…Alta edad, henos aquí —y nuestros
pasos
de hombre hacia la salida. Basta ya de
entrojar;
ahora es tiempo de aventar y honrar
nuestra
era.
Mañana, las grandes tempestades
merodeadoras,
y el relámpago en su oficio…
El
caduceo del cielo baja para marcar la tierra
con
su cifra. La alianza está fundada.
¡Ah!, que
una elite también se levante,
de muy grandes árboles sobre la tierra, como
tribu de grandes almas y que nos incorporen
en su consejo… Y que la severidad de la noche
descienda, con la confesión de su dulzura,
sobre los caminos de piedra ardiente
iluminados de lavanda…
Habrá
entonces un estremecimiento,
en el más alto tallo untado con ámbar, de
la más alta hoja semidesplegada sobre
su uña de marfil.
Y
nuestros actos se alejarán hacia
sus huertos resplandecientes…
Que otros
edifiquen entre los esquistos
y las lavas. Que otros levanten los mármoles
en la ciudad.
Para
nosotros ya canta la más arrogante
aventura. Carretera abierta por mano nueva,
y fuegos llevados de cima a cima…
Y no se
trata aquí de canciones de tela para
gineceo, ni de canciones de velada, de esas que
denominan canciones de Reina de Hungría,
para desgranar el maíz rojo con el filo herrumbrado
de los viejos estoques de familia.
Sino de
un canto más grave, y de otro temple,
como canto de honor y de alta edad, y canto del Amo,
solo en la noche, para abrirse su camino frente
a la chimenea
—fiereza
del alma frente al alma y fiereza
de alma creciente en la espada grande y azul—.
Y nuestros
pensamientos ya se levantan
en la noche como
los hombres de grande tienda
que antes del amanecer, marchan hacia el cielo rojo
llevando sus arreos sobre el hombro izquierdo.
He ahí
los lugares que abandonamos.
Los frutos del suelo están bajo nuestros muros,
las aguas del cielo en nuestras cisternas,
y las grandes muelas de pórfido descansan
sobre la arena.
La
ofrenda, ¡oh noche!, ¿a dónde llevarla?,
y la alabanza a quién fiarla?... Nosotros levantamos
en el extremo de los brazos, sobre el plato de nuestras
manos, como nidada de alas nacientes, este corazón
entenebrecido del hombre donde estuvo la avidez
y estuvo lo ardiente, y tanto amor permaneció
irrevelado…
Escucha,
¡oh noche!, en los pradecillos desiertos
y bajo los arcos solitarios, entre las ruinas santas
y eldesmigajarse de los viejos nidos del
comején,
el gran paso del
alba sin guarida,
Como en las losas de bronce donde
rodaría
una fiera.
≈
Alta edad, henos ahí. Tomad las medidas
del corazón de hombre.
(1959)
(traducción Lyzandro Z.D. Galtier, 1961)
Saint
–John Perse (Alexis Saint-Léger Léger 1887-1975). Poeta. Premio Nobel, 1960.
T.S. Eliot mostró gran interés por su
obra y tradujo al inglés su Anabase
(1924).