Santiago Kovadloff |
PALOMA
La definen
su apego a la mugre,
a huecos y ángulos
sombríos,
los hijos que acumula,
nutridos con el fruto
de cloacas e insinuaciones
que desde el cielo estrecho
que habita
cree reconocer en la piedra,
el polvo
o una mano:
pan, paja,
desechos de la carne.
Sólo la lucidez de un cínico
o una imaginación pérfida
pudieron vislumbrar
en este pájaro inmundo
de las ciudades,
los atributos simbólicos
de la paz.
FLOR DE VERANO, FIN DEL PAÍS
Inquietante lección de los jazmines:
cuanto más agonizan más perfuman.
Doblados sobre el tallo,
yendo del blanco luz al blanco macilento,
caen y se pudren
mientras perfuman sin tregua
el cuarto en que aún resisto.
Las calles ordenadas por el miedo están sembradas
de jazmines,
los errores, los encierros, la deriva ciudadana,
poblados de jazmines.
En el país nadie sabe terminar como esas flores.
Imposible hacer que la vergüenza exhale
suavidades
o que brote más que sombra del engaño.
Los jazmines acusan,
su aroma muerde las migajas del honor.
O cambiamos el país o abolimos el verano.
DE NOCHE EN EL CAMPO
Estalló un madero en la oscuridad.
Fue un quejido seco, claro.
Vino de una pared del ropero
o vino del respaldo de una silla.
No fue un ruido venido de afuera.
No fue el paso de un intruso.
No fue el eco desvelado
de un animal que deambulaba.
Fue un madero.
Crujió y se hizo oír
quizá al cabo de muchas horas
días acaso, meses soportando
la presión de lo indecible.
No hay lugar a confusión: oí un madero.
Un madero que gime como un alma.
Estalló en la oscuridad.
Estalló un madero en la oscuridad.
Fue un quejido seco, claro.
Vino de una pared del ropero
o vino del respaldo de una silla.
No fue un ruido venido de afuera.
No fue el paso de un intruso.
No fue el eco desvelado
de un animal que deambulaba.
Fue un madero.
Crujió y se hizo oír
quizá al cabo de muchas horas
días acaso, meses soportando
la presión de lo indecible.
No hay lugar a confusión: oí un madero.
Un madero que gime como un alma.
Estalló en la oscuridad.
AMANECE
Es curioso: oigo llover y a la vez cantan los pájaros.
Podría ser que el agua recién comience a caer
y que los pájaros aún no lo hayan advertido.
O podría ser que los pájaros lo hayan advertido
y estén, en realidad, dejando de cantar.
Pero podría ser también que haya empezado a llover
y que los pájaros lo sepan
y aun así se larguen a cantar,
y que por fin haya nacido el día inesperado.
Es curioso: oigo llover y a la vez cantan los pájaros.
Podría ser que el agua recién comience a caer
y que los pájaros aún no lo hayan advertido.
O podría ser que los pájaros lo hayan advertido
y estén, en realidad, dejando de cantar.
Pero podría ser también que haya empezado a llover
y que los pájaros lo sepan
y aun así se larguen a cantar,
y que por fin haya nacido el día inesperado.
Santiago Kovadloff (Buenos Aires, 1942) Poeta, ensayista, traductor y periodista. Es miembro de número de la Academia Argentina de Letras, miembro correspondiente de la Real Academia Española y vicepresidente de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas. Desde el año 2016 preside el capítulo argentino del Club de Roma.
En poesía ha dado a conocer: Zonas e indagaciones, 1978; Canto abierto, 1979; Ciertos Hechos, 1985; Ben David, 1988; El fondo de los días, 1992; Hombre en la tarde, 1997; Ruinas de lo diáfano, 2009; Líneas de una mano, 2012 y Hecho de cosas pequeñas, 2015.