viernes, 29 de octubre de 2010

Enrique Solinas: Magnificat y otros poemas.

Enrique Solinas



 
Magnificat

Hoy desperté y mi cuerpo
tenía olor a flores,
a perfume de orgasmo y alegría.

Los animales obedientes acompañaban
el transcurrir violento y ciudadano.
El tráfico en las calles se partía en dos
cada vez que deseaba cruzar
hacia la otra orilla.

Voces diversas escuché
y entendí todas las palabras del mundo.
Dos marcas rojas en mis manos
anunciaron la transformación.

“Soy santo”, me dije, “soy santo”.

“En el exceso de la muerte
        y la vida
está la redención.


Sparkly Darkly

Estrella negra,
luz del color del cielo.
Como quien hace el amor
hasta la muerte,
cantaré la oración
de los desesperados;
hasta que goce,
hasta que duela cantaré.

Es tiempo de palabras, de mentiras
lo suficientemente fuertes
para sobrevivir.

Es tiempo de silencio,
la otra forma de pedir perdón.
           

El Doble

Ese hombre que está sentado frente a mí
es apenas un reflejo
de lo que soy.
Tiene mi voz atrapada en su garganta
-y sé que es personal -
como si alguien lo hubiera autorizado
a dejarme mudo.
Transcurren sus días en mi contemplación.
Sabe más
de lo que yo comprendo.
Ese hombre que está sentado frente a mí
sonríe, acomoda su pelo
y espera a que me duerma de una buena vez
para ocupar mi historia.

Ahora
observo que se aleja, sin mortificaciones.
Ahora:
parte como quien regresa
  de un largo sueño.
Y es tan simple,
tan vacío de significación,
tan elegante, tranquilo y eficaz,
que da gusto verlo cada vez,
regresando hacia mí,
abriendo
          las puertas de la muerte.


Escribir

Torpe la voz, el viento
enuncia la palabra plural,
la conversación del solo.

A fracaso y verdad
se intenta
escribir sobre aquello
que no
cambiará el mundo.

A duda y obstinación.

Aquí,
los sustantivos duelen
como duelen los muertos
perdidos.

Si aquí,

al fin y al cabo,

el poema soy yo.


Darkish

Pinta, pinta, pinta,
las palabras que no
debemos decir.
Ya no hay tiempo,
sírvame
un poco de silencio
en la copa,
amigo mío,
un poco de sombra y luz;

sírvame
algo de soledad
que siempre sobra;

una casa de hierba
dentro del corazón;

un ramo de palabras
para no morir.


Bucólica

El olor de tu cuerpo, amigo mío,
me recuerda al color de la infancia.
Una pradera con demasiado sol
cuando no estoy triste,
cerca del río
en donde alguien dibuja mi ciudad.

Nada es tan importante ni inocente
como pensar en un día perfecto:
vaca y pasto,
los pájaros que nos sobrevuelan
como a San Francisco;
algunas flores,
sendero de amapolas;
el cielo quieto y azul,
como de utilería.

Sé que pronto ya no estarás aquí.
Todo es inmediato.
Sé que pronto
te ocultarás detrás del sol.

Disfrutemos ahora de este día,
que el mañana no es cierto.

Brillemos como el agua en la noche,
tan sólo para la memoria.

La patria

Triste canción, pequeña,
tan fugaz,
herida abierta a las ciudades,
pueblo,
               corazón sin rumbo.

Reina plateada de corona ausente,
sumergida en las aguas
que ocultan la razón.
La pastilla de la felicidad
es un barco que navega
el territorio mudo.

Todos los padres te golpean
y no piden perdón.
Todo tu cuerpo es un gran río
que cambia de discurso.

Y entre el asfalto y las estrellas y el desorden,
nos queda la canción:

callado sueño vacío
bajo el barro de la desesperanza.

Y nuestro rezo,
única y amordazada voz,

temblorosa,

                      desnuda.


Las tumbas

Titila la oscuridad como una lámpara
en mi cara dormida.
Pronto, pronto se abrirán las puertas para que huyan
las palomas del centro de mi cuerpo.
Tiembla todo
y en su temblor el viento negro avanza
para ocupar el bosque de la historia,
el territorio devastado de la soledad.
Tiembla todo
y en su temblor el viento negro nos muestra
el corazón vacío de la esperanza.

Pronto, pronto cerraré los frascos donde guardo
con pasión la memoria de los muertos.

Pronto, pronto:
cada cosa perderá su significado
y las palabras serán
barcos de luz
que se dirigen hacia la luz.


El Rostro de Dios

Esa mujer,
extendida hasta nunca debajo de la sábana
no muestra signos de respiración.
Apenas es el resto de una imagen,
el personaje principal en bastidores
no disponible para despedidas.
Hacia los costados,
sus brazos se alargan y tocan el infinito.
Las manos se apoyan en oriente y occidente
sin ganas ya,
          sin intención.

Descorro la sábana y al mismo tiempo
vuela una mosca como ninfa sorprendida.
He aquí la cuestión:
sus labios entreabiertos y la piel extraña
contrastan con el gesto de una sonrisa,
y el único signo de vitalidad
es la mosca
que ha bebido toda su respiración.

Si la mujer sonríe es porque sabe algo
que nunca terminó de decir.
Si la mujer sonríe
es porque nos ha engañado
y nunca sabremos el motivo.
Pasa el tiempo como la vida pasa,
como pasa lo bello y lo triste.
Luego la abrirán en dos
para saber la causa de su fallecimiento.
Luego,
su rostro cambiará y será otra,
alguien desconocido.

Ahora sé que éste es el rostro de Dios:
una mujer que se va y la mosca que sonríe,
compartiendo la misma despedida.
Tan sólo nos queda
cubrir el cuerpo de la desesperanza
y contemplar el aire de la noche,
fatal y divino.


     a mi madre, in memoriam


Enrique Solinas (Buenos Aires, 1969). Poeta, narrador, periodista y crìtico.   En poesía  dio a conocer: Signos Oscuros (1995), El Gruñido (1997), El Lugar del Principio (1998), Jardín en Movimiento (2003) y Noche de San Juan (2008). En narrativa publicó el libro de cuentos La muerte y su conversación (2007). Ha obtenido diversas distinciones a su obra: Premio Nacional Iniciación Bienio 1992/1993, Secretaría de Cultura de la Nación, Premio Dirección General de Bibliotecas Municipales de Buenos Aires 1993, Mención en los Premios Municipales de la Ciudad de Buenos Aires a la Producción 1994/1995, Subsidio Nacional de Creación de la Fundación Antorchas, Concurso 1997 de Becas y Subsidios para las Artes y el  Premio Estímulo a la Creación año 2000 de la Secretaría de Cultura de la Nación.