O.W. de Lubicz
Milosz
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Yo nada sé de
tu pasado. Has debido soñarlo.
—Sí, has debido
soñarlo, de seguro.
Solo vislumbro
tu rostro en la irisación grisácea
de la lluvia.
Noviembre
sepulta el paisaje. Y mi vida.
Nada sé y nada
quiero saber de tu pasado.
Tus ojos me
hablan de brumosas ciudades últimas
que no he de
ver jamás
y cuyos nombres
jamás oiré en tu voz.
Noviembre cae
sobre mi alma. Y también sobre
la
llanura.
Yo te veo, oh
desconocida, a través de un tiempo
Otro.
Son cosas,
desde hace mucho muertas
—¡irremediablemente
muertas!
músicas sofocadas,
ajadas lujurias.
Podría asegurar
que noviembre aguarda tras
la puerta.
Veo además
vivir en tu pecho aquello que tu
corazón
olvida.
Lejos, muy
lejos de aquí está tu alma. Tu alma
extranjera
es una noche de bruma,
de bruma y de llovizna sucia sobre los arrabales,
donde la vida tiene el color frío de la tierra,
donde hay hombres que morirán sin haber
conocido
el amor.
Tú ya me has encontrado en otro tiempo,
¿recuerdas?
Sí, en un
tiempo Otro, tristemente Otro,
en el país de
los viejos libros y de las músicas
antiguas,
en el azul
crepúsculo de una mansión tranquila
con ventanas
letárgicas.
El fantasma de
los vocablos que ya no recuerdas
o que quizá no
pronunciaste
da a tu
distante presencia un sentido demasiado
singular.
Yo descifro en el libro de tu silencio
tu historia muerta para siempre, aún para ti.
Mi desvaída razón es sólo un anhelo de lucidez,
un día de sol antiguo
sobre el sendero donde tu dicha se encontró con
tu dolor.
Quizá todo esto no ha ocurrido jamás,
pero si yo te lo afirmase, tú
te morirías de espanto.
Es cosa triste como día de invierno en los
suburbios
donde transita la muerte de la ciudad,
como enfermedad y desconsuelo en una casa de
prostitución,
como un ruido de pasos en una
morada extraña,
como el vocablo “antaño” cuando cae la sombra
sobre el
mar.
Nada quiero saber de tu pasado. Veo
extinguirse el día,
el último día sobre tu rostro, sobre tus manos.
Déjame ignorar dulcemente los senderos
donde supo el azar conducirte hasta mí.
Encuentro otra vez en tus ojos realidades de
sueños,
de sueños soñados en un ya viejo tiempo
y visiones abiertas al sol de la vida.
En la penumbra envenenada de la lluvia
diríase que una eternidad concluye.
Yo reconozco en ti a seres misteriosos,
a viajeros con rumbo secreto
encontrados otrora en la bruma de las estaciones
donde todos los ruidos adquieren inflexiones de
adioses.
Te vuelves otras veces para mí una atmósfera
de feria
con sus luces lloronas y sus relentes
de enmohecimiento y vicio;
con su miseria y con el gozo enfermizo de sus
músicas.
Recuerdos de nostálgicos garitos
mezclánse entonces al caos de mi enervamiento.
Si yo intentase salir, si solamente cerrase tras de
mí la
puerta,
dí, ¿qué harías?
Seria tal vez como si tus ojos no me hubiesen
conocido
jamás.
El ruido de mis pasos moriría sin eco en la calle
y únicamente podría advertir la noche en tus
ventanas.
Es como si debieses abandonarme hoy,
en un de pronto y para siempre,
sin soñar en decirme de dónde vienes ni
adónde
vas.
Llueve sobre los grandes jardines desnudos;
mi alma
está aterida;
noviembre sepulta el paisaje. Y mi vida.
Versión
castellana del francés, Lysandro Z.D.
Galtier.
Oscar Wladislas de Lubicz Milosz (Čareja, Lituania, 1877-Fontainebleau, Francia,
1939). Poeta,
novelista y ensayista. Escribió la mayor parte de su obra en francés.
novelista y ensayista. Escribió la mayor parte de su obra en francés.