Rafael Felipe Oteriño |
Esa vez, Platón
Esa
vez, Platón se equivocó: los poetas
no
devuelven imágenes repetidas,
no
conspiran contra la fidelidad de los espejos.
Hacen
que el árbol de la razón
parezca
enano. Que los espejos
devuelvan
nuestro verdadero rostro
deformado.
Tal como es: con ojos hundidos
y
una luna que lo baña y lo enmudece.
Los
poetas rescatan la moneda
que
se perdió en el fondo del lago,
la
gota que sin cesar perfora la piedra,
y
eso también concierne a la República.
Todos, alguna vez,
estuvimos en el paraíso
El
que observó a medianoche la espuma blanca del cielo,
el
que oyó un galope prolongado en la estepa de la mañana,
los
que presintieron la lluvia y se refugiaron en ella,
el
pescador que aguarda el próximo pez que prenderá esa tarde,
el
que recuerda el olor a café detrás de una puerta que no existe,
el
que siente en la boca la primera palabra de un verso,
Todos,
alguna vez, estuvimos en el paraíso,
las
manos lo tocaron y el pecho aspiró su
aroma,
el
Paraíso cedió por un instante —se detuvo allí—
alzó
un vivac en el que cada fragmento coincidió con su parte:
las
sombras con el árbol, el árbol con el camino,
el
río de Heráclito con el río a secas.
Los grandes Maestros
Los
grandes Maestros
sintieron
predilección por los grandes temas:
Papas,
Anunciaciones, Madonnas y Desnudos.
Se
detuvieron en abrigos, collares,
rostros
de mirada fija y escenas de martirio,
que
luego la obra inmortalizó.
Algunos
deslizaron en un ángulo de la tela
su
cabeza de intrusos, entre calaveras;
o
dibujaron tenazas juntos a los pies del anciano,
y
a su lado, un poliedro excedido de
escala.
En
ello, los discípulos vieron muestras
de
patético humor.
Lo
que no vieron los discípulos
es
lo que los Maestros habían dibujado con horror:
su
propia carne desgranándose de a poco,
como los frutos de caza que también solían pintar,
mientras
el pincel introducía bellotas,
granadas
de pulpa roja y porcelana celeste.
Sabían,
mejor que nadie,
por
eso eran grandes y eran Maestros,
que
Papas, Anunciaciones y Madonnas
eran
estaciones, no arribos.
Un
derrumbe de espejos: eso pintaban.
Rostros
que, en el trajín de los cuerpos, serían sombras;
sombras
que escaparían de los cuerpos
para
sobrevivir.
Rafael Felipe Oteriño (La Plata, Buenos Aires, 1945) Poeta, ensayista, crítico
y docente universitario. En poesía sus
últimos títulos son: Cármenes (2003); Ágora (2005); En la mesa desnuda (2008;
Viento
extranjero (2014) y una amplia selección de su obra, Eolo y otros poemas, 1966-2016 (2016).
En 2016 reunió una serie de ensayos sobre poesía: Una conversación infinita
(2016).
Entre
otras distinciones a su obra poética se cuentan: Premio Fondo Nacional de las
Artes (1966); Primer Premio Regional de Poesía de la Secretaría de la Nación
(1988); Premio Konex de Poesía (1993);
Consagración, Legislatura de la provincia de Buenos Aires (1996); Premio Nacional Esteban Echeverría (2007);
Gran Premio de Honor, Fundación Argentina para la Poesía (2014); Premio Rosa de
Cobre, Biblioteca Nacional (2014). Es
miembro de número de la Academia Argentina de Letras.