jueves, 8 de septiembre de 2022

Márcio Catunda: poemas de ‘Emoção Atlântica’

 


Márcio Catunda
















NOCTURNOS

Copacabana, andar en tus noches
sólo tiene sentido en nombre de aquella bohemia.
No son los coches de la avenida,
ni los carteles luminosos de los restoranes,
ni tampoco las bellas mujeres.
¡Es mi ideal de adoración de la Luna!
Que permanezca este espejo en mi autoveneración.
Esta arena blanca sea mi refugio contemplativo.
Me alegro de ver las olas dibujadas en la vereda
y el murmullo de las palmeras al viento.
¡Copacabana de los bares y los paseos,
floto en pasos de éxtasis,
cuando reverencio la ciudad de los poetas!
Más que prostitutas bonitas, tenés la brisa marina.
Aún te quedan momentos románticos.

En la avenida, el prosaico zig-zag de los coches.
Las abstracciones me liberan del estancamiento.
Disfrutar el instante es un valor permanente.
Es fluir absorto, sin percibir el peso de la vida.
Mi única habilidad.
Toda idiosincrasia que quiero volver predominante.
Mi estética anticonsumista.
Reflexiones de las que se nutre el poema.
La velocidad de la palabra en sus tres dimensiones.
Mi introspección incomunicable.
Mi meditación oriental.
Estoy perplejo delante de todo.
Atravieso túneles ideales.
No hay serenidad sino en la visión del litoral.
Nací para contemplar horizontes abiertos.
La noche me hizo pensativo.
Los edificios son paredes perforadas de luz.
Paseo con los amigos, en demanda de libros,
por las calles iluminadas.
Me deleito en los alivios.
Me ilumino de utopías.

Doce son las horas, porque no concurro a ningún puesto.
No me preocupo con insignificancias.
El Altísimo me llenó la taza de néctar.
Bebo alientos en la noche lánguida.
Subo a la torre iluminada, y escribo.
La burguesía me mira sin entender.
No ambiciono los beneficios de los opulentos.
Tengo el lúdico paseo
y el plenilunio me es propicio.
Descanso en la expectativa serena.
No necesito del beneplácito de autoridad alguna.
Tengo mi cuota de paz.
Mi momento de ígnea trascendencia.
No me dijo hipnotizar,
sino por los faros intermitentes en el océano.
Permanezco contemplando la extensión de las luces litorales.
Sublimo las melodías desesperadas.
El festín nocturno es mi fortuna.

Bebo la clarividencia del litoral.
Llego al portal de la reflexión.
Mar diáfano, islas claras.
El espejo mítico de la planicie azul.
Púrpura en la tela celestial.
Celebro las luces vitales del Planeta.
A lo lejos, entre los montes,
Niterói es una pirámide centellante.
En la ensenada de Ipanema,
un collar de luces se refleja en las espumas.
La noche viste el escudo de las estrellas.
Además de la curva de Leblon,
en la pendiente, el Vidigal radiante.
Los efluvios en mí como estigmas.
Respiro la dádiva lúdica del viento.

Sepan todos que mi remedio hierve en las olas.
Son piedras de sal en el mar,
flores en la arena.
Matices de colores, filtrando la niebla.
Cuando veo la claridad,
cruzando el Elevado de Joá...
Cuando voy a una librería, en un domingo,
con el sueño místico de mi realismo.
Cuando brota el indomable clamor de las aguas...
Camino embrujado por la noche.
Todo fluctúa en la estera mágica.
El viento limpia el tendedero de la incerteza.
Atravieso todas las estaciones de Ipanema.


EMOCIÓN ATLÁNTICA

No soy de ver la vida por la ventana.
El ocaso tiene suavizaciones.
Huyo de los vehículos,
atravieso la avenida, en dirección al mar.
Serenas olas, idílicas montañas.
Hay navíos en el horizonte,
pero es en mi memoria que ellos están fijos.
Celebro la virtud mística de este momento.
Soy el que persiste en encantarse delante del poniente.
Contemplo el cielo en el remolino de las aves.
La ciudad es todavía paradisíaca.
De un lado están las fachadas prosaicas de los edificios;
pero, del otro, la luminosidad líquida,
el efluvio irisado, el esmalte efervescente.
Camino por la arena.

Me tragan guartaná y catuaba,
en un vaso desbordante de miel.
El sábado es el burdel de la santa egipcia.
Me quiero vigilar sin castigarme.
Golpear la puerta del hedonismo.
Confieso que la belleza me alucina.
El silencio de ella es más agudo que la música de las esferas.
Quiero la condición dionisíaca,
la estridencia de los días solares,
la vida pulsátil del bullicio.
Rio de Janeiro continúa en un espasmo de éxtasis.
Ansío saborear el néctar de la luz.

¿Adónde voy, con mi ansia de futuro?
Voy al Pan de Azúcar, a beber en las altas esferas.
Me someto a las sacudidas del ómnibus
y a la exorbitancia del ingreso.
En la redoma fluctuante, la grandeza translúcida emerge.
La visión se abisma en la infinitud.
Desde el cráter empinado, el encanto es transcendental.
La eternidad es una expansión azul más allá de las islas.

Gusto de escribir al aire libre,
delante de los árboles.
En los jardines, entre pájaros y bellas mujeres.
En lugares desde donde yo vea la inmensidad.
De preferencia, cercano a algún palacio
iluminado por el sol vespertino.
Sin desasosiego, mirando los matices de los colores
y la proyección de las sombras.
Más que placentero,
es terapéutico este ejercicio de quietud.
Allá fuera, ruge el tumulto de los motores.
En mí, todo es silencio.
Hago versos como quien distribuye delicadeza.
Hecho el arado que es toda ternura.
Hecho quien bebe aromas de delicias.

Gusto de escribir caminando,
alabando las energías del Planeta.
Me siento en una piedra, a la orilla de las olas,
y comprendo la esencia del universo.
Mi lucidez registra la fascinación de la hora.
Sé que mi destino es el agua que el viento agita.
Sé lo que se aprende con las metáforas del mar:
la noción de distancia
y la inquietud del movimiento.
Movimiento de introspección; no, de dispersión.
De amor por la vida; por lo tanto, por las personas.
Será este el enigma que descubriremos.
Contemplar y crear formas.
Tener como luz interior la concentración del arte.
Cantar la maravilla del litoral y la fluidez del tiempo.
No revivo los idilios de la infancia,
pero en la visión marina prevalece un devaneo antiguo.
El soplo de la tarde me transporta aquella paz romántica.
Luz que viene de la comunión con la naturaleza.

No cambio un paseo en la playa
por tres años de un cargo público.
Es gratis. Es cuando yo quiero,
nadie me saca de quicio.
¿Qué importancia tiene vestir un traje,
cuando se puede andar sin camisa?
Capto toda forma de energía lúdica.
Debajo del Trópico de Capricornio,
la cosa más excelente es celebrar la vida.
Que el tiempo me sea esa quietud rumorosa.
No hay riqueza sino en ese desbordamiento.
En los momentos sublimes, el estremecimiento de los mejores días.
Ya no pierdo el apetito por causa de la emoción.
Tengo el perfuma de las rosas en el alma:
me entrego a la belleza.
Con pétalos en las manos,
paseo el pensamiento por las sierras,
alrededor de la Laguna.
No quiero voltear la página de la vida.
Sólo quiero saber de las nubes sobre el luminoso océano.
Converso conmigo mismo
en la brisa que es pura caricia.
No habrá instante
en el que yo no esté pleno de lirismo.
Idolatro el silencio y dejo que pasen los minutos.
Ando escuchando las olas.
Playa mansa en mi sortilegio.

La vida es el grito del espíritu en el ventarrón.
Es remar en el pantano, rumbo al puerto de nada.
Celebro las virtudes carnales,
los aromas que emanan de la piel que brilla,
la energía vital de las cosas permeables.

Estoy a los pies del mar,
delante del cortejo de las espumas.
Todo se rehace en las suaves calderas tremulantes.

El mar es un dios en la ciudad encantada.
Contemplo este coloso etéreo.
Más allá de los ángeles que pasan hambre,
más allá de todos los infortunios,
el poderío de los destellos:
todos los dones de mi entusiasmo,
la tecnología del sentimiento.

La brisa de la tarde se desliza en los tejados
y en los dedos de los árboles.
Viene la fragancia del instante.
Penetra por la ventana, nutriendo la vida, entre máquinas.
La calle contrasta con la Luna,
que, alta, me impone su influencia.
Al margen de los techos oscuros,
sobre el viaducto, los coches van,
en los vanos de la inquietud.
El Sol es una corona de fuego,
horizontalmente, en la hora de la suavización.
Las lejanías consuelan la audición disoluta.
Necesito asilarme en la plataforma visual.
Hay más placer en este refugio,
del que hay en las discusiones teológicas.
El pulsar de un corazón vigilante
vale trescientos premios literarios.
En la contemplación de las musas, estoy sólo y absoluto.
De un trago, bebo la belleza de todo.


PERFIL LÍRICO DE AFFONSO ROMANO DE SANT’ANNA

Un poeta opuesto a la santidad protocolada,
rebelde a toda represión,
perplejo ante la muerte colectiva.
Un poeta que ve constelaciones en el cuerpo de las mujeres,
y cultiva el vicio de la belleza.
Un poeta que siente la luz que hay dentro de la piel.
A quien le repugna ver batallas en plena calle.
Que rechaza el veneno omnipresente.
Que no sabe beber la vida indiferente.
Y vive iluminado por el prisma de las catedrales.
Trastornado por el desencuentro de las almas,
en vez de inspirarse, como Rilke, en castillos,
se asusta con los tiroteos.
En vez de contemplar cisnes,
recoge el título de las noticias de asaltos y guerras.
Pleno de expectativas, escribe como si le ardiese el ser.
Al mismo tiempo, íntimo de las estrellas
y expectante de lo cotidiano;
espantado con la singularidad de las cosas.


CAPITAL DE LOS PLACERES VISUALES

Respiro los meandros de floresta y mar.
El Sol oracular escribe esencias,
la ondulación explota en curvas,
se desliza en la piedra resbaladiza.
Capital de los placeres visuales:
velas como insignias en un manto líquido.
Órbita de la belleza, de Flamengo hasta Urca.
Proyectado a la distancia,
brumoso relieve con matices:
edificios y palos borrachos,
cascadas sobre la Laguna,
sierras sobre túneles;
pasillos, goteras de peligrosidad.
Más allá del carrillón del puente sobre la Bahía,
de Itacoatiara a Paquetá,
todo claro:
pulsación vital, en los caminos de Linha Vermelha
o en las pistas de la Zona Sur;
madrugada, en el aroma de los árboles de Aterro do Flamengo.
Luz densificada en la superficie del mar,
misterio abierto a la navegación de la memoria.
Configuración de tierra y cielo,
repositorio de dádivas.
Canto la visión que me enciende la vida.

Rio de Janeiro, noviembre de 1998.

[* de la sección final “Dos canciones”]


GRUMARI

El Sol despejó una ofrenda de nácar sobre la floresta,
y la flora cubrió de turmalimas el dorso de los peñascos.
Islas de paz afloran en la planicie azul.
Paraísos emergen bajo la forma de peñascos,
ornamentando el templo abierto del horizonte.
El mar adorna de guirnaldas blancas
la arena de Grumari.



* Todas las piezas fueron seleccionadas pertenecen a Emoção Atlântica (Rio de Janeiro, 2010).

Versiones: Demian Paredes, Buenos Aires, 2022.

Márcio Catunda (Fortaleza, Ceará, 1957) es escritor y diplomático brasileño, autor de una treintena de volúmenes de prosa y poesía. Entre otras instituciones, es miembro del PEN Club de Brasil. En 1977 publicó su primer libro, en colaboración con Natalício Barroso Filoho, Poemas de hoje, al que le siguió Navio espacial, en 1981. Como compositor musical, algunos de sus poemas fueron grabados en disco.
Media docena de sus libros fueron traducidos y publicados en España: Luz sobre la historia, Autobiografía en Madrid, Días insólitos, y Jardín de ortigas (Antología poética), entre otros.