José Antonio Ramos Sucre |
En aquella redonda, defendida por un anfiteatro de montañas y con salida
a un mar lisonjero, se había refugiado la inocencia del mundo primitivo.
El cielo se hermoseaba siempre con los tintes suaves y mustios del otoño.
Los nativos eran ligeros y frugales y se holgaban en el tributo de las encinas
y de las vides agradecidas.
Las vides arrastraban por el suelo sus sarmientos perezosos y reproducían en
sus racimos el color de la perla y del ámbar, tesoros del puerto vecino.
sus racimos el color de la perla y del ámbar, tesoros del puerto vecino.
Las encinas reposaban y arrullaban el sueño de los bardos augustos, remozados
por el vino y seguros de una dichosa longevidad. No se atrevían
por el vino y seguros de una dichosa longevidad. No se atrevían
a la proeza de los jóvenes en el mar lejano, lleno de peces móviles.
Las mujeres se decían hermanas de los árboles y adoptaban al hijo del oso y al
lobezno huérfano. Reinaban por el don maravilloso del acierto y de la previsión.
Aquellos hombres estaban persuadidos de su felicidad inviolable y sin término.
En sus brazos había Muerto Homero.
José Antonio Ramos Sucre (Cumaná, Sucre, Venezuela, 1890-Ginebra, Suiza, 1930). Obra Completa, Biblioteca de Ayacucho, Caracas, 1980 y Obra poética, Colección Archivos, Sudamericana, Buenos Aires, 2001.
“En la obra de José Antonio Ramos Sucre el yo lírico estalla en una multitud de ‘personas’. Subrayado a menudo con el insistente uso del pronombre; este yo es héroe de las más diversas aventuras de la imaginación.” (Américo Ferrari)