema
dice: “Lo que he hecho os pertenece, y lo que haga también os pertenecerá, como
porción de todo cuanto os he dedicado.”
En la dedicatoria de Venus y Adonis (1592) anota, al dedicar el poema al Conde de
Southampton (su tema, sin embargo, según explica James Joyce, puede ser la
seducción ejercida por Anne Hathaway sobre él): “Considero mi actitud valiosa
si vuestro honor queda satisfecho, y esto me compromete a obtener el mayor
beneficio posible de mis horas de ocio, hasta lograr homenajear a Vuestra
señoría con un trabajo de mayor valía. Pero si el primogénito de mi invención
resulta deforme, lamentaré el haber elegido tan notable padrino; y nunca
volveré a cultivar tan árido terreno por temor a recoger una mala cosecha. A
vuestro honorable juicio lo encomiendo y a vuestra gracia para deleite de su
corazón, el cual espero responda siempre a vuestros deseos más íntimos y a las
esperanzas más llenas de expectación del
mundo.”
Casi con toda seguridad, William se enamoró del
barón Henry Wriothesly y –haya consumado con él o no una relación carnal o
erótica—veía en él algo más que a un noble virtuoso o un amigo fiel, lo cual es
algo totalmente posible. También se ha hablado de una famosa “Dama oscura”
objeto de destinatario de estos Sonetos;
pero el mismo Shakespeare se prestó a oscurecer el destinatario real
invirtiendo las siglas (W.H) y sumiendo el asunto de nuevo en el misterio. Sea
como fuere (si lo pensamos bien, puede ser las tres cosas), los poemas han
permanecido como unos de los más hermosos de la literatura inglesa. Yo he
intentado un tímido ejercicio personal de traducción al castellano conociendo
del riesgo que esto implica, más por realizar un divertimento personal con el
lenguaje, que por creer que mis humildes versiones puedan dar una idea de la
música interna que poseen en el idioma inglés.
I
De
las hadas deseamos aumentar la belleza
Para
que la belleza de la rosa nunca pueda morir
Y
si entonces el fruto más maduro debe por el tiempo perecer,
Su
tierna espiga logre conservar.
Pero
tú, unido siempre a tus propios ojos radiantes
Alimentas
la llama de tu luz con la combustión de tu propia substancia,
Llevando
la carencia allí donde está la abundancia
Enemigo
de ti mismo, demasiado cruel con tu propia dulzura.
Tú
que eres ahora el fresco ornamento del mundo
Y
único anunciador de la brillante primavera
Dentro
de ti mismo repudias el capullo de tu contento
Y,
avaro inmaduro, despilfarras todo en tu mezquindad.
Ten
piedad del mundo, o si no, glotón como eres,
Para
comer lo que al mundo debes, te unirás a
la tumba.
II
Cuando
cuarenta inviernos asedien tu frente,
Y
caven profundas zanjas en la extensión de tu belleza
Tu
ración orgullosa de juventud, tan admirada ahora,
Será
un vestido hecho girones, tenido en poca monta:
Entonces
le será preguntada qué se hizo toda su belleza,
En
donde está el tesoro de sus lúbricos días,
Y
nos dirá que ahí, dentro de sus mismos ojos hundidos
Está
la vergüenza que todo lo devora, y la alabanza inútil.
Todo
esto fue para ser nuevo otra vez,
Y
encuentro que, cuando estés viejo,
Tu
sangre estará aún caliente, aunque la sientas ya helada.
III
Mírate
en ese espejo, y dile al rostro que contemplas
Que
ahora es tiempo de que esa cara forme otra,
Que
si ahora no renueva tu fresca compostura
Defraudarás
al mundo, dejarás a una madre sin bendecir.
¿Dónde
está ella que siendo tan hermosa y en cuyo seno virgen
Desdeña
el cultivo de vida marital?
¿O
es él un insensato que quiere ser la tumba
De
su propio amor, para detener la posteridad?
Pero
si vives para no ser recordado,
Muere
soltero, y que tu imagen muera contigo.
IV
Derrochador
de encantos, ¿porqué malgastas
En
ti solo la belleza que te han dejado como herencia?
El
legado de la naturaleza no es dar, si no prestar
Y
sincera como es, presta siempre a aquellas que son libres.
Entonces,
hermoso avaro, ¿por qué abusas
Del
generoso regalo que se te ha dado para dar?
Usurero
sin ganancias ¿porqué empleas
Tan
gran suma de sumas, para no poder vivir?
Para
tener comercio contigo mismo
A
ti y a tu propio ser seduces.
Y
ahora, cuando la naturaleza te llama para que te marches,
¿Qué
aceptable ajuste de cuentas puedes rendirle?
Tu
no usada hermosura debe ser sepultada contigo,
Y
ella, ya gastada, vive para ser tu ejecutora.
V
Esas
horas, que con gentil trabajo forjaron
Ese
hermoso semblante donde iban a habitar las miradas
Hicieron
el papel de tiranas
Privando
de hermosura aquel sublime encanto.
Así
el incansable tiempo lleva al verano
Hacia
un horrible invierno y allí lo confunde,
La
savia se congela con el frío y las hojas lustrosas se pierden por completo,
La
belleza se recubre de nieve y hay desnudez por todas partes.
Entonces
no queda ninguna destilación del estío,
Un
líquido cautivo en muros de cristal,
El
efecto de la belleza neutralizado con belleza,
Que
no dejaría recuerdo alguno de aquello que se ha ido.
Pero
las flores destilaron, aunque halladas por el invierno,
Apenas
perdieron su apariencia: su dulce esencia vive aún.
VI
Entonces
no permitas que la áspera mano del invierno
Mutile
en ti al verano, antes de ser destilado
Perfuma
algún pomo, atesora algún sitio
Con
el tesoro de la belleza, antes de destruirse a sí mismo.
Nos
es práctica de usura prohibida
La
que paga por voluntad un préstamo que nos hace felices;
Eso
es para ti alimentar a otro como tú,
O
diez veces más feliz, si procrearas diez por uno:
Diez
veces tú mismo serías más feliz de lo que eres,
Si
diez de esas diez veces fueses reproducido:
Luego
¿qué podría hacer la muerte si al partir tú
Te
habrás sobrevivido en tu posteridad?
No
te empecines contigo mismo, eres demasiado hermoso
Para
ser conquista de la muerte y hacer de los gusanos tu heredad.
VII
¡Mira!
En el oriente cuando la luz graciosa
Levanta
su encendida cabellera, cada ojo
Rinde
homenaje al espectáculo de su aparición,
Sirviendo
de miradas su santa majestad;
Y
ya escalada la abrupta cúspide hacia el cielo
Como
un joven fuerte en la mitad de su vida,
Aún
dorado en su belleza por los ojos mortales,
Esos
que aún le acompañan en su dorada peregrinación;
Mas
al llegar a la alta pendiente y estando el carro fatigado
Como
una edad enfermiza, él abandona el día,
Los
ojos, antes fieles ahora están convertidos
En
lenta carrera, y miran en otra dirección.
Así
tú, que vas por ti mismo hacia tu mediodía,
Morirás
sin ver visto, a menos que decidas procrear un hijo.
VIII
Música
para ms oídos ¿porque oyes tú la música tan tristemente?
La
dulzura no tiene guerra con la dulzura. La alegría se deleita en la alegría
¿Por
qué amas aquello que no recibes felizmente
O
recibes con placer aquello que te enoja?
Si
la concordia cierta de sonidos bien entonados
Casados
por armonías ofenden tus oídos,
Estos
no hacen sino reprenderte dulcemente, a ti, que confundes
La
sencillez con las partes que debiste llevar.
Advierte
cómo las cuerdas, y el dulce maridaje con otras
Percuten
una a una en un orden recíproco,
Semejantes
al Señor, al niño y a la madre feliz,
Y
todos cantan en nota placentera:
Su
canto sin palabras, que aún siendo muchos cantos parecen uno solo,
Entona
esto para ti: “Tú solo de nada probarás”.
[Traducción y nota de Gabriel
Jiménez Emán]
Gabriel Jiménez Emán (Caracas, Venezuela,
1950)Narrador, poeta, ensayista y traductor.