Victoria Guerrero Peirano |
Vivimos
en una época de rivalidades ridículas
Nadie
nos dijo qué debíamos hacer después de la guerra
Pero
entre los poetas se cuecen habas
Nadie
sabe bien por qué
(pero se
sospecha)
se
mueven entre el cortejo y el asesinato
Y
asistimos a sus funerales sin pedirlo
Estos
días dan ganas de no ser de este siglo
No
asistir a su muerte mediática
Sino ir
y escupir sobre su tumba
como
antiguamente
Darles
duro con el puño cerrado
Y quemar
sus versos como flores marchitas
Poetas
del Tercer Mundo: pobres poetas
A veces
se estremecen ante un verso inusitado
Y dan
ganas de abrazarlos
Pero los
poetas del Tercer Mundo somos así:
Regurgitamos
nuestros poemas o los retenemos como papel muerto
Entre
las encías rojizas
Y
tenemos miedo al llegar a casa
De
recordar lo dicho
De
releer lo escrito
Pobres
poetas
Yo no
les pido nada
Algún
día sus versos dejarán de existir
Como
ellos
DEJO LA PALABRA LA OLVIDO
Ensarto hilos rojos negros azules fucsias verdes
Harta
ya de los Concursos Públicos para Plazas docentes
Empecé a bordar cada prenda de mi ropero
Arreglé
mis títulos doctorales y los guardé junto a la estantería de libros
Para
que no se sintieran menos
CV
a foja “0”
Lo archivo
lo
fondeo
El
mercado quiere profesionales en tiempo récord
Títulos
y másters,
etc.
a granel
Pero
las costureras somos para siempre
Muchas veces he pensado
en lanzarme por la ventana
Pero me pongo a escribir
o a cortar papel
y se me olvida
1-02
Hoy le
corté el pelo a mi hermana
Su
cabello caía como grandes lágrimas sobre el zócalo frío
Lo barrí
y lo tiré a la basura
Tanto
pelo muerto cubría mis sueños
Soñé un
día con el pelo muerto Otra
vez unía sus hebras
Cada una
se juntaba y me demandaba respuestas a mi triste hazaña
Yo
permanecía muda-quieta
El pelo
muerto insistía: ¿Estás allí? ¿Por qué me mutilaste?
Recogía
el cabello y el rostro de mi hermana aparecía flotando a la distancia
¿Por qué
arrojaste mis cabellos a la bolsa de basura?
La
cabellera me exigía alimento también agua abundante agua
Pero mis
manos estaban cosidas No podía
dar de beber
Mis
piernas no daban un brinco No
podía buscar
Y mis
senos estaban secos No podía dar de lactar
Yo
estaba más tiesa que aquel pelo muerto que corté
O yo
estaba más muerta o quizá ya había muerto y no lo sabía
Mi
hermana sintió piedad de mí de mi silencio
Calmó a
la cabellera
Le habló
con voz dulce como si fuera una hija pequeña
Le
exigió que descansara que durmiera en mi
sueño
En suma que no jodiera
Después
de todo qué es una madre si no dice estas cosas
Yo he de
aprender por ella lo que hace una madre
Yo he de
imitar a mi hermana para poder ser su madre
¿Soy la
madre o imito a la madre?
Quizá
solo ejerzo la maternidad como un remedo casi un chiste
Pues no
tengo ningún hijo que legitime mi condición de parturienta
¿Qué
hacer?
Todo lo
que escribo se reduce a dos o tres palabras
Madre
Hija Hermana
Es una
trilogía no prevista por el Psicoanálisis
Mi
hermana-hija
Mi
hija-hermana
Aparece
en mis sueños
Es real
y me mira con ojos lastimeros:
¿Por qué
botaste mis cabellos al tacho de basura?
EL CICLISTA
para
el que sueña
para los ciclistas de corazón
Solo un sueño una magnífica luz
ha sido dispuesta para él
el soñador el juntaalmas
Aquel que se sumerge en la locura
bienhechora y se eleva pedaleando
en su hermosa bicicleta
roja
Yo soy una ciclista mediocre
–he de reconocerlo–
Me angustia pensar en la soledad de los
traseúntes
En el oblicuo resplandor de la mañana
Y en los miles de automóviles que apenas
rozan el pavimento
Ah mi vieja bicicleta roja
comprada un domingo en la Feria del Mauer Park
Hace más de quince años podría haber
pedaleado
por uno u otro lado
del Muro
y mi sueño se soñaría distinto
Para mi guía berlinés soy un permanente
fastidio
Él va siempre delante mío como un Príncipe
indiferente
manejando su enorme
bicicleta azul
–azul como los ojos de mi abuela–
No puede entender mi extraña ensoñación ni
mi angustia
Ha adquirido la
confianza del que lleva kilómetros de pedaleo constante
Hoy que voy montada en bicicleta
Recuerdo el color de sus ojos
Su ingreso en la locura Su permanente exilio
Cierro los ojos como cuando era niña
Suelto el timón Lo dejo a la deriva
Caer a tierra es siempre una posibilidad
del ridículo o la Muerte
Quizá cierta locura materna
me humaniza entre
tanto cadáver que junté en mi adolescencia
Mi centro: La pequeña Lu se ríe de mí
Sabe que tengo miedo
Y goza y hace fiesta cuando ve la fotografía
“Es una bicicleta para niños”—dice
Y nos reímos juntas
Y berlín ya no es más Berlin ni sus
perfectas ciclovías
Ni sus cientos de museos en honor a la Muerte
Hoy es Lima y en Lima no se montan
bicicletas tan seguido
porque te las roban o te atropellan en
cualquier esquina
Y no existen museos para honrar a los
cadáveres
de mis diez, de mis quince, de mis veinte años
Mas este poema lo escribí para el que
todavía sueña
Para el que atraviesa las fronteras feliz
e indocumentado
Para todo aquel que se rebela contra los
asesinos del mundo
LA
CIUDAD DEL RECICLAJE
(por estos días)
con el corazón hecho trizas atravieso un puente
una superficie metálica incapaz de corromperse
abajo
se asoma un río inmenso
gélido
un hermoso espejo azul que cobija a sus muertos:
tres punks
un profesor universitario
flotan
sobre sus aguas
yo les llamo mis ofelias postmodernas en la ciudad del
reciclaje
(do not recycling is illegal –dijo la dueña de casa
y enseguida me puse a separar las astillas de mi
corazón)
nadie diría que esos cuerpos me atraen
y sin embargo
una parte de mí se inclina hacia ese lado
desde donde se mira el vacío como recuerdo de una
infancia feliz
las aguas
me esperan
tiro del otro lado
no menos incierto
por donde las luces de los autos se devoran
unas tras
otras
unas tras
otras
y mi cuerpo quedaría engullido tragado por ellas
una
desnudez de espanto
―me digo
y otra
vez
me acobardo
al otro lado del puente (el principio o el fin poco
importa)
un río menos brillante cruza bajo mis pies
el rímac se eleva sobre mi memoria como lo que es:
un lecho oscuro que opaca nuestra miseria
y sin embargo
ese lecho de barro hostil tal vez alguna vez fue bueno
y meció entre sus garras tiernas
a mis abuelos
a mi padre
a mi madre
o a mí
sudaca cuya sombra se refleja en un hermoso río pálido
dispuesto a quebrarse a la primera bocanada de luz
o al chillido
de otro cuerpo (el splash de la muerte)
─como todos estos─
heridos de inocencia
en la
ciudad del reciclaje
cuyos puentes jamás se quiebran
contemplación
el ojo
de una rata me observa
su único
ojo rojo me mira
y yo
miro la oquedad de su ojo izquierdo
por ese
hoyo tal vez se pudiesen entrever
otros
mares de arena otras orillas
como la
primera orilla de la que partí:
en el
ojo de fuego de mi madre
entonces
todo volvería a arder
el agua el ojo el fuego
y mi
cuerpo se diluiría en arroyuelos y ríos sin fin
pero esa
oquedad no existe
sólo mi
miedo y el ojo solitario de la rata
que
ejerce su dominio sobre mis ojos
que son
dos ojos pequeños y miopes
por los
cuales ella me observa:
ahogar
los abrazos en una parada de autobús
reposar
la cabeza sobre el ombligo de mi esposo
ahora el
viento es suave
y las
hojas suben al cielo
desafía al sol
y nos
contempla
Poeta e investigadora. Acaba de publicar su novela corta “Un golpe de
dados (novelita sentimental pequeño burguesa)” (Tijuana, 2014) que será editada
próximamente en Perú. Ha publicado recientemente, y a dúo con el poeta chileno Raúl
Zurita, “Zurita +Guerrero” (Guayaquil, 2014) y el compilatorio de su poesía
bajo el título de “Documentos de Barbarie (poesía 2002-2012)” (Lima, 2013) que comprende los libros: El mar ese oscuro porvenir, Ya nadie incendia el mundo, Berlin y
Cuadernos de quimioterapia. Sus poemas han aparecido en diversas revistas y antologías
nacionales e internacionales, y
traducidos al alemán, inglés, francés, portugués y finés. Ha sido invitada,
entre otros, al World Village Festival de Helsinski, la Feria del Libro de Bogotá,
el Parnassus Festival de Londres y el Latinale de Berlin. Es doctora en
Literatura por la
Universidad de Boston y diplomada en Estudios de Género.
Actualmente cuida de su gato y ejerce la docencia en la Universidad Católica.
*Selección
de Martín Zúñiga