Efraín Huerta, 1981 |
Esta
Dama de Elche que todas las semanas
me
dice que la llame la semana entrante,
de
manera que cada semana es en mi leve hundimiento
como
una catedral sin asesinatos, un estadio de fútbol
/entre
semana,
una
nada hecha de ciudades adheridas a un futuro extenuante.
Me
digo que así no se vale; que no se puede ni se debe;
que
yo la hice bella, doblemente, triplemente bella
hasta
la insensatez, para que ahora me salga
con
una hilera de semanas como columnas dóricas.
Me
revelo a mí mismo que la semana entrante no existe.
¿Existo
yo o soy una ventana cerrada a piedra o lodo,
como
mi propia, desencantada poesía?
¿Qué
existe diariamente, mejor, semanaria y semanalmente?
Una
mujer desnuda, un caballo salvaje,
un
malentendido, un terremoto; ella, quizás,
existe
debajo de mis brazos, como un libro ilegible.
Hembra
salvaje, yegua de piedra, hechicera frente de mármol:
hinca
las rodillas en un miércoles
y
desátame, deshazme de la tortura
de
marcar números idiotas y escucharte
decir
esta semana de miedo que te llame
la
aterradora semana entrante.