Enrique Molina (Buenos Aires, 1910-1997) |
Yo he sido para siempre, tierra mía,
entre tus arenales
cubiertos por el cielo como por una blanda corteza
de luces y aguaceros,
una canción de tercas casuarinas
enlazando el insomnio al hechizo nocturno:
algún vago quejido de tablones
bajo cuerpos que trotan en la sombra,
algún grito animal en las hierbas.
Sobre aquellas planicies,
llegadas de tan lejos
a lamer en silencio los muros de mi casa,
en esos grandes valles de lánguidas maderas,
el embeleso de la luz ardía
con misteriosos signos de patas de gallina en el fango,
de infieles golondrinas,
de cueros que crujían en inmensos galpones
donde aleteaba el rápido gemido de las lluvias.
Codicias del invierno entre los montes,
radiosos desafíos del deseo
en aquellas llanuras saqueadas por el sol,
envueltas por ortigas y aliento de caballo.
Esas blancas arenas
han sumido mi sangre,
y confundido a ellas
hay algo de mi ser que me reclama
sonando tiernamente, tristemente,
a través de los muros,
como el materno acento de unos llanos,
el implacable canto del amor y de la lejanía.
Porque así son las venas
en el hombre.
Ligadas para siempre a algún lugar
de cuyo polvo nacen.
Mira en ellas:
juegos alrededor de un árbol,
cabalgatas de infancia en las cuchillas,
poblaciones perdidas entre los arenales,
y una larga avenida de eucaliptos
que conduce
a unas habitaciones cuyos muertos
dejan entrar la niebla de la noche.
Yo era aquella tierra.
Yo era su canción empedernida,
el linde tierno de las charcas y la garza salvaje.
Yo he tocado su suelo.
He vivido en su luz de sombrías estatuas,
la he sentido latir como una bestia pura
tendida entre las secas espadañas.
Y ahora mismo
ligado estoy a ella.
Ligado a su ceniza y a su fuego.
Remolino de formas. Pozo
de calaveras entrañables
oculto tras sus puertas de hierros y pantanos.
Unas pobres agonías sin nombre.
Unos seres efímeros y sin embargo eternos.
¿Qué es un país, me digo,
qué es esa luz vivida
que ilumina en el alma
la adulación oscura de unas cosas
entre las balbuceantes llamas de la distancia…?
¿Qué es esa provincia torva
ladrada por los perros,
con sus carnosas frutas en medio de fulgores y miserias,
y su savia, su pueblo áspero y lento, el polen,
la indolencia,
tras sus pasos que arrastran jinetes y naranjos,
y ciénagas que asumen sin testigos la sorda voz
del viento…?
¡Pira, túmulo de frutos rodeado de fuegos,
guardada por dementes quimeras que aún musitan
su signo indescifrable!
Sólo hay una morada en ti para el recuerdo.
Porque tú eres
la última verdad.
Y su nostalgia
es la única dadiva que entregas a tus hijos.
Sé que te pertenezco, como a tus pobres cosas,
al pie de la barranca donde una vez latí.
Hija de unas formas ansiosas
que resumen el mundo,
nombrándome sollozas y acaricias
y siento tu voz dura a través de los seres,
llena de ramas secas, de columnas alzadas por el polvo,
alargando hacia mí tus oscilantes muertos,
una roída mano de sombra y remembranza.
Tierra mía,
sé que me estas llamando
donde nada es más cruel que tu propia belleza.
Enrique Molina (Buenos Aires, 1910-1996) Poeta, novelista y traductor. Junto a Aldo Pellegrini fundó y dirigió la revista A partir de Cero que agrupó a los surrealistas argentinos. Por su vasta obra recibió diversas distinciones: los premios Martín Fierro, Fondo Nacional de las Artes, y Municipal de la Ciudad de Buenos Aires.