Un testigo a
medias visible -dotado de un singular talento para la escucha- se desplaza por
un territorio mediterráneo, donde sustrae historias mínimas y las reproduce a
manera de diarios. Lejos de aislar en cada segmento la memoria de un día,
Andrés Nieva propone llevar esa condensación al máximo: así, una jornada
representa el diario de una vida.
Cada pasaje de Los
diarios robados recupera para nuestros oídos la detonación de un suceso que el testigo funde con destreza inusual, al configurar
un relato cuya transparencia sólo se ve alterada por voces o susurros que se
gestan en los márgenes de lo extraordinario: por estos diarios circulan lo
mismo un gaucho que se tiñe el pelo, cazadores de cactus y un travesti
sordomudo que un habitante de un zoológico, un pitbull con ataques de furia y un empleado
de una librería que sufre una inquietante transformación.
Nunca
aprendí a usar correctamente las teclas y menos a pulsar las apropiadas en
máquinas que las tenían borradas, nos confiesa el testigo desde su insólito
campo de maniobras. Marcado por esta carencia iniciática que lo empujará a
escuchar desde las sombras, cruzará al otro lado del espejo camuflado en los
diarios de los otros para permitirse, desde allí, un último gesto que
justifique su existencia: inventarse una voz para inventarlo todo.
Carlos Ríos