Para hacer un
jardín, hace falta un pedazo de tierra y la eternidad.
GILLES CLÉMENT
A
VECES CUANDO EL HORIZONTE PARECE ACERCARSE
sin
que la línea que le da vida se retracte
mi
ojo que abarca todo
línea
de vida horizonte ausencia de retractación
da un
salto hacia lo interior y el sueño
así
libre
toma
la forma de un pájaro
posándose
sobre la soga de tender la ropa de nuestro jardín.
Es
ahí siempre que el viento no fuera demasiado fuerte
que
las sabanas colgaban antes como trozos de albas
a
veces eran enteras albas que allí colgaban
y
soga era el horizonte
sin
que la línea que le daba vida se retractara
*
A
VECES CUANDO CIERTAS SOMBRAS SE ACERCAN DEMASIADO
a la
tierra en donde nadie pudo quedarse
y que
otras como si dudaran
se
acercan también a
esta tierra
vuelvo
a pensar en el jardín que tomaba la forma
de un
árbol debajo de cada pájaro la sombra
más
espesa de lo que la nubeescondía de ella le escondía
era
aún inocente.
La
velaba detrás de la ventana
y
detrás de mí velaba el otro vigilante
y el
otro vigilante a veces cuando sus párpados caían
como
su tuvieran miedo de la sombra
o que
él también tuviera miedo de la sombra
en
tanto que la sombra era más espesa
que
los párpados que la escondían
se alejaba
a veces de la ventana.
Qué
sabe yo me decía de lo espeso de la sombra
o qué
sabe de lo que más allá de ella huye
y a
veces toma la forma de un tiempo donde la inocencia
es un
árbol y el árbol una duda y la duda
el
alimento de la sombra.
*
A
VECES PERO NO ESTOY SEGURO
el
jardín del que hablo tomaba el camino más corto
para
llegar a los secretos que no sabía callar.
Ostentaba
entonces una sumisión particular
antes
de agarrar una pala
y
clavarla en el suelo.
Y
cuando se ponía a revolver tierra y cielo
y las
nubes como terrones desarmados
quedaban
sepultadas por tanto ardor
o
sobrevolaba un cuervo
que
sabía mucho más que yo
yo me
decía a veces pero no estoy seguro
que
todo lo que podría recordar está regido
por
el misterio del sepulcro.
Bajo
la tierra revuelta los terrones de nubes
reanudan
una antigua costumbre que remonta
a
tiempos en que era necesario llorar
las
lágrimas tomaban el camino más corto
cuando
una pala les daba vuelta
y se
mesclaban con la tierra nublada.
*
A
VECES DE LO POCO QUE QUEDA
el
unico contable es el sueño.
Cuenta
los alientos que van de un silencio a otro
los
vuelve a contar
los
suma o las resta
los
multiplica o divide
y los
soplos así pasados por el tamiz de las operaciones
son
menos erráticos que antes
y
lloran lágrimas puras
y
cuentan la distancia que se adueña empareja
del
silencio que pisotean.
Son
ellos a partir de ahora los contables me digo
suman
o restan
multiplican
o dividen
pero
el silencio
así
pasado por el tamiz de las operaciones
menos
errático que antes no llora.
Es
el contable de la distancia
y a
veces de lo poco que queda.
*
A
VECES EL HUMO ESCAPA Y QUEDA
suspendido
por sobre el jardín.
Fuego
caería si supiera imitar a las nubes
gotas
de fuego en verano justo antes de la tormenta
nieve
de fuego en invierno
granizo
ardiente a veces
en
otoño o primavera.
Pero
cuando es una nube que se escapa
el
viento va a buscarla
y las
sabanas más inmóviles que una estatua de sal
que
un ojo distraído habría al volverse plantado ahí
absorben
toda la luz del día
como
lo hace el papel de fotografía.
Un
revelador surgido de un pensamiento
vertiría
todo esto en un baño alquímico.
El
viento sale en busca de la nube
el
humo queda suspendido encima del jardín
y las
sabanas como fotógrafos universales
imitan
lo que caería si
en el
lugar del jardín se encontrara este otro jardín
que
cuando las sabanas retomaban su camino
devolvía
a la luz sus cristales y su sal.
*
A
VECES EN EL HEMISFERIO SUR DEL JARDÍN
ahí
donde envejece el almendro
se
posa un polvo tan fino
que
se diría azúcar o harina
de
los días que pasan.
Tiene
el gusto del norte el polvo
pero
eso sucede en el hemisferio
sur
del jardín.
Se
ve por el almendro que envejece
como
se enveceje en el sur.
A
veces se aleja el almendro y el polvo
sin
saber dónde posarse vuelve a ser este metal
que
siempre ha sido o más bien la sombra
de
metal o su nieve
que
las altas chimeneas
ya no
fabrican más a lo largo de los días.
Así
trabajan los padres de este lado
del
jardín envejeciendo como manzanos.
*
A
VECES COMO UN CENTINELA DELANTE
de la
última puerta cuido la entrada al jardín
y los
que salen olvidan saludarme
tanto llevan sobre sus ropas
la
marca de la muerte.
Se
diría un sistema solar mudo donde todo
es
movimiento salvo el centinela que
si
osara desplazarse un poco o
desplazara
levemente la vista
vería
que la marca
cuando
está grabada sobre la vestimenta
no
pide prestado al morir
sino
aquello de lo que no sabe deshacerse.
Acreciendo
su curiosidad
podría
sentir que no lejos de allí
en el
interior del jardín manos hábiles
trabajan
noche y día.
La
última puerta lo sé hoy
da
siempre a los vestuarios de la vida.
Se
cambian ahí las ropas y los que salen
y
llegan de este lado ignoran como yo
o el
centinela que yo podría ser
que
el sol desde que no se mueve
ha
puesto ciencia en la muerte
y
movimiento alrededor grabado
sobre
las vestiduras de las que no saben deshacerse.
*
A
VECES CUANDO EL ESPEJO SE TORNA DEMASIADO SECRETO
al
pie del manzano y que más arriba
el
cuervo es un trapo negro
y
cabalgan aun más alto
no
lejos del espacio de la noche
uno
que otro jinete que la oscuriudad
no
supo borrar
una
mano alumbra contrafuegos en el jardín.
Las
sombras que bailan sobre la superficie helada
toman
la forma de cultivadores de rosas negras
o de
uvas secas mientras que de la aldea
remontando
la dulce pendiente un soldado
busca
con sus ojos lo que la batalla le ha ahorrado.
Hay
en sus ojos un porvenir a traicionar o
simplemente
un tiempo a remontar
que
de una guerra a otra
escondió
en su pañuelo
los
puntos cardinales de su derrota.
Un
poco más allá sentados en la escalerita
de
una casa todavía no repintada por la oscuridad
otros
ojos apenas nacidos
desde
hace mucho posados sobre su divisa
están
listos para la concepción.
Es
acaso un amor que comienza
o una
guerra que termina.
*
A
VECES CIERTOS GRITOS DE PAJAROS
posados
en las frutas maduras
como
tantos signos que hablan
de
estaciones a recorrer o de nudos
a
deshacer en la cabellera de los años
ciertos
gritos de pájaro a veces
como
si gritara lo que en ellos no sabe morir
se
prolongan en la noche.
No
que busquen un volumen esférico
en el
que deslizar sus duelos.
No
que busquen en lo redondo
lo
que de la fruta madura se parece a la muerte.
No
que al oído prudente del que vigila todo esto
escape
el orden que rige el sistema
ni
que delante de tanto universo
cada
grito aislado pudiera ser
confundido
con el ruido que hizo la eternidad
cuando
un sábado a la noche del mes de marzo
se
fue de una habitación blanca
una
madre de ojos negros.
Los
frutos estaban maduros ese sábado.
Y
maduro estaba también lo que no sabía quedarse
y se
prolongaba en la noche.
*
A
VECES ENTRE LO QUE QUEDA DE FRIJOLES Y TOMATES
un
grano de uva una aceituna impaciente o es
un
higo se detienen y antes de seguir
se
duermen como vagabundos
ahogados
por la errancia.
A la
mañana despues de haber robado sus ropas a los huéspedes
y
comido en su mesa retoman el camino.
Nadie
sabe que con sus vestidos de frijoles
o de
tomates el grano de uva y la oliva impaciente
o
quizá un higo no son sino el reflejo
de
una historia más antigua que las
que
se acostumbra relatar hoy.
Creció
hierba sobre todo esto
porque
las nubes no supieron contener sus lágrimas
y los
tomates desde entonces o los frijoles
se
convirtieron a su vez en ladrones de ropas.
En
el camino cuando encuentran frutos disfrazados
desvían
la vista
miran
a las montañas que se alejan
se
dan vuelta por última vez
y de
las nubes húmedas que sobrevuelan
se
aprende que lo que llora no es el cielo
sino
la tierra.
Así
lo quiere la ciencia.
Cada
nube antes de ubicarse
por
encima de los que parten se inclina ávida
sobre
el pozo cavado en medio del jardín
y diseca
con un solo trago las capas de eternidad
que
la última lluvia amasó ahí.
*
A
VECES ES A UN CEMENTERIO SIN CONCESIÓN
que
se parece el jardín y los frutos están en
movimiento
como si antes de la distribución
de
las almas pedazos de impaciencia
ahí
habían crecido y antes aún
árboles
viajeros llegados de muy lejos.
No
son las cruces que señalan las tumbas
sino
el movimiento de los frutos que en sus
ropas
transparentes –son acaso la sabanas
que
mi madre extendía sobre la hierba o los rayos
del
sol dispuesto a blanquearlas– se ofrecen
al jardín
y le
cuentan los días.
En
un extremo de la cuenta aferrándose como a una soga
mi
madre contaba también y en el otro extremo
era
mi padre que contaba
y
ambos lograban cuentas transparentes.
Era
a ver quién contaba mejor pues la transparencia
del
invierno no tenía nada que envidiar a la del verano.
Después
los frutos caían.
Después
mi madre levantaba la vista
porque
mi padre ya era transparente
y
cuando el invierno levantaba la vista el verano estaba muy cerca
y mi
madre no tenía nada que envidiar al verano
y mi
padre no tenía nada que envidiar al invierno.
*
A
VECES CERRANDO LOS POSTIGOS O CORRIENDO
el
cerrojo no ouedo impedirme echar
una
última mirada a los terrones volcados
durante
la noche.
Algo
termina en esta tierra al revés.
Lo
que mucho tiempo miró las estrellas se orienta
a las
raíces para observar los secretos
enterrados
en el jardín.
Hormiguean
las miradas como una jauría de lombrices
y
excavan galerías
y el
aire inmóvil dudando entre
subir
muy alto o flotar al ras del suelo
se
lanza a las arterias subterráneas
que
abren las miradas.
Así
trabaja la sombra.
Toca
los secretos.
Y
cuando a veces cierro los postigos o
corro
el cerrojo y arrojo una última mirada
al
jardín es como si el tiempo hubiera él también
sido
volcado durante la noche
y que
algo de infinito
terminara
en ese tiempo al revés.
*
A
VECES AUN CUANDO EL JARDIN NO COMIENZA
ni
las colinas que bien en el fondo
hacen
nacer y morir a sus devoradores
las
almas parecidas a las nubes
acarician
las cabezas de las plantas.
Tal
vez para decirles que nacer y morir significa
hacer
nudos en el espacio que el viento
cuando
sopla más fuerte de lo habitual
empuja
fuera del jardín.
Tal
vez era así que partían de nuevo los devoradores de colinas
dando
la espalda al jardín que en el fondo
daba
nacimiento y muerte.
Y
que decir de las colinas que uno comía
con
sus intestinos profanados y librados a las llamas.
Los
devoradores al alba acariciaban las cabezas
de
las plantas antes de destripar las colinas
y las
acariciaban también en el crepúsculo
y
cuando en los altos hornos se quemaban los intestinos
de la
tierra el viento soplaba más fuerte que lo habitual.
Había
nudos en el espacio
era
porque la colina daba vida y muerte
que
las nubes se parecían a almas
que
enrojecían y tanta sangre de sangre corría.
*
A
VECES CUANDO SE LE DA LA ESPALDA AL JARDIN
otro
aparece más nórdico luego otro
aún hasta que todos los frutos que al inicio
eran
jóvenes envejezcan.
Se
da la espalda al jardín y los frutos se envejecen.
A
los que prestan oído se les dice no oyes
cómo
de un jardín al otro el tiempo se consume.
Escucha
se les dice no oyes que el olivo
no
tiembla más y que nadie azufra las viñas.
Las
lombrices se les dice dejaron de cavar
túneles
en la tierra
dónde
irá el aire ahora se les dice.
Escucha
el silencio de las lombrices ociosas
escucha
su lamento inaudible que envejece los frutos.
*
A
VECES SI SE DESVIABA LEVEMENTE LA MIRADA
se
veían niños que bajaban la cuesta
las
rodillas arañadas a fuerza de caer.
Yo
también los veo hoy
y
entre ellos hay uno que se me parece
con
almendras cubiertas de azúcar blanca en las manos.
Sube
de en dos los escalones
y no
ve la sombra que lo persigue
a
veces larga a veces corta
arrastrándose
por detrás como un perro apaleado
que
eligió seguir al amo que lo maltrata.
*
A
VECES UN ARBOL SE DESPIERTA EN EL NORTE DEL JARDIN
y
como la noche hizo nudos sus ramas
no se
despliegan.
Alrededor
los otros deshacen uno a uno sus nudos
y
miran a lo lejos porque también sus
ojos
se desatan.
No
puede decirse que la oscuridad que ha visto
cosas
peores se sorprenda porque el árbol
que
no despliega más sus ramas le es propicio.
En
pleno día ella puede montar guardia
y
cuando un cuervo tan negro como ella
venga
a posarse sobre un tronco nadie lo verá.
Así
trabaja la muerte en pleno día y nadie
la ve
porque los ojos desatados
miran
a lo lejos y la muerte viene a esconderse
en
los nudos
y las
ramas plegadas le son propicias.
*
A
VECES TODO SE CUBRE COMO SI UN ESCUDO
de
soledad se posara por sobre las cosas
y es
la hora de la metamorfosis.
El
olivo como si toda su vida no habría hecho sino esto
se
transforma en defensor del jardín mientras que desde lo alto
colgados
de sus jabalinas soldados insolados
pasan
al ataque.
Cuando
son las gotas de lluvia que dan el asalto
el
olivo se hace fuente y va hacia hacia el mar.
Después
se transforma en barco y cuando vuelve
solo
leer lo que hay en sus ojos
pone
a la soledad en fuga.
Estalla
la tormenta pero ya no puede hacer mucho.
Alguien
enciende un fuego pero dónde jamás se ha visto
que
una fuente pueda ser incendiada.
No
es sino cuando el olivo retome su forma inicial
que
en lo alto uno se atreverá a gritar
pero
dónde jamás se vió que los gritos fuesen solares
o
cargados de lluvia pudieran impedir a un árbol soñar.
Porque
soñaba el olivo después de volver del mar
y en
su sueño no era la guerra que estallaba
sino
la soledad.
(Traducido
del francés por Susana Cella)
Jean
Portante (Differdange, Luxenburgo, 1950), poeta, novelista,
ensayista, crítico, dramaturgo y traductor.