Arthur Rimbaud, 1854-1891. |
¡El trabajo humano!
explosión que ilumina
mi abismo de
vez en cuando.
“Nada es vanidad;
¿hacia la ciencia, y adelante!,
exclama el
Eclesiastés moderno, es decir Todo
el mundo. Y sin embargo
los cadáveres de los
malvados y de
los holgazanes caen sobre el corazón
de los otros…
¡Ah! rápido, un poco rápido; allá lejos,
más allá de la
noche, esas recompensas futuras,
eternas… ¿las
eludiremos?
–¿Qué puedo hacer?
Conozco el trabajo; y la
ciencia es
demasiado lenta. Que la plegaria
galopa y la luz
brama… bien lo veo. Es demasiado
simple y hace
demasiado calor; prescindirán de mí.
Tengo mi deber,
pero me enorgullecería como muchos,
dejándolo a un
lado.
He malgastado mi vida. ¡Vamos! Finjamos, holguemos,
¡oh piedad! Y
existiremos divirtiéndonos, soñando
amores
monstruosos y universos fantásticos, quejándonos
y combatiendo
las apariencias del mundo, saltimbanqui,
mendigo, artista, bandido, –¡sacerdote! Sobre
mi lecho
de hospital, el
olor del incienso retornó a mí tan potente;
guardián de
aromas sagrados, confesor, mártir…
Reconozco en todo esto la
sucia educación de mi infancia.
¡Y qué!...
Andar mis veinte años, si los otros andan veinte años…
¡No! ¡No! ¡ahora me rebelo contra la
muerte!
El trabajo
resulta excesivamente liviano para mi orgullo:
mi traición al
mundo significaría un suplicio demasiado breve.
A último
momento atacaría a diestra y siniestra…
Entonces. –¡oh! – pobre alma querida,
¡la eternidad
no se habría perdido para nosotros!
Versión castellana de Oliverio Girondo –
Enrique Molina.