María Meleck Vivanco (1921-2010) |
1. Solitario escorpión de amarillo purísimo
Con erecciones que delatan la guerra
Bajo las puras rosas Las palabras más áridas resisten
Bermellones y negras fulguran casuarinas Languidecientes
brotes y viento atribulado
Atadas están al carruaje del sol y a la desolación del mundo
Acompañan postales con dinamita y gritos de locura
Pronto desaparecen todos los ruidos del amor Mezclados
con amuletos consumaciones y presagios Amor que se
complace con herejías y reniega del hombre
Piratas como dioses sellan la última puerta Como mudos
sonámbulos de otro lagar oscuro De otro violín de
infortunada melodía
Texturas para un cielo que contrasta el furor Doble corona
De infaustas mariposas Paneles que se cierran por adentro
Huestes que ardieron antes y yacen apagadas recubiertas de
sal En cautiverio Solamente nube rizada de pólvora y ángel
desvelado
Oh aldeas enterradas y lábiles como el fino temblor
Espacios de inocencia Nieve de la tristeza que encanece
jardines Llamador insistente en la desierta alcoba
abandonada
Aquietad remolinos Tened piedad en esta angustia larga
Resistid el escombro de inauditos recuerdos
Porque en Ruanda aún se abren blanquísimos capullos Y en
Ruanda todavía los espejos resplandecen
2. Las banderas de orfandad Enrojecen la lluvia
La partición de las estrellas Descubre oscuridad sobre los
mismos cuerpos que luminosos nos herían Agotados estaban
de escandalosos sueños Sin conocer del llanto esa orla de
pies inertes Su filo de flamencos que van minando las
profundas sedas Las mordidas de besos Las diminutas lunas
de la mano
Deseo por deseo El borde de mis labios amaneció vacío
Adormideras del mar Retengo a mi costado Escalofrío de
extremaunción convocan las campanas De norte a sur Su
oficio de follaje y negra sed se instala en las murallas La
palabra cabeza funda banderas lejos de su templo En ingle
alucinada En rojo ardiendo En gotas de atormentados niños
cayendo a sobresalto Aullando a flor de vientre desde una
comisura de relojes
Busco el secreto manuscrito de Ruanda Su memoria
discriminada al cielo polvoriento
Y el pobre Dios cruzaba la frontera esparciendo como al acaso pétalos Naturalmente la víspera caían Abriendo al mundo
de par en par sus ritos para que entrara el mago de la suerte
Y pagar su rescate de azucenas Desnudo hasta el cabello
Prendido de una nube como si fuera un ángel
3. Y el valle violento es como un matuasto al sol
Galopado de turbulencias
Volvía del castigo Y recordé los tártagos Donde enredaba música la luciérnaga triste con instrumentos traídos de la guerra
La huída a contraluz Los corredores que sepulta la tierra gris y el viaje de la aurora Cuidan mi corazón Mi vino pálido que noche a noche sorbe la metralla
Yo he intentado morir Y no he podido Desciende el viento pero nunca muero Quema lágrima heroica en carne que supura tanta impiedad Tanta neblina ansiosa
Dios proteja esta herida dulcemente Y entorne las ventanas del espejo
4. Como una caracola la muerte estará en otro ruido
Como un higo de luto En otros dientes de tímido
conocimiento blanco
Oscuros umbrales de revelación Sostienen temerarios la edad
impura O el cuchillo de plata a la intemperie O la caravana
que alisa arenas y castiga a los pájaros heridos (Cuando aparece
el huésped persignarse)
La inocente descubre ceremonias en los huesos de un niño
Voraz una cascada de nieve derretida Lava de olvido su alma
Red luminosa fluye en el coro de renacuajos del diluvio Y
plegaria comulgante en el oído sordo de tristeza sobre tristeza
Ruanda inventa un corazón para olvidar Suelta lujurias en
los ojos velados que encienden la imaginación Aquí en su piel
existe una rosa cautiva perversamente lastimada Es la rosa
esclava de secretas voces La casa desprovista de manjares y
paciencia Los fantasmas del ancestro que convocan animales
libidinosos y grifos de ruidos permanentes Dioses sorprendidos
en el Kivú Apostados entre mariposas salvajes
Oscuros umbrales de revelación Cuerpos destruidos de tanto
vagabundeo sin brújula Con su joroba verdinegra que asoma
en la claraboya de la luna
Deseo comparecer a tu lado Ruanda de incestuosas lágrimas
Efímera Como tu pulso de felicidad invisible
María Meleck Vivanco (1921-2010) Poeta. Ha publicado Taitacha Temblores, (1956, poemas quechuas, Lima Perú); Hemisferio de la Rosa (1973); Rostros que nadie toca (1978); Los Infiernos Solares (1988); Balanza de Ceremonias (1992); Canciones para Ruanda (1998). Su obra ha sido reconocida con las siguientes distinciones: Premio Libro de Oro, Lima, Perú (1956); Segundo premio de poesía de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, (1978); Premio Fundación Argentina para la Poesía (1988); Premio de poesía del Fondo Nacional de Las Artes (1991); Premio UNICEF, Nueva York, EE.UU. (1997);Premio Universidad de las Letras, La Habana, Cuba (1997); Premio Fundación Sociedad de Los Poetas Vivos (1998).
En 1978, fue invitada al Tercer Congreso Latinoamericano de Mujeres Escritoras organizado por la Universidad de Ottawa, Canadá y en 1999 al Congreso Internacional del Surrealismo en el Tercer Milenio realizado en Roma, Italia.
A través de sus siete libros publicados y otros tantos inéditos, de los que aquí se hace un selecto recuento, María Meleck Vivanco ha perseverado en el ejercicio de “la escritura automática” en la que Breton veía encarnarse todo lo mediúmnico o alucinatorio del primer surrealismo [...] Es en este sentido -contrariando la opinión de la misma poeta y varios de sus críticos- que en razón del esclarecimiento de su poesía nos negamos a hablar de “misterio”, ese ingrediente muchas veces ficticio o decorativo del que tanto abusa en la actualidad una New Age voluntariamente mistificadora [...] María Meleck Vivanco consigue ya ese “abandono a lo maravilloso” que nos dictaran las leyes del corazón. Y a semejanza de los poetas y pintores Zen, chinos y japoneses, persigue ahora en su escritura sólo “el camino de la corriente de agua” que -nos asegura Alan Watts- “jamás comete errores de estética”. Raúl Henao, Medellín, Colombia, 2008. (Tomado del prólogo de la antología publicada por el Fondo Nacional de las Artes, volumen 41, Buenos Aires, 2009.