Raymond Carver |
La buhardilla
Su cerebro es una buhardilla donde a través de los años
se han almacenado muchas cosas.
De tiempo en tiempo su rostro aparece
en las pequeñas ventanas de la mansarda de la casa.
El rostro triste de una mujer que ha sido encerrada
y olvidada.
Sala de autopsias
En esos
tiempos yo era joven y la fuerza
de diez hombres habitaba mi cuerpo. Para
lo que mandaran, eso
pensaba.
Trabajaba en el hospital en el turno noche
y una de mis responsabilidades
cuando el forense terminaba su trabajo
era la de limpiar la sala de autopsias.
Ellos no tenían horario, algunas veces
terminaban temprano, otras demasiado tarde.
Y, dejaban objetos olvidados en la mesa de trabajo
construida para esas tareas en particular.
Un pequeño bebé quieto como una piedra
y más frío que la nieve. Otra vez un negro corpulento
de pelo blanco con el
pecho partido al medio
todos sus órganos vitales
en una bandeja a un costado de su cabeza.
La manguera derramaba
agua.
Las luces colgadas del techo encandilaban.
Una vez dejaron sobre la mesa una pierna,
una pierna de mujer, pálida y bien formada.
Yo sabía para qué era la pierna,
en ocasiones los había observado.
A pesar de eso me quedé sin respiración.
Cuando regresaba a mi casa tarde en la noche mi mujer
me decía “Dulce, todo va a salir bien. Podemos permutar
esta vida por otra.” Pero, no era así de fácil.
Ella agarraba mi mano entre las suyas, con fuerza,
yo me reclinaba en el sillón y cerraba los ojos.
Yo pensaba en... cualquier cosa. No sabía en qué.
Yo dejaba que ella llevara
mi mano a su pecho.
En ese momento yo abría los ojos y miraba el cielorraso o el
piso,
Entonces mis dedos se arrastraban hacia su pierna, tibia
y bien formada, que ante la más suave caricia temblaba
lista para elevarse
con delicadeza. Mi mente
estaba confundida y cómo decirlo ¿sacudida?
No pasaba nada. Todo estaba pasando. La vida
era una piedra, moliéndose, tomando filo.
Raymond Carver (1938-1988)
Poeta y narrador.