Roberto Raschella |
…e dove non ho potuto trovar variationi
nelli affetti ho cercato di variare il modo di
concertarli…*
Claudio Monteverdi
Sí,
otra vez el pensamiento de ti,
otra
vez el pensamiento del mundo.
Fue
en la noche vulnerable,
cuando
en el sueño oscuramente turbado
por
tu presencia, a la altura
de
mis ojos apareció ligera
la
vida nueva, y de ella floreciste,
como
si fueras la grama de las nupcias
en
los pueblos de montaña.
Lejos,
muy lejos, algún pisador
destrozaba
los granos en el justo tiempo.
*
[…y donde no he podido encontrar variaciones en los afectos he tratado
de
variar los modos de concertarlas…]
****
Era
bogador de arenas.
Te
encontré echada, verdeabierta, acecho
que
se rompió como una queja blanca.
No
este jardín. No germinaba el esqueleto,
en
el suelo febrilmente frío, bajo mis restos
de
blandas glicinas que desaparecen. Éramos,
compañeros
de nadie. Las palabras no gozaban.
Nuestras
manos crecían la malía de deslumbradas cuestas.
No,
no sabes todavía. Era ausencia el bajel de conventos
voladores
y mezcladas naves. Subir al árbol,
formar
un valle infame donde la pértiga muere,
en
oscuras voces todavía agrarias.
[y
un hombre, un bastón curvos te amenazan]
Iamunindi.
Inmaduros, odiando.
Fábula
del hato. Huso luminoso. Epitafi o de aceite.
Sonrisa
de paja. Malla de iguales y antiguas quietudes;
y
el haba que reluce por el hambre de mayo.
Casa
desventurada y negra.
Dura
ciudad. La mujer renga se quedó en el pueblo.
Iamunindi.
Dinastía
de cítricos costeros. Tierra bailarina
de
algodón y madera. Bandada, sin aire.
Iamunindi:
sólo el cielo no parte.
Y
un hombre
se
me revuelve por las calles. Delirio de conocer,
y
no ser conocido. Feroz, en las colinas, vendimia helada.
Austral
espiga. Marcha con el fémur, marcha con la tibia.
Polifemo
por dos ojos. Madrigal borracho. Gris luz sarracena.
Horda
de cachorros ante los padres transparentes.
Lleno
de rojo, y envuelto, y rojo. Con las cabras
del
alma, negra alma. Trepaba buscando
la
fl or sudada, los palacios
de
mármoles sin ojos. La mujer, en navajas.
Pasión
de ella, pasión de ti.
El
vino, el alba gregoriana, el cuerpo hambriento,
el
iris que no se quiebra, la tos desolando muros,
nos
llevan, todo sueño matinal.
Y
corren sobre los agujeros negros.
Las
mujeres eran azules. Las mujeres son negras.
Poesía,
vienes de lo negro,
Los
nudos se aceleran. Cedo ante el pasado.
Cada
cosa es,
fija
imagen. Aplasto la entraña,
de
nácar, de asco. Desciendes.
Si
debes enlutarte,
enluta.
No
mueras.
No
vuelvas.
****
Y
fuera del tiempo, hay fiesta.
Ellos
buscan sus cadáveres, ese tiempo.
La
mujer en clausura
baja
a los blancos patios.
Los
espantajos no quieren levantarse, y se levantan.
En
la brisa, en la líquida quietud,
un
texto eterno el orden de la luz,
el
grado de tristeza sobre la pestada sangre.
¿Por
qué ocultaste hoy el temor al lamento?
Bulto
de fabulosa Límina, bulto pleno
de
un hombre solo. El hueso regresa al borboteo perdido.
Necesito
la claridad de la sinovia estéril,
sus
infi nitas variaciones, el arcano
de
bisabuelos, que ya no tienen nombres.
Y
rueda el sonido, la sanguina lenta.
Los
coloquios mudos, las caricias de mente.
Atados,
atados. Mi espejo carnal,
una
desnuda paz de abandono.
El
naranjo es hondo, la alegría ha muerto.
Ángeles
arruinados se acuestan y arrastran
a
siglos malados, a un rubio cafarnaum de pasiones,
a
una ceguera violenta. El riacho corre,
el
común telar está deshecho, yemas de ocaso
amenazante.
Regular, asidua, entre ruinas,
la
exhalación de las madres. Sentir frío, ser cubierto.
La
duda que empieza y es silencio.
[Nos
reconocemos. Ni siquiera entiendes la extrañeza
–¿pero
no es así más extraño?–:
el
pez nuevo y claro de la feria ignota. En los hornos,
junto
al espíritu de las semillas]
Resplandecían las mañanas
caprinas,
los
ópalos de silbidos en las campañas.
La
malva no envejece sobre los muros,
sobre
los pálidos oráculos. El espectro se hunde por el
catarrato.
Un
mismo silencio, de desesperados; el círculo se interrumpe.
Las
plantas despilfarran vida:
suelo
de octubre es, madre. Tus gufos llegan
a
la ciudad destruida. Persiguen trópicos marinos y carnados.
Hilan
tejidos secretos y un hastiado escribir,
resurrecciones,
lejanas. [Sonaba el gloria en el harmonio,
y
voces de campesinos oscurecidos, piedras lanzadas que
ensordecen
de odio. Después granaba la tarde, la plaza,
los
hombres, y saturados olivares desangraban]
Roen
graves.
Descubrimos
la verdad, la nada
de
siempre por siempre. Apenas he vivido las leyendas.
Y
alguien confi nado recoge la obstinada pobreza.
Meditar
no es hacer.
Hay
un trigo batido, y un ocre,
y
la niebla que cierra. La consangre.
Piénsanos,
madre, hasta el alba final.
(de La casa
encontrada, poesía reunida, 1979-2010, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2010.)
Roberto Raschella, Esteban Moore; foto Alejandra Correa. |
Roberto Raschella
(Buenos Aires, 1930). Poeta, novelista, ensayista, guionista, crítico de cine y traductor. Ejerció la docencia como maestro de grado durante
treinta años. Ha publicado en poesía: Malditos los gallos, Buenos Aires, 1978; Poemas del exterminio, Buenos
Aires, 1988; Tímida hierba de agosto, Córdoba, 2001 y La casa encontrada, poesía reunida, 1979-2010, publicada por el
Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2010.
En novela: dio a conocer: Diálogos
en los patios rojos, Buenos Aires, 1994; Si hubiéramos vivido aquí, 1998 y La historia que nunca les conté (con Mariano Fiszman), Buenos
Aires, 2005.
Colaboró
como guionista en varios filmes de corto-metraje y como ensayista y crítico,
colaboró en la revistas Cuadernos de Cultura, Tiempo de Cine, Cinecrítica y Cinema Nuovo de Milán, dirigida por
Guido Aristarco. Colabora en
una decena de cortometrajes, especialmente con el grupo "Taller de
Cine", integrado por Jorge Macario, Félix Monti, Jorge Tabashnik, Arsenio Pica y Nemesio
Juárez. En 1969 se estrena en Buenos
Aires El ejército, cortometraje
dirigido por Nemesio Juárez con guión de Raschella. Su obra ha sido distinguida
con el premio Boris Vian, Buenos Aires, 1999 y
el segundo Premio Nacional de Literatura, Buenos Aires, 2004. En 2005
obtuvo la Beca Guggenheim.