Elpidio Isla |
El filósofo Daniel Dennett ya advierte de lo peculiar que es la poesía (como lo son los microcuentos, los haikus o cualquier otra construcción escueta y rápida de crear y por tanto susceptible de reproducirse en grandes cantidades y con pocas exigencias: el hecho de que una novela tenga 200 páginas ya constituye una exigencia, porque muchos no tienen la paciencia de juntar tantas letras. Dennett cita a uno de los fundadores de la inteligencia artificial, John McCarthy, que en cierta ocasión sugirió que la red de correo electrónico revolucionaría la poesía. Ya que sólo unos cuantos poetas pueden ganarse la vida vendiendo sus poemas debido a que los libros de poesía son volúmenes de pocas páginas y caros, comprados por un número escaso de lectores, si los poetas difundieran sus poesías por Internet, por ejemplo a un precio de diez centavos el poema, entonces muchos poetas podrían ganarse la vida.
Lo que no predijo McCarthy es que ningún amante de la poesía querría leer miles de archivos electrónicos repletos de poemas. Los amantes de la poesía, acaso, exigirían filtros que cribasen la avalancha de obras: se fijarían si una editorial lo avala, si tiene críticas positivas, etcétera, y finalmente el lector acabaría adquiriendo pequeñas cápsulas de poesía, tan pequeñas como los delgados volúmenes tradicionales que antes consumía. Nada habría cambiado. Porque los filtros nacen espontáneamente. Por otra parte, este agregado es mío, “sucede que dada la cantidad excesiva y asfixiante de poetas podría calcularse que con que sólo los poetas pagaran diez centavos por poema, todos podrían vivir de esta especie de impuesto poético, aunque este cálculo falla en cuanto sabemos que ningún poeta soporta leer a otro y menos pagar, aunque sea diez centavos, por un poema que no fuera suyo”.
Así pues, la poesía se debe vender muy cara y muy selectivamente o no tiene sentido como tal, como el caviar. Con una diferencia: el caviar realmente escasea y es costoso de conseguir. La poesía, no. La poesía abunda pero la comercializan como escasa y elitista. Y ésta es la primera prueba que refrenda mi opinión de que la poesía, máxime la poesía con rima y métrica, es un artefacto especulativo fuera de las fronteras de la verdadera literatura. Un juego de feria con mucha pirotecnia que cuenta, contradictoriamente, con el aval de la elite intelectual.
Pero más que cuestionar la poesía, mi intención es cuestionar la rima, el ripio. Cierto que los recursos estilísticos de la prosa y hasta de las obras divulgativas también empañan el mensaje. Cierto que la cadencia de las oraciones puede llegar a ser muy persuasiva, como lo es la melodía de una canción, animándonos o entristecernos sin usar ni una sola palabra. En ese sentido, rima y retórica son herramientas equivalentes.
Pero siempre me ha parecido que la rima es un elemento mucho más artificioso que el resto de los recursos que se usan para reforzar la imagen de un texto. Porque la rima busca, sobre todo, disfrazar y desnaturalizar el texto recurriendo para ello a la musicalidad más obvia; siempre demasiado consciente de sí misma. Y ya no digamos cuando hablamos de sonetos y otras construcciones de alambicada métrica. Es como creerse especial porque has escrito una historia usando 30 veces la palabra “astrolabio”. O como aquel extraño poema en latín del alemán Christianus Pierus titulado Christus crucifixus, cuyos mil versos estaba compuestos por palabras que empiezan por C (Currite, castalides. Christo comitante camanae...). Para la hermenéutica puede tener algún interés, pero no para contar historias o transmitir sensaciones y/o emociones.
Muchas rimas son un alarde puramente técnico. Parece que prima encontrar la palabra que encaje en la métrica y no que encaje en lo que se quiere transmitir: puestos a elegir en igualdad de condiciones de rima, el autor escogerá la palabra que más sintonice con el mensaje del texto, claro, pero esta situación suele ser rara, así que, al haber escasez de posibilidades de palabras que rimen, el autor rechaza un mayor ratio de expresividad en aras de que técnicamente la rima se produzca. Como si entonces el poema fuera una descripción pormenorizada de las características de un motor y no la descripción del lujurioso y endiablado ruido que produce ese motor y cómo es capaz de desplazarnos a 200 kilómetros por hora. La rima, pues, se me antoja la parte aburrida, academicista, exegética, de pasatiempo de la literatura. Curiosamente la rima, en prosa, se considera cacofónica y un defecto imperdonable; curioso, ¿no?
La poesía rimada (y ya no digamos las rimas complejas) debería figurar incompleta en los periódicos, junto al autodefinido y el sudoku, para que el lector la completara. O debería formar parte de una colección de curiosidades lingüísticas, como que la cama se llame cama y la cómoda se llame cómoda, siendo más cómoda la cama que la cómoda.
Por esa razón y no otra el ripio es un recurso tan propio de la publicidad más ingenua: “del caserío, me fío; Colgate el mal aliento combate; Rexona, el desodorante que no te abandona; el frotar se va a acabar”. Y hasta es un elemento imprescindible de cualquier baño público; sin ir más lejos leí el otro día el siguiente grafito: “Amar sin ser amado es como limpiarse el culo sin haber cagado”. Precioso.
Un ejercicio donde prevalece tanto la técnica, el formato y los engranajes sobre los demás elementos literarios no es literatura sino otra cosa. Ripios publicitarios, mensajes para estampar en una camiseta, eslóganes rimados, canciones de verano, las tan en boga batallas verbales de raperos.
Para que no todo sea negativo, aportaré una visión halagüeña de la poesía. Transmitir ideas con la poesía no es una tarea fácil, y más todavía bajo las rígidas exigencias de la métrica. Como dice el filósofo Daniel Dennett a propósito de la construcción de un soneto:
Tan pronto como terminamos el primer intento de una línea, tenemos que revisar muchas de las otras líneas y esto nos obliga a abandonar algunas de las excelencias conseguidas con dificultades y así sucesivamente, dando vueltas y más vueltas, buscando una forma global correcta o tratando de hallar la mejor forma posible.
Esta artificialidad en la forma, según el matemático Sanislaw Ulam, podría ser una fuente de la creatividad en lugar de una rémora:
Cuando era niño me di cuenta de que la función de la rima en la poesía consistía en obligarnos a encontrar lo no obvio a causa de la necesidad de hallar una palabra que rimase. Esta necesidad fuerza nuevas asociaciones y casi garantiza desviaciones de cadenas de rutina o de pensamientos encadenados. Paradójicamente se convierte en una suerte de mecanismo automático de originalidad.
La poesía, pues, como catalizador de la creatividad. Pero entonces que sea una herramienta privada del autor para superar el bloqueo creativo y no un alarde de ingenio en sí mismo. Y que no sólo se alabe la métrica, sino también los textos con muchos “astrolabios” en su haber. A no ser que, ay, se pretenda cristalizar una enseñanza más fácilmente recurriendo a la musicalidad (como un mantra adormecedor, un discurso zombi, una paremiología simplificada, un dogma,), como la que oí una vez en una película de Almodóvar, cuando aún era un cachondo y un costroso: “Hagas lo que hagas, ponte bragas”. Pero Almodóvar no hablaba en serio.
Elpidio Isla (Comodoro Rivadavia, Chubut, 1948) Narrador y periodista. Ha publicado las novelas MOGAMBO (1988); LA CIUDAD DE LOS SUEÑOS TRISTES (1995) y un volumen de cuentos LAS LLUVIAS CORTAS (1990). Integra las antologías: SUR DEL MUNDO, NARRADORES DE LA PATAGONIA (1992), DE JULIO VERNE A OSVALDO BAYER: Los mejores relatos patagónicos (1998), RELATOS PATAGÓNICOS: (1999) y RELATOS DE PATAGONIA: (2006). Textos suyos han sido adaptados para el teatro.
Elpidio Isla se ha desempeñado en distintas etapas de su vida como dependiente en un almacén de ramos generales, trabajador petrolero, soldador de tubos de acero, esquilador de ovejas, alambrador, vendedor de libros a crédito, empleado judicial y agente de prensa.