Juan Luis Panero (1942-2013) |
Constantinopla. Año 1453
Olor
acre de axilas depiladas, de perfume pasado de rosas,
de
estiércol pisoteado de caballos.
Sé,
me lo han contado, que las murallas de la ciudad ya no
pueden
resistir al infiel. Todas las defensas han fracasado.
El
pobre emperador, nuestro bien amado Constantino XI,
intenta
inútilmente salvar la ciudad de su nombre, pactar
con
el enemigo, firmar desesperados tratados de paz. Pero
todo,
lo sé, es completamente inútil.
Escucho
griterío de mujeres, carreras enloquecidas, golpes
de
puertas, aullidos de la soldadesca, mandobles y agonías,
eructos
de borrachos.
Aún
podría escapar, ocultarme en el húmedo sótano
disimulado,
como aquella otra vez. Pero ahora todo
está
perdido. Sé bien que esto es el fin.
Salgo
a la calle, maldiciones, estruendo sollozos, humo
pestilente.
En
la hoja, con gotas de sangre, de un alfanje afilado, miro,
tercamente,
por última vez, el rostro de este pobre pecador
abandonado.
El poeta y la muerte
Y aunque la vida murió,
nos dejo harto consuelo
su memoria.
Jorge
Manrique
Si
como afirma Borges todos los hombres
son
el mismo hombre, aurora y agonía,
y
poco importan sus nombres y sus rasgos,
yo
quisiera —olvidando la anécdota banal de mi destino—
buscar
en otro rostro a ese único hombre,
otra
sombra, otro sueño mejor, igualmente perdido.
Un
caballero dispone sus armas,
sus
escuderos ajustan la armadura,
se
coloca el yelmo, sujeta con firmeza el escudo,
la
luz de la mañana es un reflejo metálico del sol,
el
tiempo se ha detenido en las gualdrapas del caballo.
Todo
esto ocurre en 1479 y aún sigue ocurriendo
frente
a las almenas del castillo de Garci-Muñoz.
El
caballero blande su espada
en
defensa de su lealtad y su reina,
aún
no sabe que su destino termina allí,
en
el campo de Calatrava, que no verá otro día.
Entre
rasgar de flechas y cascos de caballos,
oliendo
a tierra seca y sangre sucia,
quizá
recuerde el nombre de Guiomar de Castañeda
y
piense, con justicia o con odio, en su enemigo,
el
marqués de Villena que le aguarda.
Estruendo
de hierro, crujido de huesos, carne desgarrada,
las huestes innumerables, pendones
y estandartes y banderas,
los castillos impunables, los
muros, baluartes y barreras.
Ha
caído la noche sobre el campo arrasado,
la
mano que sujetó una lanza, una pluma, un cuerpo de mujer,
está
quieta, su mundo se ha borrado,
mientras
se escuchan maldiciones y lamentos.
Ahora
la muerte le atierra y le deshace.
Si
todos los hombres somos el mismo,
elijo,
pues es igual uno que otro,
aquel
rostro en un campo de batalla,
la
máscara del último rictus de su agonía,
el
eco de sus palabras que aún se escucha,
un
reflejo más digno de la tierra y la nada.
Juan Luis Panero (Madrid, 1942- Gerona,
2013) Poeta. En 1997, Tusquets publico su Poesía
Completa 1968-1996.