Dionisio Ridruejo |
Una Carta
Existen estadísticas.
Sabemos
cuántos corazones humanos se paran por minuto.
Y vivimos en paz. También al nuestro
le llegara su hora.
Pero estamos metidos en el
salón de espejos
donde el mundo se hace.
En cada espejo afirma y
nos afirma
y lo afirmamos. Cuando
alguno quiebra
o se desluce
repentinamente,
hay un largo vacío de
tiniebla
como cuando la luz se
apaga en un discurso
y lo disuelve.
Ha llegado la hora y no ha
llegado.
El espejo abolido abre
otra galería
que da hacia lo irreal y
el mundo queda
como suspenso. Pronto
reanuda
su imperio. Están los
otros y hasta alguno
nuevo para volvernos al
oficio
que no consuela lo que
pierde.
Porque quedamos empañados,
vueltos,
en un vapor de niebla,
hacia la galería tan profunda
como el dolor,
tan rica de fantasmas como
la vida misma
ya casi por entero
desovillada en nuestros pasos.
Caminando por ella,
recreando sus escenarios
con relieve sordo,
se va embotando lo que fue
punzante
como la sobrecarga del
latido
que se abulta en la
soledad del sufrimiento
y se hace ya desgana de
volver al presente.
Se endulza a más dolor,
a dolor apiadado,
volviendo la cabeza con
los ojos llovidos,
llevándonos a hablar con
nuestros muertos.
El Miedo Americano
La noche imaginada
es porosa y con bocas
de Colt y parpadeos
de ojos tácitos. Tiene
sus casas recogidas en
madera
de desierto con perro. Y
hay crujidos
de arboleda y serpiente
en un acecho negro.
¿Es verdad? ¿El cuchillo,
la bala, el puño sordo,
el grito de muchacha
violada
que expira, el paseante
hecho despojo
y ahorcado con su
cinto,
los millones de manos, de
pupilas,
de pasos redoblantes, de
centellas
con sangre, son del sueño?
Era día luciente
y un tumor cerebral atado
a un rifle
subió ala torre y explotó dejando
media milla de muertos.
El motor que hace pausa y
roba al niño
necesita la luz. Voy
caminando
por esa esponja del terror
unido
al “¡Qué más da!” que
traigo
desde lejos, incrédulo.
No veo más que brazos
de árbol amigo y luz en
lejanía,
y solo escucho las
respiraciones
sosegadas llegando por un
aire
de perfume y caricia
que sostiene las pálidas
estrellas.
Dionisio Ridruejo (Burgo de Osma, Soria, 1912-Madrid, España,
1975) Poeta y cronista. Publicó en poesía: Plural y singular,
1935; Primer libro de amor, 1939;
Poesía en armas, 1940; Fábula
de la doncella y el río, 1943; Sonetos a la piedra, 1943; En la
soledad del tiempo, 1944; Poesía en armas, 1944; Elegías
(1943–1945), 1948; Hasta la fecha (Poesías completas), 1962; Cuaderno
catalán, 1965; Casi en prosa,
1972; En breve, 1975.