Patricio Torne |
TODO SE DEGRADA
Las cosas se degradan, paulatinamente se encaminan a un final de cenizas, de humo, o de olvido. Las figuras que alguna vez amaste se degradan, no importa qué lugar ocupan en la memoria, o el corazón, su destino ha sido inevitable. Quizá quede un resquicio de ellos para que el historiador, el antropólogo, haga su ensayo, aunque es excepcional y con las especulaciones no alcanza. El final es más terrible de lo que son capaces de pensar los degradados. Están los que a sabiendas, no más que por la gloria, se degradan, pero no ha de servirles, más temprano que tarde ya serán despreciados por la memoria, absolutamente degradados. Habrán sido periodistas, dirigentes, cantautores, cadetes de poca monta, patrones, asalariados, o simplemente tipos a los que se confundieron con señores. Ese final, como un pozo infinito donde alguna vez (nunca es seguro), alguien dejará caer su mirada para confirmar que todo se degrada. Un final de cenizas, de humo, o de olvido.
SIN BAILAR
La felicidad, según dijeron, nos caería como una gracia, una dádiva, del cielo. Una legión de cruzados vendría con ella a espantar los malos presagios. Nosotros que sobrevivimos a las peores tormentas, que sabemos de qué se trata cuando los dientes de la trampa se clavan en los tobillos, estábamos atentos a cuando el brillo de la fiesta despuntase como el lucero. Pero el cielo siguió como de luto, como una pizarra donde, de querer, podríamos escribir un sinnúmero de insultos.
El aire está a punto de estallar y es posible que te sientas impotente ante ese fuego que se viene.
Si de alguna afección se trata, lo advertimos: no intentes acudir al nosocomio, la descomposición puede afectarte; los pacientes allí siguen esperando la voz que, como a Lázaro, los anime a levantarse.
Estamos asistiendo a un relato donde vuelven los fantasmas que hicieron de las suyas en un texto dramático.
Es extraño lo que pasa, el silencio aturde y los bullangueros anunciadores de la fiesta están como pequeños animales apaleados.
Estamos sin bailar.
La felicidad, al parecer, no se regala.
VER PARA DECIR
Más he querido ver,
y más
confundí lo que existía.
Fata Morgana, espejismo
o ambliopía, da igual
ante la imposibilidad
de reconocer
lo que en verdad
se mira.
Ahora es imposible
distinguir entre luz
y claridad,
sombra
y ceguera.
La falta de certeza
corroe el lenguaje,
y no es que me niegue
a abrir los ojos
para hablar
correctamente.
JIRONES DE UNA VESTIDURA
De la dicha a la lujuria todo
lo que ha sido ofrenda ya es castigo.
Nada de lo que pueda ser gozoso
ha de quedarnos.
El desierto que empezaba lejos de casa,
ahora queda aquí mismo. Tengo la boca
llena de arena y el corazón vacío.
Si la pena fuese una pócima
todos estaríamos sanos o locos de alegría
pero esta ciudad y los míos ya somos
una antigüedad una pieza de museo
que se adora se cuida se respeta
porque estamos muertos.
La muerte todo lo vuelve bueno
Lo bueno está muerto
La muerte es un desierto
metiéndose por la boca.
Somos jirones de unas vestiduras
rasgándose en lugar equivocado.
ESA NO ES LA CUESTIÓN
No hay pócima suficiente, ni pastilla
capaz de calmar los pliegues
entorpecidos del corazón.
¿Llueve?
En los bosques nacen y mueren
pájaros de colores encendidos que nadie ha visto.
Tensa el músculo, los órganos contraídos
se mueven, saltan convulsivamente
como esos pescados puestos en la arena,
se cansan sin que la cura llegue.
Pobre del gusano queriendo escapar
de la rapacidad en tránsito.
Placebo imposible, y el sol saliendo día a día
derritiendo los polos. Todo importa,
la velocidad permitida en las autopistas,
la data meteorológica, la mortalidad infantil,
los nuevos gobiernos,
las dictaduras impuestas,
la vida de las ballenas, pero nada es tan importante
como ese corazón que ya no resiste
ni cuidados excesivos, ni vicios,
ni tan siquiera la atenta mirada
de los que siguen a su ídolo.
Alguien pide silencio, pero el océano
descarga sus olas con violencia,
nadie se da cuenta que esa no es la cuestión.
Cuando menos se lo espera,
un vaso de agua sirve para ahogarte definitivamente.
RACHAS
Esos días donde las cosas, más que nunca, se ven atraídas por la fuerza de gravedad, y se nos van de las manos, estallan contra la dureza que les devora las formas. De algún modo, ellas provocan su final. Empieza con un vaso, le sigue un plato; una taza del juego que te regalaron y vos nunca usabas; un objeto de cerámica que hasta ese momento no significaba nada. Ni el clima, ni las estaciones tienen que ver con esto, es como si un maleficio despierta de repente y todo se desencadena. El tacho de basura espera sus restos como una fosa común. La lámpara del baño, y a esa, otra de la cocina, hasta que vos no querés prender ninguna por miedo a quedarte a oscuras para siempre. Así enero, y esos seres amados que fueron partiendo. Huecos que la memoria no alcanza a rellenar, Uno sabe que lo de ellos es definitivo, no le sale pensar qué energía, música, o frecuencia se los lleva, y termina repitiendo frases hechas. Entonces viene ese dolor mudo y ciego que te queda en el cuerpo sin permitirte dejarlos descansar en paz. Uno, como puede, se abraza a ellos e inventa modos de celebrarlos, porque sabe que la tristeza no ha de servir para nada.
UN MODO DE APRENDER
Edvard Munch sale de su casa
lo empuja el cansancio y lo atrae
eso que abruma. Él sabe
que no se anda a la deriva
se anda ciego
por las fulguraciones que irradian las cosas.
Hay que salir y acostumbrarse
a esa intensidad con las mismas reservas
que lo hacemos cuando de la oscuridad
pasamos a los rayos del sol
y empezamos a distinguir:
esto es trigo esto maleza
esto es pan esto es mendrugo
esto es ternura
y esto es resentimiento.
Sabe bien que eso que atardece
no es merma es luz que huye hacia otra parte
entonces dice “me daba miedo
mi propia sombra a la luz de la luna”
Un modo de aprender
donde hay quienes se enfrentan
avanzando ante esa lumbre
cegadora de las cosas
(igualitos que polillas atraídas por la lámpara)
y hay quienes vuelven a la oscuridad
más ciegos que nunca
sintiendo que allí nada ha de pasarles.
Él sabe de seguro que alguno
sucumbe en la batalla por sostener
los frutos del aprendizaje
con una valentía
propia de los que fueron más allá de lo posible.
Entonces grita y se toma la cabeza
porque siente que no hay retorno
de ese paisaje áspero y sinuoso.
otros morirán en la primera oscuridad
sin siquiera saber que había frutos.
(Textos inéditos incluidos en el volumen RACHAS de próxima aparición)
Patricio TORNE (Helvecia, Santa Fe, 1956) Poeta. Reside en Villa Mercedes, San Luis; donde coordina Talleres de Escritura en la Secretaría de Extensión Universitaria en la Universidad Nacional de San Luis. En 2010 comienza a coordinar el Ciclo Pretexto del que han participado poetas de todo el país.
Entre otros libros ha publicado: Órbita de Endriago (1990); Helvecia y otros tópicos (1990); Donde muere la lógica (1992); Anacrónica (2000); Materialismo Dialéctico (2015); Capital Simbólico (2017); Frenesí (2017).