sábado, 4 de junio de 2022

José Antonio Moreno Jurado: poemas

 

José Antonio Moreno Jurado















LOS BÁRBAROS

            A la sombra de un tema de C.P. Cavafis

Ni siquiera sabíamos sus nombres.
Sólo que, a la mañana, cruzaron con decisión la frontera.
Tranquilamente. Sin presentar batalla.
Con la arrogancia de quien se cree superior
por adoptar los gestos de la muerte.

Éramos emotivamente tan débiles, tan confiados,
que nos engañaron al instante cn sus buenas palabras,
con una humildad fingida y sediciosa.
Y así, sin darnos cuenta, los sentamos en la mesa.
Pusimos en sus manos nuestra casa, nuestras posesiones.
Les entregamos graciosamente el reino.
Incluso los escritos. Los de ahora y los que heredamos
de nuestros antepasados con respeto y adoración.

Y, al cabo de los años, convencidos de su triunfo,
comenzaron a prostituir nuestra legua,
a dilapidar nuestra escasa fortuna,
y nos expulsaron sin piedad y con rabia
de nuestra antigua belleza.
Y, a fin, como señores,
pretenden hacernos esclavos de sus propios vicios.

Pero, si tengo fuerzas
para seguir viviendo como siempre,
mantendré mis principios,
alta la cabeza y en mi puesto.
Nunca dejaré que mis poemas se adapten
a sus modas, a sus falsos estilos cernudianos.

Al menos,
esa será la única antorcha de la libertad
que mantendré encendida.


FEDRO

I

A orillas de Iliso,
lector,
he pulido las mágicas aristas
de estas hojas
con mis manos cansadas por la edad
y con mis ojos tristes.
Si tanto fuese el don
de las divinas aguas y las ninfas,
que estos versos, 
                            levísimos aún,
llegasen a las márgenes de Tarsis
sobre la popa adulta del navio,
me entregaré gozoso al sueño de la muerte,
tan tímida y cercana,
bajo esta nube en celo de los olmos.


II

¡Danzad!,
               Corribbantes,
                   danzad!
Danzad en torno a Fedro
con dulce torbellino de máscaras y altares.

Hay una luna azul
que purifica 
del contagio solemne de estar solos.

Formad en torno a mi vuestra crisálida.
Que el ritmo,
siringa verdesida de los vientos,
os ilumine el vientre más enjuto
y el tálamo sediento del paisaje
se prosifique
sobre la esperma seca de una nube caída.

Coribantes,
                   arrieros del verso mal sentido,
farándula gigante que cultivais a Pindaro,
como un cerco caliente
donde vender la luz y la palabra.

Danzad en torno a mí, 
                                    cadáver
que os vomita la mar en los oídos,
fiebre estrecha en la nada y para nada.

La música se ciñe en derredor del árbol
y alejándose queda,
                                desnuda de vosotros,
prendida en el perfil sereno de los montes.


V

Acepta, Apolo, mi humilde sacrificio
por el cálido amor de Eryximaco.
Levantaré una estatua de bien dorados bucles
en actitud de amante
                                -bronce o mármol
donde la luz esconda-,
junto a los cien calderos y en la fuente
de la colina pálida de Delfos.
Me ha sido fiel desde los veinte años
como un gesto,
prisión y adolescente
donde el amor fue crátera y olivo,
tan todo en mí,
                       que el dedo de la tarde dibujaba
la sombra más austera
con un solo pincel de río y de paisaje.
Por el amor de Eryximaco entretuve la vida.
La amé
          - tan tristemente-
como el que odia
la víspera de la luz de tu ventana. 
Por su constante amor,
olvido
que no puede mi mano taladrar
el muro vespertino de la muerte.


VII

He sido un iniciado
de los hondos Μisterios de Eleusis.
Porque he creído en ellos,
en sus dogmas,
los he quebrado ardientemente con mi lengua.
La verdad se compone con los trozos
de cada corazón y cada labio.
Lo que falte,
tal vez
nos haya sido escrito en las entrañas
oscuras de la tierra.


  ΙΧ

Has amado a una sombra, Pigmalión,
inmóvil todavía.
                         Cuantas veces
pequeño Fedro mío,
                               fuiste a verla,
dulcísima al venir de la alborada,
de pie junto a la fuente
diamantina y coral de Calirroe.
Cuantas veces,
                       perdida la memoria,
le suplicaste un gesto,
                                   una caricia,
cualquier prueba de amor
para sentirte vivo de repente.
Sólo un ave,
                   cansada,
se reclinó en sus labios,
mientras la lluvia
                           con golpes de cristal
le hirió constantemente la mejilla.







José Antonio Moreno Jurado, nacido en Sevilla en 1946, Doctor en Filología Clásica, ha sido durante veinte años Catedrático de Enseñanza Secundaria y ha impartido clases en el Departamento de Griego de la Universidad de Sevilla durante cinco años consecutivos como profesor asociado.En 1973 se le concedió elPremio Adonais de Poesía  por su obra Ditirambos para mi propia burla y, en 1985, el Premio Internacional de Poesía Juan Ramón Jiménez por su libro Bajar a la memoria. Su tesina de licenciatura, el primer trabajo sobre Literatura Neohelénica realizado en la Universidad de Sevilla, versó sobre la figura de Odysseas Elyttis   y su tesis doctoral se realizó en torno a Yorgos Seferis; Evocación clásica en la obra de Yorgos Seferis". En la misma Universidad, impartió cursos de doctorado sobre la novela de caballería bizantina.  Nota del autor: Stelios Karayanis