|
Antonio Colinas |
Necrópolis
aquí
el centinela vigila la necrópolis,
aquí
las puertas de piedra sólo abiertas al
alba,
aquí
la sala para los esclavos que esperan
con
la sal y la leña para los sacrificios,
aquí
el olor de aceite y de flores bravías,
aquí
la fresca gruta en estío y el cálido
refugio para lobos y liebres en invierno,
aquí
donde la noche, de puro impenetrable,
sólo
es rota por lámparas muy tristes y tambores,
aquí
la terracota que no ha visto la nieve,
aquí
el cuenco, la piedra para majar la grasa,
aquí
ánforas de trigo negras por el gorgojo
y
el último de agosto con cáscaras doradas,
aquí
las huellas tiernas en el húmedo barro,
aquí
el primer cadáver irreverente, enorme,
el
romano aguerrido de las tropas de Augusto
y el bastón y la huesa del bárbaro celoso,
aquí
los idolillos de piedra sin cabeza,
aquí
donde no entró un labio de mujer,
aquí
el grito, los rezos al dios de la negrura,
aquí
el ara y la sangre no sabemos si humana,
aquí
la tosca cátedra de los astros hambrientos,
aquí la sala grande y las mil hornacinas,
los
cantos arrojados por las manos sin
nombre,
la
honda desolación de las vasijas rotas
la
tremenda hecatombe de las santas cenizas
Nuestra sangre es la luz
(Castro de las Labradas)
Éstas
son las ruinas del cielo.
Éstas
son las altas praderas de la desolación.
Cerrar los ojos y quedarse aquí,
o
abrir los ojos y sobrevolar
las
nubes y los límites,
los
espinos del mundo, las heridas del mundo.
La
idea es aquí sólo un aroma.
La
palabra aquí sólo un silencio.
Este
nido de soledad colmado
tuvo
un día dos cercos de murallas,
pero
el tiempo ha vencido, una a una, a sus piedras.
Derrotadas
están por la más pura luz
las
piedras de la historia,
las
que sembró y recolectó la muerte.
(La
piedra sólo es hoy un pájaro que canta.)
Roma
venció a este nido de la luz,
a
este cuenco de nieve, a estos labios helados de la roca
donde
el ocaso viene a posar
las
brasas de los suyos.
Luego,
las nuevas piedras que alzó Roma
con
sus armas, sus versos, sus amores,
también
las derrotó el tiempo cruel.
Para
sacralizar estos espacios
sin
dioses conocidos,
hoy queda un laberinto de raíces,
una
trama de sierpes.
Y
las enmudecidas peñas no revelan
ni
un solo secreto de estos montes;
ni los prados muertos, ni los prados vivos
nos
hablan de los rebaños sonámbulos,
de
los pastores ausentes;
ni
nos hablan las piedras
de los llantos, aullidos, sonrisas,
de los que por aquí vagaron como lunas.
En
el silencio de la cima
se
guarda una lección no escrita, un secreto,
pues
todavía hay algo que nos canta
como la piedra, un silencio
de
nevero que reverbera, un ara
en
la que arde lenta una hoguera
de
llamas blancas.
(El fuego que concede el instante sublime
de
la plena consciencia.)
Cerrar
o abrir los ojos
en
estos páramos del firmamento,
sintiendo
el dilatado expirar del otoño,
la
música que asciende desde pinares fríos
hasta
el negro encinar,
la
música que nace de la respiración
de
los que ahora estamos leyendo en estas ruinas
y
a los que tanta luz
también
nos deshará despacio un día.
Aquí
tú y yo, lo tuyo y lo mío,
lo
de él, y lo de ellos, lo de todos,
nada
serán al fin, nada seremos.
Porque
ésta fue la sima
de los
puñales,
abismo
de las lanzas.
Aquí
hallaremos la última lección
y
la tumba de las ideas contrarias,
aunque
allá abajo, en valles confiados,
el
hombre aún no aprenda:
luche
sin fin por nada un siglo y otro siglo.
Torques
y ajorcas de oro sólo son un silencio
amordazado
por esta montaña
de
los olvidos.
Todo
lo que no son signos o símbolos
aquí
yace dormido o sepultado.
(Los
mejores tesoros
la
muerte los mantiene muy ocultos.)
Valdemoratones:
pozo sin fondo de lo morado.
Pozo
de la Negruría: el ojo que devoró y devora
cuanto
no es paz en el mundo,
cuanto
no es alma en el hombre.
Y
allá, en la lejanía, Petavonium
(tan
sólo unas esquirlas de sol cobrizo,
unas
pestañas quemadas de plata,
un
fuego que huye siempre al noroeste).
Jamás
busquéis aquí los territorios
de
la sangre, ni de las ideas
enfrentadas,
ni los de la ambición.
Aquí
no queda ya una gota
de
sangre, pues la sangre
ya
es la luz.
Nuestra sangre
será
la luz mientras la luz no muera.
|
Castro de las Labradas |
Antonio Colinas (La Bañeza, León,
España, 1946) Poeta, novelista y traductor. El Fondo de Cultura Económica,
México, publicó en 2011 su Obra Poética Completa. Ha sido distinguido con
diversos premios, entre ellos el Premio Nacional de Literatura (1982) y el
Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2016).