Daniel Fara |
Pueden ustedes tratar de nombrarme
pero, para serles franca, jamás podrían
hacerlo porque estoy ausente, en el colmo
de la ausencia.
Vos, que me conocés más que nadie,
no sabés nada de mí. Y no es que yo disimule,
sino que todo me disimula.
Danielle Sarréra, L'Ostiaque
INTRODUCCIÓN
A veces, la mejor forma de eludir una pregunta difícil o incómoda es contestarla.
"¿Existe la literatura femenina?". Del Romanticismo a la Posmodernidad esa pregunta ha merecido tantas respuestas a favor del "sí" como del "no", e idénticos han sido desde siempre el énfasis polémico puesto en la contestación y el esfuerzo notorio por justificar la posición tomada.
Este continuo empate nos lleva a comprobar que si bien el tema interesa en muchos sentidos a todo aquel que lea o escriba con asiduidad, no por eso se ha logrado, en dos siglos y pico, una solución satisfactoria al planteo.
En la Escuela de Frankfurt creían que la función de los intelectuales era dar de baja a los problemas irresolubles de la cultura[2]. Se está de acuerdo en que la pregunta que nos ocupa es incontestable, pero de ninguna forma, aceptamos que por eso deba ser borrada o archivada.
Respecto del interés que suscita la pregunta pensamos que ese interés excede a la cuestión intrínseca de si los escritos de las mujeres pueden o no ser reconocibles. Cada vez que se formula, esa pregunta conecta al encuestado con una vasta serie de interrogaciones análogas, vinculables con el malestar cultural, que sin embargo no han alcanzado el formato de las preguntas explícitas o bien han sufrido censura por su carácter desequilibrante del statu quo.
Este efecto dominó de la cuestión nos lleva a creer firmemente que la pregunta debe ser mantenida como tal y formulada con frecuencia dado el poder disolutorio que le asiste en contra de una vasta y arraigada tradición etnocentrista.
En el siguiente trabajo, en consecuencia, no buscaremos conclusiones, sólo trataremos de bosquejar posibles ampliaciones de la problemática que, como bola de nieve, echa a rodar la pregunta. Más concretamente, presentaremos algunas situaciones y posicionamientos significativos, relacionados con el problema básico. Ante ellos, por vía de la mayéutica y del análisis interpretativo, trataremos de problematizar, más de lo que ya lo están, la cuestión y sus derivaciones.
Se dirá que, así planteado, el programa de trabajo no promete ser muy iluminador. Al respecto creemos que, justamente, las instancias comentadas han sido "iluminadas" con exceso por gente que concuerda en eso de escurrir el bulto tratando de contestar lo incontestable. Tal vez, oscurecer un poco la escena nos pueda llevar a percibir el carácter elusivo de ciertas respuestas reduccionistas y a reemplazarlas por preguntas de mayor productividad.
I. Hipótesis y reformulación : De Marta Traba (1981) a Rocío Silva Santisteban (2008)
La insistencia en el emisor -en las "funciones expresiva y emotiva" (sic)[3]- y la apertura hacia el canal fueron definidas en 1981 como los dos rasgos esenciales de la escritura femenina. La propuesta provenía de la narradora y crítica argentina Marta Traba quien a su vez se apoyaba en tres autores: Fredric Jameson (La cárcel del lenguaje)[4]; Roman Jakobson, en su famosa clasificación de factores y funciones del lenguaje[5], y en Pierre Bourdieu (La distinción).[6]
Desde esa base, y luego de aclarar que sí creía en la existencia de la literatura femenina, Marta Traba presentaba características puntuales para su reconocimiento. Así, los textos femeninos:
- Tienden a encadenar los hechos en vez de conducirlos a un nivel simbólico. El símbolo, cuando aparece, lo hace al fin del encadenamiento.
- Se interesan por una explicación, y no por una interpretación del universo.
- Se distinguen por la continua intromisión de la esfera de la realidad en el plano de las ficciones (con el consecuente empobrecimiento de la metáfora y la reducción extrema de la distancia entre significado y significante).
- Viven del detalle, como ocurre con el relato popular. Este es el motivo por el cual la creación del símbolo se dificulta dado que el relato, afirma Traba, aparece "enteramente proyectado hacia afuera, hacia el canal de comunicación".[7]
Consecuentemente, la literatura escrita por mujeres es de carácter expansivo y busca llegar a una audiencia mayor e iletrada. Es "literatura marginal para marginales"[8], se niega a las audiencias cerradas "traductoras de jeroglíficos"[9], que la convertirían en "literatura fetiche para iniciados"[10].
Se añade, con relación a lo dicho, que esta búsqueda de una audiencia mayor crea un parentesco entre la literatura femenina y las estructuras de la oralidad que se verifica principalmente en el empleo de la repetición y la memorización, además de manifestarse con los remates precisos y los cortes aclaratorios.
Cada rasgo aparece ejemplificado con menciones a las obras de escritoras reconocidas: Djuna Barnes, Doris Lessing, Jean Rhys, Griselda Gambaro, Inés Arredondo y, como ya se lo comentó, a la producción novelística de la propia Marta Traba.
Ahora bien ¿cuál es la vinculación entre esta hipótesis y el apoyo bibliográfico que la autora busca en Jameson, Jakobson y Bourdieu?
Según Traba, Jameson (en La cárcel del lenguaje) llama "dramáticamente"[11] la atención sobre el texto "autorreferente" y "autosuficiente" que se habría "inventado" a partir de los estudios y opiniones de los miembros del Opojaz.
Al respecto, hacemos notar que si bien Jameson destina La cárcel del lenguaje a poner en cuestión las afirmaciones de los formalistas rusos, no es tan fanático ni tan ingenuo como para pensar que la autorreferencialidad es un invento del formalismo. En realidad, Jameson, apoyado en el proceso comunicativo según lo definiera Jakobson, reconoce en toda obra -anterior o posterior al Opojaz- un carácter autoalusivo inevitable. A saber, y según citación de la propia Traba, "toda enunciación entraña una especie de afirmación lateral sobre el lenguaje, es decir, sobre sí misma, e incluye una especie de autodesignación..."[12]
Según se ve, no fue Traba quien eligió a Jakobson como apoyo; es más, nunca lo cita directamente sino a través de Jameson.
En cuanto a Bourdieu, luego de haberse extendido en su caracterización formal de la escritura femenina, Marta Traba recurre al concepto de "contracultura" (definido por el sociólogo francés, quien asimila "por su carácter marginal" a la escritura de las mujeres con la cultura popular y el discurso contestatario) y retransmite una sugerencia de Bourdieu en cuanto a que las contraculturas no debían tratar de imponerse en forma invertida, produciendo "contra", sino distanciándose de sí mismas hasta reconocerse y marcar sus peculiaridades desde un lugar diferente y no opuesto al discurso canónico introducido por la literatura masculina.
Por cierto, Traba, aun antes de recurrir a Bourdieu expresa que el texto autorreferente es una invención de los hombres, destinada, entre otras cosas, a subsumir la literatura escrita por las mujeres y a desconocer las peculiaridades señaladas en nombre de un modelo único (masculino, por supuesto) al que ambos géneros deberían adaptarse.
Veintisiete años después de la publicación de su artículo, Marta Traba recibe un homenaje que sólo es tal de un modo muy restringido, para no decir directamente que más que homenaje se trata de una crítica muy fuerte a sus conceptos, encubierta (o delatada, según se lo quiera ver) por la diplomacia.
Concretamente la escritora y crítica peruana Rocío Silva Santisteban, responsable de muchos ensayos sobre el tema de las escritoras y la escritura, publica un artículo - que empezó por ser una conferencia- titulado "FEM: hipótesis de una escritura diferente"[13]. Una nota al pie de Silva Santisteban aclara que el título de su ponencia funde los de dos artículos que en los primeros ochenta inauguraron la modalidad de justificar los porqués de la escritura femenina con argumentos técnicos, en lugar de hacerlo con los discursos de barricada, usuales hasta el momento. Obviamente, uno de esos artículos es el de Marta Traba[14] y, desde ya, podemos ver una marca reescritural de lo que manifestábamos más arriba. Traba presentaba "una hipótesis sobre..." y Silva pone "hipótesis de...", es decir no propondrá tanto una hipótesis como cuestionará a la generada por su referente.
Silva abre su comunicación aseverando que "la escritura no tiene sexo"[15]. Esta aseveración da cuenta de su verdadera opinión acerca del tema, pero también está ahí, al comienzo de todo para cuestionar el modo, discrepante con sus ideas, en que el argumento es utilizado regularmente.
De otra forma, aunque dice varias veces y de muchas formas que conocer / tratar de reconocer el sexo de quien escribió un texto no dice nada sobre la femineidad o masculinidad del escrito, Silva opina que la aseveración sirve, además, utilizada de modo perverso y especulativo para justificar la posición androcentrista que no ha dejado de condicionar a la producción y la crítica literarias, determinando para ellas pautas canónicas.
Surge así la idea de que la "literatura sin sexo" es, en realidad, la escritura masculina, sea que esta haya sido producida por hombres o mujeres, que nunca se declara como tal y que pretende pasar por una "escritura neutra"[16]. Paralelamente a esta manipulación, los defensores y defensoras del androcentrismo reconocen la existencia de una "escritura femenina". O sea, si se ajusta al modelo unificado, la obra considerada pasa por neutra, si no (ya haya sido producida por escritores o escritoras) entonces es escritura femenina. Silva se apoya en Susana Reisz y Carlos Monsiváis[17], al concluir en que "literatura femenina" es el rótulo de un condicionamiento político, de una maniobra para invisibilizar los escritos no canónicos otorgándoles una falsa visibilidad basada en la adjudicación de rasgos estereotípicos que llevan al congelamiento de los textos con la consecuente anulación de su postura ruptural.
Al decir entonces que sólo se puede considerar como literatura a esa "literatura neutra", asexuada, están diciendo, toda vez que sí diferencian a una escritura femenina, que ésta última es una subespecie literaria, una producción que todavía no ha alcanzado status suficiente como para integrarse a la "literatura verdadera".
Con esto, las pautas taxativas, precisas, de reconocibilidad planteadas alguna vez por Marta Traba, así como su idea de que la femenina es una escritura debida a las mujeres, pasan a constituirse, inintencionalmente, en eficaz aporte a la manipulación androcentrista. Esto no lo dice Silva, lo deducimos nosotros, pero no creemos estar forzando la idea de la autora peruana.
II. Primera situación: el caso Sarréra (y el affair Beter)
En 1971, Alain Valéry Aelberts y Jean-Jacques Auquier incluyeron en la antología Poètes singuliers du surréalisme et autres lieux[18], varios fragmentos firmados por Danielle Sarréra, una poeta que, según indica la presentación, se habría suicidado en 1949 a la edad de 17 años.
Los textos, titulados L'Ostiaque, L'Anthrope y Le chevalier du Trépan habían sido manuscritos en un cuaderno escolar hallado por el novelista Frédérick Tristan, quien manifestó haber conocido a Sarréra en Paris, el año de su muerte.
Citado textualmente en la presentación, Tristan opina: "Lilith nos espera aquí". Son poemas en prosa en los que se despliega un humor negro demasiado extremo para provocar risa y demasiado inteligente como para suscitar una lectura emotiva.
Rápidamente los poemas de Sarréra interesaron a los lectores, tanto que en 1974 merecieron publicación propia y suscitaron la escritura de artículos que destacaban la profunda, salvaje femineidad de la autora y que propiciaron la conversión de Danielle Sarréra en un estandarte para el movimiento feminista.
Cuando esta reivindicación/apropiación llegó a su mayor intensidad y ya se reclamaba por la publicación de un diario íntimo que, según se decía, permanecía inédito en el cuaderno, Frédérick Tristan acabó con la euforia al terminar con el asunto mismo: Sarréra no había existido nunca, era un heterónimo suyo a quien le había atribuido poemas escritos por él en su adolescencia.
Avergonzadas, las autoras que habían reconocido en Sarréra a una luchadora, una mártir y, sobre todo, a una poeta de indiscutible femineidad, reconocieron públicamente su error y elaboraron una serie de autocríticas en las que, por detrás del resentimiento motivado por la manipulación de Tristan, se evidencia el ansia de reconocer qué rasgos harían a los textos escritos por mujeres, qué marcas imposibles de falsificar por parte de un varón debían ser encontradas.
No olvidemos que en Buenos Aires tuvimos un caso similar cuando Israel Zeitlin (más conocido como "César Tiempo") se travistió en "Clara Beter", prostituta y poeta que habría publicado el poemario Memorias de una... Al igual que en Francia, y cuando se supo la verdad, muchos debieron pagar duramente el culto que habían rendido a la inventada poeta[19].
III. Sor Juana, Josefina Ludmer: No saber decir no
Manuel Fernández de Santa Cruz, obispo de Puebla, escribe en 1690 una carta a Sor Juana Inés de la Cruz comunicándole que ha publicado como "Carta Atenagórica" un artículo de la monja escrito en contra de cierto "Sermón" sobre "las finezas de Cristo", debido al jesuíta Antonio de Vieyra. La carta del Obispo va firmada con el seudónimo "Sor Filotea de la Cruz" y no es del todo apologética, ya que por momentos reconviene a Juana y le aconseja estudiar con más detenimiento las Sagradas Escrituras.
Sor Juana demora hasta 1691 la respuesta y consigue que la posteridad la recuerde por ese escrito tanto como lo hará por su Primero Sueño.
Según se ve en el breve espacio de esta reseña, muchas cruces y muchos cruces aparecen en la Respuesta: las que añaden emblemáticamente a sus nombres y seudónimo los interlocutores y los que se producen en más de un sentido entre el beneficiario/acusador y la beneficiada/acusada. Pese a las muchas veces que se ha elogiado a Manuel Fernández como propiciador del barroco en la Nueva España, su forma de actuar sobre Sor Juana lo presenta como martillo de herejes travestido que, ante la irreverencia de su subalterna en el escrito que él mismo ha hecho público, le muestra dos cruces análogas: la de su propia autoridad y, por si ésta no bastara, la de la Santa Inquisición[20].
Casi tan popular como la Respuesta e igualmente visitado y citado por la crítica, el artículo "Las tretas del débil", de Josefina Ludmer[21] se propone como interpretación del carteo comentado.
Ludmer, a través uno de sus habituales análisis de la materialidad discursiva, encuentra en la Respuesta el uso de una combinatoria múltiple entre tres palabras: "saber", "decir" y "no", apta como "treta" para eludir los cargos del obispo sin por eso caer en el mea culpa que éste, por detrás de su seudónimo, le está solicitando. En concreto, según Ludmer, Sor Juana hurta el cuerpo y a la vez lo expone, sin temer a las consecuencias, valiéndose de las estrategias implicadas en "decir que no se sabe", "no saber decir", "no decir que se sabe" y "saber sobre el no decir"[22]. Como se ve, y como lo subraya Ludmer, cada vez que uno de los verbos aparece en posición afirmativa, el otro es modificado por el adverbio de negación.
El estudio es muy ingenioso y llega a una conclusión que parece indiscutible: "saber y decir son campos enfrentados para una mujer"[23], si concurren en un texto, acarrean resistencia y castigo a la autora. Antes que eso "saber" (con sentido de investigar, de cuestionar el dogma) y "decir" (con valor de manifestar, hacer público), aunque no vayan juntos son también acciones cuestionadas. ¿Qué queda, entonces? ¿Callar? Sí, pero con el cuidado de saber cuándo y cómo hacerlo, ya que el silencio puede ser interpretado como una pantalla para ocultar cosas en las que una mujer no debería pensar.
Todo está muy bien, pero no deja de notarse el esfuerzo de Ludmer por ubicar a la Respuesta como ejemplo insuperado de astucia y valor femeninos. Sería impropio, dada la capacidad de las intelectuales que nos ocupan, pensar que es así porque se trata de una mujer defendiendo a otra. Más razonable resulta intuir que en el estudio de Ludmer late el deseo de apropiarse de la elocuencia de la monja en beneficio propio. Baste decir, porque Ludmer no lo dice, que por muy recordada que sea la Respuesta, le costó a Sor Juana no poder volver a publicar, tener que vender su biblioteca y aun hay razones para pensar que fue un factor decisivo para que, pocos años después muriera de cólera ya que se la destinó a asistir a monjas enfermas cuando el mal causaba estragos.[24]
Las "tretas del débil" (que tan buenos juegos de palabras le rindieron a Ludmer) debilitaron, precisamente, a Juana como polemista que, hasta entonces, se había enfrentado de igual a igual con muchos contendientes masculinos.
Además ¿por qué "tretas del débil"? ¿No era que la debilidad es uno de los estereotipos que los dueños del poder atribuyen a las obras de las mujeres para someterlas?
Y es que Josefina Ludmer, a su pesar o no tanto, está hablando desde una posición androcentrista. Está "escribiendo como un hombre", según suele afirmar el discurso oficial, tanto por emplear a favor suyo el texto de la mexicana como al ocultar que la Respuesta fracasó como estrategia de supervivencia y como argumento legitimador de una escritura marginalizada.
¿Sabía Juana que "Sor Filotea" era, en realidad, el obispo de Puebla? ¿Sabía el obispo que Juana caería en la trampa por el tendida? Tal vez estemos poco informados al respecto pero, en todo caso, ni a nosotros ni a nadie le será dado conocer las respuestas dado el grado de ficcionalización a que fue llevado este asunto. Por supuesto, el que así haya sido, no quita valor creativo a la Respuesta ni al artículo de Ludmer, pero ese valor es insuficiente, hasta se diría falaz, para demostrar, al menos estéticamente, que el texto de Sor Juana determinó un antes y un después en cuanto a la justipreciación de la escritura femenina. Sí, en cambio, es una muestra excelente de que la pregunta sobre si la escritura femenina existe o no es incontestable y de que su valor reside, precisamente, en serlo.
CONSIDERACIÓN FINAL
Ya lo dijimos, no hay conclusión para este recorrido; no debe haberla si no queremos que se pierda el valor ruptural de la cuestión que le dio origen.
Sólo haremos notar, sin ánimo de emular a Ludmer en sus juegos de palabras, cierta regularidad que parece operar sobre la cuestión básica como condicionamiento y que, en tanto tal, debería ser asumido y desactivado por quienes no pretenden terminar con los problemas arbitrando soluciones ridículamente facilistas.
Nos estamos refiriendo a una situación llamativa: cada vez que alguien contesta que sí, que la escritura femenina existe y es obra de mujeres, está tratando de corporizar a un espectro. Por el contrario, cuando se trata de negar la existencia de tal literatura, se pretende convertir en un fantasma al cuerpo escritural considerado.
Sarréra, o Tristan, como se prefiera llamar a quien escribió El Ostiaco, declara casi al comienzo del texto su condición de hallarse en situación de ausencia excesiva, literalmente, "en el colmo de la ausencia".
En sentido análogo, con referencia a la obra de Manuel Puig, Alicia Borinsky[25] afirma que en Puig lo visual -término al que la autora da el valor de "visible"- existe como nostalgia, como "ausencia de doble o triple grado"[26] según se aluda a un referente diferido (ausente) o que se lo repita en otro momento del discurso.
Creemos que tal ausencia de doble o triple grado es la que convierte en dialéctica y productiva a la polémica infinita sobre la existencia o no de la literatura femenina, aunque a muchos adherentes al androcentrismo no les haga ninguna gracia que el signo que pretenden conectar con un referente fáctico se les convierta una y otra vez en símbolo de lo que no está ahí y debería estar para tranquilidad de sus conciencias.
Bibliografía
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Borinsky, Alicia, (1978) Ver/Ser visto, Barcelona, Editorial Bosch.
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García, Evelyne (1982) "Lectura: N. Fem. Sing. (¿Lee y escribe la mujer en forma diferente al hombre?)", en Revista Quimera, Barcelona. Nº 23, pp. 54-57
Jakobson, Roman (1958) “Lingüística y poética” en AA.VV, Ensayos de lingüística general, Barcelona, Seix Barral, 1975.
Jameson, Fredric (1980) La cárcel del lenguaje: perspectiva crítica del estructuralismo y del formalismo ruso, Barcelona, Ariel
Ludmer, Josefina (1983) "Las tretas del débil", Hispanic Review y (1983) en González, P. y Pérez, R. (compiladoras) La sartén por el mango, Río Piedras, Ed. El Huracán, 1984
Monsiváis,Carlos (2000) Aires de familia. Cultura y sociedad en América Latina. Barcelona, Anagrama
Reisz, Susana (1996) Voces sexuadas. Género y poesía en Hispanoamérica, Asociación Española de Estudios Literarios Hispanoamericanos, Barcelona, Edicions de la Universitat de Lleida
Silva Santisban, Rocío (2008) "FEM: hipótesis de una escritura diferente" en Revista Casa de
Asterión, Huaraz, Ed. Asterión, Nº 8, 2a.época.
[2] Forster, Ricardo (1991) W. Benjamin, T. W. Adorno; el ensayo como filosofía, Buenos Aires, Nueva Visión.
[3] Traba, Marta (1981) "Hipótesis sobre una escritura diferente", en revista Quimera, Barcelona. Nº 13 pp. 9 a 11
[4] Jameson, Fredric (1980) La cárcel del lenguaje: perspectiva crítica del estructuralismo y del formalismo ruso, Barcelona, Ariel
[5] Jakobson, Roman (1958) “Lingüística y poética” . Recuperado en AA.VV. (1975) Ensayos de lingüística general, Barcelona, Seix Barral
[6] Bourdieu, Pierre (1988) La distinción, Madrid, Taurus.
[7] Traba, ob.cit.
[8] Traba, ob.cit.
[9] Traba, ob.cit.
[10] Traba, ob.cit.
[11] Traba ob.cit.
[12] Jameson, citado por M.Traba en ob.cit.
[13] Silva Santisban, Rocío (2008) "FEM: hipótesis de una escritura diferente" en revista Casa de Asterión, Huaraz, Ed. Asterión, Nº 8, 2a.época.
[14] El otro artículo es García, Evelyne (1982) "Lectura: N. Fem. Sing. (¿Lee y escribe la mujer en forma diferente al hombre?)", en Revista Quimera, Barcelona. Nº 23, pp. 54-57
[15] Silva Santisteban, ob.cit.
[16] Silva Santisteban, ob.cit.
[17] Susana Reisz (1996) Voces sexuadas. Género y poesía en Hispanoamérica, Asociación Española de Estudios Literarios Hispanoamericanos, Barcelona, Edicions de la Universitat de Lleida // Monsiváis,Carlos (2000) Aires de familia. Cultura y sociedad en América Latina. Barcelona, Anagrama
[18] Citamos desde Aguirre, Raúl G., prólogo, versiones y notas a AA.VV., Poetas franceses contemporáneos, Bs. As., Fausto, 1975.
[19] Ferrari, Lidia: Clara Beter: ¿Ente de ficción o Fraude? Crítica psicoanalítica de un fraude literario. Revista Universitaria de Psicoanálisis Volumen IV (Publicada por la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires). Año 2004, Buenos Aires.
[20] Egan, Linda (1999) "Un estudio de caso : Sor Juana y Vieira: trescientos años después", Mexico D.F., Revista Fuentes Humanísticas, año 10, pp. 118-123.
[21] Ludmer, Josefina: "Las tretas del débil", publicado inicialmente en la Hispanic Review, en 1983, reaparece y es conocido cuando integra la compilación de González, P. y Pérez, R. La sartén por el mango, Río Piedras, Ed. El Huracán, 1984.
[22] Ludmer, ob. cit.
[23] Ludmer, ob. cit.
[24] Egan, Linda, ob.cit.
[25] Borinsky, Alicia, (1978) Ver/Ser visto, Barcelona, Bosch.
[26] Borinsky, ob. cit.