Hilario Ascasubi (1807-1875) |
La
refalosa
Amenaza
de un mazorquero y degollador de los sitiadores de Montevideo dirigida
al gaucho Jacinto Cielo, gacetero y soldado de la Legión Argentina, defensora
de aquella plaza.
Mirá,
gaucho salvajón,
que no
pierdo la esperanza,
y no es chanza,
de
hacerte probar qué cosa
es Tin
Tin y Refalosa.
Ahora te diré como es:
escuchá
y no te asustés;
que
para ustedes es canto
más
triste que un viernes santo.
Unitario
que agarramos
lo estiramos;
o
paradito nomás,
por atrás,
lo
amarran los compañeros
por
supuesto, mazorqueros,
y ligao
con un
maniador doblao,
ya
queda codo con codo
y
desnudito ante todo.
¡Salvajón!
Aquí
empieza su aflicción.
Luego
después, a los pieces
un
sobeo en tres dobleces
se le atraca,
y queda
como una estaca
lindamente
asigurao,
y parao
lo
tenemos clamoriando;
y como
medio chanciando
lo pinchamos
y lo
que grita, cantamos
la
refalosa y tin tin,
sin violín.
Pero
seguimos el son
en la
vaina del latón,
que asentamos
el
cuchillo, y le tantiamos
con las
uñas el cogote.
¡Brinca
el salvaje vilote
que da risa!
Cuando
algunos en camisa
se
empiezan a revolcar,
y a llorar,
que es
lo que más nos divierte;
de igual suerte
que al
Presidente le agrada,
y larga
la carcajada
de alegría
al oir
la musiquería
y la
broma que le damos
al
salvaje que amarramos.
Finalmente:
cuando
creemos conveniente,
después
que nos divertimos
grandemente,
decidimos
que al salvaje
el
resuello se le ataje;
y a derechas
lo
agarra uno de las mechas
mientras otro
lo
sujeta como a potro
de las patas,
que si
se mueve es a gatas.
Entretanto,
nos
clama por cuanto santo
tiene el cielo;
pero
ahí nomás por consuelo
a su queja;
abajito
de la oreja,
con un
puñal bien templao
y afilao,
que se
llama el quita penas,
le
atravesamos las venas
del pescuezo.
¿Y que
se le hace con eso?
larga
sangre que es un gusto,
y del susto
entra a
revolver los ojos.
¡Ah, hombres flojos!
hemos
visto algunos de éstos
que se
muerden y hacen gestos,
y visajes
que se
pelan los salvajes,
largando
tamaña lengua;
y entre
nosotros no es mengua
el besarlo,
para
medio contentarlo.
¡Qué jarana!
nos
reímos de buena gana
y muy mucho,
de ver
que hasta les da chucho;
y
entonces lo desatamos
y soltamos;
y lo
sabemos parar
para
verlo refalar
¡en la sangre!
hasta
que le da un calambre
y se
cai a patalear,
y a temblar
muy
fiero, hasta que se estira
el
salvaje: y, lo que espira,
le sacamos
una
lonja que apreciamos
el sobarla,
y de
manea gastarla.
De ahí
se le cortan las orejas,
barba,
patilla y cejas;
y pelao
lo
dejamos arrumbao,
para que
engorde algún chancho,
o carancho.
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Con que ya ves salvajón;
nadita
te ha de pasar
después
de hacerle gritar:
¡Viva la Federación!