Ernesto Cardenal |
El presidente Daniel Ortega con el poder omnímodo que él y su mujer tienen sobre este país, hizo que el Congreso Nacional aprobara en un solo día la creación de una ley para la construcción de un Canal Interoceánico. Esta ley no fue consultada en absoluto con la población. Al día siguiente de aprobada la ley fue otorgada una concesión con rapidez vertiginosa, a pesar de que afectará a Nicaragua por más de cien años, y la concesión fue hecha a un chino hasta entonces desconocido de nombre Wang Jing. La concesión solo otorga derechos a Wang Jing pero no le impone ninguna obligación.
La concesión se hizo sin que hubiera ningún estudio previo según ha dicho el propio presidente Ortega.
La concesión establece que toda la información sobre la construcción del Canal será confidencial.
La concesión, que se ha hecho sin licitación alguna, incluye un aeropuerto, dos puertos, un ferrocarril y dos zonas francas de libre comercio.
Toda la geografía nacional se ha entregado para que estas obras se realicen donde Wang Jing quiera y tendrá todos los permisos que se necesiten cualquiera que sean sus decisiones. Tendrá toda licencia, permiso o autorización que demande.
Ni un solo centavo recibirá el Estado de Nicaragua en concepto de impuestos o gravámenes por ninguna de las obras.
Según el acuerdo que se firmó la empresa china está fuera de toda normativa nacional, libre de toda responsabilidad administrativa, civil o penal, aun cuando incumpla con sus obligaciones.
La ley es contradictoria en muchos aspectos de nuestra Constitución Política.
También contradice otros proyectos que tal vez serían más rentables a largo plazo el cortar en dos el corredor turístico del Pacífico.
El afamado Centro Humboldt ha declarado que la construcción de este Canal y sus Proyectos Asociados son la mayor amenaza a las condiciones ambientales del país en toda su historia. Ha denunciado también que esta concesión exime a todos los Proyectos Asociados del cumplimiento de la legislación ambiental exponiendo al país a una destrucción ecológica irreversible.
El Estado de Nicaragua recibiría el uno por ciento de las acciones cada año, y hasta los cien años llegaría a tener el ciento por ciento de ellas.
Con cada barco que pase, enorme cantidad de agua dulce se iría al mar.
El Gran Lago solo tendrá una utilidad: la navegación. No podremos producir alimentos mediante riego, solamente podremos ver pasar barcos.
Tampoco se podrá beber el agua del lago. También hay que tomar en cuenta que son muchos los que viven de la pesca en el lago y ya no la podrán tener.
Todas nuestras aguas, superficiales y subterráneas serán entregadas a un chino.
A los dueños de las tierras que serán expropiadas este chino les pagará esas tierras a precio de catastro y no de mercado.
36 ciudades serían afectadas por la pérdida del lago, además de muchas poblaciones menores.
Las Isletas de Granada desaparecerían, pues las esclusas levantarían dos metros el nivel del lago.
A este panorama aterrador el presidente Daniel Ortega le ha llamado la “Tierra Prometida”.
Muchos expertos aseguran que Nicaragua ganaría más vendiendo agua potable que con los ingresos de un canal que hasta dentro de cien años sería suyo.
Con este Canal el país quedará dividido en dos, la Nicaragua del Norte y la del Sur, como hubo dos Alemanias y como hay dos Coreas. Habrá dos poblaciones de animales distintas (a excepción de las que podrán volar) que irán siendo cada vez más diferentes con el tiempo, lo que perjudicará nuestra biodiversidad.
Solentiname ha sido declarado Monumento Nacional, pero sin el lago no habrá más Solentiname. Una persona de allá ha dicho: “Voy a estar comiendo mucho pescado, porque después ya no habrá más pescado que el enlatado por los chinos”.
Con este Canal el lago de Nicaragua, que para nosotros es una gran bendición de Dios, se convertirá en una maldición.
Acabar con el Lago de Nicaragua sería el crimen más grande de la historia de nuestro país, y Ortega pasaría a ser una figura más abominable que William Walker.
Nicaragua, noviembre 2014.
El autor es escritor y poeta.