William Butler Yeats (1865-1939)Traducción Delia Pasini |
Bizancio
Las impuras imágenes del día se retiran;
la ebria soldadesca del emperador ya duerme;
cae la resonancia de la noche; canto de caminantes nocturnos
acompasa el gong de la gran catedral.
Una cúpula de estrellas o de luna iluminada
desdeña lo que es el hombre,
todo simple complejidad,
la furia y el lodo de las venas humanas.
Ante mí flota una imagen, hombre o sombra,
más sombra que hombre, más imagen que sombra;
pues el ovillo del Hades envuelto en lienzo de momia
puede desenredar el camino sinuoso;
una boca privada de humedad y aliento
bocas sin aliento puede convocar;
saludo a lo sobrehumano;
“muerte en vida” y “vida en muerte”, así lo llamo.
Un milagro, pájaro o dorada artesanía,
más milagro que pájaro o labor manual,
plantado en la rama dorada que estrellas iluminan,
puede, como los gallos del Hades, cantar,
o, por la luna amargado, en voz alta burlarse
con la gloria de un metal inalterable
pájaro vulgar o pétalo
y toda la complejidad del lodo y la sangre.
A medianoche por las veredas del emperador vuelan
llamas que ningún haz alimenta, ningún acero ha encendido,
ninguna tormenta agita, llamas nacidas de llamas,
donde acuden espíritus creados por la sangre
y donde la complejidad de la furia se aleja,
muriendo en una danza,
agonía de un trance,
agonía de llamas que no pueden chamuscar una manga.
¡Montado sobre el lodo y la sangre del delfín,
espíritu tras espíritu! ¡Las herraduras rompen la creciente,
las doradas herraduras del emperador!
Mármoles de la pista de baile
rompen furias amargas de complejidad,
esas imágenes que aún
frescas imágenes engendran,
ese mar desgarrado de delfines, ese mar atormentado de gongs.
1930
De: La escalera de caracol y otros poemas
Lapislázuli
(Para Harry Clifton)
He oído que unas mujeres histéricas confiesan
estar hartas de la paleta y del arco del violín,
de esos poetas con su alegría eterna,
pues todo el mundo sabe, o saber debería,
que si nada drástico se hace
Aeroplano y Zeppelín saldrán
y como el rey Guillermito bolas-bombas lanzarán
hasta que arrasada quede la ciudad.
Todos su trágica obra representan,
por allí se pavonea Hamlet; allá está Lear,
aquella es Ofelia, ésa Cordelia.
Pero ellos, aun si ésta fuera la última escena,
el gran telón del escenario a punto de caer
y en la obra valioso su papel prominente,
no interrumpen sus versos para llorar:
saben que Hamlet y Lear son alegres
y su alegría transfigura tanto espanto.
Todos los hombres aspiraron, hallaron y perdieron.
Apagón total. Dentro de la cabeza arde el cielo.
La tragedia elaborada hasta su extremo;
y aunque Hamlet divague, Lear se enfurezca,
y sobre cien mil escenarios
las últimas escenas terminen a la vez
ni una pulgada ni un ápice ya no podrá crecer.
A pie llegaron, o embarcados,
a lomo de camellos, caballos, mulas y asnos,
viejas civilizaciones a la espada sometidas.
Más tarde, ellas y su saber fueron al tormento.
No ha perdurado ninguna labor de Calímaco,
que manipulaba el mármol como si fuera bronce
y hacía cortinados que parecían elevarse
cuando el viento marino barría los rincones.
Su larga lámpara formada como el tallo
de una esbelta palmera sólo duró un día;
todas las cosas caen y otra vez se construyen,
y quienes las rehacen conocen la alegría.
Dos chinos, seguidos por un tercero,
en lapislázuli están tallados.
Sobre ellos un ave zancuda vuela,
símbolo de longevidad;
el tercero, un sirviente, sin duda,
lleva un instrumento musical.
Cada decoloración de la piedra,
cada grieta o melladura accidental
parece un torrente o un alud,
o elevada ladera donde aún nieva,
aunque sin duda una rama de ciruelo o cerezo
endulzan la casita a medio camino
hacia donde suben esos chinos,
y me complace imaginarlos allí sentados,
sobre la montaña y ese cielo,
sobre la trágica escena que contemplan.
Uno pide melodías lastimeras;
hábiles dedos comienzan la melodía.
Sus ojos entre muchas arrugas, sus ojos,
esos ojos vetustos brillan de alegría.
1933
La deserción de los animales del circo
I
Buscaba un tema y lo buscaba en vano.
Lo busqué a diario, unas seis semanas o algo así.
Quizás al final, al no ser sino un hombre quebrado,
debo conformarme con mi corazón, si bien
invierno y verano, hasta que la vejez comenzó,
todos los animales de mi circo estaban en la función;
aquellos muchachos en zancos, esa carroza bruñida,
león y mujer y qué más sabe Dios.
II
¿Qué puedo sino enumerar viejos temas?
Primero aquel jinete del mar, Osin, de la nariz llevado
a través de tres islas encantadas, alegóricos sueños,
vana alegría, vana batalla, reposo vano.
Temas de un amargado corazón, o así parece,
que podrían adornar viejos cantos o cortesanas funciones;
mas, ¿qué importó si a cabalgar yo lo enviaba,
hambriento del pecho de su novia hada?
Y luego una contra-verdad llenó su drama.
La condesa Cathleen fue el nombre que le di;
ella, de piedad enloquecida, su alma había entregado,
pero el perentorio cielo intervino para salvarla.
Pensé que mi querida debía destruir su propia alma,
tanto el fanatismo y el odio la habían esclavizado.
Y esto engendró un sueño y muy pronto
dicho sueño tuvo todos mis pensamientos y mi amor.
Y cuando el hombre necio y ciego robó el pan
Cuchulain luchó contra el mar ingobernable;
misterios del corazón ahí; pero, cuando todo se ha dicho
ese mismo sueño me encantó:
personaje aislado en una proeza
para absorber el presente y dominar la memoria.
Los actores y la escena pintada mi amor se llevaron
y no esas cosas que ellos simbolizaban.
III
Esas poderosas imágenes por ser completas
crecieron en la mente pura, pero ¿dónde comenzaron?
Un montón de basura o desperdicios de una calle,
viejas teteras, botellas viejas y una lata rota,
hierro viejo, huesos viejos, trapos viejos y esa bruja loca
que maneja la caja. Ahora que mi escalera se ha ido,
debo acostarme donde todas las escaleras empiezan,
en la sucia compraventa de trapos y huesos del corazón.
De: Últimos poemas. 1936-1939