Ignacio Fernández de Palleja |
1
Tuve una pesadilla.
Estaba solo, sin más armas
que un libro de poemas
frente a un enorme vacío.
Las palabras, borrosas a mis ojos,
se perdían en el humo del alcohol
de las paredes, de los vidrios,
de las columnas que sostenían
un paréntesis vacío que no saldría
en las noticias,
ni mejoraría la vida de las limpiadoras
de los shoppings. Ni evitaría
el avance del ejército de pordioseros
profesionales que todo lo convierten
en cartón y en retroceso.
Mi voz sonaba como una ecuación
dicha abajo del agua destilada
que rueda en torno a los pilares
de un puente inútil, mis sílabas
avanzaban escuchándose en espejos,
cada sonido era un lirio invisible.
Un dios inexistente me miraba
como quien ve descascararse las paredes,
mientras evaluaba si debía despertarme
o seguir dantesco, sin sentido,
reiterando un ritual para el olvido.
2
La petalofloro de lingvoj estas transparent,
egala, permanenta kaj tute
ne.
Un lenguaraz se cría en Babel,
e intérprete contumaz, resiliente,
busca la paz pariendo en el papel
signos que armonicen a la gente.
Urdió una semilengua que es un puente
uniendo mil riberas y ninguna,
ungió con la razón aquella fuente
de modo que la misma ubicua luna
nos refleje con igual nomenclátor
y nos haga más livianos, traslúcidos.
Pero en la marea de los actos
las verbos se hicieron islas y pecios
y ya deslenguados supieron, lúcidos,
que la voz universal es el silencio.
a Zamenhof, que lo envidio
3
Este otoño no termina,
se vuelve perenne.
Las hojas se detienen en el aire,
quedan ahí, a media altura,
a medio color,
en un semiocaso húmedo
en el que se acumula la leña sin usar,
en una decadencia persistente.
Nos estamos poniendo subtropicales
y tiemblan los vendedores de abrigos,
nos resistimos a soltar nuestras vejeces
al aire aséptico del invierno,
nos estamos deteniendo pero tarde,
habría sido mejor en el verano.
La culpa es de la Intendencia,
siempre a destiempo.
4
“Das Wort tötet das Leben”
Kaiser
Los párrafos uno tras otro
traían revelaciones hechas de brillo y contraste,
desarrollo y estocada.
Era el texto paradójico de incesante crecimiento
de un suicida
cuya lengua sin familia
me recuerda a las hojas de la acacia
que salen a borbotones como manos
en melena que se cierra cada noche
del mismo modo que terminan los capítulos
y arremeten sucesivos.
Contaba la historia de un dramaturgo que se daba
a la fuerza castradora de una idea,
cuyos ecos contagiosos aún se gritan,
y dejaba su talento sojuzgado
por consignas inferiores a sí mismo.
Las palabras finales de su obra
hablaban de palabras herbicidas
en el último estertor de una mano que nunca más
se parecerá a la vida.
Sin embargo si se deja a la mano
que tome el tronco y las ramas del relato,
con su ritmo natural,
las hojas finalmente se parecen
a las hojas.
5
Voy deslizándome hacia casa.
La bajada es larga, segura,
la flanquea la niebla
que cae sobre la cancha de fútbol.
Unos cedros se recortan, fantasmales,
como jueces viejos y ladrones.
El humo baja de las tribunas
y esconde jugadas misteriosas,
una liebre vuela por la punta,
un tero protesta fuera de lugar,
un perro mea los postes y el área chica.
Voy deslizándome al borde de la cancha,
ojalá que no la tapen de casas y parlantes,
cuando sea fantasma quiero entreverarme
en esos partidos, sentirme vivo como nunca
y correr hasta quedar muerto.
6
“As
frases e as manhãs são espontâneas”
João
Bosco
Las flores, los tigres, el oro,
la decadencia de los imperios,
la deriva de los mares,
los tsunamis migratorios,
lo que mueve los dedos del guitarrero,
el fresco de las esquinas coloniales,
los yuyos, el chiflido del viento
desde adentro del coronilla,
las cuchillas grandes, el rastro
que sigue el gato que camina
hacia su presa y hacia su fin,
el baile, la risa, el grito, las caderas,
las curvas y el hambre, mis ojos
en tus ojos son espontáneos,
la frase del mate de mañana,
el mundo es espontáneo, amigo João,
y hay que ensayarlo todos los días.
7
La noche se mueve gris y segura,
va a pintar de nada
los espacios de las hojas,
va a sacudirlo todo
con su trapito enorme,
nos trae la muerte cotidiana
como un fregacito,
la noche cabalga sólida
y fría,
arrincona a la vida,
que se refugia
en los invernaderos
y se reescribe a sí misma
resumida, en pocas palabras.
8
Hay una hora oblicua con cuyo sol
uno mira las cosas de más lejos,
desde una ventana circunstancialmente
feliz.
La gente va por sus cauces,
las aguas son doradas,
el mate está bueno, espumoso,
los motores van llegando a término.
Hay un minuto vivo, recién comido,
después del cafecito, de dientes limpios
como tacitas en el escurridor,
con aires de trabajo pronto
cual los huesos aflojándose.
En ese segundo en que todo está bien
cobran sentido y se embellecen
los ladrones de la paz,
los hambrientos, los mutilados,
los protocolos imperiales,
las mujeres que te dejaron y lloraban,
los malos jugadores,
la historia universal de la tipografía,
las lenguas vivas pero ciegas.
Sentado en una silla cualquiera,
con gente elegida por el azar,
la ola de la
Historia te sostiene en su cenit
por un instante estancado.
9
La copa se abre, celeste y limpia,
y derrama vino frío y seco
sobre la boca del instante.
Todo es posible y visible,
hay una inundación estética
de cuentas claras y tranquilas.
Oigo una melodía de pasturas
vistas desde la ventana
con cuerdas de leña,
nacidas y criadas.
El pasado y el futuro se congelan
panorámicos, pausados,
y se necesita pensar mucho
para imaginar que vuelva a nublarse.
10
Acabo de tener una visión
muralista.
No, no es pintura, si yo no
soy capaz
de imaginar colores, ni formas,
ni tetas revolucionarias, ni
perspectivas,
si no hay modo de que mis
figuras humanas
rocen los conceptos de
proporción ni perspectiva.
Es literatura mural,
muchachos, grandes extensiones
de paredones blancos cubiertos
por endecasílabos enjutos,
tannatos, por dodecasílabos
cabernetsauvignónicos, por
octosílabos ecuestres,
alejandrinos raras veces pero
por qué no,
por versos de libertad
engañosa, bajo palabra,
por prosas hechas de malicia y
profundidad,
descuidos aparentes
envenenados como dardos,
textos de todo tipo como
noticias falsas,
cuentos de terror para los
callejones,
novelas porno para las zonas
rojas,
mentiras canónicas para los
conventos y los comités,
falacias de colores para los
agentes de prensa,
ortografía divertida para los
patios de las escuelas,
décimas jineteando el instante
en las yerras,
consignas de amor en los
despachos de los gobernantes,
en tu cuerpo jaicus blancos,
instantáneos
como el primer brote de
perfume del jazmín
y en los montes, en el papel
de regalo extenso del campo,
en la efe constante de las
playas, en las quebradas,
en las lagunas, en los
bañados, los palmares,
en las cuevas de los bichos,
en el cielo y en las nubes
nada más que el silencio del
que escucha
el soplo que recorre el muro
de la tierra.
Ignacio Fernández de
Palleja (Maldonado,
Uruguay, 1978) Poeta, narrador, periodista cultural, traductor y profesor de
literatura española y de lengua portuguesa. Ha publicado en poesía: Poemas desde un Peugeot rojo y una carretera quieta (2012) y Poemas
altibajos (2012) y el volumen de
relatos: En negro y negro (2012).